Cultura y sociedad

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El arte de tejer la lana: Las Hilanderas

     

“Las Hilanderas o La Fábula de Aracne”. Velázquez. Museo del Prado

      Zeus bajó del Olimpo y decidió pasearse convertido en toro, mugiendo entre los novillos, en el camino de la más fresca hierba. Era un toro blanco, musculoso, de pequeños y deslumbrantes cuernos, atrayente y relajante. Lleno de paz y armonía. Se mezcló entre las reses de Agénor y atrajo la atención de Europa, su hija, razón última de la transformación y deseo del rey de los dioses.

     Europa admiró la belleza del toro blanco. Temerosa al principio, no pudo resistir la tentación de acercarse al noble toro. Poco a poco. Primero le ofreció flores para que las recogiese con su blanca boca. El toro, enamorado del sol y de la luna, empezó a besar las bellas manos de la pastora Europa. La res retozaba en la blanda y fresca hierba. Corría y se agitaba excitada hacia la suave arena. El toro se quedó quieto y le ofreció su noble pecho; agachó sus bellos cuernos para que le impusiera guirnaldas de entrelazadas flores.

     La tierna Europa se atreve a montarse en el lomo de la pacífica res. El toro no se lo piensa. Es Zeus y tiene a Europa en su grupa. Avanza hacia la arena, entra en las olas del mar cercano, moviendo sus falsas patas de toro. Europa, asustada, ve alejarse la tierra y se agarra a los cuernos para no hundirse en el agua. Comprende que ha sido raptada. Engañada.

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“El rapto de Europa”. Rubens. Museo del Prado


      Aracne había conseguido acreditarse en su trabajo sin tener una ascendencia o posición linajuda. Destacaba por el oficio y la clase conseguida en el arte de tejer la lana.

     Originaria de Lidia, era hija del tintorero Idmon de Colofón, especializado en los tintes de púrpura, el color de los altos dignatarios. La destreza en los tejidos de lana era tal que a su casa de Hipepas se trasladaban algunas Ninfas que trabajaban los viñedos del monte Timolo o aquellas que nadaban en las aguas del río Pactolo. 

     Sus vestidos y su modo de trabajo eran muy apreciados porque Atenea le había enseñado el oficio. Aracne había dado un paso más. Lo había convertido en un arte. Al manifestar Aracne que ella había convertido en arte el oficio que la diosa le había enseñado, Atenea le retó, aceptando que podía ser vencida por la alumna, en reconocimiento tácito del renombre que había alcanzado la tejedora fenicia.

     Atenea se disfrazó de anciana, con arrugas y bastón. Se acercó a Aracne y la reconvino para que aceptase la superioridad de la diosa, aunque ella fuera la mortal que mejor trataba la lana. Aracne respondió enfadada al consejo de la anciana y se quejó porque Atenea no había acudido al desafío.

     Atenea se quita el disfraz, Aracne enmudece de pronto, pero fiel a su palabra, se sobrepone y se enfrenta a la hija de Zeus. 

     Aracne tejió,  entre otras obras, a Europa cuando fue raptada por Zeus en forma de toro, a través del mar. Europa, el toro y el mar parecían verdaderos. 

     Atenea tuvo que reconocer su maestría, pero la envidia le corrompió y rompió las telas de Aracne. Le dolió porque todas hacían referencia a las debilidades de los dioses. Aracne se temió un último final ante su cólera. Recibió tres o cuatro golpes en la frente con la lanza del monte Citoro. 

    Se creía morir. En un último instante, la diosa se calmó o se apiadó y con una menor, pero terrible sentencia, quedó convertida en araña, madre de todas las tejedoras del mundo, que no respetaron a los dioses y que reclamaron el arte de sus manos.

     Estas dos escenas principales, el rapto de Europa y el desafío de la fábula de Aracne, se desarrollan en un taller de hilanderas en el cuadro de Velázquez La fábula de Aracne o Las Hilanderas (1655-60). Las hilanderas conversan, ajenas a las disputas de los dioses. Trabajan, preparan hilos, mueven la rueca. Maravilla ver la habilidad de Velázquez para captar el instante del movimiento de la rueca. 

     Son tres escenas. El rapto recoge una obra original de Tiziano, que ya no está en el Prado. Se exhibe, por suerte, una copia fabulosa de Rubens. Otra realidad. Atenea aparece revestida con su armadura antes de castigar a Aracne, por su soberbia o por su independencia.

     Cuando se tiene la suerte de acudir al Museo del Prado, al llegar a las salas de Velázquez, los visitantes se arremolinan cerca de Las Meninas. En ese caso, hay algunos de ellos que se dirigen a una de las salas contiguas en dirección a la salida de Murillo y pueden admirar este cuadro junto a Mercurio y Argos y un Marte maduro, con espléndido estudio anatómico. Todos de don Diego.


 

     Para saber más:

     —Metamorfosis de Ovidio. Introducción y notas de Antonio Ruiz de Elvira. Bruguera Clásicos. Barcelona. Reedición de 1984. Páginas 70-71 y 163-169. 

