"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Venus y el liróforo Rubén Darío

 

    

Venus ante el espejo. Tiziano. Wikipedia.

      El nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) fue poeta, periodista y diplomático. Está considerado uno de los padres de la poesía española contemporánea por la creación del Modernismo hispánico, influido por la poesía francesa, sobre todo el parnasianismo y el simbolismo. En su segundo viaje a España, 1898, concitó la adhesión de jóvenes poetas que buscaban renovar una poesía poseída de un realismo prosaico. Su estética de brillante ornamentación, sugestivo orientalismo, variedad métrica y reivindicación de lo hispánico fue muy apreciada por sus seguidores, que consolidaron Azul (1888) y Prosas Profanas y otros poemas (1896), destacando Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado, Valle-Inclán y Emilio Carrere. En las siguientes generaciones mantuvo su influencia al iniciar en la poesía a grandes poetas como Salinas, García Lorca o José Hierro.

     Juan Ramón Jiménez decía en 1952 que el modernismo fue una tendencia general que alcanzó todo, que venía de Alemania por un movimiento reformador de curas llamados modernistas. Para el poeta de Moguer, el modernismo era una actitud que se reencontraba con la belleza que había sido sepultada en el siglo XIX por el tono general de la poesía burguesa. Era un movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza.

     Como indicaba Juan Ramón, al modernismo lo definían la libertad y la originalidad. No había cánones fijos y sí un espíritu regenerador. Sus fuentes eran eclécticas: Hojas de hierba (1855) de Whitman como poema épico y cívico; el aire misterioso de El cuervo de Poe; la perfección formal y la serena objetividad del Parnasianismo francés; la interpretación del mundo del Simbolismo; el ataque a la ética burguesa, o la evasión de la realidad circundante.

     Sus límites cronológicos no son claros. Hay quien lo sitúa entre la publicación de Azul, 1888, y la muerte de Darío, 1916. Juan Ramón habla de un siglo modernista. Otros, dicen que la primera mitad del siglo XX fue modernista. En un primer momento, se llegó a hablar de la antinomia existente entre el modernismo y la generación del 98, pero desde un ensayo de Ferreres, 1974, se entendió que, aunque cada escritor seguía un derrotero estilístico distinto, todos ellos se preocupaban de la hondura, fantasía, decadentismo y musicalidad de su creación. Su esplendor, es cierto, se enmarca por las dos fechas citadas, 1888 y 1916, de Azul al giro intimista de Cantos de vida y esperanza.

     La estética modernista se define por su cualidad individual, su sincretismo que conserva a veces lo tradicional, pero se abre a las corrientes universales, como bien señalaba Juan Valera en su carta prólogo de la segunda edición, 1890, de Azul de Darío. Busca, asimismo, formas literarias renovadas, ávidas de mundos nuevos, con novedosos medios, y se recrea en la imagen de poeta maldito y decadente.

    Los rasgos definitorios modernistas serían el esmero en la elaboración de la forma; la búsqueda de nuevos metros, o su renovación, que permiten al poeta mayor libertad creadora, y generalizadora del uso de sinestesias; el amor a la elegancia y guerra al prosaísmo de léxico y de intención; el exotismo en el paisaje, remarcado aún más con la revitalización del indigenismo en Hispanoamérica; y la recuperación de los mitos clásicos, que, en Rubén Darío serían Venus, el centauro y el cisne como signos de la belleza absoluta, la mezcla del hombre bestia con la sabiduría y la pureza del ave.

     Rubén Darío tuvo una existencia, 1867-19126, marcada entre su seguridad creadora y su inseguridad existencial. Inseguridad debida a la embriaguez sensual y alcohólica que le caracterizó. Sergio Ramírez[i] lo describe al final de su carrera en decadencia.

      La poesía fue su forma de expresión desde su juventud. Expresión de la que fue consciente, omnisciente, que envolvió de nutridas lecturas, que dignificaron la labor de poeta. Mentor de sus contemporáneos españoles, aceptando su lugar como maestro de la lira, en búsqueda de la belleza, como absoluto.

     El periodismo le sirvió de sustento alimenticio desde los catorce años. La colaboración en La Nación de Buenos Aires le ayudó a vivir más allá de sus avatares literarios y diplomáticos.

    Por el contrario, la inestabilidad de su existencia está marcada por la pronta muerte de su mujer, Rafaela Contreras, y sus tormentosas relaciones siguientes que le hicieron abandonar Nicaragua. Su vida bohemia se controló, en cierto modo, con la relación con la abulense Francisca Sánchez, en 1899. Su vida es reflejo de un hombre de varias patrias y constantes viajes entre los dos mundos atlánticos.

