Cultura y sociedad

La pérdida de la inocencia. La colección Piña de 1988

 

Diseño exhibido en Museo Manuel Piña-Manzanares. 1988

     Contaba Lola, la hija de Isi, que la mejor colección, la más especial, de Manuel fue la de verano de 1988… 

     Sí, le gustaban todas, pero la de primavera-verano de 1988… ¡Ay! Aquel traje verde con lunares blancos, con falda de vuelo… (suspiraba), … Aquella otra falda negra con estampado en rojo y chaqueta corta reversible… Recordaba que se propuso la incorporación de la pata de gallo, recordaba que se hizo homenaje a los tejidos madrileños... 

     Quien le entrevistaba mostraba cierta perplejidad ante Lola Piña. No era una colección, pensaba, que hubiera pasado a la posteridad por los seguidores del diseñador de Manzanares. Asumía, eso sí, el carácter camaleónico o cambiante del creador, que no iba siempre de negro, que se vestía de lunares o estampado, sin barreras y con distintos matices.[1]    

Diseño exhibido en Museo Manuel Piña-Manzanares. 1988

     1988 fue el año en que perdimos la inocencia, según Elisa Bracci… Todo cambió a partir de “Mujeres al borde de un ataque de nervios”… Algo nos dispersa, nos profesionaliza… comenzamos a perder amigos por el sida… nos hicimos mayores, maduramos… aunque siempre escondamos al niño que llevamos dentro.

     En la Pasarela Cibeles no tuvo conciencia de ser una de las pocas diseñadoras que desfilaba. Estaba encantada de ser amiga de Manuel Piña, de Antonio Alvarado, de Jesús del Pozo… Queríamos que nos conocieran y sabíamos que la prensa extranjera estaba pendiente de nosotros… Cuenta Elisa que ese año fue criticada por presentar una colección inspirada en los sesenta. El tiempo le dio la razón.

     Elisa contaba que Piña era todo pasión, que amaba lo que hacía y nunca olvidó sus raíces manchegas, como Almodóvar. Fue uno de los protagonistas de la movida. Para él desfilaron Bibi Andersen y Paola Dominguín. 

     Para aquel verano de 1988 propuso una colección con guiños al traje de torero, a las texturas clásicas, a los materiales naturales, a los rayones, a las sedas japonesas en tonos opacos y matizados. Se recuerda la colaboración que hizo con Costus, Juan Carrerro y Enrique Naya. Les pidió que decorasen un mantón de flecos y una cola con cuatro capas o volantes que se abrían en abanico[2]…. En esa época abrió la tienda de la madrileña calle Valenzuela, cercana al Parque del Retiro, donde en septiembre de 1992 hizo un homenaje a Camarón de la Isla. La cola de volantes con ángeles que recuerdan a Murillo y flores en un bello jardín se expone en el Museo Manuel Piña de Manzanares.

     Según Beatriz Cortázar, Almodóvar se encontró, en uno de los homenajes a Camarón, a Manuel Piña. Almodóvar se emocionó cuando el Ayuntamiento de Madrid le entregó a título póstumo la medalla al mérito artístico a su viuda, Dolores Montoya, “La Chispa”, mientras sonaban los acordes de guitarra de Tomatito[3].

     Manuel Piña reunió días después en su tienda a gran cantidad de amigos y admiradores del cantante de San Fernando. Al homenaje de Camarón asistió, según Beatriz Cortázar, Lola Flores y su hija Rosario. La colección que servía de hilo conductor al homenaje llevaba el nombre de “Raza”. Bibi Andersen llevó el traje de Costus. Elena Barquilla entregó un ramo de rosas rojas al diseñador, quien tras unos instantes lanzó hacia los retratos del cantaor desaparecido. El acto estuvo amenizado en directo por El Paquete y el Negri[4].

     Enrique Heredia Negri y Juan José Suárez Paquete conformaron el grupo de nuevo flamenco La Barbería del Sur. Su mayor éxito fue “Alegría de vivir”, canción compuesta por Ray Heredia, cuñado de Negri, fallecido a los veintisiete fatídicos años de muchos artistas. La canción tiene un inicio bellísimo que nos lleva al final de estas palabras:

Y el infierno de tu gloria

ha pasao por mí

ahora siento y pienso adentro

alegría de vivir.

