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Hacía
tiempo que no leía nada sobre él. Y de pronto me encontré con dos
lecturas, dos artículos, casi consecutivos que coincidieron con la
fecha de su cumpleaños. Era una lectora voraz. Antes de su último
viaje, postrada en una silla y respirando artificialmente, me dijo
que había oído que era su año, su centenario, y no había leído
nada de él. Me dijo que le buscará algo entre mis libros.
El primer artículo trataba sobre la correspondencia que mantuvo con miembros de la Generación del 27. Un artículo antiguo, no sé cómo ocurrió que llegase a mis manos, de mayo de 2003, en El Culturali, que contaba el impacto que había causado en Damaso Alonso su Pascual Duarte, la imposibilidad de Aleixandre de hacer un poema al ómnibus, el deseo de una ilustración de Picasso en una edición de lujo de Gerardo Diego, o la intermediación ante Carlos Barral para la publicación de un libro de Cernuda, o una carta de Altolaguirre que le ofrece uno de sus poemas. Jorge Guillen, en otra, le cuenta lo bien que habla de él Américo Castro. Emilio Prados le escribe pidiendo que le escriba y mostrándose lector voraz suyo. Y, finalmente, un carta donde le relata Alberti, desde Roma, los problemas con la censura para publicar en España...
Me
propuse buscar las primeras obras que yo leí. Como a casi todos, la
lectura del Pascual Duarte en la adolescencia impresiona.
Luego encontré La colmena. Quería ver su impresión ante la
cantidad de personajes que aparecían. Como iniciación no estaba
nada mal.
Me
miró, al llegar con los dos libros, mientras me interrogaba sobre
cualquier otra cosa. Su atención se había posado en ellos. No decía
nada, pero me interrogaba con los ojos. Le dije que había encontrado
estos, que esperaba que le gustara. Se apartó la mascarilla del
respirador y dijo algo parecido a ya te lo diré. Enseguida, sin
embargo, empezó a leer...
El
segundo artículo lo publicó Rafael García Maldonadoii
en Zenda Una defensa de Celaiii.
Cuenta como ha disfrutado con la lectura de Madera de Boj.
Que el año en que recibió la
noticia del premio Nobel de literatura, premio que se había
trabajado gracias a su oficio y a su capacidad de resistencia, el
español había ganado otro nobel pero perdido a un escritor
caricaturizado a ojos de mucha gente. El piensa que no se perdió el
escritor, que con la publicación de esta novela en 1999, mostró su
valía que vindica y ensalza en momentos de inanidad literaria, según
el autor del artículo, y cita las obras que antes se ha mencionado,
entre otras, y que marcan el carácter del último gran escritor
español por su vasta y magnífica obra y por la innovación formal
en cada nuevo desafío con el lenguaje. No elude los temas espinosos
de su vida. Termina con una recomendación, “lean a Cela y
elévense”. ¡Y dos huevos duros! ¡En tiempos de lectores y
lecturas ligeras!
La
primera novela la leyó en una semana. El tiempo se escapaba. Mientra
oigo Sweet home Alabama
en la película del mismo nombre, recuerdo cuando me dijo lo triste
que había sido la vida de Pascual, las atrocidades que vio y la que
cometió, en un mundo inestable, y que ya la había acabado y que le
diese la siguiente novela, que la primera le había gustado. Me
olvidé durante unos días de su afán lector, del placer que le
producía, de cómo había volcado sus energías donde solo podía
ejercitarlas, en su cabeza, en su memoria, en su deseo de saber. A
veces, me asustaba. Devoraba con pasión, como si en un instante
fuera a esfumarse, a consumirse. No había tiempo, se escapaba y el
carpe diem, memento mori
se convertía en algo real, finito.
Los
dos artículos los leí pensando en ella enseguida. Y me vino a la
memoria todo el fresco de ese instante como un cuadro fijo y agitado.
Recuerdos que eran emocionales y, a la vez, intelectuales, que muchas
veces coincidían en el placer de la lectura y en la forma de
compartir ese placer con la gente que quieres o aprecias. Se había
terminado La colmena.
No paraba de hablar de la cantidad de personajes que había, de como
se abigarraban en torno a la ciudad, a la colmena,
decía ella. Que que pena de vida en la posguerra. Y me contaba la
vida de la dueña del café, de los enamorados compartiendo cada uno
de los instantes por pobres que fueran, y de...
Entonces,
me dijo: búscame otra. Otra del mismo. Me gusta como escribe. Es
algo distinto. Es como disfrutar de un pastel de forma lenta, de
forma pensada, con deleite. Es como afrontar todos los sucesos de la
vida, y como afrontar la meta que el horizonte ilumina. Con
serenidad, aprovechando hasta el último instante, porque es nuevo, y
porque está ahí. Una nueva cima, una nueva experiencia.
El
tiempo se agotaba. En el hospital siguió leyendo. La primavera,
recuerdo, era de escasas lluvias, de temperaturas altas y de largas
noches de espera. Pero no lo dejó. Continuó leyendo, con ansia,
como si temiera que pronto perdería las ganas de todo. De leer, de vivir,
de disfrutar. Contaba que su madre consideraba que había sido un
premio por el día en que había nacido, por el momento turbulento en
que llegó y por el deseo de sus padres en tenerla. Todo pasaba por
su cabeza como una película vieja, en blanco y negro, llena de
escenas fijas movidas a gran velocidad.
Y
llegué con el Viaje a la Alcarria,
obra de gentes cercanas, de lenguajes conocidos. Un libro de viajes
que el autor escribe en tercera persona, lo cual le llamó la
atención, y contaba la gracia que le hacía las situaciones por las que
pasaba el viajero. De la lectura pensante, inteligente, que le producía.
La
primavera, seca, fue la última. El libro, tal vez, también. Todo se precipitó en pocos meses. Impedida, los problemas
respiratorios fueron minando su fortaleza de ánimo. Las
complicaciones, los efectos secundarios, hicieron el resto. En su
último o penúltimo ingreso le llevé nuevos libros y ya los
rechazó. Tal vez solo quería decir adiós. Se hacía pesado
abandonar el último placer, el de la lectura. Había luchado por
mantener la actividad del músculo más importante, el de la búsqueda
de la certeza, el de aprender dónde hallarla. Y el de luchar por
mantenerla. La viajera, el viajero, había acabado su odisea.
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ii
@RGMaldo
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