"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Contaba Publio Ovidio Nasón que Píramo y Tisbe

     

Contaba Publio Ovidio Nasón que Píramo y Tisbe, para vencer la oposición paterna al amor que se tenían, descubrieron una grieta en el muro que les separaba como vecinos en la antigua ciudad que ciñó de muros Semíramis, Babilonia. Su amor enardecido descubrió la grieta que nadie, durante siglos, había apreciado y las palabras que por el resquicio se decían ahondaron en la solidez de sus requiebros y en el deseo de liberarse de sus mayores1. Y así lo contó siglos después Luis de Góngora y Argote en su Fábula de Píramo y Tisbe:

      "-Esta es, dijo, no dudo;/ésta es, Píramo, la herida/que en aquel sueño importuno/abrió dos veces el mío/cuando una el pecho tuyo."

      El amor, que quiebra muros. (Uno).

      Giovanni Boccaccio contaba en el Decamerón que una mujer cansada de su celoso esposo buscó la manera de reunirse con su apuesto vecino pese al férreo control marital y así aminorar la desdicha que sufría. La suerte favoreció sus deseos porque una grieta en el muro de su casa conectaba con la alcoba del mancebo y con piedrecitas, ramitas, susurros y murmullos placenteros terminó abriendo sus pensamientos y quereres. Filippo, que así se llamaba el mozuelo, le correspondió en sus amores y deseos con el ensanchamiento de la mella en el muro2.

      El deseo amoroso, y el castigo al celoso. (Dos).

      El amor de Píramo y Tisbe influyó en el bardo inglés en dos de sus obras. Es Romeo, el amante de Verona, quien cuestiona su intento ante el muro del jardín de Capuleto, cuando va a saltarlo:

      "-¿Cómo es posible que adelante siga, / si dejo aquí mi corazón clavado?/ Vuelve y tu corazón busca, ¡oh cuerpo inerte! 3"

     

El amor que siente por Julieta se inflama tras saltar el muro y justifica ante su amada el poder adquirido:

      "-Salté la tapia con las leves alas/que me prestó el amor; contra él los muros/de dura roca son reparo inútil, /y a cuanto alcanza, a tanto amor se atreve./Por tanto, no me arredran deudos tuyos4."

      El amor, que da alas, para superar los muros. Tres.

      Alejandro Dumas titulaba 'Píramo y Tisbe' a un capítulo de El Conde de Montecristo. Maximilien Morrel y Valentine de Villefort se amaban por encima del tablado de madera de una altura de hasta seis pies, tablas que no estaban tan bien unidas como para impedir una mirada furtiva entre sus juntas, o que, un poco más allá, una pequeña puerta -otro resquicio- les libre de la mirada de la mayoría ante su interés y deseo de amantes para vencer este obstáculo o el que se presente5.

      El amor que supera obstáculos físicos y sentimentales. (Y cuatro).


      El ansia de libertad, los deseos de conquista, la astucia ante los enemigos motivaron la destrucción de murallas. La astuta introducción del caballo de Troya para su conquista por los aqueos no fue con la destrucción de sus muros lo que produjo la victoria sino, más bien, la travesía o introducción en la fortaleza por la torpeza troyana de creer que sus atacantes desistían6.

      La astucia para atravesar el muro sin dañarlo. (Uno).

      Josué, el acompañante y sucesor bíblico de Moisés, estuvo seis días ordenando que los sacerdotes tocasen la trompeta acompañados del arca de la alianza mientras daban una vuelta a las murallas de Jericó. Al séptimo día ordenó dar otra vuelta a la ciudad tocando las trompetas pero acompañado por los gritos y las voces ensordecedoras de los israelitas y las murallas se derrumbaron7. Con los pobres habitantes cometieron anatema (exterminio bíblico).

      El poder de las trompetas y el ruido atronador derrumban muros. (Dos).

      Abandonando la caída de muros por la fuerza de la poliorcética, se observan muros de origen violento en su construcción pero burlados por la literatura o la oposición política.

      Volviendo a Montecristo, el origen de la fortuna del conde es la mala orientación del abad Faria dentro del la cárcel de If. Error que fue para Dantes un afortunado encuentro con su compañero de prisión. Le llevó y le condujo tanto a la fabulosa fortuna de los Spada como a fabulosos conocimientos que marcarían su conciencia y formación8.

      Una mala orientación excavando muros produce grandes resultados. (Tres).

