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Sobre la claridad y calidad literaria de Santa Teresa de Jesús_1

       

Santa Teresa de Jesús. Wikimedia.

      Fray Luis de León contó a la priora Ana de Jesús que no vio ni conoció a santa Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra. Ahora que era santa y celestial, decía, la veía siempre en sus hijas, las monjas, y en sus libros, que son muestra de su gran virtud. Eran los frutos que había dejado cuando se fue. Preparaba una edición de los libros de Santa Teresa de Jesús a mediados de septiembre de 1587.

     Fray Luis argumentaba que la virtud y la santidad de la madre Teresa podría hacerle dudar cuando la hubiera visto. Pero no estando y viendo sus frutos en forma de obras, monjas y libros, no tenía la más mínima duda de su certeza. Porque eran un ayuntamiento de milagros acumulados.

     Milagro era la perfección de su orden de mujeres y hombres, milagro la perfección de su enseñanza. Que ante los peligros que sufría la Iglesia, con su provecta edad, no envejecían su gracia. Por lo que ella representa la santidad de las primeras iglesias, idea que se transmitía a las monjas de su congregación, testimonio vivo de la perfección conseguida, testimonio vivo de su labor sacrificada.

     Para el maestro de la universidad salmantina, esos milagros llegaron a sus libros. Con la ayuda del Espíritu Santo, la santa fue con sus libros un ejemplo rarísimo, por excepcional.

     Excepcional y rarísimo por la altura de los temas que trató, por la delicadeza y claridad con que lo hace, por la pureza y facilidad de estilo. En su elegancia. Es el Espíritu Santo quien guía su mano, quien ilumina el cálamo de sus ideas. Es la llama que luce en la oscuridad y enciende el fuego con las palabras que calientan los corazones.

      Sus lectores allanan el camino de la virtud. Sus seguidores quedarían prendados del amor a Dios por medio de los escritos de Teresa de Jesús. Sus lectores mediante los libros que han sobrevivido quedaban encendidos en el amor a la fundadora desaparecida.

     Puso a Dios ante la mirada del alma, para su fácil hallazgo, dulce y amistoso. Sobrepasaba, así, las dificultades que se presentaban.


     Y en la publicación de estos libros andaba Fray Luis después de la muerte de santa Teresa. El Consejo Real le dio el cometido de verlos. Los libros que salían fueron cotejados con los originales para que fuesen fieles a la mano de la santa madre. Que no hubiese el más mínimo marchamo de duda de los escribientes por descuido o error.

     El editor salmantino contaba a la priora que en los libros de Teresa de Jesús aparecían revelaciones, y se trataban temas interiores, de gran profundidad, que ocurrían en la oración, que estaban apartados de lo ordinario. Habría quien diría que es dudoso. Habría quien diría que no debería salir a la luz. Que podría aparecer el diablo con disfraz figurado. Pero también, sin duda y con fe, podría ser el Espíritu Santo hablando a los suyos quien apareciese de distintas maneras.

     Fray Luis dijo a Ana de Jesús que el ángel que se acercó a Tobías le manifestó que el secreto del Rey bueno es esconderlo. Ahora bien, las obras de Dios era necesario manifestarlas por su santidad.

     Hubo un tiempo en que se dudó de la santa abulense. Con su muerte y la certeza de sus grandes obras, su fe y la incorruptibilidad de su cuerpo dieron razón al maestro Fray Luis para dar a conocer sus obras.

    Los textos no dan la referencia simple de lo que Dios comunicó a la madre Teresa. Añaden además las medidas que ella tomó para examinar estas revelaciones. Su juicio. Su apetencia o su rechazo, según las normas de la iglesia.

     Santa Teresa dijo que, Y lo que no se puede sufrir, Señor, es, no poder saber cierto si os amo, y si son acceptos mis deseos delante de vos. Fray Luis veía que las almas, en estos ejercicios, sentían a Dios presente para los efectos que en ellas entonces hace, que son deleitarlas y alumbrarlas. Y les daba avisos y gustos.

