"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

La libertad por elevación

     
       El comunicado fue definitivo:
      -A todos los ciudadanos de esta gran nación, en cuanto comience el día, obedeceréis la orden gubernamental. Quien no se someta será propuesto para sanción y posible pérdida de derechos.
De este modo todos los barrios, todos los pueblos, todas las diputaciones, todas las autonomías, y todo el gobierno obedecieron, con el nuevo día, la orden gubernamental.
      Hubo desde ese momento personas que se dedicaron a denunciar a los que no se prestaban a cumplir las normas, no a su sentido literal, sino a lo que cada grupo entendía que debía cumplirse. Grupos que desde su púlpito, ventana o balcón, solo por estar un poco más alto, se sentían con autoridad para decir quien o cual no las cumplía.
      Un grupo de personas, muy afectas al dirigente más importante, el Grandioso gobernante, le dijeron ante su magna presencia:
      -¡Grandioso gobernante! Se ha decretado que a partir de la primera hora del día decidido se obedezca la máxima ley establecida y quien no lo haga deberá ser castigado con toda la dureza de la ley del gobierno. Es un hecho que hay un grupo de personas y sus seguidores que reclaman todos sus derechos y no obedecen la ley establecida. Son aquellos que representan al grupo de ciudadanos que tiene cierto poder y no temen los decretos establecidos rebelándose contra los preceptos ordenados.
      El Grandioso gobernante preguntó sobre la identidad de los cabecillas de los desafectos. Los ciudadanos delatores dijeron desconocer su apariencia pero sabían sus identidades digitales. 
     Identidades digitales que respondían, a imagen o semejanza de los tres hebreos del libro de Daniel, a los nombre de usuarios de cuentas de Sidrac, Misac y Abdénago. El Grandioso gobernante que, en ningún momento, se hubiera imaginado que alguien pudiera compararle con Nabucodonosor, rey caldeo de Babilonia, montó en cólera divina y, en un arranque furioso, ordenó al acusador general de la administración que denunciara, detuviera y pusiera a buen recaudo a los cabecillas de la respuesta a las órdenes legales establecidas desde la primera hora del día establecido en el decreto.
      Ante la inercia del momento, los contrapesos del poder, ya de por si lentos, caminaron más despacio, y no fueron capaces de oponerse a los decretos decididos sobre el cumplimiento de la legalidad de lo establecido. Tampoco fueron capaces de decidir si las normas del decreto eran legales con lo cual todo quedaba en una indefinición flagrante, sin llama, y sin resultados, que causaba más desafectos al orden y seguidores a los rebeldes, que, aunque desconocidos, gozaban de mucho éxito con sus avatares de usuario Sidrac, Misac y Abdénago.
      Por la ubicación de sus dispositivos fueron localizados los cabecillas de la rebelión y conducidos a la dirección de seguridad que se encontraba en el viejo edificio del Alto Horno de Maderas Nobles. Allí fueron confinados y encerrados en la sala de caldarios, en el recinto de sauna, para ablandar poco a poco su voluntad, mediante suaves y continuas saunas, hasta un máximo de setenta y dos horas. A cada hora de sauna le sucedía una hora de intemperie, y así sucesivamente, pero incrementando el tiempo de sauna y reduciendo el instante de intemperie con lo que a las doce horas de reclusión estaban más tiempo exprimiendo el sudor a través de los poros de su piel y reduciendo la capacidad de resistencia y la defensa de la identidad de sus seguidores.
     Lloraban de placer y de dolor ante las continuas saunas, y su voluntad se fue mutando como su percepción de la realidad, distinta, y su resistencia se fortificó como un vino generoso cuando elevaron cánticos espirituales al cielo que les estaba vedado contemplar. Comenzaron con “Bella Ciao” y “Grandola Vila Morena” para animar su conciencia, después su alma, y luego, finalmente, su cuerpo. Enardecidos, entonaban las letras de los partisanos italianos, y, a continuación, seguían con la canción de José Afonso, con un imaginario clavel en la boca, rogando por una tierra de fraternidad.
      El repertorio de reivindicación personal se fue ampliando con himnos patrios como el “Banderita” de Marujita Díaz, “Dame Veneno” de Los Chunguitos, “Tramperos de Connecticut” del Gran Wyoming y Reverendo, y la versión de “Paquito el chocolatero” de King África. A cada nueva canción los carceleros elevaban la temperatura de la sauna, inclementes, duros, como si pautaran una dieta radical y milagrosa para reducir a los líderes de la revuelta.
