Cultura y sociedad

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Elogio del elefante extinto

    

    
Aníbal. Púnicos y elefantes.
     “El viaje del elefante”[i], José Saramago, cuenta el traslado de un elefante en época de Juan III de Portugal, 1502-1557, con destino al archiduque Maximiliano de Austria, en Viena. Era un elefante asiático, elephas maximus, que llega a tener 2,90 metros de altura. Con ironía, con parsimonia, el viaje se convierte en el relato de la pompa y circunstancia de dos poderosos y el efecto que produce en los cuidadores y vigilantes del traslado. El nombre del elefante, Salomón, sabio y divisible como la debilidad de los ordenantes, es epítome y trasunto de la trama.
     El elefante africano, Loxodonta africana, tiene mayor envergadura que su pariente asiático, pudiendo alcanzar, sin dificultad, los 3,5 metros de altura. Es el mamífero terrestre de mayor tamaño, habitante de la sabana africana y evocador de “Tarzán el hombre mono”[ii], 1932, dirigida por W. S. Van Dyke y protagonizada por Johnny Weissmuller y Maureen O’Sullivan. Con su peculiar grito, Tarzán llamaba a los elefantes cuando necesitaba su ayuda, la cual era arrolladora y salvífica.
     Otro pariente del africano, tanto por familia como por cercanía, se ubicaba en el Atlas, norteafricano, y que, por desgracia, se encuentra ya extinguido. Era el elefante de los ejércitos de Aníbal. Los elefantes con los que pasó los Pirineos, atravesó el Ródano y cruzó los Alpes hasta llegar a la península Itálica. Los “Loxodonta africana pharaoensis” fueron los compañeros de una gesta que perdura y perdurará por los siglos, por la proeza militar y la hazaña logística. Sin la segunda no hubiera sido posible la primera. Durante el paso por los Apeninos parece que perdió sus elefantes. Se cuenta que Aníbal montaba un elefante asiático, que los cartagineses demostraron una gran habilidad en la domesticación y utilización de los elefantes norteafricanos, y que la primera vez, la primera visión, que soldados europeos, griegos o romanos, percibieron de los elefantes en un campo de batallas, sería sorprendente y puede que terrorífica. Los ejércitos del Egipto helenístico de los Tolomeo ya habían utilizado elefantes de la variedad asiática.
      Estos elefantes, los norteafricanos, eran más pequeños y domesticables que sus parientes de la sabana. Alcanzaban una envergadura media de 2,40-2,50 metros, con orejas de grandes pabellones con lóbulos redondeados, cabeza alta, trompa anillada y largos colmillos. Mostraba, también, una marcada depresión en la espalda entre su punto más alto y la elevación correspondiente de sus miembros posteriores. Sus cuartos traseros eran aplanados, y se distinguían por el pliegue de la piel con forma de faldón que cubría la parte superior de sus patas traseras[iii].
     La estrategia de Aníbal era la única posible por el dominio romano del que sería su "Mare Nostrum" durante muchos siglos y por la posibilidad de buscar aliados entre los pueblos que habían sido sometidos recientemente por su enemigo. Tanto al norte del Ebro como en su paso por las Galias o su entrada en la península Itálica, fue buscando aliados para mantenerse sobre el terreno y lograr aprovisionarse durante años. Se calcula que, tras el paso de los Alpes, Aníbal llegó con un ejército de 20.000 hombres[iv].
Ruta de Aníbal hacia Italia
     Uno se imagina los elefantes norteafricanos solazando su cuerpo en las aguas del Ebro o del Ródano, treinta y siete cruzaron este río, ajenos a los cálculos del estratega cartaginés que piensa la forma de llevar a sus paquidermos a unas aventuras desconocidas, unos ríos lejos de su hábitat vital, de su calor meridional, habituados a la lucha en desiertos o llanuras donde los rigores del clima pondrían en prueba su capacidad y lo que habrían aprendido de sus cuidadores púnicos. Son los representantes finales de un tipo de elefante, que, por sus características y fama, serían capturados para la lucha en los circos.
     Cuando alcanzaron su mayor eficiencia, se empezaron a eliminar. Esquilmados. Pequeños, manejables, hábiles, domesticables. Eliminados. Solo recordados.
     Hay ocasiones donde el aprecio da miedo. Todos necesitamos ese aprecio como un maná caído del cielo, como el agua de la fuente en verano. Es el reconocimiento. El elogio, en sí, parece que debilita, te hace confiable. Los elefantes fueron pereciendo por Italia poco a poco por las necesidades específicas de sus prestaciones, aunque fueron un reclamo y una argucia cartaginesa, que producía miedo y terror entre los invadidos.
     La adulación, el prestigio, la fama puede ser perjudicial. Un animal, un vegetal, un objeto, una persona se hace indispensable, y a fuer de indispensable, se convierte en extinguible. Por necesario, por deseable. Los ignorados se reproducen, se desarrollan, proliferan, mueren, pero son más, y se regeneran mejor.
     Aristóteles catalogaba al elefante en su Historia Natural como el animal más grande y próximo a los sentidos humanos.
Batalla de Trebia