     Teresa de Cépeda y Ahumada escribió también poesía mística. Superada en esta faceta por san Juan de la Cruz, en el terreno historiográfico y literario es más importante su obra en prosa. Sus obras místicas de carácter didáctico como Camino de perfección o el Libro de las fundaciones le sitúan en ese lugar principal de las memorias o autobiografía mística. Hay otro libro, el Libro de su vida, que es más interesante para estudiosos de su obra. Importante porque muestra otro estilo. Con una capacidad adicional: Tanto al expresar anécdotas de la vida cotidiana de su infancia como el momento en que se producían los accesos místicos, la naturalidad y la sencillez eran la norma utilizada. Haciendo comprensible para todos cuanto contaba. El ejemplo nos lleva primero a su juventud:

     Era aficionada á libros de caballerías, y no tan mal tomaba este pasatiempo, como yo le tomé para mí; porque no perdia su labor, sino desenvolvíemonos para leer en ellos; y por ventura lo hacia para no pensar en grandes trabajos que tenia, y ocupar sus hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos. Desto le pesaba tanto á mi padre, que se había de tener aviso á que no lo viese. Yo comencé á quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta, que en ella vi , me comenzó á enfriar los deseos, y comenzar á faltar en lo demás; y parecíame no era malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque ascondida de mi padre.” (Afición juvenil a los libros de caballerías, de moda hasta la llegada de Don Quijote).

    Elegimos ahora un texto sobre las sensaciones y sentimientos de santa Teresa en un éxtasis místico:

    "Quiso el Señor, que viese aquí algunas veces esta visión: vía un ángel cabe mí hácia el lado izquierdo en forma corporal; lo que no suelo ver sino por maravilla. Aunque muchas veces, se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada, que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese ansí: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todosse abrasan. Deben ser los que llaman cherubines, que los nombres no me los dicen: mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles á otros, y de otros á otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al f in del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba á las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios, Era tan grande el dolor, que me hacia dar aquellos quejidos, y tan ecesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave, que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo á su bondad lo dé á gustar á quien pensare que miento.”  Cuenta santa Teresa que los días que ocurrían estos hechos andaba como embobada, sin desear ver o hablar, abrazada con su pena.

     No se va a entrar en el análisis de anécdotas y chascarrillos que han pasado a lo largo de los últimos siglos al acervo coloquial. Se hará la fotografía de dos o tres momentos en los que los intelectuales han tomado el recuerdo directo, o indirecto, de la santa de Ávila.

     Esta reseña concluirá con la cita qué hicieron Ignacio Sánchez Mejías y Federico García Lorca de la fundadora abulense.

       Ignacio Sánchez Mejías, cuando dio la conferencia “El pase de la muerte” en la Universidad de Columbia de Nueva York, cita a Santa Teresa por medio del marqués de San Juan de las Piedras Albas. Se le ocurrió hacer una huerta y pidió bueyes a un hacendado rico ante la pobreza de las monjas. El incrédulo terrateniente le puso la condición de dárselos si iba a recogerlos la santa. El engaño fue incluir toros bravos entre los bueyes. Fuese por inspiración divina o no, Teresa de Jesús reconoció al toro, lo unció y lo manejó como un cordero. La fundadora dio un pase de pecho al hacendado, en quien ve Sánchez Mejías la representación del demonio.

     García Lorca cita a Teresa de Cepeda y Ahumada en su “Teoría y juego del duende”. Recuerda que era flamenquísima y enduendada. Flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases, que los dio. No por presumir de guapa ante Fray Juan de la Miseria o por darle dos bofetadas al nuncio de Su Santidad, que lo hizo, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende la traspasa con un dardo; le quiere matar por haberle quitado su último secreto: el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo.

     Estos dos ejemplos tienen un profundo sentimiento literario junto a un arraigado componente espiritual. Para José Javier León, la Teresa de Lorca fue un amor total, en el que asoma lo carnal y lo vesánico. Como locura de amor. León da una pista adicional. Cuenta que María Luz Morales, la primera mujer directora de un periódico en España (La Vanguardia, 1936-37) informó que Lorca pensó escribir sobre Santa Teresa. Este deseo fue recogido por Gibson en su biografía sobre el granadino. Una obra de teatro sobre una Santa Teresa mística y humana. De todo esto esto no se ha encontrado nada, quedando como proyectos en la cabeza de Federico García Lorca. La noticia la recibió la periodista a finales de 1935 tras el estreno de Doña Rosita la soltera en Barcelona. 

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     Bibliografía consultada:

-              -Libro de la vida de Santa Teresa de Jesús, edición de Fray Luis de León. El texto de juventud está tomado del volumen I y el texto sobre el éxtasis místico del volumen II de la impresión de 1927 sobre la edición de Fray Luis de León de 1588.

-             -La construcción de la modernidad en la literatura española, de Ana Suárez Miramón. Editorial Universitaria Ramón Areces. Madrid. 2015. Páginas 190 y 214.

