Cultura y sociedad

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El samaritano

     



    ¿Catorce días tomando la temperatura? ¿Qué te ha pasado?

     Mi cara de sorpresa aumentó conforme  me contaba que le había sucedido. Seguía con su aspecto habitual, su barba de cuatro días, su incipiente barriga, su prominente calvicie, su aire despreocupado pero pendiente de todo, su aguileña nariz, su sonrisa irónica y su tonto sentimentalismo. Mi amigo el samaritano. Lo envidiaba.

      Nada, que no tenía fiebre, ni unas décimas. Con el mal rato que había pasado hasta que confirmaron el PCR negativo. Esas cuarenta ocho horas, enormes, que parecían cuarenta y ocho años, que duraban cuarenta y ocho siglos, con interminables y largas horas de 60 minutos, compuestas de sesenta segundos, con sus centésimas. Agónicas.  Y pensabas en las carreras de 100 metros olímpicos como la fabulosa de Johnson y Lewis en septiembre de 1988 en Seúl. ¡La mejor carrera del mundo! Siempre contabas que viste ese instante en el Algarve, que fue tan rápida que asombró a todos, que se midieron las centésimas de segundo que bajaron de 10 segundos, que el récord duró tres días porque había consumido un medicamento prohibido el velocista canadiense, que supiste por qué era importante una centésima de segundo y  que aprendiste el placer del café expreso a la portuguesa. Menos rollo... ¡Has vuelto a ayudar a alguien!

      ¡Qué no te lo van a agradecer!

      ¿No será una de tus historietas? ¡Si te hubieras quitado de en medio...! Pero no puedes. 

     Que parecía un perrillo desconsolado en su dolor.

      Y tú te tocabas la frente, te mirabas al espejo, y que seguías igual de ridículo. ¡Un enfermo imaginario! ¡El Licenciado Vidriera!

      Y todo por ayudar a ... Que parecía que le pasaba algo, y te apiadaste, llamaste a emergencias, le ayudaste. Un samaritano. Un tonto samaritano. A veces, sí. En la era del individualismo, o de la solidaridad con asuntos lejanos, tú vas y te comprometes con alguien cercano o conocido tal vez. Sin mérito, ni rédito. Y me decías que no podías remediarlo.

      Que sabías que podía causarte un mal intentando producir un bien. Que eras la rana y el escorpión de la fábula. Al mismo tiempo.

      Que era tu condición, tu peligro y tu destino.

      Me decías que no tenía ni fuerzas para subir a la camilla, que lo único que le faltaba era gemir o llorar de manera lastimosa. Que cojeaba, que estaba con los codos rozados, con heridas. Débil. Frágil.

      El especialista te dijo que habías hecho lo correcto. Tú lo comprendías. Lo hubieras hecho por cualquier persona. Por cualquier humano. Incluso por cualquiera que no fuera humano.

      Pero tu espíritu samaritano sufrió un duro golpe cuando el sanitario de la ambulancia dijo que esa persona débil y frágil tenía fiebre, casi treinta y ocho. Samaritano, ¿Cómo los tenías, samaritano, de corbata o de lazo?

     Y tú, ¡lo que faltaba! ¡Ahora te ríes, cabrón! ¡Ya! Si me has dicho que estuviste sin sentarte en el trono tres días. Del encogimiento de intestinos. Y que no parabas de comer. La noche de autos, un bocata de jamón y luego una ensalada de alubias con sardinas. Y eso que eres muy melindre. Y nada, que no salías.

      Y la espera. Te consumía.

      Sí, la espera en urgencias. Al sol estuviste, al rico bochorno de agosto. A la espera del médico de urgencias, que, siendo un conocido tuyo desde hace años, parecía uno de los que puso- que te ponía- los clavos en la cruz del Gólgota de tu alma, encogida. Que te vio dudando, algo superado, sudando, con la mascarilla empapada. Que dijo lo de no te preocupes, con sus dos mascarillas, y tú, gracias doctor. Y le preguntabas por qué los test rápidos no eran fiables. Que por qué a veces daban falsos positivos o falsos negativos. Que lo dejaban ingresado, que ya tenían tu teléfono, que te conocían, que te aguantaras. Que no te quedaras rondando por las afueras de urgencias. Que en tu casa estabas más guapo. ¡Aire!

      Distancia social, manos limpias, mascarilla. Y te habías lavado las manos nada más llegar al muelle de Urgencias. Dos veces en la pila del desinfectante. Dos veces al pilón, dos veces sanado, dos veces bautizado o renacido. Lo decías con placer...¿Por qué repetimos lo que nos gusta? Me hacías esta pregunta entre divertido, malicioso y filosófico. ¡Sí hubiera salido positivo! No hubieras bromeado tanto.

