"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

La procesión del equinoccio de primavera

     

Vía Procesional, detalle.

      “Yo, Nabónido, el gran rey, el rey fuerte, el rey del universo, el rey de Babilonia, el rey de los cuatro ángulos, el cuidador de Esagila y Ezida, para quien Sin y Ningal en el vientre de su madre decretó un destino real como su destino, el hijo de Nabû-balâssi-iqbi, el príncipe sabio, el adorador de los grandes dioses, yo:...Al comienzo de mi reinado eterno, me enviaron un sueño, Marduk, el gran señor, y Sin, la luminaria del cielo y del inframundo, estaban juntos. Marduk habló conmigo: “Nabónido, rey de Babilonia, lleva tus ladrillos en tu caballo de montar, reconstruye a Ehulhull y haz que Sin, el gran señor, establezca su residencia en medio de ella.” Cilindro de Nabónido.

 Cilindro de Nabónido

      Cuentan que Nabonido, rey de la Babilonia caldea, la dinastía que dio un prestigio sin igual a la milenaria ciudad, abandonó la ciudad más famosa de Mesopotamia para instalarse, 552 a. C., en la comercial Teima en Arabia, ciudad que en la Biblia relacionan con la reina de Saba. Se cree que, durante los diez años que permaneció en ese oasis, se intentó preparar contra el creciente poder persa, no confiando mucho en los babilonios ni en el clero dominante de Marduk, aunque también podía ser que, en esa zona de Arabia, se desarrollaba un creciente poder económico por su minería y el control de las rutas comerciales que relacionaban el Creciente Fértil con el sur de Arabia y el Índico. Durante su ausencia dejó como gobernante de Babilonia a su hijo Belshazaa, el rey Baltasar del Libro bíblico de Daniel, pero, debido a su ausencia, no se celebró la fiesta de Año Nuevo en la que se leía el Poema babilónico de la Creación y se celebraba la procesión por el equinoccio de primavera. La procesión recorría la Vía de las Procesiones y pasaba por la Puerta de Isthar.

     La Babilonia caldea fue un poder temporal breve, 625-539 a. C., pero alcanzó una alta cima artística, dotando a la capital de un esplendor sin igual, que inspiró e influyó durante siglos. Nabopolasar se independizó del poder asirio y su sucesor Nabucodonosor II (604-562 a. C. ) dotó de prosperidad con una hábil labor constructiva que magnificó Babilonia con obras como la Vía de las Procesiones y la puerta de Isthar. El soberano caldeo aunaba conquistas y construcciones como evidencia de prestigio y poder económico.

      Cada una de las puertas de la ciudad (8) daba acceso a una vía dedicada a una divinidad protectora. La Vía de las Procesiones estaba situada al norte, atravesaba de forma longitudinal la ciudad, tenía una clara función política y ceremonial que, por la Fiesta de Año Nuevo, realizaba un desfile durante unos centenares de metros entre muros decorados de frisos de ladrillos vidriados con representaciones de leones símbolos de la diosa Isthar. Había una zona de circulación entre dos zonas de espectadores, a modo de aceras. Al fondo, la puerta de Isthar, de estructura doble, correspondiendo al doble encintado de la muralla, con vestíbulos interiores, y se coronaba por torreones con almenas. Al igual que en las paredes de la Vía Procesional, estaba decorada con ladrillo vidriado y policromado, con relieves de toros y dragones híbridos, amarillos y blancos, sobre el fondo azul turquesa, como en la vía procesional, y en honor a las deidades locales.

Puerta de Isthar, detalle.

      La Babilonia caldea se nutrió en sus orígenes en el mundo sumerio, más pacífico que el asirio, dando solidez a unas construcciones, bellas, dotadas de simbolismo, con referentes a los dioses de la ciudad de ciudades. Durante ese período efímero, se reunificó el poder mesopotámico, comunicando el golfo Pérsico con el Mediterráneo, junto con áreas de Anatolia, creando un tráfico comercial que regará Babilonia de ingentes recursos. En la Vía Procesional, 120 leones de fauces abiertas presenciaban en relieve como desfilaban sus ciudadanos. En esa procesión anual se renovaba, con el equinoccio primaveral, el matrimonio o contrato entre el rey y la sacerdotisa con el fin de asegurar la fertilidad de las cosechas y evocar el origen del mundo. La procesión era la vertiente pública de la celebración. El rey desfilaba con la deidad de la ciudad en un momento  único, contemplado por los habitantes de la ciudad, que abarrotaban la vía. Detrás de los dioses y el monarca, que llegaba tomar la mano del dios, seguían las altas autoridades, los botines de guerra y los prisioneros. 

