"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Me gusta este museo...

     

Molino Grande de Manzanares

 

     

     «En las Relaciones Topográficas de Felipe II, 1575, se mencionaba que había molinos que muelen de invierno…»

     Más tarde, proseguía… «En un plano de 1616 que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, en la sección de órdenes militares, se muestra la bifurcación del río entre el caz nuevo y la madre del río, …, el caz avanza por quiñones, por los que se pagaban cánones, hasta el molino de don Pedro Fernández de Salinas…»

     — Me gusta este museo…*

     Mientras continuaba con la visita comentada, se fijó en quién había pronunciado esas palabras.

    Las palabras habían sido pronunciadas de forma repentina. El pronunciamiento era claro porque expresaba la idea primaria de una emoción repentina. 

     La claridad había sido como el estallido de la luz del amanecer; como la luz clara del inicio del día, como el pensamiento lúcido de quien no tiene nada que ocultar.

     Provenía de aquello que no tiene filtros ni puede oponerse con revueltas ni obstáculos. De aquello que no se puede vencer por la sencillez de los planteamientos. Era, es posible, lo que no se puede dominar porque es brillante en su exposición.

     Así tuvo que ser la primera catarata, así sería la primera salida de la caverna platónica, o el rumor de las primeras olas. Tuvo la visión del primer ascenso a una cima que siempre fue lejana y de pronto es accesible. 

     Recordaba a las primeras gotas de lluvia tras una larga sequía; recordaba al primer salto y la primera caída. Evocaba el primer olor, el primer sabor, el primer sonido. Tal vez fue como cuando aprendió a cruzar las piernas; o cuando sintió el primer dolor de la primera costra en la rodilla magullada. Todo era nuevo, todo era un disfrute, todo era agradable. Había pronunciado las palabras adecuadas, cuando otras, ni tan siquiera, estaban inventadas… Nada. El mundo se paró, a pesar de la prolongación de la visita comentada. 

    Los poderes demiúrgicos habían sido pronunciados por la más pura de las personas con las más bellas palabras:

     — Me gusta este museo…

     Tenía, tiene, cinco años y su declaración no engañaba. Pensé, creí, que ascendería o se elevaría hacia el cielo. ¡No! Era la pureza humana que visitaba el Molino Grande, y el tiempo y el espacio hizo un hiato en su trascurso porque un niño dijo:  

     — Me gusta este museo…

     Los adultos sobraban, los relojes paraban, las palabras habían dejado de existir. El planeta cambió de polaridad, El día fue noche y la noche fue día cuando las estaciones cambiaron. Nada fue igual, porque un joven príncipe dijo estas hermosas palabras:

     — Me gusta este museo…

_______

     *(Un visitante de cinco años iluminó el caluroso sol de un doce de julio.)

2 comentarios:

  1. Desde luego no me extraña que todo se paralizada al oír decir a un crío que le gustase museo... Me gustó mucho el texto. Enhorabuena, lograste el efecto de atracción visual. Un abrazo

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  2. Nuria, gracias. Sí, fue un instante que duró más que el propio instante. Un abrazo.

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