-               -La sangre derramada: Ecos de la tauromaquia de Sánchez Mejías en García Lorca. El pase de la muerte. Obra de José Javier León. Editada por Athenaica en Sevilla en 2020. En ella se ha repasado:  

            -Ignacio Sánchez Mejías: El pase de la muerte. Y...

            -Federico García Lorca: Teoría y juego del duende.

            (21-10-2023 en biblioteca Archivo Museo Sánchez Mejías).

            Teoría y juego del duende se ha repasado adicionalmente en Obras Completas de Federico García Lorca, versión Kindle.

          -De Federico a Silverio, con amor, de José Javier León. EUG. Granada. 2020. Páginas 105-124.

         - Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, de Ian Gibson. Volumen II. Ediciones Folio. Barcelona. 2003. Página 536.


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20-04-25 21:55 Actualizado 21-04-25 16:49


 

Sobre "Las Poesías" y los poemas


 

"Tú, si en cuerpo pequeño, 

eres,  pincel, competidor valiente 

de la Naturaleza"   (Al pincel, Quevedo)

   A mediados del Cinquecento se llamaba poesías a las pinturas que deleitaban los sentidos, lejos de interpretaciones con sentido simbólico o moral. Aunque hoy se ha limitado su significado a la belleza expresada con la palabra en verso o prosa, en el ambiente humanista del Renacimiento tenía un sentido más amplio.  

     Cuando Tiziano pintó seis cuadros para Felipe II denominados poesías no pretendía acotar su obra al arte de la pintura. Quería que su trabajo fuera semejante al del poeta al interpretar libremente las fábulas mitológicas de los clásicos.

     Vasari, al escribir sobre Giorgione y su educación humanística, ante la escasez de datos que se conocían, y conocen, del artista, relataba que tenía afición y gusto por la música como dato que podía indicar un conocimiento culto que explicara la profundidad de sus pinturas. Su discípulo Tiziano profundizó en ese conocimiento humanístico a través de la pintura con la capacidad de interpretar otras artes con el color y la naturalidad de sus pinceles.

     El de Cadore mantuvo correspondencia con un literato azote de los poderosos, Pietro Aretino, sirviendo sus armas, literatura y pintura, para promocionarse mutuamente. Aretino le escribió en mayo de 1544 una carta a Tiziano en la que describía un atardecer en su casa cercana a Rialto, en Venecia, cuando el sol se torna tibio y su luz le evocaba la pintura del pintor. Terminaba la carta diciendo:

      “¡Oh, Tiziano! ¿Dónde estáis ahora?”. A fe mía que, si vos hubierais retratado lo que yo os cuento, habríais provocado en los hombres el asombro que me confundió a mí.

     Tiziano gozó de tal fama en vida que influyó definitivamente en la pintura europea. En la española, primero, tímidamente, ante el dominio toscano romano de los Carducho y compañía, influenciados desde Italia por Zuccari. Pero, más tarde, con Navarrete el Mudo y la llegada del cretense a Toledo, tras su paso por Venecia y Roma, se fue abriendo un camino en el trabajaron las embajadas diplomáticas de Rubens y la lectura velazqueña de todos ellos.

     La literatura no fue ajena a la invasión del color en la pintura española. La razón residía en la predilección de los reyes de la dinastía austriaca por Tiziano y sus continuadores, que contribuyó a la distribución de copias y estampas entre la población y las hizo populares. Es conocida la afición de Felipe IV por la pintura y el teatro. Y es famoso un entremés del actor más famoso de aquellos tiempos, Cosme Pérez y su heterónimo artístico Juan Rana, donde salía a escena sujetando un marco, mientras simulaba ser una pintura.

     Hubo composiciones poéticas barrocas que nos indican el prestigio de la pintura como una de las bellas artes:

     Pedro Espinosa pide mediante un soneto a Antonio Mohedano que pinte a su novia:

Pues son vuestros pinceles, Mohedano,

ministro del más vivo entendimiento,

almas que le dan vida al pensamiento

y lenguas con que habla vuestra mano

 

     Góngora hizo un soneto en recuerdo de El Greco:

Esta en forma elegante, oh peregrino,

De pórfido luciente dura llave

El pincel niega al mundo más süave,

Que dio espí­ritu a leño, vida a lino.

     Lope de Vega manifestaba admiración por Juan Bautista Maíno y Rubens:

     Dos cosas despertaron mis antojos,

extrajeras, no al alma, a los sentidos;

Marino, gran pintor de los oí­dos,

y Rubens, gran poeta de los ojos.