     Líderes de la revuelta que mostraban una resistencia irresistible para sus captores, ya que les pidieron que subieran más la temperatura porque querían cantar “El tractor amarillo” para lo que necesitaban más calor para presumir del tractor descapotable.
     Sus captores, agotados, pasaron información, por los cauces habituales, al Grandioso gobernante sobre la grandiosa resistencia de los líderes de la revuelta. El Grandioso gobernante se quedó pensativo, pero también pasmado, y preguntó a su equipo de seguridad:
      -¿Han cantado “El toro guapo” de El Fary?
      -No, Grandioso gobernante, la suerte busca, huye y a ratos vuelve. Pero dicen que se saben la letra de “Cántame” de María del Monte, “Por ella” de José Manuel Soto, y todo el repertorio de Ismael Serrano.
      -¿Quién ha introducido drogas en la sauna? Mi paciencia tiene un límite. ¿Tiene acceso a LSD?
      -¡No!, ¡Oh, Grandioso gobernante a quien las flores no disputan belleza y elegancia! No sabemos la razón pero cuando cantaban el tractor amarillo empezaron a bailar, se fueron elevando suavemente del suelo entre los vapores de la sauna y sus giros continuos, como giróvagos emborrachados de placer, hizo inútil interrogarles ni sacar información productiva. Su actitud nos desmoralizó. Están muy bien entrenados. Deberíamos aprender su técnica de resistencia ante la adversidad, su aguante ante el encierro, su capacidad de adaptación ante la elevación de la temperatura, su forma de bailar que mezcla el ritmo flamenco y la estilización del teatro kabuki japonés. Estamos agotados. Te pedimos el relevo porque no tenemos trajes de protección ante sus poderes.
      -Traedme los detenidos a mi presencia ¡Rápido!
      Horas más tarde llegaron los detenidos, asustados, gritando, lamentando que hubieran salido de la sauna. Querían volver. Ante él dijeron:
      -Grandioso gobernante: Tu condena a la sauna eterna ha sido rota por nuestros carceleros. Te imploramos cumplirla completamente, al menos durante cuarenta días y cuarenta noches. Queremos flotar entre los vapores calientes y cantar alabanzas a nuestros seguidores. Hemos conseguido memorizar los grandes éxitos de El Fary y las representaciones teatrales de Guillermo Toledo. Nos elevaremos más de dos metros sobre el suelo cuando declamemos sus actuaciones. Y, finalmente, cantaremos “Vivir así” de Camilo Sesto cuando la altura pasé de tres metros. Flotaremos sobre los demás ciudadanos, estaremos embriagados de amor por estar así, con el alma herida.
      El Grandioso gobernante estaba sentado en su sillón de gran gobernante, de respaldo ergonómico y reposadero de pies almohadillado, pero, conforme hablaban los detenidos, cabecillas de la rebelión, su voluminoso cuerpo se fue elevando, sus brazos se fueron agitando, sus labios temblaron de forma espasmódica, sus piernas se movían de forma que ningún danzante podía igualar ante la melodiosa voz de los líderes de la revuelta, y sus cuerdas vocales comenzaron a emitir una voz melodiosa conforme alcanzaba las más altas estancias del palacio del Grandioso gobernante, y por efluvios sonoros de su boca se oyó canturrear “Libre” de Nino Bravo sin poder parar, sucesivamente, sin pausa, continuamente. El Grandioso gobernante salió por el balcón del palacio y se dirigió al cielo, buscando nuestro satélite lunar y al pasar al lado de la Estación Espacial Internacional saludó a sus cosmonautas cantando:
      -¡Liiiibre, como el sol cuando amanece, yo soy liiiibre!
      El Grandioso gobernante supo al fin lo que era la libertad. Amó. Sonrió, sin hablar, cubierto de flores carmesíes a la luz de la Luna. Con el tiempo fue el mayor divulgador de las maravillas del planeta Tierra debido a los beneficios de su visión global desde la Luna y las largas horas de estudio que dispuso al abandonar sus ocupaciones como gobernante.
      Los líderes de la revuelta fueron liberados tras setenta y dos horas porque no se presentó ningún cargo contra ellos. Pasaron el resto de sus días actuando por teatros, salas de fiesta, casetas municipales y cualquier otro recinto de aforo respetable que llenaron completamente con sus canciones e interpretaciones contagiosas, embrujadoras, mágicas con las que influían en los comportamientos humanos de los ciudadanos de esta o aquella gran nación.


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