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Sobre la claridad y calidad literaria de Santa Teresa de Jesús_1

       

Santa Teresa de Jesús. Wikimedia.

      Fray Luis de León contó a la priora Ana de Jesús que no vio ni conoció a santa Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra. Ahora que era santa y celestial, decía, la veía siempre en sus hijas, las monjas, y en sus libros, que son muestra de su gran virtud. Eran los frutos que había dejado cuando se fue. Preparaba una edición de los libros de Santa Teresa de Jesús a mediados de septiembre de 1587.

     Fray Luis argumentaba que la virtud y la santidad de la madre Teresa podría hacerle dudar cuando la hubiera visto. Pero no estando y viendo sus frutos en forma de obras, monjas y libros, no tenía la más mínima duda de su certeza. Porque eran un ayuntamiento de milagros acumulados.

     Milagro era la perfección de su orden de mujeres y hombres, milagro la perfección de su enseñanza. Que ante los peligros que sufría la Iglesia, con su provecta edad, no envejecían su gracia. Por lo que ella representa la santidad de las primeras iglesias, idea que se transmitía a las monjas de su congregación, testimonio vivo de la perfección conseguida, testimonio vivo de su labor sacrificada.

     Para el maestro de la universidad salmantina, esos milagros llegaron a sus libros. Con la ayuda del Espíritu Santo, la santa fue con sus libros un ejemplo rarísimo, por excepcional.

     Excepcional y rarísimo por la altura de los temas que trató, por la delicadeza y claridad con que lo hace, por la pureza y facilidad de estilo. En su elegancia. Es el Espíritu Santo quien guía su mano, quien ilumina el cálamo de sus ideas. Es la llama que luce en la oscuridad y enciende el fuego con las palabras que calientan los corazones.

      Sus lectores allanan el camino de la virtud. Sus seguidores quedarían prendados del amor a Dios por medio de los escritos de Teresa de Jesús. Sus lectores mediante los libros que han sobrevivido quedaban encendidos en el amor a la fundadora desaparecida.

     Puso a Dios ante la mirada del alma, para su fácil hallazgo, dulce y amistoso. Sobrepasaba, así, las dificultades que se presentaban.


     Y en la publicación de estos libros andaba Fray Luis después de la muerte de santa Teresa. El Consejo Real le dio el cometido de verlos. Los libros que salían fueron cotejados con los originales para que fuesen fieles a la mano de la santa madre. Que no hubiese el más mínimo marchamo de duda de los escribientes por descuido o error.

     El editor salmantino contaba a la priora que en los libros de Teresa de Jesús aparecían revelaciones, y se trataban temas interiores, de gran profundidad, que ocurrían en la oración, que estaban apartados de lo ordinario. Habría quien diría que es dudoso. Habría quien diría que no debería salir a la luz. Que podría aparecer el diablo con disfraz figurado. Pero también, sin duda y con fe, podría ser el Espíritu Santo hablando a los suyos quien apareciese de distintas maneras.

     Fray Luis dijo a Ana de Jesús que el ángel que se acercó a Tobías le manifestó que el secreto del Rey bueno es esconderlo. Ahora bien, las obras de Dios era necesario manifestarlas por su santidad.

     Hubo un tiempo en que se dudó de la santa abulense. Con su muerte y la certeza de sus grandes obras, su fe y la incorruptibilidad de su cuerpo dieron razón al maestro Fray Luis para dar a conocer sus obras.

    Los textos no dan la referencia simple de lo que Dios comunicó a la madre Teresa. Añaden además las medidas que ella tomó para examinar estas revelaciones. Su juicio. Su apetencia o su rechazo, según las normas de la iglesia.

     Santa Teresa dijo que, Y lo que no se puede sufrir, Señor, es, no poder saber cierto si os amo, y si son acceptos mis deseos delante de vos. Fray Luis veía que las almas, en estos ejercicios, sentían a Dios presente para los efectos que en ellas entonces hace, que son deleitarlas y alumbrarlas. Y les daba avisos y gustos.

