En
la exposición "Reencuentro", el Museo del Prado ha situado en torno a
la galería central una sala, la XII, donde ha reunido varias obras
de Velázquez ocasionando un festín para los ojos tanto por su belleza como por la excepcionalidad de la muestra.
“Las
Meninas” están acompañadas por “Las Hilanderas, o la fábula de
Aracne”, “Los borrachos, o el triunfo de Baco”, “La rendición
de Breda a Don Ambrosio de Spínola, o las Lanzas”, junto a cinco
retratos de bufones y personajes de la corte dispuestos a semejanza
de un retablo. Las Meninas y Las Hilanderas no coincidían desde 1929.
Las
personas que hayan visitado en otras ocasiones el Museo del Prado recordaran
en la entrada la escultura con armadura de Carlos V venciendo al
furor protestante, obra de León y Pompeo Leoni. En esta ocasión y para deleite
de sus seguidores, el Cesar Carlos se muestra sin armadura, algo que ya
conocía Ramón Gómez de la Serna en 1921 porque le dedicó un
artículo titulado “Yo desnudé a Carlos V”
Se observa una separación relativa de “Adán” y “Eva” de
Durero. Pienso con cierta ironía, si es debido a las medidas de distanciamiento por el
Covid19 que nuestros primeros padres bíblicos estén situados a cada
lado del paso de la sala XXIV a la XXV de la galería central. No hay
ninguna noticia de prensa ni programa de corazón que haya
avisado de problemas en el Paraíso tras más de 6.000 años de
relación conocida desde el Génesis.
También
se han situado visualmente juntos, en parangón, los cuadros de Saturno devorando a sus hijos de Rubens y Goya para
placer de historiadores, caníbales y filicidas.
La
exposición ha comenzado en los días en los que se conmemoraba la
famosa batalla de Breda en 1625, obra copiada y
reproducida en varias ocasiones. En el mismo Breda su museo
municipal exponía una copia, y en el museo de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando y el Museo de Bellas Artes de Córdoba1,
por ejemplo, se pueden admirar otras.
Volviendo al recuerdo de Breda y a lo que implica una buena administración, en 1625 los enormes costes que acarreaba el pago de las campañas
militares de Don Ambrosio en Flandes y del duque de Feria en Milán colocaban a la Monarquía Hispánica en una difícil situación en la
que la posible victoria no disminuía, más bien acrecentaba, los graves problemas económicos
que había contraído España por los múltiples enemigos a los que
se enfrentaba. La victoria de Spínola era esperada por los más
beligerantes de la corte como la inercia necesaria para un ataque
preventivo contra Francia.
El
rey de España no necesitaba mejorar su reputación porque era el
soberano más poderoso del planeta. Olivares hizo ver a Felipe IV que
era más famoso un príncipe por su buen gobierno que por las nuevas
conquistas. Para convencer a los miembros del Consejo de Estado, Olivares argumentó la cuantía de los gastos que acarrearía un ataque a
Francia, que ese sería el momento aprovechado por el resto de las potencias
europeas para crear una liga contraria a los intereses españoles donde estarían aliados a los
franceses las potencias protestantes del norte de Europa. Guerra que
habría que sufragar y que solo para 1626 obligaría a un mínimo
presupuesto de dieciséis millones de ducados. Teniendo en
cuenta que la plata americana que llegaba en esa época ascendía a
dos millones de ducados anuales, dejaría la corona
con arcas hipotecadas desde el inicio del año. Manejaba Olivares las cifras que el Consejo de
Hacienda le suministraba y las utilizaba para aplacar las
ansias guerreras de algunos miembros del Consejo de Estado. El rey se
dilató en la decisión con la solicitud de segundos
pareceres en un intento de ganar tiempo, bajar la espuma de la
victoria de Breda y seguir las advertencias de Olivares sobre el
estado de las finanzas. Se llegó a comentar que tras la
derrota holandesa en el sitio de Breda, los sitiados de Justino de Nassau
tenían mejor aspecto que sus sitiadores españoles. Este estado hacía
replantear las campañas en Flandes y reorientar la política exterior y militar hacia el mantenimiento de tácticas defensivas en el terreno y ofensivas en el mar
para reducir los costes2.
Sin
aguar el vino de la victoria del Annus Mirabilis de 1625 y
contando la situación real de las arcas de Felipe IV, el hecho de
Breda pasó a la gloria del arte inmortalizado por Velázquez en el
cuadro de La rendición de Breda a Ambrosio Spínola o Las
Lanzas, obra que se instaló para causar asombro a sus visitantes en la
decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro3
4
La rendición de Breda, Velázquez. Fuente: Museo del Prado. |
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2 ELLIOT,
J. H.: El conde-duque de Olivares. Crítica. Barcelona. 2004.
Página 271-274.
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