      Hubo otros muros, otros obstáculos, que se fueron agrietando por la libertad, o su deseo, por la toma de conciencia o por la inercia de los tiempos. El caso más famoso ocurrió hace años con la caída del muro de Berlín. Los vientos del cambio superaron a Egon Krenz y Berlín fue una ciudad libre en 1989. No hicieron falta exterminios, ni trompetas, ni alaridos. El propio muro se derruía ante el deseo de los alemanes orientales. Fue una caída del muro similar al proceso del conocimiento que narra la alegoría de la caverna, adquisición de conocimiento que siempre fue la base del ejercicio del poder o de la libertad.

      La toma de conciencia política, social, histórica rebasa el muro. (Cuatro).

      Platón empieza su séptimo libro de La república o el estado con "Supón a lo largo de este camino un muro, semejante a los tabiques que los charlatanes ponen entre ellos y los espectadores, para ocultarles la combinación y los resortes secretos de las maravillas que hacen.9"

       Como siempre, o casi siempre, los muros que atravesamos sea por amor, poder o necesidad, nos enseñan, ensanchan nuestro conocimiento porque comprobamos la certeza o no de aquello que imaginábamos, preveíamos, deseábamos o queríamos poseer. Y porque, ahondando en las interpretaciones del muro platónico, más allá del muro, las cosas verdaderas simbolizan el verdadero ser y las ideas, el amor o la libertad. La concepción o idea del Bien10.


      Todo había comenzado porque algo sucedía, influía o condicionaba. Dice el historiador Carlos Barros que la historia sin contexto no es historia. La historia, el cuento y nuestra vida particular. Vivimos superando pruebas u obstáculos por nuestro deseo de poder, saber o amar, que es a veces lo mismo o muy diferente.

      Y así fue que comencé a recordar historias de amor, de poder o conocimiento que quebraron muros e imposiciones aunque su resultado final no fuera el deseado. Se intentó, con su claro riesgo, pero, sin él, estaríamos acabados y/o muertos.

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1OVIDIO: Metamorfosis. Traducción de Antonio Ruiz de Elvira. Bruguera libro clásico. Barcelona. 1984. Páginas 103-107.

2BOCCACCIO, G.: El Decamerón. Séptima jornada, novela quinta.

3SHAKESPEARE, W.: Romeo y Julieta. Acto II, escena 1ª

4SHAKESPEARE, W.: Romeo y Julieta. Acto II, escena 2ª

5DUMAS, A.: El Conde de Montecristo. Volumen I. Círculo de Lectores. Barcelona. 1998. Capítulo IX, quinta parte. Píramo y Tisbe. Páginas 614-640.

6El caballo de Troya es citado en distintas partes de La Odisea de Homero. En el canto IV habla de caballo pulido que llevaron muerte y desgracia a los troyanos.

7Josué, 6, 1-20.

8DUMAS, A.: El Conde de Montecristo, obra citada, páginas 156-215.

9PLATÓN.: La república o el estado. Austral, Espasa Calpe. Madrid. 1980. Páginas 205-212.

10REALE, G. Y ANTISERI, D.: Historia del pensamiento filosófico y científico. I Antigüedad y Edad Media. Herder. Barcelona. 2010. Página 154.

El entredós abandonado

    

¡Bloom! La puerta se cerró y el aire fue ocupando todas las paredes, todos los espacios, como nuevos residentes. Todos se habían marchado. En el piso quedaba algo de mobiliario de cocina y baño. Mobiliario que los mismos muebles motejaban de vulgar, sin la clase de los relojes de pared, las mesas de nobles maderas africanas, o las vajillas de plata y las copas de cristal más delicado. Todos los demás muebles desaparecieron, cambiaron de casa o recibieron un dignísimo despido. La vivienda, desnuda, tenía un sonido distinto, un reflejo acústico del nuevo espacio, el ruido de la vacuidad, del territorio ocupado en un lugar reducido.

     ¿Todo? No. Se habían olvidado del viejo entredós, auténtico notario de la historia familiar durante los últimos cien años. Con sus maderas oscurecidas para asemejarse al ébano más admirable, resistiendo el paso del tiempo y el peso de la tabla de mármol que soportaba desde tiempos de la guerra tan cruel, que, de vez en cuando, reaparecía por sus juntas, por sus cierres, por los bordes del mármol, incansable. Allí, en la última habitación, dormitorio o saloncillo, despersonalizado sin los demás muebles. Abandonado. Olvidado.