Alegría de vivir

cuando estás cerca de mí

ahora siento y pienso adentro

lo que habrá dentro de mí


La Residencia de Estudiantes en la calle Pinar. Los altos del Hipódromo

 

    

 

     

Residencia de Estudiantes. Wikipedia

     
“Querido Castillejo: Dividiré mi carta en dos partes: Residencia y Patronato… 
     Residencia. Anteayer (7 de julio de 1913) conseguí, después de muchos esfuerzos, que se firmase la orden de deslinde y amojonamiento de los terrenos del Hipódromo. Ahora falta que Velázquez no la haga dormir… que Gato no ponga mala voluntad… yo trataré de enternecerle el corazón…(para)… autorizándonos para construir en dicho terreno… El ministro sigue blandito y según dice embobado con la Residencia, y de eso aprovecharé yo mañana para hacerle una visita… Alba, a quien he escrito dando todos los datos… me contesta por medio de Guillén que lo tomará con interés[1]…”

     La Residencia de Estudiantes iniciaba en esos momentos el proceso para su traslado de la calle Fortuny a la calle Pinar, en los Altos del Hipódromo, que después serían denominados por Juan Ramón Jiménez “La colina de los chopos”.

      La carta del director de la Residencia de Estudiantes nos habla del arquitecto Ricardo Velázquez Bosco[2] (1843-1923), presidente de la Junta Facultativa de Construcciones Civiles y próximo a Giner de los Ríos, colaborando en el boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Trabajó como delineante y dibujante en la restauración de la Catedral de León. Fue autor del Palacio de Velázquez y el Palacio de Cristal en el Parque del Retiro de Madrid (1883), actualmente área expositiva del Reina Sofía; estuvo detrás de la restauración de Santa Cristina de Lena; realizó la intervención definitiva del Monasterio de la Rábida, en las vísperas de las celebraciones colombinas y que luego sería el cobijo de los frescos de Vázquez Mella. A partir de 1892 se le sitúa restaurando la Mezquita de Córdoba, en el redescubrimiento de Medina Azahara entre 1909 y 1923, en la recuperación global del entorno de la Alhambra y el Palacio de Carlos V, etcétera. Entre sus continuadores y discípulos, Torres Balbás y Flórez, uno de los arquitectos de la Residencia de Estudiantes.

     Carlos Gato Soldevilla[3] (1879-1933) fue arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Madrid, autor, entre otras obras, del efímero Pabellón del Ministerio de Fomento (1907) para la Exposición de Industrias Madrileñas del Retiro. Probablemente, sería uno de los deseados para encargarle la obra en un primer momento.

     El ministro embobado con la Residencia era Joaquín Ruiz Jiménez (1854-1934), breve ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en el Gobierno de Eduardo Dato, entre febrero y junio de 1913. Ha pasado a la historia por ser el político que más veces ha sido alcalde de Madrid (4) en cortos periodos de tiempo que no superaron los dos años, lo cual no fue óbice para conseguir el ensanche de la calle de Peligros o la terminación de un tramo de la Gran Vía. En lo que respecta al cambio de ubicación de la Residencia de Estudiantes, la memoria de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) de 1912-1913, en sus páginas 330-331, cita que “por Real Orden de 11 de Agosto de 1913, refrendada por el señor ministro Joaquín Ruiz Jiménez, se autoriza la construcción de los edificios de la Residencia de Estudiantes en los terrenos que el Ministerio de Instrucción Pública poseía en los altos de la derecha del Hipódromo”. Joaquín Ruiz Jiménez fue padre del político Joaquín Ruiz-Giménez Cortes[4], ministro de Educación Nacional en la dictadura franquista, caído en desgracia tras los sucesos de 1956 entre miembros universitarios del SEU y estudiantes contrarios al régimen. Alumno de José Castillejo y Fernando de los Ríos, fue profesor de Elías Díaz y Arístides Royo. Fue Defensor del Pueblo entre 1982 y 1986 a propuesta del PSOE por votación casi unánime. Dirigió la tesis de Gregorio Peces-Barba Martínez sobre Maritain.

     La referencia a Guillén como colaborador de Santiago Alba, liberal, antepasado de Lolo Rico y del filósofo Santiago Alba Rico, nos lleva hacia el padre de Jorge Guillén, Julio Guillen Sáez[5] (1867-1950). Diputado, senador y empresario, quien, por las acusaciones de connivencia con el Frente Popular, fue arrestado en los inicios de la guerra civil española, lo que provocó el exilio del poeta Jorge Guillén.

     La Residencia de Estudiantes se convirtió en sus veintiséis años de funcionamiento en el primer centro cultural de España y uno de los focos de creación e intercambio científico y artístico en la Europa de entreguerras[6]. Del epistolario citado se desprende que pretendían crear una institución a imagen y semejanza de los colegios británicos. Su primera ubicación fue en la calle Fortuny 14, edificio que se fue ampliando a los edificios anejos. Tuvo desde el primer momento un edificio dedicado a biblioteca. La biblioteca pasaría al Colegio Mayor Cardenal Cisneros tras la Guerra Civil.

