"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Libros antiguos. El libro del maestro Galiana (1)

    

 


      -¡Ya viene, ya viene!

      -¡El nuevo! ¡Él nos va a cuidar!

      -¡Chist! ¡Nos va a oír!


      Se sentó ante el ordenador y cogió tres de los libros antiguos que había obtenido en casa de la anterior cuidadora,  observando de manera detenida cada uno de ellos envueltos unos en papel sepia, otros en papel de periódico, con ese olor a añejo, a recuerdo olvidado, a lectura perseguida, a recuerdo anclado.

      Abrió sus páginas y vio una fecha, 1893. El año que Dvórak estrenaba la Sinfonía del Nuevo Mundo. En España se elaboraba el primer mapa metereológico. En Manzanares, Pablo Galiana publicaba la segunda edición de La Escritura al Dictado.

      El libro, el más pequeño, estaba envuelto en hojas de periódico, ABC de 10 de abril de 1970, páginas 59-61, edición de la mañana. Con noticias de economía, que contaban la evolución de los ingresos presupuestarios en España, de cómo Hitler eludió el pago de impuestos durante sus años de canciller. Se publicitaba, entre otros anuncios, un desfile de modelos para novias por la marca VISTEBIEN, en la calle Fuencarral 49. Viena, informaba, era el único mercado de divisas procedente del bloque comunista, se requería por anuncio a una señorita contable para el señor Villalvilla. Una nota señalaba cuáles eran los riesgos para nuestras naranjas en el Mercado Común y comentaban el momento ganadero ante la evolución de los herbáceos de tierras centrales de la península Ibérica por la persistencia de las heladas. Se anunciaba un montacargas de Boetticher y Navarro con carga máxima de 1.500 kg. Las hojas tenían ese color sepia, añoso y sentimental de periódico tras cincuenta años de esencias.

      Dejado el envoltorio aparte, se encontró con La Escritura al Dictado, método teórico práctico para la enseñanza de la ortografía y prosodia, que seguía las reglas de la Real Academia de la Lengua, obra de Pablo Galiana y Abad, maestro de las escuelas de Manzanares, que ya alcanzaba su segunda edición, corregida y aumentada, en 1893. Impreso por 'La Enseñanza' de Ciudad Real.

      Con una dedicatoria a un hijo malogrado, daba un aviso a los profesores de primera enseñanza entre las hojas que se escapaban del lomo como si ascendieran al firmamento:

      -"Nadie absolutamente niega la importancia de la Ortografía, y sin embargo, todos la desatendemos lastimosamente..."

      Se sentía responsable de esas hojas descompuestas, libres de orden, que pretendían organizar, en los finales del XIX las normas ortográficas de una España rural, utópica en sus deseos y distópica en sus realidades. Ciento sesenta y dos páginas en tamaño verdaderamente de bolsillo que llevó a una niña pequeña a escribir tras leer los preliminares de sus ejercicios y, luego, realizar las prácticas de abecedario y sílabas, con unas notas al pie donde se indicaba que sería conveniente ejercitar a los niños en la escritura de número enteros y decimales. A cada ejercicio, rutinariamente, seguía una práctica, como por ejemplo la 32, con el bello nombre De la admiración (¡!), que se leía con alguna pausa, elevando la voz al principio y bajándola al fin. Recordó, recordaba, a Fernando Fernán Gómez en la película El viaje a ninguna parte impostando la voz en una prueba de teatro a la que se presentaba.

      A partir del la lección 36 encontró una parte especial que comenzaba con la escritura de esquelas y cartas familiares:

      -"Amigo Bartolomé: Siento en el alma no poder acompañaros en la reunión de mañana, porque tengo la necesidad de evacuar una diligencia urgentísima. Hazlo así presente a los amigos, y complacerás al tuyo. Salvador."

     Las lecciones seguían. ¿Cómo comunicar los matrimonios? Con las participaciones de enlaces matrimoniales, donde deseaban la aprobación de los invitados y, al mismo tiempo, le ofrecían su casa. Otra clase de documentos se mostraban como los oficios administrativos, los pagarés bancarios, sin fuste y valor por el paso del tiempo. Y los memoriales y solicitudes de algo cierto, probable o imposible, junto con los tratamientos de cortesía.

      Las abreviaturas, al final, más usuales como C. A. R., católica, apostólica y romana; y F. de T., Fulano de Tal. O las formas de dictado en forma interrogativa, "¿Qué es el metro?-..."; con las medidas del sistema métrico decimal, el dictado de poesías, y el catálogo de palabras más usuales que pueden ofrecer duda al escribirse por tener b, v, h, g, j, x.

      Volvió a guardar el libro entre las páginas del periódico porque habían cobrado sentido en esa apariencia, por la persona que así la había preservado, cincuenta años atrás, de un deterioro más acusado y que había permitido que se legara una forma de conocimiento, ya olvidada o desactualizada, símbolo de ese momento.


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