     —Museo del Prado. Las Hilanderas o La fábula de Aracne. Sala 015A. 

El furor, el distanciamiento y la rendición de Breda

      En la exposición "Reencuentro", el Museo del Prado ha situado en torno a la galería central una sala, la XII, donde ha reunido varias obras de Velázquez ocasionando un festín para los ojos tanto por su belleza como por la excepcionalidad de la muestra.
     “Las Meninas” están acompañadas por “Las Hilanderas, o la fábula de Aracne”, “Los borrachos, o el triunfo de Baco”, “La rendición de Breda a Don Ambrosio de Spínola, o las Lanzas”, junto a cinco retratos de bufones y personajes de la corte dispuestos a semejanza de un retablo. Las Meninas y Las Hilanderas no coincidían desde 1929.
      Las personas que hayan visitado en otras ocasiones el Museo del Prado recordaran en la entrada la escultura con armadura de Carlos V venciendo al furor protestante, obra de León y Pompeo Leoni. En esta ocasión y para deleite de sus seguidores, el Cesar Carlos se muestra sin armadura, algo que ya conocía Ramón Gómez de la Serna en 1921 porque le dedicó un artículo titulado “Yo desnudé a Carlos V”
       Se observa una separación relativa de “Adán” y “Eva” de Durero. Pienso con cierta ironía, si es debido a las medidas de distanciamiento por el Covid19 que nuestros primeros padres bíblicos estén situados a cada lado del paso de la sala XXIV a la XXV de la galería central. No hay ninguna noticia de prensa ni programa de corazón que haya avisado de problemas en el Paraíso tras más de 6.000 años de relación conocida desde el Génesis.
      También se han situado visualmente juntos, en parangón, los cuadros de Saturno devorando a sus hijos de Rubens y Goya para placer de historiadores, caníbales y filicidas.
      La exposición ha comenzado en los días en los que se conmemoraba la famosa batalla de Breda en 1625, obra copiada y reproducida en varias ocasiones. En el mismo Breda su museo municipal exponía una copia, y en el museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Museo de Bellas Artes de Córdoba1, por ejemplo, se pueden admirar otras.
      Volviendo al recuerdo de Breda y a lo que implica una buena administración, en 1625 los enormes costes que acarreaba el pago de las campañas militares de Don Ambrosio en Flandes y del duque de Feria en Milán colocaban a la Monarquía Hispánica en una difícil situación en la que la posible victoria no disminuía, más bien acrecentaba, los graves problemas económicos que había contraído España por los múltiples enemigos a los que se enfrentaba. La victoria de Spínola era esperada por los más beligerantes de la corte como la inercia necesaria para un ataque preventivo contra Francia.
      El rey de España no necesitaba mejorar su reputación porque era el soberano más poderoso del planeta. Olivares hizo ver a Felipe IV que era más famoso un príncipe por su buen gobierno que por las nuevas conquistas. Para convencer a los miembros del Consejo de Estado, Olivares argumentó la cuantía de los gastos que acarrearía un ataque a Francia, que ese sería el momento aprovechado por el resto de las potencias europeas para crear una liga contraria a los intereses españoles donde estarían aliados a los franceses las potencias protestantes del norte de Europa. Guerra que habría que sufragar y que solo para 1626 obligaría a un mínimo presupuesto de dieciséis millones de ducados. Teniendo en cuenta que la plata americana que llegaba en esa época ascendía a dos millones de ducados anuales, dejaría la corona con arcas hipotecadas desde el inicio del año. Manejaba Olivares las cifras que el Consejo de Hacienda le suministraba y las utilizaba para aplacar las ansias guerreras de algunos miembros del Consejo de Estado. El rey se dilató en la decisión con la solicitud de segundos pareceres en un intento de ganar tiempo, bajar la espuma de la victoria de Breda y seguir las advertencias de Olivares sobre el estado de las finanzas. Se llegó a comentar que tras la derrota holandesa en el sitio de Breda, los sitiados de Justino de Nassau tenían mejor aspecto que sus sitiadores españoles. Este estado hacía replantear las campañas en Flandes y reorientar la política exterior y militar hacia el mantenimiento de tácticas defensivas en el terreno y ofensivas en el mar para reducir los costes2.
      Sin aguar el vino de la victoria del Annus Mirabilis de 1625 y contando la situación real de las arcas de Felipe IV, el hecho de Breda pasó a la gloria del arte inmortalizado por Velázquez en el cuadro de La rendición de Breda a Ambrosio Spínola o Las Lanzas, obra que se instaló para causar asombro a sus visitantes en la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro3 4
La rendición de Breda, Velázquez. Fuente: Museo del Prado.
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2 ELLIOT, J. H.: El conde-duque de Olivares. Crítica. Barcelona. 2004. Página 271-274.

La Ley de Patrimonio Histórico-Artístico de 1933

        Cristo de la agonía, de Juan Sánchez Barba, por Ricardo Orueta para Residencia . Enero-abril 1926. Residencia de Estudiantes.      U...