Cultura y sociedad

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El magisterio

 

Antiguo Real Instituto Jovellanos, hoy centro cultural. Wikimedia.

     
      El Real Instituto Jovellanos de Gijón editó un número dedicado a Gerardo Diego por su muerte en 1987. Antiguos alumnos, cronistas de la ciudad, discípulos aventajados... se prestaron a dar una idea del joven intelectual que venía de Soria y había nacido en Santander.
     La publicación apareció con lo que ellos consideraron un inédito de Diego escrito en 1956, que reproducimos a continuación, junto a una pequeña selección de visiones distintas y otras que complementan la personalidad del maestro. Empezamos por el inédito y una poesía que evoca Gijón, motivo de este artículo junto a la valía del poeta: 

     Cuando la amistad se eleva

hasta su máximo nivel

y Eva se siente toda nueva

y en Adán luchan Caín y Abel,

cuando de la cima ganada

en vuelo mutuo todo azor,

se descubre la tierra no hollada,

el paraíso del amor, nos sentimos tan increados, tan sin fin,

que nunca seremos hallados

bajo la luz del celemín.

                 Gerardo Diego – 1956 (Inédito).

     Y el poema Ofrenda, que aparece en Versos Humanos, el libro de poesía, premio Nacional de Literatura 1925. En la revista Aldaba de 1989 se anotaba este poema, como referencia a Gijón. También se puede leer en las distintas ediciones de Diego de Versos Humanos o en el primer tomo de sus Obras Completas editadas por Alfaguara, donde lo leímos-disfrutamos- el 14-11-2023. Los doce primeros versos:

     Cuando a vosotros vine, regresaba de un viaje

- mieses agavilladas, calles color de anís-. 

Se apagaba el verano, y en mi retina traje

amarillo de Soria y grises de París.

     ¿Comprendéis mi secreto? Mi oído era una urna

de castas soledades armoniosas de insectos,

de músicas de dancings, donde la moda turna

ritmos disciplinados en compases perfectos.

     Y yo, desde la costa, frente al arco del abra,

pastoreaba antiguos rebaños de emociones,

y quebraba un marisco o una bella palabra

para ver qué escondían en sus caparazones.

     Delicia de los ojos. Playa de San Lorenzo,

de Este a Oeste extendido su manto de canela.

La mirada perdida en el confín del lienzo

o acariciando el seno sonoro de la vela...

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     Ahora, los recuerdos, uno menos favorable, y otro devocional, antes de la carta de su discípulo:

     Terminé el Bachillerato en junio de 1926; allí empecé en 1920. Di clase con Cendoya (así le llamaban todos, pues por Gerardo Diego nadie le conocía) en tercero, con la Perceptiva Literaria y en cuarto con la Literatura...

     De las peculiaridades de Cendoya en Gramática solo recuerdo, por comentarios de mi hermano, «los verbos al segundo»: reloj (de bolsillo y de plata, con cadena) encima de la mesa y comienzo del interrogatorio, lista en mano y pluma de palillo en ristre...

     En Preceptiva literaria el sistema era doble: dos días de composición sobre un tema libre, a veces, y otra sobre un tema obligado. Se hacía en cuadernos para su corrección a cada alumno; el empleo de gerundios era nefasto y las tres faltas imposibilitaban para aprobar... El resto, se dedicaba a leer versos y el alumno tenía que adivinar el tipo de composición. Ya para nota había que averiguar autor y siglo.

     En el curso siguiente, Literatura. Tendencias, estilos y maneras. La base era leer, leer mucho... El examen consistía en lectura de trozos de literatura de diferentes autores y épocas, y había que acertar describiendo luego cuanto el alumno conociera del autor. El párrafo literario lo leía Cendoya, escuchando el alumno para luego disertar sobre el tema.

     Los alumnos no fraternizábamos mucho con él.

     (Memoria del doctor arquitecto Enrique Álvarez-Sala de su profesor Gerardo Diego a su muerte. Revista Aldaba del Real Instituto Jovellanos, Gijón, 1989)


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      Ha muerto Gerardo Diego, que era mi maestro; en honrada, íntima reflexión de mi espíritu, el mejor de cuantos tuve, el que me fue más útil para toda la vida de lucha y de trabajo en este mundo. De ahí mi auténtica tristeza y la profundidad con la que ruego y rogaré por él en mis oraciones.