      El entredós tomó conciencia de la situación en su misma desolación, en su soledad, en su desesperanza, se decía, ¿Dónde están todos? ¿Me han dejado sin nadie que me acompañe? ¡Soy el entredós!. ¿No hay un respeto a mi edad? Soporto el peso en mi cabeza de la losa de mármol antes de morir, sin haber perecido. Eso debería ser un grado. Como la corona de laurel de los emperadores romanos, como el peso aquilatado de la sabiduría. Sí, ya sé que eso no se respeta. Que dirán que soy un armario más de madera, que tengo una altura, creo que suficiente, que siempre fui colocado en un lugar llamativo, como el lienzo de una pared y originalmente entre dos balcones o vanos, en las zonas más nobles de una residencia. ¡Respetadme! Si no es por lo que soy, hacedlo por lo que he vivido, por lo que he visto o por lo que he aguantado.

      Nadie contestó. Las luces se habían apagado, los grifos no goteaban, las persianas habían cerrado el paso de todas las luces como ojos cegados a realidad, imposibilitando todo ruido originado en la calle. Los vecinos se oían en la distancia, se percibía algún leve efluvio o leve olor a caldo de pollo de una cocina lejana que el entredós no entendía. Incluso añoraba a esos insectos que una vez intentaron ocuparle y que los dueños de la casa habían eliminado con la sabiduría necesaria.

      El entredós empezó a tener un terrible dolor de cabeza por el peso del mármol. No pesaba mucho, pero siempre estaba allí, oprimiendo con la fuerza de la gravedad, acrecentada por los años. Sus medidas marmóreas habían quedado grabadas y posadas en la sede de su razón, 104x43, como la marca del condenado o como la corona de espinas de alguien del que hablaban en las reuniones de la casa. Un tal Jesús. Apelaba a su dignidad que se reflejaba en su condición de armario pasado, presente y futuro de sus dueños. ¿Sería su peso, serían sus medidas? No era un mueble gordo. Tal vez para los cánones al uso era algo gordote y su estética no era innovadora. La última persona que vino estuvo midiendo su tamaño, abrió sus cajones, las puertas inferiores, comprobó su profundidad, la conservación de su frontal, su trasera y las vistas laterales. Su remate superior tenía forma de rectángulo con tres patas cortas o M. Sí, se había cuidado, porque había pasado el confinamiento sin excesos, sin abusos, pero acompañado de los demás muebles, de la loza, de los vasos, de los papeles y cartones, de un recuerdo de vida, de un hálito emocionado. Había mantenido la línea desde siempre. Sus medidas no habían cambiado. Su altura era 111 centímetros, su anchura 103, y su la profundidad de sus cajones y compartimentos, 41 centímetros. Estuvieron tomando nota de su decoración vegetal que ofrendaban acantos a las jóvenes visitas, de los adornos de sus cerraduras, de los motivos de sus puertas, de las columnas laterales que asemejaban a las extremidades humanas, impregnadas, por el roce de los cuerpos a través de los años, de aromas y sentimientos. Marmóleo y trasunto de ébano.

      Y ahora clamaba en el silencio, en la soledad, en su abandono, sin la compañía de nadie, por su historia, por su vida. Era el entredós, la cabeza de una línea de decoración de salones, la imagen de una casa y su estética, de una idea y pensamiento, leal servidor de sus propietarios, origen de una forma de vida y ocupación habitacional, agitada visión de un tiempo y un momento, imperecedero e inolvidable. Tal vez un recuerdo, tal vez un legado. Siempre una emoción.


Bartolomé Frías de Albornoz

    
Fuente: europeana.eu

      Desde hace 60 años, por un decreto presidencial, el 12 de julio se celebra en México el día del abogado. El presidente López Mateos recordaba con esta celebración un evento producido 407 años antes cuando México era parte del imperio español como Virreinato de la Nueva España.

      El 12 de julio de 1553 se establece la primera cátedra de Derecho en la Universidad Real y Pontificia de México, ordenada dos años antes por cédula del emperador Carlos. Habían pasado poco más de 60 años desde la llegada de Colón cuando ya se impartía Cánones y Leyes, dictándose las primeras Ordenanzas de Buen Gobierno.

      En esta universidad recaló en ese mismo año un español nacido en Talavera de la Reina, Bartolomé Frías de Albornoz, del que se cuenta que en ese día leyó la Prima de Leyes que introducía a los fundamentos del Derecho Romano. Frías de Albornoz se cree que nació hacia 1519 en la ciudad de la cerámica, que estudió Derecho en la Universidad de Salamanca y se doctoró en la de Osuna. Políglota y humanista desembarca en México a comienzos de este año donde obtuvo por suficiencia el grado de Maestro en Artes y el bachiller en Cánones por lo que impartió la cátedra de Instituta.