    El traslado a un edificio más amplio para los libros se produce con la llegada a la Residencia de Juan Ramón Jiménez, que ocupará el cuarto 14, que primero había sido biblioteca y tenía ventanas al jardín.

Juan Ramón Jiménez

     En 1915 empieza la etapa en la calle Pinar, tras dos años de obras. Juan Ramón ayudó a organizar la biblioteca. Se alojaba en la Residencia en calidad de huésped, práctica frecuente que permitía a los residentes tratar con intelectuales y artistas. Eso sí, figuró como antiguo alumno de la institución por haber sido discípulo de Giner de los Ríos.

     Estuvo en la institución entre septiembre de 1913 y enero de 1916, momento en que marcha a Estados Unidos para casarse con Zenobia Camprubí. A su vuelta, reside otra vez por dos semanas hasta que se amuebló su nueva casa.

     En la Residencia dieron charlas o comunicaciones Unamuno, Menéndez Pidal, Antonio Machado, Américo Castro, Ortega y Gasset, Marie Curie, Howard Carter, Einstein, Chesterton, Falla y Ravel, entre otros. Y allí estudiaron Buñuel, Lorca, Dalí y Pepín Bello, por ejemplo.

     El nuevo edificio de la calle Pinar se construyó, como decíamos, en el llamado Cerro del Viento o del aire, en los altos del Hipódromo, que Juan Ramón rebautizó como la Colina de los Chopos. Fueron 3.000 y él ayudo en su plantación. Diseñó también los jardines del Patio de las Adelfas, conocido como el Jardín de los Poetas, implicándose con visitas diarias hasta su terminación. En las nuevas instalaciones disfrutó de vistas a la sierra. De esa época son estas palabras del poeta:

     “Este Cerro del Viento, cuando eran sólo aquí viento y cerro, esta hoy Colina de los Chopos (que paran el viento con su nutrido oasis y nos lo entretienen humanamente ya), ¡como baja el cenit!... Aquí se puede trabajar a gusto y mucho. Hay un gran silencio…y este rincón de jardín a que da mi cuarto, me lo respetan y nadie viene a sentarse ni a hablar por aquí cerca". La moderna búsqueda horaciana de la vida retirada de Fray Luis de León.

     En Libros de Madrid se incluye la Colina de los Chopos y la dedica a Alberto Jiménez Fraud. Para el poeta, el lugar simbolizaba el compañerismo, el amor, la vida alta y pura[7].

     Por el epistolario citado, reseñado en Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías, sabemos que a Jiménez Fraud, por otra carta enviada a Castillejo en septiembre de 1915, le preocupaba el canalillo que atravesaba los terrenos. Intentaba solventar y ganar terreno con su cubrimiento. El canalillo aprovechaba las aguas sobrantes del abastecimiento de Madrid por el Canal de Isabel II. A los técnicos le pareció costoso. Y en muchísimas fotos de la Residencia aparece el cauce acuático en sus inmediaciones. A partir de 1915 se ocupó de las obras el arquitecto sevillano Francisco Javier de Luque y López, que sustituía al arquitecto Antonio Flórez, institucionista, en las obras de la Residencia.




[1] Cartas de Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, a José Castillejo Duarte, secretario de la Junta de Ampliación de Estudios, 9 de julio de 1913, extraída de Epistolario. Alberto Jiménez Fraud. (2017) Residencia de Estudiantes y Fundación Unicaja. Edición de James Valender y otros. Reseñas 23-11-2022 y 1-12-2022 en Biblioteca Archivo Museo Ignacio Sánchez Mejías).

[6] MIGUEL ALONSO, AURORA: (2011) La biblioteca de la Residencia de Estudiantes hasta su incorporación en la Universidad de Madrid (1910-1943). CIAN. Revista de historia de las universidades. Vol. 14, 1.

[7] FERNÁNDEZ BERROCAL, R.: (2007) Guía del Madrid de Juan Ramón Jiménez. Comunidad de Madrid.

Me gusta este museo...