      Al final, nada. Seguirías haciendo el tonto o, tal vez, esa era tu condición. Pensabas seguir adelante, ayudar a la gente, sin importar a quien. Puede que alguna única vez te lo agradecieran. Con unas pocas palabras. Con una sonrisa, con una charla.

      No era siempre necesario ser desalmados o cruentos.

Fuente: Fotogramas
Máxima Ansiedad (Fuente: Fotogramas)

 


 

Capitanes Intrépidos (1937)

    
     El señorito Harvey es maleducado y consentido. Su padre está siempre ocupado en sus negocios y se despreocupa de su educación que fía a los buenos colegios, el servicio doméstico y la amplitud en la paga mensual. Harvey es amoral, creído y soberbio con el prójimo, al que utiliza para sus fines egoístas, y demostrar su preeminencia social y económica sobre los demás.

      Tras su penúltima irresponsabilidad, su padre se lo lleva en un viaje trasatlántico en una cómoda embarcación donde el menor no deja de avasallar a los demás. El ejercicio de prepotencia termina quemando al prepotente que cae a las frías aguas oceánicas donde es rescatado por un marinero portugués enrolado en un pesquero de bacalao de Gloucester.
      La falta de empatía emocional de Harvey choca contra la dura vida del pesquero de altura donde todo está sometido a una rutina, un orden y un ejercicio de responsabilidad compartida entre todos sus tripulantes.   Durante los tres meses que dura la campaña del pesquero asistirá a un mundo desconocido donde se forjará un nuevo espíritu basado en el esfuerzo, el compañerismo y la solidaridad. Y, sobre todo, en apreciar el valor de las cosas sencillas, su servicio y utilidad. Que es necesario para tomar la sopa que ayude a tirar la basura de los desperdicios del barco, y que lo debe hacer conociendo la dirección del viento para que no le devuelva las tripas fermentadas de la basura.
      Harvey necesitaba cariño, ese que él no demostraba hacia ninguno de sus semejantes, porque lo desconocía y porque pensaba que se compraba todo con unas monedas. Aprende que existe sin más. Y sin más coste que la reciprocidad emocional y el respeto hacia los demás.
      Esa labor emocional deberá ser comprendida también por su padre, que, al ver como Harvey se ha transformado con la vida en el pesquero, teme perder el único cariño familiar que tenía, su hijo. Es una formación y aprendizaje compartido. Moralizante. Como todas las historias primigenias, como todos los caminos originales. Con cierta predestinación dentro del claro instinto reformador.

      “Capitanes intrépidos” fue dirigida por Victor Fleming en 19371 adaptando la novela homónima de Rudyard Kipling2. Manuel rescata a un peculiar “Jonás” al que enseña a pescar al volantín con respeto y responsabilidad. Harvey fue interpretado por la estrella infantil Freddie Bartholomew, y Manuel, el pescador preceptor, por Spencer Tracy, oscar al mejor actor por este papel. En el reparto, entre otros, destacan Lionel Barrymore (capitán del pesquero), Melvyn Douglas (padre), Mickey Rooney (hijo del capitán) y John Carradine (pescador). Las escenas cotidianas del pesquero son presentadas casi como un documental. El aprendizaje, el compañerismo y la forja de la responsabilidad es relatado como algo natural de la escuela que representa la vida. Manuel es un docente atípico, distinto al Aristóteles de Alejando Magno, o al Guillermo de Baskerville de Adso en “El nombre de la rosa”. Manuel es un preceptor de espíritu, de moralidad, compañerismo y valoración de los semejantes. Con la pesca, con sus artes, rescata al náufrago 'pescadito' de las procelosas aguas de la insensibilidad y le enseña a navegar por el mundo.


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2KIPLING, R.: Capitanes Intrépidos. Publicada en 1896 en época victoriana. Hay múltiples ediciones. Anaya S. A. y Círculo de Lectores. Barcelona. 1999. 216 páginas. Selección de Luis Alberto de Cuenca.

Renacidos y resilientes.

