"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Los recuerdos de la primavera

   


Rafael Alberti. Flickr


Carta de Rafael Alberti a Camilo José Cela 24-02-1966 CVC

     Alberti solía acudir a Goffredo[1] en los años ochenta, tras su etapa de diputado en el Congreso. Iba acompañado de una pareja más joven con la que charlaba de los medicamentos que debía tomar con el plato de pasta que había pedido, mostrando cierta queja por tener que compartirlo con pastillas. Durante la comida se le acercaba algún comensal a saludarle porque le conocía de otra ocasión de la que él no se acordaba, como tampoco creía conocer la persona a la que agradablemente atendía.

     A Goffredo se entraba por Martín de los Heros 4 o por la Plaza de los Cubos que estaba hacia el final de Gran Vía cuando se convertía en Plaza de España y la siguiente calle de Princesa que propiamente le contenía. La lasaña y la pasta estaba lo suficientemente buena para no caer en la socorrida pizza. Y el carrito de los postres era bastante completo para paladares dulces. A todo ello se sumaba la posibilidad de encontrarte con algún famoso como el actor y empresario teatral Ángel de Andrés, el cerúleo actor Eusebio Poncela o Rafael Alberti. Había otro en el Cuartel del Conde Duque, pero por la cercanía con los cines Renoir, el de la plaza de los Cubos era más atrayente a cinéfilos irredentos. En los bajos de la Plaza de los Cubos se encontraba la sala Pirandello, entre Martín de los Heros y Ventura Rodríguez, que ya existía antes de la movida.

     Todo desaparece con el tiempo y Goffredo desapareció, convirtiendo lo italiano en oriental. Y el encanto en mero recuerdo. Alberti, a mediados de los ochenta, había revelado o desvelado una relación con Maruja Mallo antes de conocer a María Teresa León. En ese momento, su esposa estaba ingresada en una clínica y Maruja Mallo vivía en un geriátrico. Y no había motivos para seguir olvidando esta relación.

     Un amor de primavera que se vivía con unas pocas pesetas en el bolsillo, que empezó poco después del premio nacional de literatura de 1925 por Marinero en Tierra. Amantes del cine y artistas, colaboraron en obras de teatro, donde el literato hacía el texto y la pintora, los decorados y figurines para una obra de marionetas, La Pájara Pinta, de la que se llegaría a estrenar el prólogo, con música de Óscar Esplá.

      Alberti evolucionaba en su poesía desde Marinero en Tierra, La amante y El alba del alhelí hacia Sobre los ángeles, posterior a Cal y Canto. Los tres primeros poemarios tienen un aire alegre y popular, idóneo para su lectura en momentos similares a la reclusión obligada del covid donde era necesario olvidar la tristeza del momento.

     Puede que los ángeles fueran terrenales, no divinos, por la influencia de Mallo, aunque el final de los poemas sobre seres alados lo terminaría en Tudanca, por donde estaba la casona solariega de José María Cossío. Y allí se fue olvidando de Maruja.

     La lectura de Sobre los ángeles en el Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías me obligó a buscar la misma edición en lugares perdidos de España. La entrada, Paraíso Perdido, homenajea a Milton:

A través de los siglos,

Por la nada del mundo,

Yo, sin sueño, buscándote.

     O Los ángeles muertos:

Buscad, buscadlos:

En el insomnio de las cañerías olvidadas,

En los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.

No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,

Unos ojos perdidos,

Una sortija rota

O una estrella pisoteada.

     La relación fue complicada y llena de altibajos para la pintora. En 1928, con la relación deteriorada, Maruja tuvo un accidente de tráfico en el coche que conducía su amigo Mauricio Roëset. El suceso recuerda, en parte, la fábula de Píramo y Tisbe.


     Píramo y Tisbe deciden escaparse para conseguir su amor impedido por una pared infranqueable salvo por el resquicio de una grieta que les comunica. Píramo sigue a Tisbe, pero un cúmulo de equívocos acaba con la muerte de los amantes por suicidio.

Tisbe intentando escuchar a Píramo

     En este caso, Mauricio cree ver sin vida el cuerpo de Maruja, sufre un arrebatado sentimiento de culpabilidad y se suicida. A diferencia de la fábula, Maruja sobrevive y tiene una lenta recuperación donde lo físico y anímico se refleja en su obra. Son de esta época “Cloacas y campanarios”, una serie de cuadros negros y oscuros del centro y las barriadas de Madrid.