     Sin duda, Quevedo expresó de manera más definitiva el amor al arte de la pintura con la silva “Al Pincel”:

     Tuya es la gala, el precio y la belleza;

tú enmiendas de la muerte

la invidia, y restituyes ingenioso

cuanto borra cruel. Eres tan fuerte,

eres tan poderoso,

que en desprecio del Tiempo y de sus leyes,

y de la antigüedad ciega y escura,

del seno de la edad más apartada

restituyes los prí­ncipes y reyes,

la ilustre majestad y la hermosura

que huyó de la memoria sepultada…

     …Los Césares se fueron

a no volver; los reyes y monarcas

el postrer paso irrevocable dieron;

y, siendo ya desprecio de las Parcas,

en manos de Protógenes y Apeles…

     Evoca como le salva la pintura, junto a la lectura y la escritura, en sus tiempos de destierro. Recuerda que Apeles fue el pintor preferido de Alejandro Magno. Y Protógenes fue coetáneo a ambos. Continúa:

     …Ya se vio muchas veces,

¡oh pincel poderoso! en docta mano

mentir almas los lienzos de Ticiano...

     Tiziano había fallecido en 1576 con la consideración de uno de los grandes pintores del Renacimiento, era el pintor preferido del César Carlos que pasa el nuevo Rubicón en el cuadro de la batalla de Mühlberg, y asimilaba su relación con Tiziano con la de Apeles y Alejandro.

     Contigo Urbino y Ángel tales fueron,

que hasta sus pensamientos engendraron,

pues, cuando los pintaron,

vida y alma les dieron.

Y el famoso español que no hablaba,

por dar su voz al lienzo que pintaba…

 

     De Urbino era Rafael, y el Ángel era Miguel Ángel Buonarroti. El famoso español que no hablaba un español que había pasado por Italia, Juan Fernández de Navarrete el Mudo, de quien decían que pintaba las personas con tal realismo que parecía que estaban hablando.

     Emulando a los poetas del Siglo de Oro, que tanto admiraban, uno de los poetas que quiso ser pintor, Rafael Alberti, escribió poesías a la pintura. Ya era la Edad de Plata.

     Decía Castiglione que ser Apeles significaba emplear en todas las cosas un cierto descuido que oculte el arte y haga que aquello que se hace y se dice parezca realizarse sin esfuerzo y casi sin pensar. Este digno descuido o sprezzatura se evidenciaba en la pintura del más grande de los artistas, Tiziano.

     Contaba Pepín Bello algo parecido de la facilidad para la poesía de Rafael Alberti con respecto a Federico García Lorca que elaboraba sus poesías con mayor tiempo de elaboración, independientemente de la calidad conseguida, que eso es otro asunto.

     Alberti rimaba con facilidad poemas propios y de encargo. Bello Lasierra le pidió un poema para su novia Araceli Durán y Alberti le regaló el poema Araceli, contenido en Cal y Canto, que empieza así:

     No sé si de arcángel triste ya nevados

Los copos sobre ti, de sus dos velas.

Si de serios jazmines, por estelas

De ojos dulces, celestes, resbalados…

     En el Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías está expuesto el original de Joselito en su gloria, poema pedido, y obligado a rimar durante el encierro que Ignacio Sánchez Mejías sometió a su amigo el poeta. Como la necesidad obligaba, el poema que apareció en El alba del alhelí decía en su inicio:

     Llora, Giraldilla mora,

Lágrimas en tu pañuelo.

Mira cómo sube al cielo

La gracia toreadora…  

     Alberti escribió sobre el color o sobre Goya; sobre sus inicios adolescentes en la pintura, cuando llega a Madrid desde El Puerto de Santa María. Sobre el asombro por los colores claros, la vida que tienen las pinturas, la piel de Venus, Tiziano, Tintoretto, Veronés y Rubens. La hermosura mitológica y los colores venecianos.

     El disfrute posterior ante Fra Angelico, Rafael y Mantegna.

     Y con Murillo, El Greco y Zurbarán. Hasta llegar a la cumbre de Velázquez y Goya.

     Son las sensaciones que le produjo la visita juvenil al Museo del Prado. Sensaciones que casi todos los que visitamos por primera vez durante la adolescencia la pinacoteca entenderemos y que, a continuación, reproducimos:



“¡El Museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía




pinares en los ojos y alta mar todavía




con un dolor de playas de amor en un costado,




cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado.