     De su obra vamos a destacar Azul, de 1888. Presenta dos partes claramente diferenciadas: Cuentos, en prosa; y El Año lírico, en verso, con otros poemas añadidos, destacando sus Sonetos y sus Medallones, de la segunda edición. Desde Valera, la crítica subraya su valor como prosista, la riqueza de sus ideas, el intento de crear una literatura cosmopolita, el ser un renovador, las formas afrancesadas, su elegancia versallesca, el gusto por los elementos irreales y fantásticos, y, del mismo modo, la predilección por el mundo oriental.

     En El Año lírico presenta cuatro formas o visiones poéticas, correspondientes a las estaciones del año, definidas por estados o grados amorosos. Inicia el tema amoroso, en su vertiente erótica, que será principal en Prosas profanas. En Azul comienza la renovación métrica, llegando a los alejandrinos o a su soneto en versos de diecisiete sílabas, Venus.[ii]

     En la década de 1960, Gerardo Diego escribió un artículo en Cuadernos Hispanoamericanos titulado Ritmo y espíritu en Rubén Darío[iii]. Cuenta su rezumante, su jugosa sensualidad. Y habla de sus contradicciones: sus pasiones eróticas, sensuales, los demonios azulencos del alcohol…, con su carácter libertador al aceptar la miseria y la derrota en la lucha cotidiana. Diego se deja llevar por la riqueza del lenguaje de Darío y utiliza azulenco, por azulado, y lo califica de liróforo, poeta.

     E incide en la singularidad del soneto Venus. Para su época, desconcertante. Muchos no admitían su armonía. Sus 17 versos, divididos en hemistiquios desiguales. La combinación silábica y acentual, además, la califica de rara. El último verso: “Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar”, salta por encima de los versos del centro y enlaza con los tres primeros, en especial el tercero: “En el oscuro cielo, Venus bella temblando lucía…”. Darío siente sumida a Venus, en la hondonada del abismo…, según Gerardo Diego. El soneto Venus es este:

“En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.

En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.

En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,

como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,

que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,

o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,

triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh, reina rubial! - díjele-, mi alma quiere dejar su crisálida

Y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;

y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".

El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.

Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.”

     El soneto aparecerá en la segunda edición de Azul. Pedro Salinas, en 1948, advierte de su naturaleza dual, lucha entre tendencias contrapuestas. La Venus del Amor tiene un triste mirar, un final trágico. Es un poema complejo, de naturaleza en cierta manera misteriosa, intuida desde el principio por la crítica, donde se mezclan la Venus-hetaira, que se remonta hasta el medievo; el tópico de la amada muerta, muy del romanticismo europeo; y el lugar común del abismo, también originado en el mundo romántico. 

      Es un metro moderno, precursor de la vanguardia, en lo que concierne a su simultaneidad entre las distintas visiones, entre la armonía y la disonancia[iv]


 

       



[i] RAMÍREZ, S.: Margarita, está linda la mar. 1998. Alfaguara. Madrid. ISBN:

    84-204-8381-8.

[ii] LLORENTE, A. y NEIRA, J. Doce escritores contemporáneos. 2021. UNED. Madrid. ISBN: 978-84-362-7194-2.

[iii] DIEGO, G.: Ritmo y espíritu en Rubén Darío, en Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 212-213. En Obras completas, tomo VII. 2000. Alfaguara. Madrid. Edición de José Luis Bernal. ISBN: 84-204-4214-3. ARCHIVO MUSEO SÁNCHEZ MEJÍAS. Reseña 20-02-2024.

[iv] COELLO, E.: Algo más sobre el soneto “Venus” de Rubén Darío, en Centroamericana 32.2, Revista semestral de la cátedra de la lengua y literatura hispanoamericanas. Università Cattolica del Sacro Cuore. 2022. Milano-Italia. ISSN: 2035-1496.

6 comentarios:

  1. Me encanta este artículo Blas! De verdad que me parece que estoy en clase, Rubén Darío y cosas que creí olvidadas. Muchas gracias! Un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Maty, me alegro. Rubén Darío parece olvidado, pero es el principio de la poesía en español del siglo XX. ¡Un abrazo!

      Eliminar
  2. Hola Blas, excelente artículo, Juan Ramón genial, al igual que Rubén Darío. El vídeo muy bien leído.
    Un abrazo. :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Meche. Juan Ramón y Rubén eran unos genios. Un abrazo. :)

      Eliminar
  3. Hola Blas, "El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
    Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.” unos versos preciosos. Un gran artículo. Te aplaudo. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nuria, hola: Gerardo Diego escribió un artículo sobre el ritmo de Rubén Darío y su musicalidad. Gracias. Un abrazo.

      Eliminar

El esperpento de Valle-Inclán

         “MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.      DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.      MAX: Las imágen...