Un dulce ruido de alas revolotea,
espolvoreando partículas diminutas de luz ámbar y esmeralda, esencias de sueño
y deseo. Esparce rutilantes ráfagas de rayos irisados que alumbran y ciegan las
entrañas del alma, el vientre de la ballena y la luz de la linterna en la
oscuridad.
Estoy en medio de un mundo sin luces, sin
aire, sin vida, que me impide ver, que no me deja respirar, que no me deja
vivir.
Enclaustrado, en una caverna, salgo a
percibir lo imaginado. En el tiempo,
enclaustrado, busco un instante por donde alterar el curso de cada momento. Mi
numen me ha abandonado. Desorientado, firme, falta de oriente. El curso del lugar
y momento no tiene sentido.
El alimento espiritual busca sénecas y
bueros, máximas, meninas y escaleras.
Miltón sacó su satán para impedir, por envidia,
la vida idílica de los primeros seres que nos poblaron, seres inferiores a él.
Quiso que padecieran porque eran iguales a su otro yo, el dios de todos. Padecerían por ser la imagen de quien los creó.
Ese fue su castigo. Y su salvación. Padecer y disfrutar con el dolor.
Cuando abandonaron el Edén, la falla del
Rift se quiso separar del continente llenando de agua el mar Rojo y las aguas
del Jordán, descendiendo hasta las cataratas Victoria, deseando que los homínidos
evolucionaran buscando como sobrevivir. Sobrevivir les hizo humanos. Como Miltón
dijo acabaron su inocencia “asidos de las manos y con inciertos y lentos pasos,
siguieron a través del Edén su solitario camino[i]”.
¿Qué somos? Estatuas de un cuadro, tal
vez. Al principio de “Las Meninas” de Buero Vallejo[ii],
las figuras de los cuadros de Menipo y Esopo charlan y discurren, no como
ellos, sino como sus modelos Martín y Pedro. No son pinturas porque -dicen-
escupen, hablan o callan según va el viento. Son inmateriales. Son
intemporales. Han transcendido de la realidad. Tal vez un sueño. El sueño de la
vida o el sueño eterno.
El sueño de maya inspiró a Calderón para
la vida es sueño. No discernimos por el velo de maya. Hasta que no lo
retiramos, no revelamos lo real de lo ilusorio. El tejido de maya, siempre un
tejido, nos aparta, nos mantiene en un mundo de ilusión cercano al karma, no
real. Cuando despertamos del sueño, podemos padecer o disfrutar. Salimos del
paraíso y de la ilusión de un sueño cuando nos rebelamos ante lo que nos oprime
y atenaza, y cuando revelamos el velo o la tela que nos impide proseguir
nuestras vidas.
Una máxima[iii]
de Séneca decía " - Pues ¿para quién aprendí yo estas cosas?- No
temas haber trabajado en balde si para ti las aprendiste.”
El consuelo de esta vida es el
conocimiento. De personas, de culturas, de perspectivas. Trabajas pensando que
no tiene provecho alguno, pero te equivocas, siempre hay un resquicio por donde
conocer y por donde callar lo que sabes, lo que aprendes y lo que ves.
La abeja reina es reina porque manda a sus
zánganos, tal vez. A alguno le da más responsabilidad para conocerle mejor. La abeja
reina no sabe que, además de los zánganos, le observan. Los apicultores. El oso
goloso. Observan. Desean. Callan, pero observan. Se relamen. Nada se hizo al
azar.
Incluso si huele a azahar, limones y
lavanda. Un sueño, una realidad.
Siempre nos quedará Emma Stone bailando en
La, La, Land[iv].
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