     (Amable lector/a, espero que le guste. Si le place, sígame)

[i] SARAMAGO, J.: El viaje del elefante. Alfaguara. Madrid. 2009. 270 páginas.
[iii] SAN JOSÉ, C.: Los elefantes de Aníbal. ESPACIO TIEMPO Y FORMA. SERIE II. HISTORIA ANTIGUA. 32. 2019. Páginas 75-94.
[iv] MANGAS, J. Historia Universal. Edad Antigua. Roma. Vicens Vives. Barcelona. 2006. Páginas 102-108.

La sacerdotisa y el príncipe


     La sacerdotisa principal, la bendecida por los dioses, se dirigió al palacio. El análisis de las vísceras era definitivo. Sin preámbulos, se dirigió al príncipe, piedra sobre la que se sostenía el lejano país, y le dijo:

     “Resiste, aguanta el tiempo que queda. Tu linaje ha sido el único en gobernar en esta orilla del mundo, no entregues esa primogenitura. ¿Quién se acuerda de Esaú[i]? Todos recuerdan a Jacob y sus doce hijos. Vendió su primogenitura por un plato de lentejas, pan para hoy, hambre para mañana, y es un vago recuerdo. Incluso puede que se solucione todo con un nuevo escrutinio. Y el que quería ser un nuevo líder de los hombres humildes, tal vez sea un simple guerrero.”

     Y la sacerdotisa le relató que, en el principio de los tiempos históricos, hubo un territorio lejano al que geográficamente llamaban la Península Ibérica, que se transformó en Hispania durante la disputa por el poder mediterráneo, como una guerra mundial[ii] entre cartagineses y romanos. Era la segunda guerra púnica. Le dijo que, con la llegada a Ampurias de los Escipiones, Cneo y Publio Cornelio, en el 218 a.C., este territorio, Hispania, atravesó la puerta de los libros de historia universal.

    Le contó al príncipe que un gran guerrero cartaginés, el osado Aníbal, había atravesado los Alpes con soldados, pertrechos y elefantes, que se había presentado en el Península Itálica y amenazaba el poder romano. Había dejado en la Península Ibérica tres cuerpos de ejército con la pretensión de mantener el poder sobre este rico territorio y sus minas de plata cerca de Cástulo (Linares). La península había sido zona de influencia fenicia, primero, y cartaginesa, después, y que, ahora, lo era con la participación personal de la familia Barca en la explotación de sus recursos tras la primera guerra púnica (264-241 a. C.).

     Aníbal había conseguido alianzas con pueblos de la Galia Cisalpina y pueblos itálicos que no estaban muy contentos con el pujante poder romano. Mientras se calentaban en el fuego de la chimenea le dibujaba las batallas que el astuto estratega de Cartago había ganado en poco tiempo y como el corazón de los habitualmente valientes romanos estaba encogido. Durante los enfrentamientos que se produjeron en el 218 a.C., en suelo itálico, Roma fue derrotada en Tesino y Trebia. Un año más tarde, en Trasimeno, el ejército romano de Flaminio fue vencido al caer en una emboscada.

     En medio de los dibujos de las batallas, el príncipe le preguntó sí Roma no respondía de otra manera o tomaba otras decisiones. La sacerdotisa le miró a los ojos y, sonriendo, le dijo que, en el 217 a. C., se nombró un dictador, Quinto Fabio Máximo. Durante su año de dictadura cambio la estrategia militar. Evitó enfrentamientos en situaciones de desventaja y dificultó el aprovisionamiento de las tropas cartaginesas. La táctica defensiva empezó a dar resultados, pero fue criticada por los más jóvenes y enardecidos senadores para quienes no atacar en campo abierto era una cobardía. No fue reelegido como dictador, y sus sucesores, sufrieron la terrible derrota de Cannas en el 216 a. C.  A pesar de las enormes pérdidas romanas, el Senado comprendió la necesidad de emplear la táctica de Quinto Fabio Máximo “cunctator”, evitando los grandes enfrentamientos y prolongando la guerra.