     Teresa de Cépeda y Ahumada escribió también poesía mística. Superada en esta faceta por san Juan de la Cruz, en el terreno historiográfico y literario es más importante su obra en prosa. Sus obras místicas de carácter didáctico como Camino de perfección o el Libro de las fundaciones le sitúan en ese lugar principal de las memorias o autobiografía mística. Hay otro libro, el Libro de su vida, que es más interesante para estudiosos de su obra. Importante porque muestra otro estilo. Con una capacidad adicional: Tanto al expresar anécdotas de la vida cotidiana de su infancia como el momento en que se producían los accesos místicos, la naturalidad y la sencillez eran la norma utilizada. Haciendo comprensible para todos cuanto contaba. El ejemplo nos lleva primero a su juventud:

     Era aficionada á libros de caballerías, y no tan mal tomaba este pasatiempo, como yo le tomé para mí; porque no perdia su labor, sino desenvolvíemonos para leer en ellos; y por ventura lo hacia para no pensar en grandes trabajos que tenia, y ocupar sus hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos. Desto le pesaba tanto á mi padre, que se había de tener aviso á que no lo viese. Yo comencé á quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta, que en ella vi , me comenzó á enfriar los deseos, y comenzar á faltar en lo demás; y parecíame no era malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque ascondida de mi padre.” (Afición juvenil a los libros de caballerías, de moda hasta la llegada de Don Quijote).

    Elegimos ahora un texto sobre las sensaciones y sentimientos de santa Teresa en un éxtasis místico:

    "Quiso el Señor, que viese aquí algunas veces esta visión: vía un ángel cabe mí hácia el lado izquierdo en forma corporal; lo que no suelo ver sino por maravilla. Aunque muchas veces, se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada, que dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese ansí: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todosse abrasan. Deben ser los que llaman cherubines, que los nombres no me los dicen: mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángeles á otros, y de otros á otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al f in del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba á las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios, Era tan grande el dolor, que me hacia dar aquellos quejidos, y tan ecesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave, que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo á su bondad lo dé á gustar á quien pensare que miento.”  Cuenta santa Teresa que los días que ocurrían estos hechos andaba como embobada, sin desear ver o hablar, abrazada con su pena.

     No se va a entrar en el análisis de anécdotas y chascarrillos que han pasado a lo largo de los últimos siglos al acervo coloquial. Se hará la fotografía de dos o tres momentos en los que los intelectuales han tomado el recuerdo directo, o indirecto, de la santa de Ávila.

     Esta reseña concluirá con la cita qué hicieron Ignacio Sánchez Mejías y Federico García Lorca de la fundadora abulense.

       Ignacio Sánchez Mejías, cuando dio la conferencia “El pase de la muerte” en la Universidad de Columbia de Nueva York, cita a Santa Teresa por medio del marqués de San Juan de las Piedras Albas. Se le ocurrió hacer una huerta y pidió bueyes a un hacendado rico ante la pobreza de las monjas. El incrédulo terrateniente le puso la condición de dárselos si iba a recogerlos la santa. El engaño fue incluir toros bravos entre los bueyes. Fuese por inspiración divina o no, Teresa de Jesús reconoció al toro, lo unció y lo manejó como un cordero. La fundadora dio un pase de pecho al hacendado, en quien ve Sánchez Mejías la representación del demonio.

     García Lorca cita a Teresa de Cepeda y Ahumada en su “Teoría y juego del duende”. Recuerda que era flamenquísima y enduendada. Flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases, que los dio. No por presumir de guapa ante Fray Juan de la Miseria o por darle dos bofetadas al nuncio de Su Santidad, que lo hizo, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende la traspasa con un dardo; le quiere matar por haberle quitado su último secreto: el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo.

     Estos dos ejemplos tienen un profundo sentimiento literario junto a un arraigado componente espiritual. Para José Javier León, la Teresa de Lorca fue un amor total, en el que asoma lo carnal y lo vesánico. Como locura de amor. León da una pista adicional. Cuenta que María Luz Morales, la primera mujer directora de un periódico en España (La Vanguardia, 1936-37) informó que Lorca pensó escribir sobre Santa Teresa. Este deseo fue recogido por Gibson en su biografía sobre el granadino. Una obra de teatro sobre una Santa Teresa mística y humana. De todo esto esto no se ha encontrado nada, quedando como proyectos en la cabeza de Federico García Lorca. La noticia la recibió la periodista a finales de 1935 tras el estreno de Doña Rosita la soltera en Barcelona. 

