"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

El paseo matutino

      


García Lorca, primero por la izquierda, y Buñuel, cuarto por la derecha, 1921. Fundación García Lorca



     El paso ligero no impedía observar y leer las calles por las que sus pies le dirigían. Calmado, respiraba el único aire fresco del día en un tórrido julio.

      La calle Pereda le recordó al autor de Peñas Arriba en la bucólica casa solariega de los Cossío, la Casona de Tudanca. Allí Pereda había ambientado un mundo costumbrista. José María de Cossío había albergado múltiples obras, incunables, joyas que se guardaban en caja fuerte o se exhibían con fuertes medidas de seguridad, como el manuscrito de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías con el dibujo lorquiano del arlequín apenado. Mientras pensaba en esta casona llegó a la calle García Lorca tras pasar por la calle Lealtad. ¡Ay, lealtad, cómo te echo de menos!
     García Lorca había escrito una de las más bellas elegías en castellano por la muerte, anunciada por muchos, de Ignacio tras la vuelta a la oscuridad platónica de la tauromaquia. La calle sencilla me dirigió obsesivo hacia los pensamientos de las dedicatorias. Federico dedicó el Llanto a Encarnación López Júlvez, Argentinita, su comadre y compañera sentimental de Sánchez Mejías, pero añadió otra dedicatoria para José María de Cossío en el manuscrito que envió a la Casona de Tudanca. Cuando Ignacio muere, Lorca se encontraba en Santander, en la Menéndez Pelayo o en sus inmediaciones. No quiso ver la sangre de Ignacio derramada…
     Los pasos me habían dirigido a la calle Menéndez Pelayo, en nombre del insigne polígrafo, intelectual y cuyo nombre había dado cuerpo a la universidad santanderina, internacional y veraniega, que fue creada por la II República en los convulsos años treinta que marcaron el brusco fin de la Edad de Plata de la cultura española. Nada sería igual tras la separación de tanta eminencia, desde Buñuel a Blas Cabrera, pasando por Lorca, Dalí o María Zambrano. En la Biblioteca de esta universidad encontró un poema manuscrito Gerardo Diego, hizo un estudio sobre él, que no publicó, y, años más tarde, Rosa Navarro Durán atribuyó el mismo a Soto de Rojas, como se puede leer en el Archivo Museo Sánchez Mejías. 
     Soto de Rojas inspiró también, para hablar de los paraísos cerrados, a Federico.
      Subiendo por Menéndez Pelayo, crucé por la calle Zorrilla y recordé como cada día de los santos y los difuntos se representaba Don Juan Tenorio en casi todos los teatros y escenarios. No se olvidaban de ello los huéspedes de la Residencia de Estudiantes, obra de los pedagogos de la Institución Libre de Enseñanza. La foto del principio nos recuerda como a principios de los años 20 del siglo pasado, dos juveniles Buñuel y Lorca representaron a Zorrilla como se había hecho de forma habitual.
     Llegue a casa, deambulando o soñando, por pies.

2 comentarios:

  1. Qué entrañable paseo Blas, me gustó mucho ese recuerdo a Lorca y Zorrilla. Un abrazo

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  2. Me alegro. Gracias por tus palabras, Nuria. Un abrazo.

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