     El príncipe comprendió los razonamientos de la sacerdotisa y le sirvió de reflexión los hechos antiguos porque eran grandes enseñanzas. Supo que el ejército cartaginés estaba compuesto por mercenarios que, sin buenos beneficios ni un fin definido de la campaña, tendían a desmoralizarse y abandonar, que los apoyos desde Hispania llegaban de forma escasa o no llegaban.  Y que la labor de los Escipiones comenzó a producir efecto con la toma de Cartagena por Publio Cornelio Escipión[iii] en 209 a. C. A partir de 207, en sucesivas derrotas, y hasta el 204 a. C., cuando abandona suelo itálico, la táctica de Aníbal se volvió defensiva por el desgaste sufrido y la falta de abastecimiento[iv].

     Al calor de unas tazas de café, continuó su relato, que, en realidad, era un consejo. La palabra latina ‘cunctator’ designaba a la persona prudente o irresoluta[v]. También definía a la persona que se retrasa o contemporiza. Desde la segunda guerra púnica se designó a la táctica empleada por Quinto Fabio Máximo como ‘fabiana’. Como táctica defensiva estaba en el origen de la guerra de guerrillas que se hizo famosa en España, la antigua Hispania del relato, que sufrió la invasión francesa, entre 1808-1814. Durante la campaña de Rusia, es ese mismo período, 1812, le contó que un general ruso se defendió de la invasión francesa llevando a cabo tácticas de tierra quemada, rehuyendo el ataque directo, obstaculizando el abastecimiento de las tropas napoleónicas, y ayudado por el invierno ruso, que diezmó a los franceses en su retirada. Este general era Kutúzov. El desastre fue total[vi]. Y para los rusos fue símbolo de su invencibilidad[vii].

     La sacerdotisa recomendó al príncipe la lectura de la novela Guerra y Paz de Liev Tolstoi, que había empezado a publicarse a partir de 1865 porque daba idea del apego a la tierra y a ciertos líderes por los rusos. En su próximo viaje a la antigua Rusia de todos los zares podría observar que no habían cambiado tanto las cosas. Como curiosidad contó la anécdota de que los dos grandes estrategas de esta historia, Aníbal y Kutúzov, habían perdido un ojo en actos de guerra.

     ¿Qué conclusiones se pueden sacar? Que las tácticas defensivas y dilatorias se utilizan también en política y en el ámbito privado siempre que produzcan un desgaste en el contrario. Que, aunque el producto final pueda ocasionar pérdidas, el contrario debería adquirirlas en grado mayor. Que era como ofrecer el caballo o la torre en el ajedrez con el efecto de conquistar la reina contraria.

     Y que, en caso de conseguir el éxito con demasiadas pérdidas o bajas, el beneficio podría ser nulo. Era lo que se denominaba una victoria pírrica, por Pirro, rey de Epiro, que derrotó a los romanos en 279 a. C. (Ásculo) sufriendo numerosísimas bajas[viii]. Entonces, príncipe, dijo la sacerdotisa, puede no merecer nuevos empeños que arriesguen todo lo conseguido.
     Hacía frío en la remota patria del príncipe. Se quedaron hasta la madrugada.     
Moscú ardiendo. Campaña de Rusia.



[i] Génesis 25, 29-34.
[ii] SÁNCHEZ MORENO, E. (coord.).: Protohistoria y antigüedad de la península Ibérica. Vol. II. Iberia prerromana y la Romanidad. Sílex. Madrid. 2008. Páginas 244-247.
[iii] Vencedor en Zama, denominado ‘Africano’.
[iv] MANGAS, J.: Historia Universal. Edad Antigua. Roma. Vicens Vives. Barcelona. 2006. Páginas 104-108.
[vi] MARTÍNEZ, J. (coord.): Historia Contemporánea. Colección Crónica. Tirant lo Blanch. Valencia. 2006. Página 85.
[vii] KINDER, H y HILGEMAN, W.: Atlas histórico mundial. De la Revolución Francesa a nuestros días. Istmo. Madrid. 1978. Página 35.
[viii] MANGAS, J.: Obra citada. Páginas 89-90.

Bodas de sangre

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