     Nabónido, el último rey de los caldeos, ha pasado por ser uno de los primeros arqueólogos. Descubrió una inscripción de Naram-Sin, hijo de Sargón, de 1700 años antes, de otro tiempo, de otro instante, de otra forma de ser. La ungió con aceite, le hizo ofrendas, colocó una inscripción propia y las dejó, ambas, en el lugar original donde la encontró. 

     La influencia de la opulencia de Babilonia inspiró durante siglos todas las artes, entre ellas el cine. En 1916, una de las escenas más brillantes de "Intolerancia" de Griffith rememoraba la caída de Babilonia.



Bibliografía:

-KINDER H. y HILGEMAN W.: Atlas Histórico Mundial (I). De los orígenes a la Revolución Francesa. Akal/Istmo. Madrid. 2006. Página 31

-MARTINEZ DE LA TORRE C., GÓMEZ LÓPEZ C y VIVAS SAINZ I.: Arte de las grandes civilizaciones antiguas: Egipto y Próximo Oriente. Editorial Universitaria Ramón Areces. Uned. Madrid. 2012. Páginas 343-345.

-PÉREZ LARGACHA, A.: Historia antigua de Egipto y del Próximo Oriente. Akal. Madrid. 2007 . Páginas 435-436.

-PODANY, A.: El Antiguo Oriente Próximo. Una breve introducción. Alianza Editorial. Madrid. 2016. Páginas 178-180.

-Griffith.: Intolerancia. 1916. La caída de Babilonia

 

El poblado junto a la falsa pirámide

    


      Fruto de una vivencia religiosa, el arte egipcio era una experiencia colectiva y, generalmente, anónima. Los artesanos vivieron durante parte de su vida en poblados cercanos a las construcciones de sus mandatarios. Para evitar los saqueos desde tiempos predinásticos, como uno de los motivos, se comenzó a separar la tumba del templo funerario, puede que desde Amenofis I (1525-1504 a. C.). El recuerdo de este faraón fue venerado por los artesanos que convivieron en el poblado de Deir el-Medina, desde la dinastía XVIII, con el Imperio Nuevo. 

     Junto al Valle de los Reyes, en Tebas, la ciudad donde construyeron tumbas los faraones, y cercano al Valle de las Reinas y el Valle de los Nobles, se edificó esta comunidad cuyos restos arqueológicos han aportado una información importante sobre la vida cotidiana del Egipto imperial.

      Unos trabajadores privilegiados respecto al resto de la sociedad egipcia. En este valle de los artesanos se acomodó un poblado organizado en torno a una calle principal con eje norte-sur, en forma de rectángulo de ángulos mellados, abigarrados, y en busca de un futuro más próspero, al menos desde Tutmosis I (1504-1492 a. C.). Unas empalizadas de piedra, a modo de murallas, recubrían esta planificada estructura poblacional más o menos ordinaria. No había espacios de separación entre unos artesanos y otros, ni entre unas y otras de sus familias. Se observa variadas medidas en los habitáculos dependiendo de la categoría del artesano.

      Son hileras de casas dispuestas en torno a calles paralelas a la principal. Las murallas tenían dos puertas. Los ostraka, bocetos rápidos sobre trozos lisos de piedra caliza o restos de vasija encontrados en yacimientos, informan de los proyectos de estos trabajadores cualificados. Por la estrechez de los habitáculos debió existir escasa privacidad,  solamente posible escapando a la montaña (Qurnet Murai), y una necesaria logística para obtener recursos básicos como el agua,  que se encontraba alejado del Nilo, y alimentos.

   Además de ostracas, los papiros y documentos nos dicen que este poblado estaba situado a la izquierda del Nilo, que tuvo diferentes periodos de actividad, sería abandonado en época amarniense, siendo la ramesida la más habitada. Pese a la reverencia especial a Amenofis I, no hay restos que acrediten su fundación, salvo que acarrearía más trabajo, que agradecerían.

Bibliografía:

-PÉREZ LARGACHA, A.: Historia antigua de Egipto y del Próximo Oriente. Akal. Madrid. 2007. Páginas 327-328 y 362.

-MARTINEZ DE LA TORRE C., GÓMEZ LÓPEZ C y VIVAS SAINZ I.: Arte de las grandes civilizaciones antiguas: Egipto y Próximo Oriente. Editorial Universitaria Ramón Areces. Uned. Madrid. 2012. Páginas 41-42 y 180.

-PARRA, J. M.: La vida cotidiana en el antiguo Egipto. Titivillus. 2016. Epub. Páginas 285-294.

-PÉREZ-ACCINO PICATOSTE, J. R. Topografía de la legitimidad: Paisaje y Arquitectura como metáfora a comienzos de la XVIII dinastía egipcia. Dirigida por Jesús Urruela Quesada. Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Geografía e Historia. 1998. Páginas 146-177.

