Tracy Lord (Katharine Hepburm) se casa como quien se va de vacaciones al sitio de moda. Tras un fallido matrimonio con su amado/odiado C. K. Dexter Haven (Cary Grant) con el que se juró amor eterno, y que fue eterno mientras duró y, aun así, a ratos, decide comprometerse con un anodino y aburrido George Kittredge (John Howard) buscador de ascenso social como los buscadores de la eterna juventud, que es divino tesoro, pero que se va para no volver.
Aunque en el inicio de la película hay unas instantáneas de lo que hoy no sería aceptable por parte de Dexter, es presentado como el canalla simpático que resuelve las situaciones utilizando la más corta de las líneas entre dos puntos. La línea sinuosa.
De siempre, es sabido que una mancha de mora con otra mancha se quita, pero sigue quedando una mancha. Me explico, sigue enamorado hasta el tuétano de Tracy. Y para ello utiliza tácticas tan antiguas como meter un caballo de Troya en la celebración y consigue el efecto de unos fuegos artificiales que desarman el inicial statu quo, homeostasis o estabilidad que son tres palabras distintas para decir casi, o sin casi, lo mismo.
El
antiguo enamorado introduce dos periodistas en la casa de la novia.
Mike Connor (maravilloso y atolondrado James Stewart) y Liz Imbrie (Ruth Hussey, ideal liberal que espera el despertar de su atolondrado compañero) son los cronistas, pareja en
ciernes permanente y secundarios perfectos en la engrasada comedia romántica
que Georges Cukor dirigió en 1940.
Como en toda comedia romántica parece que no pasa nada, pero todo ocurre, los diálogos reseñan la moral de la clase burguesa americana que trata de ocultar sus deslices ante la opinión pública pero no puede prescindir de ella.
La protagonista no parece querer mucho, más bien nada, a este segundo novio, nada en comparación al recuerdo del primero, parece y no parece aguantar, porque es real, a su familia y a la forma de enfrentarse a los problemas, pero ella no consigue tampoco madurar y enfrentarse a la vida, ni a su anterior marido que le saca de sus casillas pero por el que sigue mostrando una atracción innegable que trata de superar probando en otra puerta o en otro sitio, pues ante todo es una mujer que se siente libre en ese proceso de maduración. El amor, la guerra de sexos, la superación de las conveniencias, de los intereses creados, de las artimañas para presionar a la familia para permanecer como invitados con el argumento de publicar los deslices del padre con una joven en la revista sensacionalista en la que trabajan los periodistas forma el armazón de la intriga. Todo con finura, con delicadeza, como el bisturí de un cirujano que salva la vida practicando una incisión en el cuerpo, una lesión sanadora. Magistral.
No es muy apropiado contar el final, aunque sea lo de menos, porque, además, la vuelven a emitir este martes 7 de julio en un canal de RTVE de España. Disfruten del verano en tiempos de pandemia. Y piensen en las pruebas de madurez que la vida nos presenta. Vean que nada es lo que parece, ni siempre es posible ganar, y que la muestra de madurez más grande en esta vida es asumir nuestra humanidad y, por tanto, nuestras limitaciones.
Los dos protagonistas habían trabajado juntos en otra fabulosa comedia dirigida por Howard Hawks, La fiera de mi niña (Briging up baby) en 1938. Cukor supo sacar provecho de la química actoral de los intérpretes.
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