     

Molino Grande de Manzanares

 

     

     «En las Relaciones Topográficas de Felipe II, 1575, se mencionaba que había molinos que muelen de invierno…»

     Más tarde, proseguía… «En un plano de 1616 que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, en la sección de órdenes militares, se muestra la bifurcación del río entre el caz nuevo y la madre del río, …, el caz avanza por quiñones, por los que se pagaban cánones, hasta el molino de don Pedro Fernández de Salinas…»

     — Me gusta este museo…*

     Mientras continuaba con la visita comentada, se fijó en quién había pronunciado esas palabras.

    Las palabras habían sido pronunciadas de forma repentina. El pronunciamiento era claro porque expresaba la idea primaria de una emoción repentina. 

     La claridad había sido como el estallido de la luz del amanecer; como la luz clara del inicio del día, como el pensamiento lúcido de quien no tiene nada que ocultar.

     Provenía de aquello que no tiene filtros ni puede oponerse con revueltas ni obstáculos. De aquello que no se puede vencer por la sencillez de los planteamientos. Era, es posible, lo que no se puede dominar porque es brillante en su exposición.

     Así tuvo que ser la primera catarata, así sería la primera salida de la caverna platónica, o el rumor de las primeras olas. Tuvo la visión del primer ascenso a una cima que siempre fue lejana y de pronto es accesible. 

     Recordaba a las primeras gotas de lluvia tras una larga sequía; recordaba al primer salto y la primera caída. Evocaba el primer olor, el primer sabor, el primer sonido. Tal vez fue como cuando aprendió a cruzar las piernas; o cuando sintió el primer dolor de la primera costra en la rodilla magullada. Todo era nuevo, todo era un disfrute, todo era agradable. Había pronunciado las palabras adecuadas, cuando otras, ni tan siquiera, estaban inventadas… Nada. El mundo se paró, a pesar de la prolongación de la visita comentada. 

    Los poderes demiúrgicos habían sido pronunciados por la más pura de las personas con las más bellas palabras:

     — Me gusta este museo…

     Tenía, tiene, cinco años y su declaración no engañaba. Pensé, creí, que ascendería o se elevaría hacia el cielo. ¡No! Era la pureza humana que visitaba el Molino Grande, y el tiempo y el espacio hizo un hiato en su trascurso porque un niño dijo:  

     — Me gusta este museo…

     Los adultos sobraban, los relojes paraban, las palabras habían dejado de existir. El planeta cambió de polaridad, El día fue noche y la noche fue día cuando las estaciones cambiaron. Nada fue igual, porque un joven príncipe dijo estas hermosas palabras:

     — Me gusta este museo…

_______

     *(Un visitante de cinco años iluminó el caluroso sol de un doce de julio.)

El paseo matutino

      


García Lorca, primero por la izquierda, y Buñuel, cuarto por la derecha, 1921. Fundación García Lorca



     El paso ligero no impedía observar y leer las calles por las que sus pies le dirigían. Calmado, respiraba el único aire fresco del día en un tórrido julio.

      La calle Pereda le recordó al autor de Peñas Arriba en la bucólica casa solariega de los Cossío, la Casona de Tudanca. Allí Pereda había ambientado un mundo costumbrista. José María de Cossío había albergado múltiples obras, incunables, joyas que se guardaban en caja fuerte o se exhibían con fuertes medidas de seguridad, como el manuscrito de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías con el dibujo lorquiano del arlequín apenado. Mientras pensaba en esta casona llegó a la calle García Lorca tras pasar por la calle Lealtad. ¡Ay, lealtad, cómo te echo de menos!
     García Lorca había escrito una de las más bellas elegías en castellano por la muerte, anunciada por muchos, de Ignacio tras la vuelta a la oscuridad platónica de la tauromaquia. La calle sencilla me dirigió obsesivo hacia los pensamientos de las dedicatorias. Federico dedicó el Llanto a Encarnación López Júlvez, Argentinita, su comadre y compañera sentimental de Sánchez Mejías, pero añadió otra dedicatoria para José María de Cossío en el manuscrito que envió a la Casona de Tudanca. Cuando Ignacio muere, Lorca se encontraba en Santander, en la Menéndez Pelayo o en sus inmediaciones. No quiso ver la sangre de Ignacio derramada…
     Los pasos me habían dirigido a la calle Menéndez Pelayo, en nombre del insigne polígrafo, intelectual y cuyo nombre había dado cuerpo a la universidad santanderina, internacional y veraniega, que fue creada por la II República en los convulsos años treinta que marcaron el brusco fin de la Edad de Plata de la cultura española. Nada sería igual tras la separación de tanta eminencia, desde Buñuel a Blas Cabrera, pasando por Lorca, Dalí o María Zambrano. En la Biblioteca de esta universidad encontró un poema manuscrito Gerardo Diego, hizo un estudio sobre él, que no publicó, y, años más tarde, Rosa Navarro Durán atribuyó el mismo a Soto de Rojas, como se puede leer en el Archivo Museo Sánchez Mejías. 
     Soto de Rojas inspiró también, para hablar de los paraísos cerrados, a Federico.
      Subiendo por Menéndez Pelayo, crucé por la calle Zorrilla y recordé como cada día de los santos y los difuntos se representaba Don Juan Tenorio en casi todos los teatros y escenarios. No se olvidaban de ello los huéspedes de la Residencia de Estudiantes, obra de los pedagogos de la Institución Libre de Enseñanza. La foto del principio nos recuerda como a principios de los años 20 del siglo pasado, dos juveniles Buñuel y Lorca representaron a Zorrilla como se había hecho de forma habitual.
     Llegue a casa, deambulando o soñando, por pies.