 

La tercera ola

 

    

     


     Era el tema de conversación. Sí, era el tema. Una tercera ola que vendría tras el fin de año. No la conocía, porque antes hubo otras.

      Samuel Huntington publicó La tercera ola, 1991, en la que expresaba que un sistema democrático es aquel en el que el poder se basa en elecciones limpias, honestas y periódicas, donde los candidatos compiten libremente por los votos y toda la población, en teoría, tiene derecho al voto. Obviamente, es necesario que exista derecho a la libertad de expresión, de reunión y asociación que posibilite el debate público político y la organización de campañas electorales que conduzcan al ejercicio del voto. Este politólogo norteamericano manifestaba, adicionalmente, que la democracia había avanzado en el mundo a través de tres olas sucesivas o tres periodos de expansión que arrancan, la primera, con las revoluciones americana y francesa a finales del siglo XVIII, que condujo a países con sistemas políticos a unos mínimos democráticos basados en el ejercicio responsable del poder que responde ante un parlamento, que es elegido periódicamente por un cuerpo electoral que se pretende que sea lo más amplio posible y que alcanzaría su cota más alta en la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, con hitos destacables como las elecciones americanas de 1828 o la adopción del sufragio universal en las elecciones noruegas en 1918. El retroceso de la primera ola democratizadora se produjo con el final de Gran Guerra por el auge de los totalitarismos de los años veinte y treinta del siglo XX con la dictadura nazi como exponente más conocido, con sus conquistas durante la Segunda Guerra Mundial, 1939-1945, y, que tras su derrota, dio paso a una segunda ola democratizadora que potenció la descolonización, pero  que tuvo un breve lapso de permanencia por la aparición de dictaduras en África, Asia y América Latina. La tercera ola democratizadora comenzó con las transiciones a la democracia de Portugal con la revolución de los claveles de 19741, y el fin de las dictaduras griega y española situando el sur de Europa como el origen de esta oleada que pasaría a América Latina de forma sucesiva o inmediata,  también a Asia y a los países comunistas del Este europeo a finales de los ochenta y que se ralentiza después con algún fracaso como el intento democratizador de la dictadura china.

      Pero no, no es de la tercera ola democratizadora sobre la que oigo hablar.

      Alvin Toffler utilizó también el sugestivo símil de las tres olas para urdir la trama del progreso humano durante su proceso de civilización. Existiría una primera ola, dentro del progreso histórico, producida por la revolución neolítica, hace diez mil años, por la que se domesticaron animales y plantas, se desarrolló la agricultura, los modos de vida sedentaria y el inicio de vida urbano con sus medios de defensa y convivencia. Una segunda ola coincidiría con la Revolución Industrial, iniciada hacia mediados de siglo XVIII en Gran Bretaña y durante el siglo XIX en el resto de Europa, EEUU y Japón, de forma distinta distribuida según las peculiaridades de cada país y que se caracterizó por la utilización de nuevas fuentes de energía como el vapor, el carbón y el petroleo, que sustituyeron la fuerza animal, por la aparición de estructuras modernas de transporte como el barco de vapor, el tren y el automóvil y el perfeccionamiento de las armas de fuego y medios de defensa. Se consolidan como fuentes de energía la electricidad y el petroleo que dominan los avances científicos y tecnológicos hasta la aparición de la energía nuclear durante la Segunda Guerra Mundial. Paralelamente se desarrolla la conciencia de clase y los derechos sociales y la lucha por su consecución y respeto. La tercera ola coincidiría con el final de la fase más avanzada de la Revolución Industrial2, con el surgimiento de la revolución tecnológica que estamos viviendo en estos momentos con la denominada Sociedad de la Información que ha dado paso a la era de los sistemas informáticos y el desarrollo de la Inteligencia Artificial. En definitiva, el dominio de las tecnología de la información y comunicación como medio de civilización y defensa.

      Pero no, no es de esta ola de la que se habla y se escribe. Se habla de la tercera ola de diseminación del virus Covid-19 porque no podemos remediarlo. Como en la fábula del escorpión y la rana, estamos pidiendo al gobierno rana de turno que nos permita pasar el charco de las navidades porque nos portaremos bien. ¡Qué se fie de nosotros! Pero sabemos, que en medio del charco, escorpión y rana flaquearan y confraternizaran, con o sin picadura, se ahogaran en el charco o en el vaso de agua. Y la tercera ola de contagios sucederá antes de la calma chicha de la vacunación de mediados del año 2021.

          ¡Cuídense!

