"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Buscando entre la niebla

 
 



     Otros días la niebla había levantado dando permiso a que los rayos de un sol tibio de enero inundara las paredes de la estancia fría y desnuda de temperatura. Esperaba que hoy ocurriera de la misma manera. Sin embargo las brumas y las nieblas parecían cremas espesas difíciles de cortar. El café con leche, muy caliente, estaba acompañado de un trozo de roscón de supermercado. El brasero y el radiador luchaban por calentar con desigual fortuna. El ruido de la calle era perceptible y percibido en la lejanía, acolchando su sordina en la melodiosa Pasión según San Mateo de Bach que se oía a bajo volumen en el portatil.
      Cuando despertó, sus zapatos estaban allí. No los miró con ojos infantiles. Gáspar, sabía, no tenía fecha de llegada para traer su incienso a casa. Había deseado una botella de Oporto o Jerez, o un libro de Comellas sobre la historia de los cambios climáticos, pero se rompieron los radiadores y los braseros y no hubo otra. Se consoló pensando que tenía muchos libros atrasados y quedaba vino de la  tierra.
      Se sentó y se arrebujó en torno a la mesa camilla, tecleando palabras sin sentido, sin orden. Hacía ejercicios que denominaba de estilo o redacción, pero no era siquiera gramática parda. En realidad reflejaban un vacío que le embargaba. Estaba atascado. Como en el quicio de una puerta. Una puerta que se abría y se cerraba en múltiples direcciones y sentidos y que no acababa de dominar pues le recordaba ocasiones que se habían reproducido durante tantos años. Siempre fortuitas. ¿Sería siempre igual? ¿Así sería?
      Sorbió otro poco de café. Miró el horizonte, largo e inabarcable, parecía que flotaba huyendo de la realidad. Pensó en que podía ser su casa la que se elevaba como en los tornados americanos de películas catastrofistas como Twister, o soñadoras como El Mago de Oz. Podía ser su ciudad. Tal vez. Se la imaginaba y veía que trascendía, huyendo, sobrevolando la España abandonada, y se trasladaba hacia la costa o al lado de una ciudad populosa. Sonreía. Estaba tan asentada sobre sus cimientos, sobre sus raíces...que era imposible que se levantara. Ni siquiera un tornado. Dormitaba en la mecedora que pedía y buscaba el viejo Mose Harper de Centauros del desierto, porque todos somos buscadores de algo o de alguien.
      Cada vez, el aire y el viento, cada vez más, corría, corre y correrá, sin barreras, sin obstáculos, moviendo arbustos bajos, plantas rodantes y matorrales, sin destino, sin final, y sumiendo de nieblas, o tinieblas, los anocheceres y madrugadas, temiendo sin temer que tengan temperaturas o témpanos del amanecer que olviden escribir el futuro y el recuerdo de un sitio.
      No quedaba café ni roscón, no. Comenzaba a amanecer, cuando el sol lucha por salir entre las brumas, entre las nieblas. El tibio calor de los primeros rayos de sol hizo volar su imaginación y, al mismo tiempo, le permitió abrir los ojos y mirar. Mirar ese horizonte infinito que se mostraba ante sus ojos, horizonte que era más deseado por su propio pensamiento, en su infinito, en su creación. 

     #niebla #búsqueda #imaginación #horizonte #sol

4 comentarios:

  1. Hermoso relato, plasmado de metáforas y figuras que dibujan una esperanza, aún en día de desolación cuando la niebla no nos permite ver el sol,pero más allá de eso "siempre debemos mirar ese horizonte infinito que anhela nuestros pensamientos" en la búsqueda de nuestro destino.

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  2. Me gusto tu relato. Feliz día de reyes.

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