     Pero ya he observado una ausencia en todos los artículos, necrológicas. Nadie ha hablado de su magisterio en Gijón. De sus años de catedrático de Gramática castellana, Preceptiva y Composición y Literatura. Y yo estudié en Gijón... en el Instituto de Jovellanos, a donde llegó Gerardo Diego Cendoya muy jovencito. Donde comenzó a expandir de modo fértil y fructífera su vena poética y musical (recuerdo que pasaba muchas tardes tocando el piano, en un aula cercana a la suya, donde no cabía el mueble-instrumento, con gran sorpresa e incluso jocosos comentarios de sus alumnos).

     Estoy viendo su figura delgada y siempre totalmente seria cuando llegó por primera vez. Abría el aula y enseguida, con puntualidad germana, comenzaba sus clases, que duraban estrictamente la hora entera, sin faltar a su labor de docencia, con el sentido de su deber profesional y el cumplimiento riguroso del mismo.

     Sus clases eran una maravilla: explicaba y preguntaba a sus alumnos sobre sus explicaciones, de modo inmediato o mediato, para asegurarse que era atendido y comprendido.

     Era famoso el adiestramiento que lograba en nosotros en el análisis gramatical (desinencias, vocal temática, tema, sufijos...,  todas las palabras había que desmenuzarlas de modo metódico ante él...).  Los temas libres o redacciones sobre temas impuestos eran ejercicios semanales con corrección personal y con preguntas después para cerciorarse de que habíamos comprendido. La segunda de sus cualidades: la persecución ansiosa, continua, de la penetración de sus enseñanzas en el alma infantil de sus alumnos. 

     (Dr. JL Álvarez-Sala Moris de la asociación de Médicos escritores, alumno de Gerardo Diego, le recuerda por su muerte, Revista Aldaba del Real Instituto Jovellanos, Gijón, 1989).

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     Sin lugar a dudas, la evocación más importante la aporta Luis Álvarez Piñer, su discípulo más apreciable en Gijón. Sus recuerdos evocan al maestro y al Gijón que fue. 

    En su primer año gijonés escribe o culmina buena parte de su Manual de Espumas, el libro señalador del límite de dos mundos líricos: el periodo de escarceos y experimentaciones de la vanguardia y el ya de madurez responsable. También Versos Humanos, uno de cuyos poemas, «Arrabales del puerto», luz primera...evocación de la ciudad de principios de siglo. En otro recuerda a Evaristo Valle, o centra su mirada sorprendida en uno de nuestros orgullos: «Delicia de los ojos, playa de San Lorenzo/ de este a oeste extendiendo su manto de canela» (Ofrenda, citada anteriormente). 

      En Alondra de verdad, destaca Álvarez Piñer, aparece el nacimiento de dos de sus grandes sonetos «verticales»: el dedicado a La Giralda y el titulado Asunción de la rosa. Y  no escritos en Gijón, pero allí vividos, los del eclipse de sol que observamos juntos: Muro de San Lorenzo un amanecer del año 30.

     Era Gijón entonces un lugar con cierto encanto íntimo, polarizado en vida fabril y marinera, y con un nivel cultural de excepción entre los núcleos urbanos de su clase: El Ateneo Obrero de Gijón, a donde se encaminaba Diego, era visita diaria, invariable, del poeta. Un acto recuerda su discípulo, la presentación de un libro, «Cántico» de Jorge Guillén, cuando aún no había llegado a las librerías.

     Inalterables en el diario dos paseos fijos: el del Muro y el de Lequerica. Era el detenerse a ver trajinar a pescadores de las traineras recién llegados para la costera. Era un puerto viejo y chico en el que aún sonaba el acordeón y sesteaban en sus garitas los carabineros del mar. De aquel Gijón, evoca Álvarez Piñer, el poeta su visión cariñosa: «Esta villa vuestra que aún es casi paisaje/ y no tiene dos casas de la misma estatura».