          




1AVILÉS FARRÉ, J y SEPÚLVEDA MUÑOZ, I.: Historia del Mundo Actual. Síntesis. Madrid. 2010. Páginas 101-107

2TORRÓN DURÁN, R. La tecnología y la defensa. Arbor CLXV. 651. Marzo. 2000. Páginas 509-517.

La provincia imperial de Spania

Spania bizantina.
   

  Teudis, rey de los visigodos (531-548), era de origen ostrogodo y murió asesinado porque un personaje de su entorno se hizo el loco. Durante su aparente enajenación mental encontró la ocasión propicia para herirle fatalmente con un acero mortal1. En su agonía solicitó a los que habían acudido en su ayuda que fueran clementes con su asesino porque él mismo había matado a su rey, lo que le hacía ser un supuesto cómplice del enigmático asesinato de Amalarico (526-531). Su sucesor de leve reinado fue el duque ostrogodo Teudiselo, quien tras un año y siete meses, fue también asesinado por nobles visigodos, 549, probablemente comandados por su sucesor Agila, 549-555, visigodo y arriano, quien no consiguió controlar los territorios de la península, que seguían bajo el dominio de las aristocracias locales y los obispos, ambos de origen hispanorromano. Cuando la élite cordobesa, 550, se resistió a su dominio por agravios religiosos y con el deseo de permanecer autónomos al poder visigodo, el rey dirigió su ejército a Córdoba, cuyos seguidores vencieron, pereciendo el hijo del rey y perdiendo el tesoro real. Sin medios, Agila, se retiró a Mérida y los cordobeses no fueron dominados por los visigodos hasta el 572. Los contingentes visigodos en Hispania nunca pasaron de cien mil, residiendo en escaso número en la Península Ibérica antes del 507 d. C.

      El desastre de Córdoba minó las posibilidades de Agila y aumentó la de otros nobles visigodos. Uno de ellos, Atanagildo, se sublevó, pero no contó con el apoyo cordobés al ser un asunto interno visigodo. Como no tenía éxito en su rebelión, solicitó la ayuda del emperador bizantino Justiniano, que se encontraba en su época de mayor expansión territorial debido a las crisis dinásticas germanas y a los enfrentamientos con la población local que intentaban dominar. A cambio de la ayuda (522), ocuparon una franja costera como base de operaciones desde la que introducirse en Hispania. Los naturales de la zona tampoco se opusieron a esta dominación por las perspectivas económicas que ofrecía el rico mercado oriental2.

      Tras varias batallas, Justiniano arrebató a los visigodos un territorio que abarcaba Cartagena, Málaga y Córdoba. La provincia imperial de Spania quedó bajo el poder de Constantinopla por un período cercano a 70 años. Se desconoce si se controlaba desde el norte de África. Se ha descubierto durante el siglo XX algunas iglesias y monumentos bizantinos en la Península Ibérica y en las actuales Islas Baleares, de escasa importancia, y, según los historiadores bizantinos, expresión de una prolongación pobre de la política y el arte difundido en el África Septentrional. Durante este periodo el Mediterráneo occidental fue controlado por los romanos de Oriente con posesiones en zonas de la actual Túnez, Argelia, Sicilia, Cerdeña, Córcega y las citadas Baleares y Sudeste español. Fue un dominio efímero, sin suficientes tropas ni una intendencia adicional para controlar tan vastos territorios,  y porque estaban más pendientes de la presión persa en la parte oriental del imperio3.

      Cuando Atanagildo consiguió el poder tras la guerra con Agila, olvidó lo acordado y quiso expulsar a los bizantinos en varias ocasiones llegando al final a un tratado que no era muy favorable a los visigodos. La copia visigoda del tratado desapareció. Cincuenta años más tarde, en época del rey visigodo Recaredo, se intentó conocer el contenido de lo firmado utilizando la mediación del papa Gregorio Magno, pero le informó que la copia bizantina había perecido en un incendio y que las cláusulas eran desfavorables para los visigodos.

     Aunque Leovigildo (572-586) hizo grandes esfuerzos por consolidar y prestigiar el trono visigodo de Toledo, no consiguió expulsar a los bizantinos arrebatando únicamente algunas plazas, destacando la de Asidona (Medina Sidonia).

     Contra este rey se sublevó su hijo Hermenegildo en el 579 y solicitó la ayuda de los bizantinos, suevos y francos. Hermenegildo, que se convirtió de arriano en católico, no llegó a un acuerdo con su padre, que dirigió un ejército contra él en el 582. Aunque solicitó la ayuda bizantina, no la obtuvo porque el rey Leovigildo había conseguido su neutralidad con dinero. Hermenegildo buscó en la Spania bizantina refugio para su mujer e hijo. Poco después fue capturado tras la conquista de Córdoba (584).