Los telares y las costureras

      

    

Industria textil en la Cataluña del siglo XIX

     Hubo un tiempo en que los telares inundaban las ciudades fabriles. Hubo un tiempo en que se viajaba a Calella o Pineda de Mar buscando a los primigenios fabricantes textiles que trabajaban en telares casi rudimentarios, sin ordenadores, ni programas de generación.

     Ocurría igual en las calles de La Solana, Montiel o Valdepeñas. En cada puerta había una familia que cosía para un fabricante cercano. En Sonseca, Toledo, estaban más organizados y producían con marca propia o para grandes almacenes, muy preciados o ingleses, la ropa colegial en cantidades muy, pero que muy industriales.

Ropa colegial. Pecesa. Sonseca.

     Tal vez, en esa provincia toledana, estos ojos que miran la pantalla, vislumbraron el primer ordenador aplicado a la fabricación textil. De forma un tanto rudimentaria tejía una prenda de punto de forma continua, sin parar.

     Este telar más industrial llamaba la atención porque era más moderno que los que machaconamente trabajaban en la costa catalana desde principios de siglo XIX-XX. Los telares elaboraban calcetines para don Antonio. 

     Antoni y su mujer nos recibieron en medio del ruido ensordecedor de los antiguos ingenios. Se maravillaban de nuestra comprensión del catalán. Estos comerciantes del medio oeste manchego nos entienden. Uno de nosotros había comprendido que vermel era rojo o bermejo, como lenguas romances eran el catalán y el castellano. Antoni y su mujer eran la amabilidad personificada. Y más si le pagaban las letras. El ruido del telar era atronador. 

     Otro fabricante, que también se llamaba don Antonio, no nos enseñó los telares ni las máquinas. Enseñaba su producto: La mercancía que fabricaba, los colores, el diseño y tamaño de las prendas. Se acordaba la cantidad que se quería comprar por tallas y colores, el precio de las cajas o las bolsas, los portes pagados, o a medias o gratuitos, según la cantidad. La fecha de envío y la forma de pago. Tras el negocio, cogía el teléfono y llamaba a su casa: 

     —Merce: prepara dos bocadillos más y añade los carnets de Antoni y Roger que nos vamos al Camp Nou. Al Barsa-Oviedo.


     En aquella época, el delantero del F. C. Barcelona, Stoichkov, pisó a un árbitro durante un partido. Era una especie de gladiador de la antigua Roma, un nuevo Máximo Décimo, que había viajado desde Tracia, o desde Hispania. No hacía prisioneros.

    Aquellos fabricantes toledanos son recordados gracias a las manos hábiles de costureras intemporales. Hace unos días, la memoria de quien escribe recordó esas agujas y esas tijeras.

     Su memoria venía de cuando desde el taller de Manuel Piña encargaban a unas manos celestiales y toledanas, puede ser lo mismo, que cosieran trozos de punto de una manera determinada porque estaban abducidos por un pintor cubista llamado Juan Gris, el cual después de Braque y Picasso, era uno de sus grandes representantes. 

     Querían introducir esas piezas en algunos de sus diseños, como el abrigo talar de la colección otoño-invierno 1982-83 que se expone en el Museo Manuel Piña en su segunda sala. 

Colección 1982-83, Manuel Piña. Foto: Expocrítica

     Las manos angélicas cumplieron con su trabajo artesano: Brillante y mistérico; sacrificando vista y dedos para actualizar al diseño moderno las antiguas y tradicionales artesanías, escondidas tras las puertas de las casas olvidadas que flotaban en la llanura manchega.

Bodas de sangre

                       NOVIO ¿Quieres algo?                              MADRE Hijo, el almuerzo                               NOVIO Déjalo....