      En México estuvo hasta 1565-66 marchando, después, a la corte para pleitear los derechos de encomienda que había adquirido tras su casamiento con una hija de conquistadores ante el Consejo de Indias. Se desconoce la fecha exacta de su muerte, aunque se sabe que tuvo algunos problemas con el tribunal de la Inquisición residente en México por acusaciones de desviarse en sus obras de las teorías de Fray Bartolomé de las Casas. Su Arte de los Contratos fue considerado como uno de los mejores manuales jurídicos en el siglo XVII, aunque en época de los Borbones engrosó el índice de libros prohibidos sin una justificación detallada, ni la justicia de la inquisición en México le condenó. Era partidario de la conquista y dominación española con el pretexto de una mejor evangelización1.



Libros antiguos. El libro del maestro Galiana (1)

    

 


      -¡Ya viene, ya viene!

      -¡El nuevo! ¡Él nos va a cuidar!

      -¡Chist! ¡Nos va a oír!


      Se sentó ante el ordenador y cogió tres de los libros antiguos que había obtenido en casa de la anterior cuidadora,  observando de manera detenida cada uno de ellos envueltos unos en papel sepia, otros en papel de periódico, con ese olor a añejo, a recuerdo olvidado, a lectura perseguida, a recuerdo anclado.

      Abrió sus páginas y vio una fecha, 1893. El año que Dvórak estrenaba la Sinfonía del Nuevo Mundo. En España se elaboraba el primer mapa metereológico. En Manzanares, Pablo Galiana publicaba la segunda edición de La Escritura al Dictado.

      El libro, el más pequeño, estaba envuelto en hojas de periódico, ABC de 10 de abril de 1970, páginas 59-61, edición de la mañana. Con noticias de economía, que contaban la evolución de los ingresos presupuestarios en España, de cómo Hitler eludió el pago de impuestos durante sus años de canciller. Se publicitaba, entre otros anuncios, un desfile de modelos para novias por la marca VISTEBIEN, en la calle Fuencarral 49. Viena, informaba, era el único mercado de divisas procedente del bloque comunista, se requería por anuncio a una señorita contable para el señor Villalvilla. Una nota señalaba cuáles eran los riesgos para nuestras naranjas en el Mercado Común y comentaban el momento ganadero ante la evolución de los herbáceos de tierras centrales de la península Ibérica por la persistencia de las heladas. Se anunciaba un montacargas de Boetticher y Navarro con carga máxima de 1.500 kg. Las hojas tenían ese color sepia, añoso y sentimental de periódico tras cincuenta años de esencias.

      Dejado el envoltorio aparte, se encontró con La Escritura al Dictado, método teórico práctico para la enseñanza de la ortografía y prosodia, que seguía las reglas de la Real Academia de la Lengua, obra de Pablo Galiana y Abad, maestro de las escuelas de Manzanares, que ya alcanzaba su segunda edición, corregida y aumentada, en 1893. Impreso por 'La Enseñanza' de Ciudad Real.

      Con una dedicatoria a un hijo malogrado, daba un aviso a los profesores de primera enseñanza entre las hojas que se escapaban del lomo como si ascendieran al firmamento:

      -"Nadie absolutamente niega la importancia de la Ortografía, y sin embargo, todos la desatendemos lastimosamente..."

      Se sentía responsable de esas hojas descompuestas, libres de orden, que pretendían organizar, en los finales del XIX las normas ortográficas de una España rural, utópica en sus deseos y distópica en sus realidades. Ciento sesenta y dos páginas en tamaño verdaderamente de bolsillo que llevó a una niña pequeña a escribir tras leer los preliminares de sus ejercicios y, luego, realizar las prácticas de abecedario y sílabas, con unas notas al pie donde se indicaba que sería conveniente ejercitar a los niños en la escritura de número enteros y decimales. A cada ejercicio, rutinariamente, seguía una práctica, como por ejemplo la 32, con el bello nombre De la admiración (¡!), que se leía con alguna pausa, elevando la voz al principio y bajándola al fin. Recordó, recordaba, a Fernando Fernán Gómez en la película El viaje a ninguna parte impostando la voz en una prueba de teatro a la que se presentaba.

      A partir del la lección 36 encontró una parte especial que comenzaba con la escritura de esquelas y cartas familiares:

      -"Amigo Bartolomé: Siento en el alma no poder acompañaros en la reunión de mañana, porque tengo la necesidad de evacuar una diligencia urgentísima. Hazlo así presente a los amigos, y complacerás al tuyo. Salvador."