     Y en aquel Gijón latía el Instituto con su Escuela Náutica. Por aquel punto pasó en determinado momento el meridiano de la mejor lírica militante española se llamaría, incorrectamente, «generación del 27»- en la línea de su maestro-. Conferenciantes venidos al Ateneo e intérpretes ilustres que actuaban en la Sociedad Filarmónica.

     Allí se gestó y tuvo su desarrollo «Carmen, revista chica de poesía española», propuesta por Gerardo Diego. Allí se prepararon la Antología poética en honor a Góngora y la otra, la del grupo entero, obra de interés excepcional por lograr poner puertas al campo de la nueva lírica española en el momento mismo de su despegue. Y allí, en fin, hemos visto crecer y culminar, estrofa a estrofa, uno de los poemas cimeros del grupo y de la época, la Fábula de Equis y Zeda, «innovación esforzada y total» donde genialmente se cruzan las dos paralelas de la gran tradición y la aventura resultando una de las aventuras estéticas más estimulantes de nuestro tiempo. (Luis Álvarez Piñer, carta introductoria al número de enero de 1989 de Revista Aldaba)

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      Demos ahora unas pinceladas de la llegada de Diego a Gijón. Su visión inicial:

      Yo llego a Soria en la primavera de 1920 y estuve allí hasta terminado el curso de 1922. Expliqué el último trimestre de un curso y dos cursos enteros. En ese último curso quedó vacante Gijón, la solicité y me dieron la cátedra. Ya había quedado vacante en Navidades y entonces yo, que ya pensaba solicitarla, por si acaso quise hacer una visita a Gijón, aprovechando las vacaciones, me fui a Gijón a ver a mi hermano.

     Gijón me la enseñó mi hermano, el jesuita, y otro Gijón completamente distinto que me enseñó Moreno Villa. Moreno Villa estaba de bibliotecario del Real Instituto de Jovellanos. Entonces trabajaba fotografiando y estudiando los bocetos de la colección de Jovellanos, y tenía el encargo de editar por cuenta del Instituto. Era una persona simpatiquísima, yo no le conocía y nos hicimos muy amigos en aquellos dos días que yo estuve con él y me enseñó muchas cosas de arte de las que yo no tenía la menor idea sobre los valores de aquellos dibujos. Luego, cuando yo vine a Madrid, yo le iba a ver. Él estuvo poco tiempo en esta biblioteca y se vino a Madrid, donde yo lo visitaba en la Residencia cuando se fue allí a vivir, que también coincidió con Federico...(Autobiografía Gerardo Diego, Fundación Gerardo Diego).

Playa de San Lorenzo, Gijón, 1928, Archivo General de la Administración

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     Y el día a día en el instituto Jovellanos aflora con su rutina, según se desprende de sus cartas con José María de Cossío, en los primeros instantes de su llegada:

     Yo estoy aquí hace una semana amarrado al duro sillón tribunalacio, oyendo pluscuamperfectos y otros excesos... ¿Quiere V. algo para algún amigo de Gijón? Me hará V. un favor si ello me sirve de presentación, porque estoy como gallina en corral ajeno... 

(Carta de Gerardo Diego a José María de Cossío el 27 de setiembre de 1922, con remite en Real Instituto de Jovellanos, Gijón, Epistolario Gerardo Diego/José María de Cossío, Nuevas claves de la generación del 27, FCE-UAH, 1996).

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     Finalizamos, con los pensamientos del intelectual que mira el mar abierto, infinito:

     Muchas veces, en plena vigilia, bien despierto, contemplando las aguas quietas, aceradas, de la bahía y aun del mar abierto, desde lo alto del acantilado, he sentido la sensación, la tentación de que romper a andar sobre las aguas era un invento tan obvio como el 'huevo de Colón'

(El punto de apoyo, ABC, 19-09-1948, Obras Completas, Tomo IV, Gerardo Diego, Alfaguara. 5-6-2023, Archivo Museo Sánchez Mejías)

      Gijón y el recuerdo del magisterio como docente de Gerardo Diego en el Real Instituto Jovellanos. 


Puerto de Gijón, 2009. bmre.

21-6-25 23:32    Actualizado 23-06-25 


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