      Aunque Recaredo fue el primer rey (586-601) visigodo católico tardó varios años en escribir al papa Gregorio Magno arguyendo ocupaciones propias de su reino pero ocultando que se sentía molesto por las buenas relaciones de San Gregorio con los bizantinos y contra los que estaba dirigiendo varias campañas en la época que Spania bizantina estaba al mando de Comenciolus, que se encargó de remozar las murallas de Cartagena como enviado del emperador Mauricio.

      A partir de Witerico se intensificó la ofensiva visigoda contra los bizantinos aprovechando los problemas que en la frontera oriental causaban los sasánidas durante la insurrección de Focas (601-610), lo que impedía enviar refuerzos al otro lado del mar. Tomó la ciudad de Segontia y capturó algunos soldados enemigos.

      Fue a partir de los reinados de Sisebuto y de Suintila cuando acabó el dominio bizantino en la Península Ibérica. El duque Suintila ayudó al rey Sisebuto en las campañas victoriosas contra los romanos orientales. Perdieron zonas rurales y alguna ciudad importante como Málaga. No supieron aprovechar los momentos de debilidad del imperio bizantino en su frontera oriental. Se cree que la paralización de las maniobras militares se produjeron por el carácter piadoso de Sisebuto que acordó un tratado de paz con el gobernador bizantino Cesáreo.

      Entre el 623-625, Suintila, sucesor de Sisebuto, consiguió la expulsión definitiva de los bizantinos cuando la provincia estaba abandonada a su suerte y defendida por pocos efectivos de alto rango, sufriendo la plaza de Cartagena una destrucción total.4

Imperio bizantino en época de Justiniano



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1CEBRIÁN, J. A.: La aventura de los godos. La esfera de los libros y Círculo de Lectores. Barcelona. 2002. Página 84

2SÁNCHEZ-MORENO, E. (coord): Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica, vol II. La Iberia prerromana y la Romanidad. Silex. Madrid. 2008. Epígrafe II, 7, 3, 4.

3VASILIEV, A. A.: Historia del Imperio Bizantino. Tomo I. Editorial Iberia y www.imperiobizantino.com. Madrid. 2003. Páginas 114-115.

4SAYAS ABENGOECHEA, J. J.: Historia Antigua de España II. De la Antigüedad Tardía al ocaso visigodo. Uned. Madrid.2001. Páginas 219-251.

 

Te vi con tu vestido azul

 

      Te vi con tu vestido azul

      Te vi con tu vestido azul, entre la gente, flotando, sutil y alegre, sin poder adivinar si tu sonrisa era espejo que reflejara deseo, si tus labios eran carnosos, o se asemejaban a una sensualidad rotunda, o, por el contrario, eran finos, sin apenas comisura, de pequeña abertura, de escasa expresividad inicial.


      Puede que tuvieras hoyueloen tus mejillas, alineados bajos tus ojos, en tu mirada alegre, vivaz y algo coqueta. Unos hoyuelos armónicos en tu rostro no conocido, en una composición perfecta, en un mundo ideal. Pensé, soñé, cómo sería el más pequeño de tus besos, cómo un instante pegado en mi cara o en mis labios, desde un saludo a un beso de Iscariote, o cómo un pequeño mordisco no esperado, no cierto, no previsto. Lo deseé, lo pensé. Lo soñé.



      Y tu nariz, ¿Cómo sería tu nariz? No por nada especial, sencillamente... no la veía. Se adivinaba como un pequeño y puntiagudo apéndice respingado, con sus fosas agitadas por la respiración entrecortada, al compás de tu pecho, bombeadas por tu corazón. El aire que respirabas se despedía, ¡Oh, como lo sentía!, en efluvios perfumados que conseguían traspasar cualquier barrera. Me miraste, parecía que me decías algo. Entreví una atención y una solicitud de acercamiento, lento, aventado, decantado por una atracción natural.  Recordé que había leído en Los cuadernos de don Rigoberto1 de Mario Vargas Llosa que una mujer, Estrella, tenía una gran obsesión con la nariz y las orejas, en este caso como placer erótico o culinario, pero como una forma más de comunicación, de lenguaje, de sociabilidad. Como una particular finalización de cualquier relación humana.


      Me fui acercando lentamente, nervioso, desesperadamente e impacientemente curioso, adivinando qué podría haber bajo tu velo de mascarilla, pensando en el misterio de tus sentidos ocultos, sabiendo que ya no podía tocar las yemas de tus manos delicadas, adivinando cómo sería la cuarentena hasta que desnudáramos nuestras caras infelices, solamente guiado por nuestras miradas tristes en este mundo limitado, regulado y aminorado en nuestros acercamientos donde nuestra supervivencia ganaba a nuestros instintos que ya no eran naturales porque estaban subordinados a las convenciones morales que nos habíamos impuesto para no caer en la ponzoña del covid. Ponzoña que odiaba debido a que conseguía aflorar lo peor de mi mismo, y perder todo rastro de conducta cultural aprendida, domesticada.