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     Bibliografía consultada:

-              -Libro de la vida de Santa Teresa de Jesús, edición de Fray Luis de León. El texto de juventud está tomado del volumen I y el texto sobre el éxtasis místico del volumen II de la impresión de 1927 sobre la edición de Fray Luis de León de 1588.

-             -La construcción de la modernidad en la literatura española, de Ana Suárez Miramón. Editorial Universitaria Ramón Areces. Madrid. 2015. Páginas 190 y 214.

-               -La sangre derramada: Ecos de la tauromaquia de Sánchez Mejías en García Lorca. El pase de la muerte. Obra de José Javier León. Editada por Athenaica en Sevilla en 2020. En ella se ha repasado:  

            -Ignacio Sánchez Mejías: El pase de la muerte. Y...

            -Federico García Lorca: Teoría y juego del duende.

            (21-10-2023 en biblioteca Archivo Museo Sánchez Mejías).

            Teoría y juego del duende se ha repasado adicionalmente en Obras Completas de Federico García Lorca, versión Kindle.

          -De Federico a Silverio, con amor, de José Javier León. EUG. Granada. 2020. Páginas 105-124.

         - Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, de Ian Gibson. Volumen II. Ediciones Folio. Barcelona. 2003. Página 536.


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20-04-25 21:55 Actualizado 21-04-25 16:49


 

Venus y el liróforo Rubén Darío

 

    

Venus ante el espejo. Tiziano. Wikipedia.

      El nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) fue poeta, periodista y diplomático. Está considerado uno de los padres de la poesía española contemporánea por la creación del Modernismo hispánico, influido por la poesía francesa, sobre todo el parnasianismo y el simbolismo. En su segundo viaje a España, 1898, concitó la adhesión de jóvenes poetas que buscaban renovar una poesía poseída de un realismo prosaico. Su estética de brillante ornamentación, sugestivo orientalismo, variedad métrica y reivindicación de lo hispánico fue muy apreciada por sus seguidores, que consolidaron Azul (1888) y Prosas Profanas y otros poemas (1896), destacando Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado, Valle-Inclán y Emilio Carrere. En las siguientes generaciones mantuvo su influencia al iniciar en la poesía a grandes poetas como Salinas, García Lorca o José Hierro.

     Juan Ramón Jiménez decía en 1952 que el modernismo fue una tendencia general que alcanzó todo, que venía de Alemania por un movimiento reformador de curas llamados modernistas. Para el poeta de Moguer, el modernismo era una actitud que se reencontraba con la belleza que había sido sepultada en el siglo XIX por el tono general de la poesía burguesa. Era un movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza.

     Como indicaba Juan Ramón, al modernismo lo definían la libertad y la originalidad. No había cánones fijos y sí un espíritu regenerador. Sus fuentes eran eclécticas: Hojas de hierba (1855) de Whitman como poema épico y cívico; el aire misterioso de El cuervo de Poe; la perfección formal y la serena objetividad del Parnasianismo francés; la interpretación del mundo del Simbolismo; el ataque a la ética burguesa, o la evasión de la realidad circundante.

     Sus límites cronológicos no son claros. Hay quien lo sitúa entre la publicación de Azul, 1888, y la muerte de Darío, 1916. Juan Ramón habla de un siglo modernista. Otros, dicen que la primera mitad del siglo XX fue modernista. En un primer momento, se llegó a hablar de la antinomia existente entre el modernismo y la generación del 98, pero desde un ensayo de Ferreres, 1974, se entendió que, aunque cada escritor seguía un derrotero estilístico distinto, todos ellos se preocupaban de la hondura, fantasía, decadentismo y musicalidad de su creación. Su esplendor, es cierto, se enmarca por las dos fechas citadas, 1888 y 1916, de Azul al giro intimista de Cantos de vida y esperanza.