¡Oh asombro! ¡Quién pensara que los viejos pintores




pintaron la Pintura con tan claros colores;




que de la vida hicieron una ventana abierta,




no una petrificada naturaleza muerta,




y que Venus fue nácar y jazmín trasparente,




no umbría, como yo creyera ingenuamente!




Perdida de los pinos y de la mar, mi mano




tropezaba los pinos y la mar de Tiziano,




claridades corpóreas jamás imaginadas,




por el pincel del viento desnudas y pintadas.




¿Por qué a mi adolescencia las antiguas figuras




le movieron el sueño misteriosas y oscuras?




Yo no sabía entonces que la vida tuviera




Tintoretto (verano), Veronés (primavera),




ni que las rubias Gracias de pecho enamorado




corrieran por las salas del Museo del Prado.




Las sirenas de Rubens, sus ninfas aldeanas




no eran las ruborosas deidades gaditanas




que por mis mares niños e infantiles florestas




nadaban virginales o bailaban honestas.





Mis recatados ojos agrestes y marinos




se hundieron en los blancos cuerpos grecolatinos.




Y me bañé de Adonis y Venus juntamente




y del líquido rostro de Narciso en la fuente.




Y -¡oh relámpago súbito!- sentí en la sangre mía




arder los litorales de la mitología,




abriéndome en los dioses que alumbró la Pintura




la Belleza su rosa, su clavel la Hermosura.





¡Oh celestial gorjeo! De rodillas, cautivo




del oro más piadoso y añil más pensativo,




caminé las estancias, los alados vergeles




del ángel que a Fra Angélico cortaba los pinceles.




Y comprendí que el alma de la forma era el sueño




de Mantegna, y la gracia, Rafael, y el diseño,




y oí desde tan métricas, armoniosas ventanas




mis andaluzas fuentes de aguas italianas.





Transido de aquel alba, de aquellas claridades,




triste «golfo de sombra», violentas oquedades




rasgadas por un óseo fulgor de calavera,




me ataron a los ímprobos tormentos de Ribera.




La miseria, el desgarro, la preñez, la fatiga,




el tracoma harapiento de la España mendiga,




el pincel como escoba, la luz como cuchillo




me azucaró la grácil abeja de Murillo.




De su célica, rústica, hacendosa, cromada




paleta golondrina María Inmaculada,




penetré al castigado fantasmal verdiseco




de la muerte y la vida subterránea del Greco.




Dejaba lo espantoso español más sombrío




por mis ojos la idea lancinante de un río




que clavara nocturno su espada corredora




contra el pecho elevado, naciente de la aurora.




Las cortinas del alba, los pliegues del celaje




colgaban sus clarísimos duros blancos al traje




del llanamente monje que Zurbarán humana




con el mismo fervor que el pan y la manzana.




¡Oh justo azul, oh nieve severa en lejanía,




trasparentada lumbre, de tan ardiente, fría!




La mano se hace brisa, aura sujeta el lino,




céfiro los colores y el pincel aire fino;




aura, céfiro, brisa, aire, y toda la sala




de Velázquez, pintura pintada por un ala.




¡Oh asombro! ¡Quién creyera que hasta los españoles




pintaron en la sombra tan claros arreboles;




que de su más siniestra charca luciferina




Goya sacara a chorros la luz más cristalina!





Mis oscuros demonios, mi color del infierno




me los llevó el diablo ratoneril y tierno




del Bosco, con su químico fogón de tentaciones




de aladas lavativas y airados escobones.




Por los senderos corren refranes campesinos.




Patinir azulea su albor sobre los pinos.




Y mientras que la muerte guadaña a la jineta,




Brueghel rige en las nubes su funeral trompeta.





El aroma a barnices, a madera encerada,




a ramo de resina fresca recién llorada;




el candor cotidiano de tender los colores




y copiar la paleta de los viejos pintores;




la ilusión de soñarme siquiera un olvidado




Alberti en los rincones del Museo del Prado;




la sorprendente, agónica, desvelada alegría




de buscar la Pintura y hallar la Poesía,




con la pena enterrada de enterrar el dolor




de nacer un poeta por morirse un pintor,




hoy distantes me llevan, y en verso remordido,




a decirte, ¡oh Pintura!, mi amor interrumpido.” 

 

    



    

 

 

 

La Ley de Patrimonio Histórico-Artístico de 1933

        Cristo de la agonía, de Juan Sánchez Barba, por Ricardo Orueta para Residencia . Enero-abril 1926. Residencia de Estudiantes.      U...