      Tu mano delicada se acercó al pecho, cerca del corazón, mientras con la otra componías una grácil figura cerca de tu regazo. Me saludaste con el acompañamiento de una leve inclinación de cabeza. No hizo falta que comenzaras a hablar. Ya era feliz. La mascarilla, como un muro, había sido traspasada.

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1 VARGAS LLOSA, M.: Los cuadernos de don Rigoberto. Santillana. Madrid. 1997. 384 páginas.

Gerinaldo y la infanta al calor de la hoguera

    


  En las noches frías, junto a la hoguera, los más viejos del lugar relataban antiguas historias sobre olvidados romances que únicamente recordaban ellos y que alegraban jóvenes miradas y forjaban nuevos amores. Entre las llamas, el crepitar de sarmientos de vid y troncos de olivo, entre rizos de recuerdo y humo de pensamiento, contaban historias pasadas que trasmitían de unos a otros mientras las ascuas calentaban tasajos de carne que luego comían.

      Todos quedaban absortos con el enamoramiento de la infanta del paje del rey, de sus ardores y deseos, de cómo se insinuaba invitando al mozo a su jardín florido, a penetrar en su más bella flor, a la de fragancia más olorosa. El paje, el mejor servidor de su rey, no le creía, pensaba que era una chanza, una apuesta o simple burla, pero ella lo negó y afirmó el deseo de poseer el lindo cuerpo del servidor de su padre. El paje creyó a la dama y pidió lugar y momento donde yacer con tan bella flor.

      Cuando el señor rey duerma, contestó. A llegar la medianoche, presa de amor, ardía en prisas, brasas y apetitos. Más el paje llegó como el garañón a la yegua, deseando el momento, la vida y el amor. Ella se asusta un instante y él le calma con suaves y tiernas palabras. No es difícil presagiar lo que esa noche ocurrió pues las horas fueron minutos y los minutos segundos. Todo pasó en una noche, todo quedó recordado. El placer dominaba tanto a los amantes que durmieron más allá de lo debido. El rey se despierta, sobresaltado, pensando que algo de su reino ha perdido. Llama a su paje querido para que le traiga sus atalajes, sus más ricos vestidos. El paje no responde porque se encuentra consumido, transido y traspuesto de amor. Al no responder su paje, busca a su hija y la encuentra dormida, en el limbo del querer y acompañada del paje del rey preferido. En un arrebato inicial piensa matar a paje e hija, a los más queridos. A los dos cuidó de niños, uno para su más cercano servicio, otra como su hija querida. ¡No, no los puede matar! Son la razón de ser de su vida. Pero debe dejar una señal que marque el conocimiento del fin de la inocencia de su hija y la pérdida de confianza en su paje más querido. Saca su espada mortífera, que esta vez no mata pero avisa, y la deja entre medias de ambos amantes, antes de abandonar el lecho del fornicio. Cuando más tarde la dama despierta llena del amor conseguido, se estremece, coge frío al rozar la espada que su padre ha posado. Asustada despierta a su amante, y este, abrumado, quiere salir del palacio sin que el rey lo aprese o mate. La infanta le dice que, ya que ha entrado a su jardín, huyan con rosas y lirios y que los pesares que sufrieran, juntos los afrontarían. El rey encuentra a su paje más querido, al que había enseñado a estar a su servicio, en el que confiaba y que mal había servido. Le inquiere de dónde viene y él contesta de ver como ha florecido la rosa con más fragancia del jardín que su rostro ha trasfigurado por el amor conseguido. El rey enfurece con su servidor y el paje que todo le debe, arrepentido, ofrece su vida al rey, su señor, que siempre le había protegido. En estas disputas llega la infanta quien suplica al rey clemencia, por su amor, por su futuro marido, que no lo mate, que se lo dé por marido, y que, si lo mata, con ella deberá hacer lo mismo.


      Todos disfrutan sabiendo del final, conociendo que el amor triunfa, en ocasiones, frente al poder y que el poder, a veces, es clemente y querido.

      Cuentan algunos sabios que alguna vez han existido que es la historia del romance de Gerinaldo y la infanta1. Cuenta que algún sabio, que ha existido, que recuerda a los legendarios amores de Eginardo y Emma, consejero e hija de Carlomagno, rey de los francos.