     La estética modernista se define por su cualidad individual, su sincretismo que conserva a veces lo tradicional, pero se abre a las corrientes universales, como bien señalaba Juan Valera en su carta prólogo de la segunda edición, 1890, de Azul de Darío. Busca, asimismo, formas literarias renovadas, ávidas de mundos nuevos, con novedosos medios, y se recrea en la imagen de poeta maldito y decadente.

    Los rasgos definitorios modernistas serían el esmero en la elaboración de la forma; la búsqueda de nuevos metros, o su renovación, que permiten al poeta mayor libertad creadora, y generalizadora del uso de sinestesias; el amor a la elegancia y guerra al prosaísmo de léxico y de intención; el exotismo en el paisaje, remarcado aún más con la revitalización del indigenismo en Hispanoamérica; y la recuperación de los mitos clásicos, que, en Rubén Darío serían Venus, el centauro y el cisne como signos de la belleza absoluta, la mezcla del hombre bestia con la sabiduría y la pureza del ave.

     Rubén Darío tuvo una existencia, 1867-19126, marcada entre su seguridad creadora y su inseguridad existencial. Inseguridad debida a la embriaguez sensual y alcohólica que le caracterizó. Sergio Ramírez[i] lo describe al final de su carrera en decadencia.

      La poesía fue su forma de expresión desde su juventud. Expresión de la que fue consciente, omnisciente, que envolvió de nutridas lecturas, que dignificaron la labor de poeta. Mentor de sus contemporáneos españoles, aceptando su lugar como maestro de la lira, en búsqueda de la belleza, como absoluto.

     El periodismo le sirvió de sustento alimenticio desde los catorce años. La colaboración en La Nación de Buenos Aires le ayudó a vivir más allá de sus avatares literarios y diplomáticos.

    Por el contrario, la inestabilidad de su existencia está marcada por la pronta muerte de su mujer, Rafaela Contreras, y sus tormentosas relaciones siguientes que le hicieron abandonar Nicaragua. Su vida bohemia se controló, en cierto modo, con la relación con la abulense Francisca Sánchez, en 1899. Su vida es reflejo de un hombre de varias patrias y constantes viajes entre los dos mundos atlánticos.

     De su obra vamos a destacar Azul, de 1888. Presenta dos partes claramente diferenciadas: Cuentos, en prosa; y El Año lírico, en verso, con otros poemas añadidos, destacando sus Sonetos y sus Medallones, de la segunda edición. Desde Valera, la crítica subraya su valor como prosista, la riqueza de sus ideas, el intento de crear una literatura cosmopolita, el ser un renovador, las formas afrancesadas, su elegancia versallesca, el gusto por los elementos irreales y fantásticos, y, del mismo modo, la predilección por el mundo oriental.

     En El Año lírico presenta cuatro formas o visiones poéticas, correspondientes a las estaciones del año, definidas por estados o grados amorosos. Inicia el tema amoroso, en su vertiente erótica, que será principal en Prosas profanas. En Azul comienza la renovación métrica, llegando a los alejandrinos o a su soneto en versos de diecisiete sílabas, Venus.[ii]

     En la década de 1960, Gerardo Diego escribió un artículo en Cuadernos Hispanoamericanos titulado Ritmo y espíritu en Rubén Darío[iii]. Cuenta su rezumante, su jugosa sensualidad. Y habla de sus contradicciones: sus pasiones eróticas, sensuales, los demonios azulencos del alcohol…, con su carácter libertador al aceptar la miseria y la derrota en la lucha cotidiana. Diego se deja llevar por la riqueza del lenguaje de Darío y utiliza azulenco, por azulado, y lo califica de liróforo, poeta.

     E incide en la singularidad del soneto Venus. Para su época, desconcertante. Muchos no admitían su armonía. Sus 17 versos, divididos en hemistiquios desiguales. La combinación silábica y acentual, además, la califica de rara. El último verso: “Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar”, salta por encima de los versos del centro y enlaza con los tres primeros, en especial el tercero: “En el oscuro cielo, Venus bella temblando lucía…”. Darío siente sumida a Venus, en la hondonada del abismo…, según Gerardo Diego. El soneto Venus es este:

“En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh, reina rubial! - díjele-, mi alma quiere dejar su crisálida

Y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.”

