"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Un fenómeno sorprendente


     El fenómeno se produjo. Un evento increible se estableció. Extraordinario. Todos miraban. 
     Sorprendidos.
     - ¿Es posible? ¿Obedece a razones naturales? ¿Es un producto del mercado en horas bajas? ¿Una anomalía informática? ¿Hay posibilidades de crisis, de riesgo?
     Todas estas preguntas eran analizadas por sesudos analistas, tertulianos expertos en todos los temas desde la cría de cebolla temprana a la mecánica aeronáutica. Todos daban su opinión basada en irrelevantes y profundos estudios superficiales. Sus asertos eran tendencia día a día, hora a hora, minuto a minuto en las redes sociales más influyentes a nivel internacional, nacional, autonómico, provincial, comarcal, y local. En resumen, aldeano.
      Los gurús económicos debatieron profundamente sobre el fenómeno. Unos pensaban que su tendencia sería continuada. Otros que tendría picos de subida y picos de bajada. Había un tercio, los más radicales, no importa córner o esquina, que consideraban que su tendencia sería creciente si se tomaban unas medidas que ellos conocían, que no podían descubrir y que ellos eran los únicos capaces y capacitados para llevarlos a cabo. Eran un tercio, al menos, pero había una tendencia creciente a su aumento. Finalmente, había gurús económicos que no tomaban ninguna decisión, ni postulaban ninguna teoría sin, antes, analizar las vísceras de cualquier animal muerto, chupar su dedo índice y elevarlo a las alturas, o coger unos sarmientos de vid unidos con forma de V buscando el acuífero más cercano. Estos últimos eran los mayores creadores de tendencia. Los más televisivos. Los de “Ya lo decía yo…”
     Los historiadores debatieron profundamente la posibilidad del fenómeno como un producto de conocimiento nuevo, o la posible analogía en un suceso anterior. Un grupo de ellos, prehistoriadores y arqueólogos, pensaron establecer similitudes con la revolución neolítica, aunque no supieron indicar qué se domesticaba, o se hacía sedentario, o creaba estructuras societarias. Los especialistas en la antigüedad dijeron que el fenómeno era comparable a la globalización producida tras las conquistas de Alejandro Magno. Pero no acertaron a establecer una línea de influencia, ni el lugar, el espacio y el contenido. Los medievalistas establecieron símiles con la aparición de las universidades medievales, sin embargo, no podían establecer localización, ni pretensiones, ni las doctas explicaciones de sus cátedras. Los historiadores del Renacimiento y el mundo moderno daban explicaciones dispares. Unos comparaban este fenómeno anormal con la explosión artística del renacimiento italiano y, por extensión, europeo; otros consideraron más importante la revolución científica del mundo moderno que coadyuvó a los grandes descubrimientos geográficos que comunicaron a los humanos en todos los hemisferios terrestres. El primer razonamiento era apoyado por los historiadores del arte y conservadores de museos, pero no diagnosticaban su estilo, ni catalogación, ni estipulaban las formas de conservación preventiva necesarias para albergar los efectos de el fenómeno. Los partidarios de la revolución científica, muchos de ellos historiadores de la ciencia y divulgadores del progreso humano, aseguraban que el fenómeno era parecido a los avances rectos de la ciencia que tanto habían hecho con el progreso humano y que en teoría este evento no parecía tener los efectos permisivos de las utilidades perniciosas de la pólvora. Finalmente, algunos historiadores del mundo contemporáneo decían que este fenómeno era comparable a la Revolución Francesa, la revolución industrial, la publicación del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, las olas democráticas con la transición española a la democracia o la revolución tecnológica con la red de redes. Pero, otros decían, presagiaban, que este suceso era comparable a todas las guerras y dictaduras que en nombre del pueblo se habían producido durante la contemporaneidad y que el único provecho que se podía recibir era más abono para el campo con las vidas perdidas en conflictos inútiles producidos por líderes fanáticos. Y que como decía un dictador del siglo pasado, la muerte de una persona era una tragedia, una pena. Pero la muerte de millones de personas era una estadística. Un idiota. Y un asesino.
     Sesudos poetas, novelistas, ensayistas escribieron sobre las raíces culturales, líricas y épicas del fenómeno, del suceso. Algún literato forjado en periodismo de guerra ponderó los conocimientos que el tenía sobre el tema y volvió a editar novelas de aventuras, que, obviamente, siempre son necesarias para evadir la rutina ordinaria.
     Decidí escribir un poema, pero, tras los primeros versos, empezó a llover de tal manera que fui a buscar maderas ante la necesidad de construir un arca.
     El fenómeno tuvo repercusiones políticas. Todos los partidos políticos publicaron tuits sesudos de menos de ciento y pico caracteres, definitorios de su hondura intelectual. Las cámaras se reunieron en sesión extraordinaria y tomaron una decisión que fue considerada por todos los grupos políticos con representación parlamentaria como un acierto de infinitas consecuencias.
     Crearon una comisión parlamentaria.
     Con dietas dobles por asistencia debido a la enjundia del tema a tratar.
     Esa misma noche y al día siguiente, todos los medios de comunicación reflejaron el acierto de todos los miembros de la sociedad, especialmente, de la clase política. En una cadena de televisión entrevistaron al presidente de gobierno seis veces en seis horas para hacer honor a su nombre.
      El día que empezaron las sesiones de la comisión parlamentaria no faltó ningún grupo político, ni los nuevos y más radicales, ni los habituales y más moderados. Al comienzo de la comisión, su presidente declaró abierta la sesión y dijo unas palabras sin sentido, difícilmente pronunciables, sin acierto y contenido. Los grupos, asombrados, no entendían nada. Ni el grupo de la minoría mayoritaria, ni el grupo de la mayoría minoritaria, ni el grupo mixto, ni nadie.
     ¿Por qué?
      Por que no sabían el tema o asunto de la comisión. Todos habían hablado del fenómeno, del suceso, pero ninguno lo había visto, percibido, estudiado o investigado.
      Era la estupidez humana.
     La mía, seguro. La de todos. Tal vez.

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