      Cuentan los más viejos del lugar que, desaparecido el imperio romano de occidente y tras el declinar merovingio por las sucesivas herencias, el antiguo territorio de las Galias quedó dividido en cuatro grandes espacios: Austrasia, al Este, entre el Mosa y el Rin; Neustria, al Oeste, con gran presencia de latifundios entre el Escalda y el Loira, dominados por los francos; Aquitania, del Loira a los Pirineos; y Borgoña, en la zona central.

      Cuentan que las mujeres, mientras tomaban bebidas calientes junto a la hoguera, contaban que en cada territorio surgió la figura emergente del mayordomo de palacio como administrador de las posesiones reales, como cabeza de la nobleza local y encargados del más o menos rudimentario aparato administrativo. Y que, con el tiempo, controlaron un patrimonio agrario de grandes dimensiones donde ejercían de facto el poder e interpretaban las formas de relación entre rey y nobleza.

     Al calor de las llamas se contaba como uno de esos mayordomos, Pipino de Heristal, derrotó a sus contrincantes en Austrasia y Neustria, 687 d. C., intitulándose como príncipe de los francos. Como no tuvo herederos legítimos, le sucedió Carlos Martel, hijo bastardo, conocido por acudir en ayuda del duque Eudes para derrotar en Poitiers a los musulmanes que venían desde el sur, 723, lo que le reportó gran prestigio entre la cristiandad. A Carlos le sucedió su hijo Pipino el Breve, llamado así por su corta estatura.

      Pipino el Breve era un astuto político que, 751, cuando su política era contestada por algunos nobles favorables a la dinastía merovingia, dirigió una embajada al papa Zacarías con una pregunta ingenua pero muy intencionada: ¿Quién debería ser monarca, el que ejercía el poder de hecho, o el que lo ostentaba solo nominalmente? Zacarías, el Papa, respondió con más política que espiritualidad, o tal vez las dos cosas a la vez, que quien lo era de hecho tenía que serlo de derecho. Fue la puntilla para la dinastía merovongia y Pipino el Breve fue ungido con los santos oleos al estilo del Antiguo Testamento sellando de forma definitiva el pacto de los primeros carolingios con la Iglesia que se consideraba desde ese momento con poder de hacer y deshacer reyes, por 'la gracia de Dios'.

      La misma astucia tuvo el más destacado de los hijos de Pipino el Breve, Carlomagno, que era de gran envergadura, pasaba de 1'90 y poseía aspecto germánico. Se impuso a la viuda y a los hijos de su hermano Carloman, muerto en 771, que se refugiaron en la corte lombarda.

      Dentro de la expansión territorial del imperio carolingio no fue ajena la expansión musulmana que se produjo en tierras de España en el siglo VIII. Algunos señores de ascendencia hispana pero bajo la influencia mayor o menor del poder establecido en Córdoba quisieron obtener más independencia y pidieron ayuda al rey de los francos prometiendo que por su ayuda le entregarían Zaragoza y Barcelona. Carlomagno cruzó los Pirineos y llegó hasta Zaragoza donde su gobernador se arrepientió de lo prometido y no entregó la ciudad. Como todo imperio, otros asuntos le reclaman en otro territorio lejano y vuelve a través de Roncesvalles, 778, momento en que su retaguardia fue atacada por vascones2, pereciendo en la acción Roland, duque de Bretaña, asunto que inspiró la Chanson de Roland a finales del siglo XI, y el cantar de Roncesvalles3 (dizimelo don Oliueros, ¿do lo ire buscare?), en el siglo XIII, entre otras composiciones épicas y donde la recepción de romances a través de los tiempos y la memoria de los más viejos del lugar se produjo. Romances, cuentos y leyendas que entretuvieron las noches de los primeros fríos, y los primeros amores, junto a la lumbre y el calor de troncos y cepas de vides y olivos.



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1MENÉNDEZ PIDAL, R.: Flor nueva de romances viejos. Austral, Espasa Calpe. Madrid. 1978. Páginas 56-59.

2DONADO VARA, J. y ECHEVARRÍA ARSUAGA, A.: La Edad Media: siglos V-XII. Editorial universitaria Ramón Areces. Madrid. 2009. Páginas 130-139.

3ALVAR, M. : Épica Medieval. Orbis y editora Nacional. Barcelona. 1981. Edición y selección de Manuel Alvar. Páginas 13-17.

 

Rafael Alberti en Guadarrama

Fuente: Biblioteca Nueva,  1968

   

 

     Cuenta Robert Marrast, hispanista estudioso de Rafael Alberti, que el portuense comenzó a escribir poesía en marzo de 1920, tras la muerte de su padre, en un momento donde lo fúnebre y lo romántico le influían a la vez. 

     La poesía de León Felipe también es elegida por el enfermo, a quien había escuchado en el Ateneo. 

