Cuando intentó entrar a la catedral, desistió. No por falta de fe, ni por la hora tardía, ni por el frío interior, ni el calor exterior. Nada le hubiese impedido entrar. Pero se encontró con la barrera más difícil de sobrepasar: La marea humana.
Dos cruceros bajaron e inundaron la plazoleta de entrada con regueros humanos, sudorosos y hambrientos. No había suficiente cazón en adobo, ni calamares, ni langostinos, nada era suficiente para calmar el hambre en toda la ciudad. En la plaza de las Flores se formaron colas para encontrar una mesa en medio del bullicio callejero cercano al mercado donde alguna agrupación cantaba todavía, en la primavera tardía, con traje carnavalero. Cádiz.
Meses más tarde, en el parque Genovés se mercadeaba a la usanza fenicia, a finales del verano, aunque su aspecto emulaba los múltiples mercadillos medievales que inundan los paseos y las plazas de la piel de toro.
El turismo que rodea las ciudades culturales sufre una transformación increíble y una profunda polarización.
El aluvión de cruceristas va contra las exigencias éticas de la ciudadanía sobre la sostenibilidad, el gobierno compartido de las administraciones y la tendencia a la inclusividad social en el desarrollo de las actividades turísticas y/o culturales de estas ciudades.
No hay negar los beneficios del turismo cuando estos se distribuyen equitativamente e incluyen empleos justos y dignos. Se debe o se puede asegurar la participación equilibrada en la toma de decisiones sobre el patrimonio con igualdad e inclusión de minorías. Y se debe compartir ese disfrute patrimonial de forma responsable.
Es necesario que se tome conciencia de la fragilidad del patrimonio. De su tutela. Y es importante tener en cuenta la difícil relación entre desarrollo turístico, visualización del patrimonio y cambio climático. La acción climática es una responsabilidad personal, por lo que también debe ser colectiva, y, más aún, profesional. La concienciación global porque el patrimonio es de todos.
Esto, que es importante en las ciudades culturales y patrimoniales, tiene otras perspectivas y visiones en el patrimonio cultural y el turismo de interior en zonas escasamente pobladas que tienen un importante legado cultural.
Maqueta Cádiz. Museo de las Cortes de Cádiz. 2023. BMRE
“Yo,
Nabónido, el gran rey, el rey fuerte, el rey del universo, el rey de
Babilonia, el rey de los cuatro ángulos, el cuidador de Esagila y
Ezida, para quien Sin y Ningal en el vientre de su madre decretó un
destino real como su destino, el hijo de Nabû-balâssi-iqbi, el
príncipe sabio, el adorador de los grandes dioses, yo:...Al comienzo
de mi reinado eterno, me enviaron un sueño, Marduk, el gran señor,
y Sin, la luminaria del cielo y del inframundo, estaban juntos.
Marduk habló conmigo: “Nabónido, rey de Babilonia, lleva tus
ladrillos en tu caballo de montar, reconstruye a Ehulhull y haz que
Sin, el gran señor, establezca su residencia en medio de ella.” Cilindro de Nabónido.
Cilindro de Nabónido
Cuentan que
Nabonido, rey de la Babilonia caldea, la dinastía que dio un
prestigio sin igual a la milenaria ciudad, abandonó la ciudad más
famosa de Mesopotamia para instalarse, 552 a. C., en la comercial
Teima en Arabia, ciudad que en la Biblia relacionan con la reina de
Saba. Se cree que, durante los diez años que permaneció en ese oasis, se intentó
preparar contra el creciente poder persa, no confiando mucho en los
babilonios ni en el clero dominante de Marduk, aunque también podía
ser que, en esa zona de Arabia, se desarrollaba un creciente poder
económico por su minería y el control de las rutas comerciales que
relacionaban el Creciente Fértil con el sur de Arabia y el
Índico. Durante su ausencia dejó como gobernante de Babilonia a su
hijo Belshazaa, el rey Baltasar del Libro bíblico de Daniel, pero, debido a su ausencia, no se celebró la fiesta de Año Nuevo en la que se
leía el Poema babilónico de la Creación y se celebraba la
procesión por el equinoccio de primavera. La procesión recorría la Vía de las Procesiones y pasaba por la Puerta de Isthar.
La Babilonia caldea fue un poder temporal breve, 625-539 a. C., pero alcanzó una
alta cima artística, dotando a la capital de un esplendor sin igual,
que inspiró e influyó durante siglos. Nabopolasar se independizó
del poder asirio y su sucesor Nabucodonosor II (604-562 a. C. ) dotó
de prosperidad con una hábil labor constructiva que magnificó
Babilonia con obras como la Vía de las Procesiones y la
puerta de Isthar. El soberano caldeo aunaba conquistas y
construcciones como evidencia de prestigio y poder económico.
Cada una de las puertas de la ciudad (8) daba acceso a una vía dedicada a una divinidad protectora. La Vía
de las Procesiones estaba situada al norte, atravesaba de
forma longitudinal la ciudad, tenía una clara función política y
ceremonial que, por la Fiesta de Año Nuevo, realizaba un desfile
durante unos centenares de metros entre muros decorados de frisos de
ladrillos vidriados con representaciones de leones símbolos de la
diosa Isthar. Había una zona de circulación entre
dos zonas de espectadores, a modo de aceras. Al fondo, la puerta de Isthar,
de estructura doble, correspondiendo al doble encintado de la
muralla, con vestíbulos interiores, y se coronaba por torreones con
almenas. Al igual que en las paredes de la Vía Procesional, estaba decorada con ladrillo vidriado y policromado, con relieves de
toros y dragones híbridos, amarillos y blancos, sobre el fondo azul turquesa,
como en la vía procesional, y en honor a las deidades locales.
Puerta de Isthar, detalle.
La Babilonia caldea se nutrió en sus orígenes en el mundo sumerio, más
pacífico que el asirio, dando solidez a unas construcciones, bellas, dotadas de simbolismo, con referentes a los dioses de la ciudad de
ciudades. Durante ese período efímero, se reunificó el poder
mesopotámico, comunicando el golfo Pérsico con el Mediterráneo,
junto con áreas de Anatolia, creando un tráfico comercial que
regará Babilonia de ingentes recursos. En la Vía Procesional, 120 leones de fauces abiertas presenciaban en relieve como desfilaban sus ciudadanos. En esa procesión anual
se renovaba, con el equinoccio primaveral, el matrimonio o contrato
entre el rey y la sacerdotisa con el fin de asegurar la fertilidad de
las cosechas y evocar el origen del mundo. La procesión era la
vertiente pública de la celebración. El rey desfilaba con la deidad de la ciudad en un momento único, contemplado por los habitantes de la
ciudad, que abarrotaban la vía. Detrás de los dioses y el monarca,
que llegaba tomar la mano del dios, seguían las altas autoridades,
los botines de guerra y los prisioneros.
Nabónido, el último rey de los caldeos, ha pasado por ser uno de los primeros arqueólogos. Descubrió una inscripción de Naram-Sin, hijo de Sargón, de 1700 años antes, de otro tiempo, de otro instante, de otra forma de ser. La ungió con aceite, le hizo ofrendas, colocó una inscripción propia y las dejó, ambas, en el lugar original donde la encontró.
La influencia de la opulencia de Babilonia inspiró durante siglos todas las artes, entre ellas el cine. En 1916, una de las escenas más brillantes de "Intolerancia" de Griffith rememoraba la caída de Babilonia.
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