     Y Maruja tiene un reconocimiento pleno a su obra. Había llegado a Madrid en 1922, se había relacionado con Dalí y Buñuel, había ingresado en la Real Academia de San Fernando y se había introducido en el grupo de intelectuales de la Residencia de Estudiantes. Tras la relación con Alberti, tuvo otra con Miguel Hernández a quien parece que influyó en el poemario El rayo que no cesa. Y era de ideas más abiertas que sus intelectuales coetáneos.

     Ella elaboró su propia figura, su disfraz, su actuación. Como una performance. Tomando un camino innovador y libre. Tras la guerra fue olvidada. A su vuelta tras el exilio, en 1965, su recuerdo fue revalorizado en los años ochenta, exagerando su presencia, pero afirmando su papel original y bohemio en la vanguardia. 


 

 

 



     Para saber más:

     —OVIDIO: Metamorfosis. Bruguera. Libro clásico. Barcelona. 1984. Edición de Antonio Ruiz de Elvira. Sobre Píramo y Tisbe: páginas 103-107.

     —MANGINI, S.: Maruja Mallo. La bohemia encarnada. Arenal, 14-2. Julio- diciembre 2007. Páginas 291-305.

     https://elpais.com/diario/1985/09/29/opinion/496792807_850215.html?event_log=go

    

     En el Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías:

     —ALBERTI, R.: Cal y Canto. Sobre los Ángeles. Sermones y Moradas. Losada. Buenos Aires. 1952. 154 Páginas.

     —BALLÓ, T.: Las sinsombrero: sin ellas, la historia no estaría completa. Espasa. Madrid. 2016. 301 páginas.

 

 

El esfuerzo por ser mejor: Ramón y Cajal

    

Cerebelo. Ramón y Cajal. Uv. de Valencia.

—Me ha gustado mucho el libro. Tiene golpes muy buenos. Y, otra cosa me ha llamado la atención, el uso de él, como protagonista, no el yo o . Pásame ese libro.

     El cuidador no salía de su asombro ante la mujer que se colocaba la mascarilla de oxígeno. Estaba sentada en una silla de ruedas, inválida por un proceso degenerativo de huesos, que se había acrecentado por los tratamientos posteriores a un cáncer de mama.

     Jamás podría superar el esfuerzo que mostraba por saber más, por ser mejor. Cuando a ojos simples no merecía la pena, a sus ochenta y un años tenía un ansia de conocimiento que únicamente paró cuando la enfermedad dejó sin fuerzas su cuerpo. Fue un ejemplo para quienes la rodeaban.

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     Por diversos testimonios, este deseo de aprender, leer o investigar hasta el último instante, fue, tal vez, el rasgo más característico de Santiago Ramón y Cajal.

    Ramón Carande, en su Galería de raros atribuidos a Regino Escaro de Nogal[1], decía que Ramón y Cajal leyó de joven el Robinson Crusoe. Sintió “el noble orgullo de quien, en virtud del propio esfuerzo, descubre una isla salvaje llena de asechanzas y peligros, susceptible de transformarse, gracias a los milagros de la voluntad y del esfuerzo inteligente, en delicioso paraíso.”

     Gozó de una fama merecida. Hace unos días, en el Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías, leí algunas cartas sobre este reconocimiento.

     En 1926, la Residencia de Estudiantes presidida por Alberto Jiménez Fraud editó la revista Residencia para dar a conocer en España y en el extranjero la labor que se desarrolla bajo el Patronato de la Junta de Ampliación de Estudios. El presidente de esta, entre 1907 y 1934, era Santiago Ramón y Cajal. Se envió el primer número al premio Nobel con el pretexto de comunicarle adicionalmente el deseo de incluir en el segundo número una referencia al sabio, aunque no fuese una participación del investigador. Pero se hacía hincapié en la necesidad de que les facilitara documentos fotográficos o similares inéditos, no deseando molestarle con una colaboración por pequeña que fuera, sabiendo sus ocupaciones y edad. Pretendían obtener una fotografía hecha por su yerno, el fotógrafo José Padró. Y esta documentación sería guardada en archivo tras la publicación en la revista.[2]

     El artículo de J. F. Tello se publicó en Residencia e incluyó diecisiete ilustraciones con algunos retratos de Ramón y Cajal de Ricardo Orueta, fotogramas de la película documental ¿Qué es España?, y galardones recibidos durante su carrera. Documentos, todos ellos, relacionados con la Residencia de Estudiantes y el Laboratorio de Investigaciones Biológicas. Santiago Ramón y Cajal saludaba con fecha de 14 de septiembre de 1926.


