Cena en casa de Leví. (Galería de la Academia de Venecia). Wikipedia
Según Antonio Urquizar, el decoro hacía referencia en origen a la correspondencia entre forma y contenido en la literatura, pero su sentido se extendió a otras disciplinas artísticas. Y, del mismo modo, a los sitios donde se ubicaran.
Tras el Concilio de Trento (1545-1563), el decoro adquirió una nota o definición moral que influía, especialmente, en la utilización de los desnudos dentro de cualquier tema y espacio. Lo que debía ser visto, las artes visuales, padeció este control.
Es conocido el caso de la presión judicial que ejerció la Inquisición veneciana sobre Paolo Caliari, más conocido como Veronese o Veronés (1528-1588). En 1573, según Matteo Mancini, hace entrega a la iglesia veneciana de Santi Giovanni e Paolo una Última Cena que para el inquisidor Schellino no era fiel al relato evangélico al que hacía referencia. Se quejaba de la presencia de soldados con vestimenta alemana por afección, tal vez, a los reformistas, de un bufón acompañado de un loro, que entonces se entendía como lujurioso, pero, sobre todo, era el hecho del reparto o corte del cordero por Pedro, cuando debía ser Jesús quien lo hiciera, lo que producía mayor rechazo. Se consideró comprensivo con las ideas de los reformistas.
Veronés argumentó utilizando la libertad del creador. Del artista. De la licencia que permitía su ejercicio. Como la de los poetas. O los locos. Que tenía espacio libre, que se le pedía incluir figuras y que las incluía según las inventaba. En el último cuarto del siglo XVI, un pintor reclamó su autonomía creativa. Fue condenado a rehacer la pintura y a sufragar los costes que ello acarreara.
Veronés fue astuto y convirtió el tema de la Última Cena en otro tema evangélico, en este caso el Evangelio de Lucas (Lucas, 14, 7-24). Cambió el nombre, Cena en casa de Leví. Era un asunto menos importante, podía mantener las figuras empleadas en la pintura, y formalmente cumplía, en apariencia, con lo obligado por la Inquisición. Es, también, considerado el momento de la conversión de Mateo.
Además, le permitía usar el relato evangélico, es posible, contra los jueces que le habían condenado. Hacía referencia a una invitación a la modestia, a la buena elección de los invitados, y a la parábola de la descortesía de alguno de ellos que haría que no disfrutaran de la cena cristiana.
-A todos los
ciudadanos de esta gran nación, en cuanto comience el día,
obedeceréis la orden gubernamental. Quien no se someta será
propuesto para sanción y posible pérdida de derechos.
De este modo
todos los barrios, todos los pueblos, todas las diputaciones, todas
las autonomías, y todo el gobierno obedecieron, con el nuevo día,
la orden gubernamental.
Hubo desde ese
momento personas que se dedicaron a denunciar a los que no se
prestaban a cumplir las normas, no a su sentido literal, sino a lo
que cada grupo entendía que debía cumplirse. Grupos que desde su
púlpito, ventana o balcón, solo por estar un poco más alto, se
sentían con autoridad para decir quien o cual no las cumplía.
Un grupo de
personas, muy afectas al dirigente más importante, el Grandioso
gobernante, le dijeron ante su magna presencia:
-¡Grandioso
gobernante! Se ha decretado que a partir de la primera hora del día
decidido se obedezca la máxima ley establecida y quien no lo haga
deberá ser castigado con toda la dureza de la ley del gobierno. Es
un hecho que hay un grupo de personas y sus seguidores que reclaman
todos sus derechos y no obedecen la ley establecida. Son aquellos
que representan al grupo de ciudadanos que tiene cierto poder y no
temen los decretos establecidos rebelándose contra los preceptos
ordenados.
El Grandioso
gobernante preguntó sobre la identidad de los cabecillas de los
desafectos. Los ciudadanos delatores dijeron desconocer su apariencia
pero sabían sus identidades digitales.
Identidades digitales que
respondían, a imagen o semejanza de los tres hebreos del libro de
Daniel, a los nombre de usuarios de cuentas de Sidrac, Misac y
Abdénago. El Grandioso gobernante que, en ningún momento, se
hubiera imaginado que alguien pudiera compararle con Nabucodonosor,
rey caldeo de Babilonia, montó en cólera divina y, en un arranque
furioso, ordenó al acusador general de la administración que
denunciara, detuviera y pusiera a buen recaudo a los cabecillas de la
respuesta a las órdenes legales establecidas desde la primera hora
del día establecido en el decreto.
Ante la inercia
del momento, los contrapesos del poder, ya de por si lentos,
caminaron más despacio, y no fueron capaces de oponerse a los
decretos decididos sobre el cumplimiento de la legalidad de lo
establecido. Tampoco fueron capaces de decidir si las normas del
decreto eran legales con lo cual todo quedaba en una indefinición
flagrante, sin llama, y sin resultados, que causaba más desafectos
al orden y seguidores a los rebeldes, que, aunque desconocidos,
gozaban de mucho éxito con sus avatares de usuario Sidrac, Misac y
Abdénago.
Por la
ubicación de sus dispositivos fueron localizados los cabecillas de
la rebelión y conducidos a la dirección de seguridad que se
encontraba en el viejo edificio del Alto Horno de Maderas Nobles.
Allí fueron confinados y encerrados en la sala de caldarios, en el
recinto de sauna, para ablandar poco a poco su voluntad, mediante
suaves y continuas saunas, hasta un máximo de setenta y dos horas.
A cada hora de sauna le sucedía una hora de intemperie, y así
sucesivamente, pero incrementando el tiempo de sauna y reduciendo el
instante de intemperie con lo que a las doce horas de reclusión
estaban más tiempo exprimiendo el sudor a través de los poros de su
piel y reduciendo la capacidad de resistencia y la defensa
de la identidad de sus seguidores.
