"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Nota sobre los debates doctrinales de una nueva religión (1)

 

     

Representación del Crismón como Anastasis o Resurrección


     Según Antiseri y Reale, Cristo anunció su mensaje de forma verbal. Tras su muerte, su palabra se plasmó en algunos escritos a partir de mediados del primer siglo. Textos que se multiplicaron con el paso del tiempo, de los que hubo que desbrozar una selección que garantizase una credibilidad histórica.    

     Los primeros textos recogidos, parece, fueron las Cartas dirigidas por el apóstol Pablo a las comunidades cristianas. La fijación del canon definitivo fue compleja y larga, los tres primeros siglos, porque se tuvo que excluir algunos textos que eran familiares y apreciados. El canon del Nuevo Testamento fue fijado por una carta de Atanasio en el 367, aunque, con posterioridad, aparecieron textos pretendidamente sagrados. Los textos excluidos o redactados posteriormente fueron denominados Apócrifos del Nuevo Testamento.

     En cuanto al Antiguo Testamento, el cristiano debía aceptarlo. Según el Evangelio de Mateo, Cristo dijo que no había venido a abolir la ley y a los profetas, que antes pasarían el cielo y la tierra que dejar de cumplir la ley hasta que todo se cumpla[1]. El problema era conciliar las expresiones veterotestamentarias con las del Nuevo. Pero los gnósticos lo rechazaban por considerar al Dios del Antiguo Testamento distinto y menor al del Nuevo Testamento. Para otros, el lenguaje antropomorfo del Antiguo era otra dificultad. Estos debates propiciaron una interpretación alegórica (Filón de Alejandría), que abrió distintos planos de comprensión del texto bíblico con su reflexión moral, teológica y filosófica.

     Hubo que defenderse, obviamente, de los ataques de adversarios: judíos, paganos y herejes. Esta situación exigió una complicada tarea para los Padres de la Iglesia como pensadores que han contribuido a la elaboración de la doctrina cristiana. La idea que sobresale era que hasta los más doctos padres tenían un interés religioso/teológico porque su filosofía era parte integrante de su fe. Esta tarea tuvo tres fases:

-       La época de los padres apostólicos del siglo I

-       La época de los padres apologistas del siglo II

-       La época de la patrística en sentido estricto, desde el siglo III hasta el inicio de la Edad Media, en la que los elementos filosóficos, en especial el platonismo, tuvieron un papel reseñable.

       Los principales principios teológicos debatidos que necesitaron de la filosofía fueron la Trinidad; la encarnación; las relaciones entre la libertad y la gracia; y las relaciones entre fe y razón.

     El dogma de la Trinidad tuvo su formulación en el concilio de Nicea, 325, tras denunciar el adopcionismo (Cristo es adoptado por Dios Padre) por comprometer su divinidad, y el modalismo, que consideraba la Trinidad como formas de ser de un único Dios. Había, además, otras posturas con afinidad a estas dos.

     La encarnación de Cristo exigió un laborioso empeño a través del tiempo porque existía la posibilidad de la escisión de las naturalezas de Cristo, divina y humana, como ocurría con el nestorianismo, o con la reducción de las dos a una sola persona, como sucedía con el monofisismo. En el 431, el concilio de Éfeso condena el monofisismo, y en el 451, en el concilio de Calcedonia, fue condenado el nestorianismo. Se afirmó la idea de dos naturalezas en una sola persona, Jesús, como verdadero Dios y hombre.

     Al estudio de la libertad y la gracia dedicaremos un espacio especial con Agustín de Tagaste o Hipona, San Agustín.

     Las relaciones entre fe y razón fueron estudiadas por la escuela catequética de Alejandría, en San Agustín encuentra una primera propuesta clarificadora, y ocupará un lugar central de debate, con la escolástica a la cabeza, dando lugar a diversa soluciones e implicaciones.

     El texto básico que ayudó al uso de la razón y a la sistematización de la doctrina cristiana es el prólogo del Evangelio de Juan, junto a las Cartas de Pablo. Allí se habla de Verbo o Logos divino. Y de Cristo como Logos:

     1En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. 2Él estaba en el principio junto a Dios. 3Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. 4En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 5Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. 6Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: 7este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. 8No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. 9El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. 10En el mundo estaba; | el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. 11Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. 12Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. 13Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, | ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. 14Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. 15Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». 16Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. 17Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. 18A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

     En este texto se enumeran los problemas esenciales. La noción de Logos permitió utilizar una serie de elementos del helenismo (con un concepto del Logos concluido) de manera fecunda.[2]

Los tres hebreos salvados por Dios del fuego eterno.




[1] Mateo 5, 17-19.

[2] REALE, G. y ANTISERI, D.: Historia del pensamiento filosófico y científico I Antigüedad y Edad Media. Herder. Barcelona. 1988. ISBN: 978-84-254-1587-6. Páginas 351-353.

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