     El soneto aparecerá en la segunda edición de Azul. Pedro Salinas, en 1948, advierte de su naturaleza dual, lucha entre tendencias contrapuestas. La Venus del Amor tiene un triste mirar, un final trágico. Es un poema complejo, de naturaleza en cierta manera misteriosa, intuida desde el principio por la crítica, donde se mezclan la Venus-hetaira, que se remonta hasta el medievo; el tópico de la amada muerta, muy del romanticismo europeo; y el lugar común del abismo, también originado en el mundo romántico. 

      Es un metro moderno, precursor de la vanguardia, en lo que concierne a su simultaneidad entre las distintas visiones, entre la armonía y la disonancia[iv]


 

       



[i] RAMÍREZ, S.: Margarita, está linda la mar. 1998. Alfaguara. Madrid. ISBN:

    84-204-8381-8.

[ii] LLORENTE, A. y NEIRA, J. Doce escritores contemporáneos. 2021. UNED. Madrid. ISBN: 978-84-362-7194-2.

[iii] DIEGO, G.: Ritmo y espíritu en Rubén Darío, en Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 212-213. En Obras completas, tomo VII. 2000. Alfaguara. Madrid. Edición de José Luis Bernal. ISBN: 84-204-4214-3. ARCHIVO MUSEO SÁNCHEZ MEJÍAS. Reseña 20-02-2024.

[iv] COELLO, E.: Algo más sobre el soneto “Venus” de Rubén Darío, en Centroamericana 32.2, Revista semestral de la cátedra de la lengua y literatura hispanoamericanas. Università Cattolica del Sacro Cuore. 2022. Milano-Italia. ISSN: 2035-1496.

Las visiones de cine de Gerardo Diego

 

   

Cinematógrafo. Wikipedia

 
Habían nacido con el cine, había que respetarles. A ese grupo, esa generación porque amaba el nuevo arte, el cine[1]. Uno de ellos, Gerardo Diego, tituló Imagen una de sus primeras obras, hacia 1921-1922. En él incluía un breve titulado Cine:

El diluvio aletea
entre una algarabía de iniciales

Las aspas del molino
se escapan rodando por la tangente

 

     Este epigrama aparecía también en la revista Horizonte en su primer número de 1922. Hablaba sobre el movimiento del nuevo arte. Años después, Diego, escribió, rememorando los inicios del cinematógrafo, sobre el arte que surgió en su juventud en un artículo en ABC (6 de abril de 1966)[2]. La evolución del término en España corrió pareja a la rapidez de las imágenes que reproducía.

     Originalmente, el nombre fue cinematógrafo porque gracias a él se grababan o proyectaban las películas. Diego, acertadamente, calificó a este invento de maravilloso en su fase espectacular. Es decir, en sus inicios.

     Observaba la curiosidad que producían las apócopes que cortan las palabras en su final. Puede que por pereza. Tiene razón Diego. Pero se podía apostillar que otro factor que influiría sería la economía o pragmatismo del lenguaje. No solamente como dice que fuese su uso castizo o popular el que llevase a reducir cinematógrafo en cine.


      Recuerda que tuvo una fase intermedia en la que recibió la denominación de cinema. Palabra venida de Francia y que tuvo éxito temporal como recuerda en la denominación de algunas salas de proyección como Monumental Cinema o Real Cinema.

      Finalmente triunfó cine. Siguiendo la teoría de Diego en su origen popular, barriobajero y madrileño lo entronca por su sonoridad con lo cínico y el cinismo. Pero lo cínico en su origen griego clásico significaba perro. Recuérdese, y aquí se hace un inciso, a Diógenes el cínico y su lámpara buscando el hombre.

     No es esta definición de la que deriva el nuevo arte. Deriva de otra palabra griega que significa movimiento.