     Las lecciones seguían. ¿Cómo comunicar los matrimonios? Con las participaciones de enlaces matrimoniales, donde deseaban la aprobación de los invitados y, al mismo tiempo, le ofrecían su casa. Otra clase de documentos se mostraban como los oficios administrativos, los pagarés bancarios, sin fuste y valor por el paso del tiempo. Y los memoriales y solicitudes de algo cierto, probable o imposible, junto con los tratamientos de cortesía.

      Las abreviaturas, al final, más usuales como C. A. R., católica, apostólica y romana; y F. de T., Fulano de Tal. O las formas de dictado en forma interrogativa, "¿Qué es el metro?-..."; con las medidas del sistema métrico decimal, el dictado de poesías, y el catálogo de palabras más usuales que pueden ofrecer duda al escribirse por tener b, v, h, g, j, x.

      Volvió a guardar el libro entre las páginas del periódico porque habían cobrado sentido en esa apariencia, por la persona que así la había preservado, cincuenta años atrás, de un deterioro más acusado y que había permitido que se legara una forma de conocimiento, ya olvidada o desactualizada, símbolo de ese momento.


Historias de Filadelfia 1940

    


      Tracy Lord (Katharine Hepburm) se casa como quien se va de vacaciones al sitio de moda. Tras un fallido matrimonio con su amado/odiado C. K. Dexter Haven (Cary Grant) con el que se juró amor eterno, y que fue eterno mientras duró y, aun así, a ratos,  decide comprometerse con un anodino y aburrido George Kittredge (John Howard) buscador de ascenso social como los buscadores de la eterna juventud, que es divino tesoro, pero que se va para no volver.

      Aunque en el inicio de la película hay unas instantáneas de lo que hoy no sería aceptable por parte de Dexter, es presentado como el canalla simpático que resuelve las situaciones utilizando la más corta de las líneas entre dos puntos. La línea sinuosa.

     De siempre, es sabido que una mancha de mora con otra mancha se quita, pero sigue quedando una mancha. Me explico, sigue enamorado hasta el tuétano de Tracy. Y para ello utiliza tácticas tan antiguas como meter un caballo de Troya en la celebración y consigue el efecto de unos fuegos artificiales que desarman el inicial statu quo, homeostasis o estabilidad que son tres palabras distintas para decir casi, o sin casi, lo mismo.

      El antiguo enamorado introduce dos periodistas en la casa de la novia. Mike Connor (maravilloso y atolondrado James Stewart) y Liz Imbrie (Ruth Hussey, ideal liberal que espera el despertar de su atolondrado compañero) son los cronistas, pareja en ciernes permanente y secundarios perfectos en la engrasada comedia romántica que Georges Cukor dirigió en 1940.

      Como en toda comedia romántica parece que no pasa nada, pero todo ocurre, los diálogos reseñan la moral de la clase burguesa americana que trata de ocultar sus deslices ante la opinión pública pero no puede prescindir de ella.

      La protagonista no parece querer mucho, más bien nada, a este segundo novio, nada en comparación al recuerdo del primero, parece y no parece aguantar, porque es real, a su familia y a la forma de enfrentarse a los problemas, pero ella no consigue tampoco madurar y enfrentarse a la vida, ni a su anterior marido que le saca de sus casillas pero por el que sigue mostrando una atracción innegable que trata de superar probando en otra puerta o en otro sitio, pues ante todo es una mujer que se siente libre en ese proceso de maduración.   El amor, la guerra de sexos, la superación de las conveniencias, de los intereses creados, de las artimañas para presionar a la familia para permanecer como invitados con el argumento de publicar los deslices del padre con una joven en la revista sensacionalista en la que trabajan los periodistas forma el armazón de la intriga. Todo con finura, con delicadeza, como el bisturí de un cirujano que salva la vida practicando una incisión en el cuerpo, una lesión sanadora. Magistral.

     No es muy apropiado contar el final, aunque sea lo de menos, porque, además, la vuelven a emitir este martes 7 de julio en un canal de RTVE de España. Disfruten del verano en tiempos de pandemia. Y piensen en las pruebas de madurez que la vida nos presenta. Vean que nada es lo que parece, ni siempre es posible ganar, y que la muestra de madurez más grande en esta vida es asumir nuestra humanidad y, por tanto, nuestras limitaciones.

     Los dos protagonistas habían trabajado juntos en otra fabulosa comedia dirigida por Howard Hawks, La fiera de mi niña (Briging up baby) en 1938. Cukor supo sacar provecho de la química actoral de los intérpretes.


Evocaciones de los diseños dorados de Manuel Piña

            Museo Manuel Piña     En el Museo Manuel Piña ( @museosdemanzanares ) hay unos diseños de color amarillo, dorado y áureo, que re...