     Alberti había nacido en 1902:


'tu cuerpo/ 

largo y abultado/ 

como las estatuas del Renacimiento/

 y unas flores mustias/ 

de blancor enfermo'1


      Inicialmente, por invitación de su hermano Vicente, colaborará en el negocio familiar de representación comercial de la bodega Osborne. Una noche, mientras disfrutaba con una amiga de una carrera de caballos, tiene un esputo de sangre que un especialista de pulmón diagnosticó como “Adenopatía hiliar con infiltración en el lóbulo superior del pulmón derecho”, enfermedad a la que dedica unos poemas radiográficos en honor de su pecho vencido. 

     Hay quien dice que fue su pasión desmedida por pintar al raso quien le produjo esta enfermedad pulmonar. Sea pasión femenina o pictórica, se vio abocado al reposo.

      En esos meses de pausa obligada, fraguó su vocación poética junto al afán lector de clásicos y contemporáneos, junto al conocimiento de revistas de vanguardia. Sin pausa, sin prisa.

     De mayo a octubre de 1921 comienza a residir en San Rafael de Guadarrama, acompañando primero a su padre y, luego, como terapia curativa individual. Entre esas cumbres va abandonando la vocación pictórica por la poética. 

    Durante los veranos de 1922 a 1924 reside en San Rafael, mientras perfecciona su poesía, y los poemas de esos veranos alumbran el libro que iba a llamar Mar y tierra, pero que una vez publicado se llamará Marinero en Tierra2, premio nacional de Literatura 1924-25.

      Su vocación poética se forjó durante veranos en el interior, en las montañas de la Sierra de Guadarrama, lejos del mar. Curado de su enfermedad, salió más reflexivo y, tal vez, más melancólico y sosegado. Basaba sus raíces poéticas en recuerdos religiosos con los de El Puerto de Santa María de su niñez. Los poemas de 1920-21 se encuadraban en la corriente ultraísta que, poco a poco, abandona para ir incorporando la huella del neopopularismo que se extendía por los jóvenes poetas del círculo madrileño, que, como Federico García Lorca, publicó en 1928 Romancero Gitano:


'Antonio Torres Heredia/ 

Camborio de dura crin,/ 

moreno de verde luna/ 

voz de clavel varonil3'.


      Durante su estancia en San Rafael de Guadarrama había leído el Libro de Poemas de García Lorca, de los que le impresiona las composiciones de corte simple, popular y musicables. Leerá también al poeta del Siglo de Oro, Gil Vicente:


'La caza de amor/ 

es de altanería:/ 

trabajos de día, / 

de noche dolor.'4


      Poeta que le recomienda un nuevo amigo, Dámaso Alonso, junto al Cancionero musical del siglo XV y XVI de Barbieri5.

      Si se lee Marinero en tierra se aprecian esas apelaciones a la infancia


'Nadie sabe Geografía, /

 mejor que la hermana mía/ 

-La anguila azul del canal/

 enlaza las dos bahías6',


      o, a la vida marinera y la visión del mar, que no la inmersión en él:


'El mar. La mar./ 

El mar, ¡Sólo la mar!/.

 ¿por qué me trajiste, padre, a la ciudad?7',


      y la religión popular que impregna el poemario con tintes neopopularistas y presencia de las vanguardias de la época


'¡Contigo, Rafael Arcángel, /

 Patrón de los caminantes!/ 

Chinita blanca del río,/

 Se me ha perdido mi amante.8'


      Son poemas de falso optimismo, en los que el pesimismo late y se evoca como un tiempo perdido, nostálgico y desolado. 

     Con la enfermedad pierde la infancia, alcanzando la madurez. Y ese tono festivo o infantil de los poemas refleja el tiempo que no volverá.


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1ALBERTI, R.: Marinero en tierra, La amante, El alba del alhelí. Clásicos Castalia. Madrid. 1982. Apéndice 1º, página 263. Edición de Robert Marrast.

2ALBERTI, R.: Obra citada. Páginas 77-144.

3GONZÁLEZ, A. : El grupo poético de 1927. Taurus. Madrid. 1979. Página 216.

4MICÓ, J. M. y SILES, J. : Paraíso cerrado. Poesía en lengua española de los siglos XVI Y XVII. Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores. Barcelona. 2003. Página 29

5CASADO HERNÁNDEZ, M.: Oscuridad y exilio interior en la obra de Rafael Alberti. Tesis doctoral dirigida por Díez Fernández, J. I. Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Filología. 2015. Páginas 37-50.

6ALBERTI, R.: Obra citada. Página 109.

7ALBERTI, R.: Obra citada. Página 118.

8ALBERTI, R.: Obra citada. Página 121.

 

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