     Cinematógrafo se ha ido adaptando a las latitudes por donde se extendió del ancho mundo. Las salas que proyectaban películas recibían nombres diversos. Gerardo Diego relata que viajó a Buenos Aires, Argentina, en 1928 y sus anfitriones le llevaron en coche por las avenidas y calles porteñas. Al hablar de los nuevos negocios, uno de sus interlocutores citó el éxito que estaban teniendo los biógrafos. En cada esquina había uno. Diego relata con cierta ironía que creyó que por las esquinas ilustraban la vida de los próceres de un joven país. En realidad, ilustraban o contaban la vida de otras personas, pero de forma gráfica y proyectada, mediante el cine.

     Este viaje a Buenos Aires lo hizo acompañado en el vuelo por el equipo del Barcelona F. C. según cuenta en una carta que envía a José María de Cossío el 22 de noviembre de 1928. Asistió a los partidos de la gira de este equipo y pronunció conferencias en Buenos Aires, Montevideo y Tucumán. Conoció a Molinari, una especie de Altolaguirre criollo. Borges estuvo atento e interesante, pero lo califica de un poco infatuado (vanidoso). Asistió también a la boda de Norah Borges y Guillermo de Torre. El único contratiempo fue que cayó enfermo. También influyó que no obtuvo grandes réditos con las conferencias[3].

     Años más tarde, en otro artículo de ABC, 7 de enero de 1977[4], cuando el cine había pasado de las ferias a las salas y la sonoridad se había hecho presente, recordaba la adaptación de algunos músicos al cine, destacando la participación de Arthur Rubinstein y Yehudi Menuhin. Las películas sobre ellos sobrepasaban la actuación de artista invitado en argumento ajeno a su vida que habían desarrollado pianistas o violinistas durante largo tiempo en el cine. Citaba el caso de José Iturbi, pianista, que participó en varias comedias musicales como Levando anclas, 1945, con Gene Kelly y Frank Sinatra.


     En el caso de Rubinstein destacó sus cualidades como fotogénico actor, y no solamente como músico, con una vida rica en sucesos contados con una gracia especial que Diego había podido comprobar.

     Menuhin era distinto. Más concentrado en la música, más profundo en sus apreciaciones y pronunciamientos. Contaba el momento en que Yehudi Menuhin había conocido a Bela Bartok y habían trabado amistad razón por la que el artista húngaro le había dedicado un concierto de violín.

     Son artículos de cine, sí. Pero como la palabra griega nos dice es un motivo para el movimiento hacia otro tema. En un caso la evolución de la palabra en distintos lugares desde su origen; en otro, para mostrar su acendrado gusto musical, que, tras la literatura, sería una de sus pasiones culturales preferidas.


     El cine y su movimiento fue muy sensible a miembros del 27 como Diego. Gubern en Proyector de luna[5] le cita como uno de los primeros en hacer referencia al cine con la titulación de su libro Imagen con el epigrama cine y la titulación de la segunda parte como Imagen múltiple donde ve el diseño de sus composiciones tipográficas de forma casi caligramática. Desde el principio situó a Diego como crítico o entendido en diversas artes como el cine y el único creacionista que llegó a la generación del 27. Discusiones aparte sobre la afiliación de Larrea.

 



[1] Yo nací- ¡respetadme! - con el cine. ALBERTI, R.: Carta abierta. Cal y Canto. 1926-1927.

[2] DIEGO, G.: Gerardo Diego en ABC (1946-1986). Artículos y entrevistas. Edición de Rafael Inglada. Fundación Gerardo Diego. Centro de documentación de la Poesía del siglo XX. Bodega y Azotea 3. Santander. 2011. Página 336. Leído en Biblioteca de Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías (14-07-2023).

[3] DIEGO, G. y COSSÍO, J. M.: Epistolario. Nuevas claves de la generación del 27. Ediciones la Universidad. Fondo de Cultura Económica. Alcalá de Henares. 1996. Páginas 177-178.

[4] DIEGO, G.: Gerardo Diego en ABC (1946-1986). Artículos y entrevistas. Edición de Rafael Inglada. Fundación Gerardo Diego. Centro de documentación de la Poesía del siglo XX. Bodega y Azotea 3. Santander. 2011. Página 535. Leído en Biblioteca de Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías (14-07-2023).

[5] GUBERN, R.: Proyector de luna. La generación del 27 y el cine. Anagrama. Colección Argumentos. Barcelona.1999.

Bodas de sangre

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