Cultura y sociedad

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Pegaso, Medusa y Belerefonte

      

 

Pegaso, siglo II, opus tesselatum, Museo Arqueológico de Córdoba

     Ovidio relata en Metamorfosis que Pegaso nació en el momento que Perseo arrancaba la cabeza de serpientes a Medusa, hecho que llevó a cabo con gran habilidad, pues no podía mirarla directamente, y únicamente lo hizo en el reflejo de su escudo.

     De la sangre que brotó surgió el caballo que recorrió tierras y mares desde lo alto y visitó los astros del cielo guiado por las alas de las que había sido dotado.

     Se comenta que con una coz de su pezuña hizo brotar un manantial en el Helicón que dio lugar a la fuente del Hipocrene.

     Pero el hecho más reconocido, tal vez, de Pegaso fue subir en sus lomos a Belerefonte cuando fue enviado a matar a la Quimera, monstruo híbrido entre león, cabra y serpiente, a la que derrotó clavando su lanza en su boca mientras le lanzaba fuego. Como realizó otras hazañas victoriosas, se creyó con derecho a entrar en el Olimpo.

     Zeus consideró que era un acto de soberbia. Ya había condenado a su antepasado Sísifo y no dudó. Envió un pequeño tábano para que picase a Pegaso y, en la agitación, desmontó a Belerefonte, cayendo desde las alturas. Quedó lisiado y vagó así, errante, hasta el resto de sus días.

Jorge, Sabra y el dragón

     El mito de Belerefonte y Pegaso pasó al cristianismo con Jorge de Capadocia, San Jorge, que mata al dragón a lomos de un caballo con su lanza.

     Los caballos alados han sido famosos en la literatura y el mito. En la saga de Harry Potter, hay un caballo alado llamado Abraxan.

     Pegaso está entre la pléyade de caballos famosos junto al Bucéfalo de Alejandro, la Babieca del Cid, el Rocinante del Quijote y el caballo de madera de Troya. Y, ¡cómo no!, el caballo sin nombre que desmonta a Saulo de Tarso y lo convierte en el mayor divulgador del cristianismo primitivo, San Pablo.

     Como remate, en el prólogo del Quijote hay un soneto con diálogo humorístico y existencial entre Rocinante y Babieca.

Caballo de Troya

 

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     Bibliografía:

     OVIDIO: Metamorfosis.

     MARTÍNEZ DE LA TORRE, C. Y OTROS: Mitología Clásica e Iconografía Cristiana.

     CERVANTES SAAVEDRA, M.: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

     

    

La búsqueda del tejido inconsútil

    
      Nací en una casa que se sumergía en el tiempo recordando una sastrería. Jugaba viendo como las gallinas picoteaban el grano mientras las sastras calentaban las planchas con ascuas y veía como con una tiza, que diseñaba tejidos imaginarios, hacían trazos reales que luego se recortaban en el tejido. Elaboraban, cosían, marcaban, tomaban bajos, medidas. Hacían trajes.
      Y observaba como otros vendían tejidos. Todo era naturalmente así.   
    Gente de pequeños oficios conformaron mi conciencia familiar. Carniceros, tenderos, agricultores, sastres, telefonistas. Gente sencilla. Trabajadores.
      Ya en la cuna jugaba con mis piernas, gateando en el aire, dibujando figuras, simulando de forma mágica como alternaban su posición, colocando la pierna derecha en el inicio de la extremidad izquierda y la pierna izquierda en el inicio de la extremidad derecha.

      Intercambiables como un ilusionista en una cuna de madera a los tres o cuatro años. Alcancé mi madurez con tres años cuando nació mi hermano y esta madurez se forjó con el nacimiento de mi hermana pequeña. Al contrario que Peter Pan, deseaba crecer, más arriba y más ligero, con una espada de madera y risueño.
      Había conocido los tejidos desde el origen de mi conciencia, y consciente, los distinguía en todas sus hechuras, en todas sus composiciones. De igual modo, creía en la bondad y la hermandad de todos los seres del planeta por lo que pretendí descubrir un tejido que pudiese gustar a todos y que fuese elaborado sin suturas ni costuras. Inconsútil.
      El diseño de una prenda sin suturas, sin costuras, de una pieza, había sido el fin más preciado, el objeto más deseado, producto de alquimias, ingenio de quimeras, y búsqueda de piedras filosofales.
    Pedí consejo al sastrecillo valiente. Había derrotado a las moscas que se tomaban su mermelada, ¡a siete de un golpe!, y que, con su valentía y su temeridad, venció a todos los gigantes; y, gracias a su astucia, dominó la cornada del unicornio y la embestida del jabalí. Pero se había coronado rey al casarse con la princesa y estaba asumiendo la forma de valor que exige el poder y ya había olvidado su vida de sastre, por lo que su valentía no era útil para encontrar la tela que no necesitaba suturas ni costuras para elaborar un traje.
      Desolado, me dirigí a los dos sastres que habían confeccionado el traje invisible del emperador. Me hablaron de su diseño. Sus trajes eran únicamente visibles por personas aptas para su cargo o con un grado de sabiduría considerable. Me pareció lo más acercado a la búsqueda de la piedra filosofal. Pero fue una visita infructuosa. Era obvio que no tenía costuras, puesto que el tejido estaba compuesto de la vanidad de los seres humanos, de la soberbia de los hombres poderosos, de la charlatanería de los truhanes y de las componendas creadas por la convivencia y la supervivencia social. Un traje etéreo, mental y claramente artificial que se destruía con la inocente palabra de un niño.
      Estaba desesperado. Era imposible encontrar ese tejido. Algodones, lanas, sedas, linos. Tencel. Poliéster, rayón, licra... Nada. Nada servía. En algún momento había que entrelazar hilos, al menos una mínima sutura, o como mal menor una etiqueta cosida, un botón prendido. No comprendía la situación hasta que me di cuenta. No era la elaboración del tejido en sí. Era su capacidad para no perder la unidad de su composición lo que le hacía inalterable y permitía su consistencia.
      Me ayudó el niño inocente que había indicado que el rey estaba desnudo. Podía elaborar cualquier traje para el rey, para su país, de la forma que quisiera la mayoría, con los colores que fueran más aceptados, tras las preguntas libres de todos los conciudadanos, sin trabas, con el acuerdo de todos los sastres del reino. Una vez elaborado el traje, sería la prenda sin costuras, sin suturas. Y ese tejido nunca sería dividida como no lo fue la prenda inconsútil más famosa de todos los tiempos1, porque su ruptura o su reparto indicaba la falta de unidad entre todos los seres que creían en algo, en alguien, o en alguna cosa.

      En realidad, el tejido inconsútil no lo encontré jamás. Siguió siendo un deseo, una quimera, un sueño, una ilusión. Una esperanza. Aquello que nos queda como último recurso de amparo en momentos difíciles, de resistencia.
#QuédateEnCasa 
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1En el Evangelio del apóstol Juan (Juan, 19, 23-24) se dice que la túnica sin costura de Jesús fue la única prenda no repartida en trozos entre los soldados en el Calvario siendo echada en suerte para adjudicarla integra. Para los primeros cristianos era un signo de unidad entre ellos.

Bodas de sangre

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