Lloraban de placer y de dolor ante
las continuas saunas, y su voluntad se fue mutando como su percepción
de la realidad, distinta, y su resistencia se fortificó como un vino
generoso cuando elevaron cánticos espirituales al cielo que les
estaba vedado contemplar. Comenzaron con “Bella Ciao” y “Grandola
Vila Morena” para animar su conciencia, después su alma, y luego,
finalmente, su cuerpo. Enardecidos, entonaban las letras de los
partisanos italianos, y, a continuación, seguían con la canción
de José Afonso, con un imaginario clavel en la boca, rogando por una
tierra de fraternidad.
El repertorio
de reivindicación personal se fue ampliando con himnos patrios como
el “Banderita” de Marujita Díaz, “Dame Veneno” de Los
Chunguitos, “Tramperos de Connecticut” del Gran Wyoming y
Reverendo, y la versión de “Paquito el chocolatero” de King
África. A cada nueva canción los carceleros elevaban la temperatura
de la sauna, inclementes, duros, como si pautaran una dieta radical y
milagrosa para reducir a los líderes de la revuelta.
Líderes
de la revuelta que mostraban una resistencia irresistible para sus captores, ya que les pidieron que subieran más la temperatura porque
querían cantar “El tractor amarillo” para lo que necesitaban más
calor para presumir del tractor descapotable.
Sus captores,
agotados, pasaron información, por los cauces habituales, al
Grandioso gobernante sobre la grandiosa resistencia de los líderes
de la revuelta. El Grandioso gobernante se quedó pensativo, pero
también pasmado, y preguntó a su equipo de seguridad:
-¿Han cantado
“El toro guapo” de El Fary?
-No, Grandioso
gobernante, la suerte busca, huye y a ratos vuelve. Pero dicen que se
saben la letra de “Cántame” de María del Monte, “Por ella”
de José Manuel Soto, y todo el repertorio de Ismael Serrano.
-¿Quién ha
introducido drogas en la sauna? Mi paciencia tiene un límite. ¿Tiene acceso a
LSD?
-¡No!,
¡Oh, Grandioso gobernante a quien las flores no disputan belleza y
elegancia! No sabemos la razón pero cuando cantaban el tractor
amarillo empezaron a bailar, se fueron elevando suavemente del suelo
entre los vapores de la sauna y sus giros continuos, como giróvagos
emborrachados de placer, hizo inútil interrogarles ni sacar
información productiva. Su actitud nos desmoralizó. Están muy bien
entrenados. Deberíamos aprender su técnica de resistencia ante la
adversidad, su aguante ante el encierro, su capacidad de adaptación
ante la elevación de la temperatura, su forma de bailar que mezcla
el ritmo flamenco y la estilización del teatro kabuki japonés.
Estamos agotados. Te pedimos el relevo porque no tenemos trajes de
protección ante sus poderes.
-Traedme los
detenidos a mi presencia ¡Rápido!
Horas más
tarde llegaron los detenidos, asustados, gritando, lamentando que
hubieran salido de la sauna. Querían volver. Ante él dijeron:
-Grandioso
gobernante: Tu condena a la sauna eterna ha sido rota por nuestros
carceleros. Te imploramos cumplirla completamente, al menos durante
cuarenta días y cuarenta noches. Queremos flotar entre los vapores
calientes y cantar alabanzas a nuestros seguidores. Hemos conseguido
memorizar los grandes éxitos de El Fary y las representaciones
teatrales de Guillermo Toledo. Nos elevaremos más de dos metros
sobre el suelo cuando declamemos sus actuaciones. Y, finalmente,
cantaremos “Vivir así” de Camilo Sesto cuando la altura pasé de tres metros. Flotaremos sobre los demás ciudadanos, estaremos
embriagados de amor por estar así, con el alma herida.
El Grandioso
gobernante estaba sentado en su sillón de gran gobernante, de
respaldo ergonómico y reposadero de pies almohadillado, pero,
conforme hablaban los detenidos, cabecillas de la rebelión, su
voluminoso cuerpo se fue elevando, sus brazos se fueron agitando, sus labios temblaron de forma espasmódica, sus piernas se movían de
forma que ningún danzante podía igualar ante la melodiosa voz de
los líderes de la revuelta, y sus cuerdas vocales comenzaron a emitir
una voz melodiosa conforme alcanzaba las más altas estancias del
palacio del Grandioso gobernante, y por efluvios sonoros de su boca se oyó canturrear
“Libre” de Nino Bravo sin poder parar, sucesivamente, sin pausa,
continuamente. El Grandioso gobernante salió por el balcón del
palacio y se dirigió al cielo, buscando nuestro satélite lunar
y al pasar al lado de la Estación Espacial Internacional saludó a sus
cosmonautas cantando:
-¡Liiiibre,
como el sol cuando amanece, yo soy liiiibre!
El Grandioso
gobernante supo al fin lo que era la libertad. Amó. Sonrió, sin
hablar, cubierto de flores carmesíes a la luz de la Luna. Con el
tiempo fue el mayor divulgador de las maravillas del planeta Tierra
debido a los beneficios de su visión global desde la Luna y las
largas horas de estudio que dispuso al abandonar sus ocupaciones como
gobernante.
Los líderes de
la revuelta fueron liberados tras setenta y dos horas porque no se
presentó ningún cargo contra ellos. Pasaron el resto de sus días
actuando por teatros, salas de fiesta, casetas municipales y
cualquier otro recinto de aforo respetable que llenaron completamente
con sus canciones e interpretaciones contagiosas, embrujadoras,
mágicas con las que influían en los comportamientos humanos de los
ciudadanos de esta o aquella gran nación.