    

     #ingenio #fénix #aprendizaje #empatía #resiliencia
     En el Bar C elaboran una tortilla de patatas que recuerda a las que hacían nuestras madres[i]. Un plato sencillo que poca gente cocina de forma genial. Consiste en freír patata, cebolla, una punta de ajo y sal hasta pochar o transformar. Con los huevos ocurre igual, se rompen, se destruyen, acaban en un líquido revuelto de color amarillo al que se agrega la patata con cebolla y un poco ajo, todo pochado, acabado. Todos estos ingredientes acaban en una sartén, no tienen otro fin que transformarse o adaptarse. Se convierten en una tortilla cuajada según el gusto. Algo nuevo, genial, surge del calor producido por el fuego.
     Genial era Lope. A Lope de Vega le llamaban el fénix de los ingenios porque era único como literato creando muchas obras de gran calidad. De su capacidad y rapidez creativa podemos admirar el primer cuarteto del poema:
     “Un soneto me manda hacer Violante,
      Que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
      Catorce versos dicen que es soneto;
      Burla burlando van los tres delante[ii].”
     Heme aquí, aprendiz lejano del fénix, dando fin o transformando en idea un cuaderno de bitácora por petición de #GemaJiménezCastillo. ¿Por qué? Porque las cosas no permanecen inalterables, porque tienen un principio y un fin, de una o varias maneras. Durante cinco meses se ha creado algo nuevo que se ha aprendido, creado o ya existía. En nuestra memoria perdurará y, al mismo tiempo, será algo nuevo, conocido, no secreto.
     Los Secretos compusieron la canción A tu lado. Con el tiempo se convirtió en una loa a la amistad y al amor que comienza con estos bellos versos:
             “He muerto y he resucitado
             Con mis cenizas un árbol he plantado
             Su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado.[iii]
     Nada acaba, se transforma, renace. El Fénix era un ave fabulosa que los antiguos creyeron única y renacía de sus cenizas[iv]. ¿Qué hemos aprendido? Que somos más fuertes, adaptables y visibles. Nos hemos reconocido, renacimos al adaptarnos.
     En el cine y la literatura contemporánea tenemos representaciones de esta adaptabilidad a las circunstancias. En la literatura juvenil, J. K. Rowling dedicó una de sus entregas de Harry Potter a la creación de una orden del Fénix, donde un grupo de magos se adaptaba a las circunstancias, se transformaba y aprendía a luchar contra los mortífagos, para no perecer[v]. Fue llevada al cine.
     Hablando de cine, El vuelo del Fénix es una película de 1965 dirigida por Robert Aldrich y protagonizada, coralmente, por magníficos actores con James Stewart a la cabeza. Narra la capacidad de resiliencia, transformación, y reconstrucción de unas personas en circunstancias adversas para conseguir renacer de nuevo con su instinto de supervivencia[vi].
     Estas publicaciones no acaban, porque nosotros somos las publicaciones, una nueva creación, que no tiene que ser perdurable porque debemos persistir en el aprendizaje y en la mejora de nuestras emociones, sentimientos y conocimientos. ¿Cuál era nuestra meta? Descubrir el lugar y el momento donde estaban depositadas la empatía y formación continua para potenciarlas o crearlas.
     El que escribe o suscribe estas letras, Blas Maeso Ruiz-Escribano, persistirá y aprenderá. Es fieramente humano[vii]. Ergo más empático.
     Acabo, pero no termino, renazco, con las últimas rimas de otro clásico, La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca:
                    “pues así llegué a saber
                   que toda la dicha humana,
                   en fin, pasa como sueño,
                   y quiero hoy aprovecharla
                  el tiempo que me durare,
                  pidiendo de nuestras faltas
                  perdón, pues de pechos nobles
                  es tan propio el perdonarlas[viii].”
     Blas Maeso Ruiz- Escribano
     https://blasmaesoruizescribano.blogspot.com/


[i] Mamá: No peligra tu trono de la tortilla, he dicho ‘recuerda’.
[ii] MICO, J. M. y SILES, J.: Paraíso cerrado. Poesía en lengua española de los siglos XVI y XVII. Selección. Círculo de Lectores, Nueva Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003. Página 384. “Un soneto me manda hacer Violante” de Lope de Vega.
[v] ROWLING, J.: Harry Potter y la Orden del Fénix. Ediciones Salamandra y Círculo de Lectores. Barcelona. 2004. 893 páginas. 
[vii] Uso o abuso de Blas de Otero (1916-1979) al tomar libremente el título de su poemario de 1950 Ángel Fieramente Humano: “Ser- y no ser- eternos, fugitivos” en Hombre.
[viii] CALDERÓN DE LA BARCA, P.: La vida es sueño. Obra en tres jornadas de 1635.  Editorial Ramón Sopena. Barcelona. 1976. Editada junto a otra obra del autor: Casa con dos puertas mala es de guardar. Página150.

Bodas de sangre

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