"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Don Camilo y el afán de la lectora

     
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     Hacía tiempo que no leía nada sobre él. Y de pronto me encontré con dos lecturas, dos artículos, casi consecutivos que coincidieron con la fecha de su cumpleaños. Era una lectora voraz. Antes de su último viaje, postrada en una silla y respirando artificialmente, me dijo que había oído que era su año, su centenario, y no había leído nada de él. Me dijo que le buscará algo entre mis libros.     

El primer artículo trataba sobre la correspondencia que mantuvo con miembros de la Generación del 27. Un artículo antiguo, no sé cómo ocurrió que llegase a mis manos, de mayo de 2003, en El Culturali, que contaba el impacto que había causado en Damaso Alonso su Pascual Duarte, la imposibilidad de Aleixandre de hacer un poema al ómnibus, el deseo de una ilustración de Picasso en una edición de lujo de Gerardo Diego, o la intermediación ante Carlos Barral para la publicación de un libro de Cernuda, o una carta de Altolaguirre que le ofrece uno de sus poemas. Jorge Guillen, en otra, le cuenta lo bien que habla de él Américo Castro. Emilio Prados le escribe pidiendo que le escriba y mostrándose lector voraz suyo. Y, finalmente, un carta donde le relata Alberti, desde Roma, los problemas con la censura para publicar en España...

      Me propuse buscar las primeras obras que yo leí. Como a casi todos, la lectura del Pascual Duarte en la adolescencia impresiona. Luego encontré La colmena. Quería ver su impresión ante la cantidad de personajes que aparecían. Como iniciación no estaba nada mal.
      Me miró, al llegar con los dos libros, mientras me interrogaba sobre cualquier otra cosa. Su atención se había posado en ellos. No decía nada, pero me interrogaba con los ojos. Le dije que había encontrado estos, que esperaba que le gustara. Se apartó la mascarilla del respirador y dijo algo parecido a ya te lo diré. Enseguida, sin embargo, empezó a leer...
      El segundo artículo lo publicó Rafael García Maldonadoii en Zenda Una defensa de Celaiii. Cuenta como ha disfrutado con la lectura de Madera de Boj. Que el año en que recibió la noticia del premio Nobel de literatura, premio que se había trabajado gracias a su oficio y a su capacidad de resistencia, el español había ganado otro nobel pero perdido a un escritor caricaturizado a ojos de mucha gente. El piensa que no se perdió el escritor, que con la publicación de esta novela en 1999, mostró su valía que vindica y ensalza en momentos de inanidad literaria, según el autor del artículo, y cita las obras que antes se ha mencionado, entre otras, y que marcan el carácter del último gran escritor español por su vasta y magnífica obra y por la innovación formal en cada nuevo desafío con el lenguaje. No elude los temas espinosos de su vida. Termina con una recomendación, “lean a Cela y elévense”. ¡Y dos huevos duros! ¡En tiempos de lectores y lecturas ligeras!
     La primera novela la leyó en una semana. El tiempo se escapaba. Mientra oigo Sweet home Alabama en la película del mismo nombre, recuerdo cuando me dijo lo triste que había sido la vida de Pascual, las atrocidades que vio y la que cometió, en un mundo inestable, y que ya la había acabado y que le diese la siguiente novela, que la primera le había gustado. Me olvidé durante unos días de su afán lector, del placer que le producía, de cómo había volcado sus energías donde solo podía ejercitarlas, en su cabeza, en su memoria, en su deseo de saber. A veces, me asustaba. Devoraba con pasión, como si en un instante fuera a esfumarse, a consumirse. No había tiempo, se escapaba y el carpe diem, memento mori se convertía en algo real, finito.
      Los dos artículos los leí pensando en ella enseguida. Y me vino a la memoria todo el fresco de ese instante como un cuadro fijo y agitado. Recuerdos que eran emocionales y, a la vez, intelectuales, que muchas veces coincidían en el placer de la lectura y en la forma de compartir ese placer con la gente que quieres o aprecias. Se había terminado La colmena. No paraba de hablar de la cantidad de personajes que había, de como se abigarraban en torno a la ciudad, a la colmena, decía ella. Que que pena de vida en la posguerra. Y me contaba la vida de la dueña del café, de los enamorados compartiendo cada uno de los instantes por pobres que fueran, y de...
     Entonces, me dijo: búscame otra. Otra del mismo. Me gusta como escribe. Es algo distinto. Es como disfrutar de un pastel de forma lenta, de forma pensada, con deleite. Es como afrontar todos los sucesos de la vida, y como afrontar la meta que el horizonte ilumina. Con serenidad, aprovechando hasta el último instante, porque es nuevo, y porque está ahí. Una nueva cima, una nueva experiencia.
      El tiempo se agotaba. En el hospital siguió leyendo. La primavera, recuerdo, era de escasas lluvias, de temperaturas altas y de largas noches de espera. Pero no lo dejó. Continuó leyendo, con ansia, como si temiera que pronto perdería las ganas de todo. De leer, de vivir, de disfrutar. Contaba que su madre consideraba que había sido un premio por el día en que había nacido, por el momento turbulento en que llegó y por el deseo de sus padres en tenerla. Todo pasaba por su cabeza como una película vieja, en blanco y negro, llena de escenas fijas movidas a gran velocidad.

      Y llegué con el Viaje a la Alcarria, obra de gentes cercanas, de lenguajes conocidos. Un libro de viajes que el autor escribe en tercera persona, lo cual le llamó la atención, y contaba la gracia que le hacía las situaciones por las que pasaba el viajero. De la lectura pensante, inteligente, que le producía.
      La primavera, seca, fue la última. El libro, tal vez, también. Todo se precipitó en pocos meses. Impedida, los problemas respiratorios fueron minando su fortaleza de ánimo. Las complicaciones, los efectos secundarios, hicieron el resto. En su último o penúltimo ingreso le llevé nuevos libros y ya los rechazó. Tal vez solo quería decir adiós. Se hacía pesado abandonar el último placer, el de la lectura. Había luchado por mantener la actividad del músculo más importante, el de la búsqueda de la certeza, el de aprender dónde hallarla. Y el de luchar por mantenerla. La viajera, el viajero, había acabado su odisea.
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ii @RGMaldo

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