     J. F. Tello relataba la gran estima que se tenía del investigador fuera de nuestras fronteras con reconocimientos múltiples que iban desde 1891 al ser nombrado miembro de la Real Academia de medicina de Estocolmo a la Academia de Ciencias de Viena en fechas recientes a la publicación del artículo. Todo ello porque Cajal había encontrado los hechos que habrían de cambiar las ideas existentes sobre la constitución del sistema nervioso hacia 1888, año señalado como cumbre por el científico. Relataba su famoso viaje a Berlín tras la publicación en español, francés y alemán de sus investigaciones en artículos científicos. También los premios en Francia. Y su viaje a Estados Unidos en 1899, al año siguiente de la guerra con este país, donde fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Americana de Worcester.

     Gran Bretaña, Italia, Bélgica, Venezuela, muchos países reconocieron su prestigio científico que alcanza su cima con el premio Nobel en 1906. Cajal, como autodidacta, era un caso insólito en España que terminó por reconocer sus métodos y sabiduría con la creación del Laboratorio de Investigaciones Biológicas en 1905. Entre 1895 y 1905 fue elegido miembro de la Real Academia de Ciencias, la Real Academia de Medicina y la Real Academia Española de la Lengua.[3]

     En 1935, un año después de su fallecimiento la revista Cruz y Raya quiso homenajear a Ramón y Cajal. La revista Cruz y Raya estaba dirigida por José Bergamín, miembro de la generación del 27. En su primera etapa, que es la que nos interesa, apareció en 1933 y se dejó de editar con el comienzo de la guerra civil.

     En el número de octubre de 1935, esta revista, que se definía como de afirmación o negación y se editaba en Madrid, tenía una sección llamada Cristal del Tiempo. Había intentado sin éxito un artículo de alguno de sus colaboradores que hiciera una semblanza de recuerdo sobre el famoso padre de la neurociencia moderna, pero  consiguió el artículo de un científico húngaro, M. von Lenhossék, reproducción de uno publicado en la revista alemana Die Naturwissenschaften el 19 de julio de 1935.

     Lenhossék rememora la historia científica de Ramón y Cajal, su peripecia vital, la importancia científica de su obra a ojos del resto de la humanidad y nos presenta al final al ser humano, trabajador y esforzado que en uno de sus trabajos publicados tras su muerte, Les preuves objetives de l’unité anatomique des cellules nerveuses, manifiesta en su introducción que no trata de ofrecer un trabajo polémico, sino hacer una breve descripción de aquello que él ha visto en el transcurso de sus cincuenta años de investigación. Este científico húngaro considera que es casi imposible reflexionar sobre la teoría de la enfermedad y degeneración del sistema nervioso sin el concepto de neurona, que se debe a Cajal. Y que este hecho perduraría a través de los tiempos.[4]

     Y ha perdurado en la cultura popular, o en los medios audiovisuales a través de los tiempos. Citar dos ejemplos. En España, se ha repuesto varias veces, y permanece en el archivo de RTVE, la serie Ramón y Cajal: Historia de una voluntad, enero de 1982, dirigida por José María Forqué y protagonizada por grandes actores de la época como Adolfo Marsillach, Verónica Forqué y Fernando Fernán Gómez, entre otros. Serie de nueve capítulos más un documental introductorio.


     Años más tarde, en 2016, en el capítulo 16 de la sexta temporada de la serie The big bang theory, el científico Sheldon Cooper encarga a su ayudante Alex que compre los regalos que podría ofrecer a su novia. De estas compras sale un cuadro con una forma arbórea muy bella que gusta tanto al científico que se la queda para él. Es un grabado firmado de una neurona realizado por Ramón y Cajal al que denominan padre de la neurociencia moderna. 

     Nada más.




[1] CARANDE, R.: Galería de raros atribuidos a Regino Escaro de Nogal. Alianza Editorial y Sociedad de Estudios y Publicaciones. Madrid. 1983. Página 328.

[2] Carta de Alberto Jiménez Fraud a Santiago Ramón y Cajal de 8 de septiembre de 1926 y de Santiago Ramón y Cajal a Alberto Jiménez Fraud de 9 de septiembre de 1926 y 19 de febrero de 1927. Epistolario de Jiménez Fraud. Editado por James Valender y José García Velasco. Fundación Unicaja y Residencia de Estudiantes. Madrid. 2018. Consultado en el Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías 15-12-2022.

[3] Revista Residencia. Número 2. Mayo-agosto 1926. Publicada por la Residencia de Estudiantes. Páginas 114-122.

[4] VON LENHOSSÉK, M.: Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Sección Cristal del Tiempo de la Revista Cruz y Raya. Octubre. 1935. Impresa en Madrid por S. Aguirre. Páginas 105-115.

 

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