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Un día, buscando libros antiguos o
descatalogados en Iberlibro, se topó con la Nueva
guía completa del Museo del Prado de Antonio J. Onieva, de 1965, reeditada
múltiples veces, a un precio de 1,70€. Recordó en ese instante un vago
recuerdo, olvidado, como un sueño. Fue en el Prado. Dentro del museo.
Tuvo una sensación extraña, de mareo, como drogado. Venía de un pueblo
de La Mancha, había salido temprano, con desayuno de café con leche y
madalenas. Pero no podía concentrarse. Su admiración, como extasiado, había
llegado a límites insospechados cuando llegó a la sala de los Velázquez.
Las Meninas y la Fábula de Aracne habían conseguido dejarle absorto. La
composición, la pintura, el aire que flotaba, el color, las miradas. Él estaba
maravillado por los trazos magistrales, la perspectiva, y la armonía de las
figuras. Por la total trasposición de una verdad al cuadro. Se sentó, admirado,
embelesado, sujetando su barbilla por la boca abierta debido al pasmo de la belleza
que le embargaba. Estaba, parecía un personaje de cuadro, transfigurado. No
necesitaba comer ni beber. La eclosión pictórica que albergaba el edificio Villanueva
era como un maná, suficiente, que entraba por sus ojos, abiertos, conectados a
un haz de luz invisible provocado por la conexión emocional producida por El Lavatorio de Tintoretto, La Virgen de Morales, Las tres gracias de Rubens, Las hilanderas o la fábula de Aracne y Las
Meninas de Velázquez, El descendimiento
de Wan der Weyden, El caballero de la
mano en el pecho de El Greco, El
Jardín de las Delicias de El Bosco, La
carga de los mamelucos y Los
fusilamientos del 3 de mayo de Goya y, con el remate, de Carlos V en Mühlberg de Tiziano. La
imagen de un poder absoluto conjuntado con la serenidad que el veneciano había
plasmado en el cuadro provocó un momento de abstracción profunda. Tuvo la
impresión, la certeza, de hablarle Don Carlos:
- Tenga la clarividencia, caballero de mi reino, que el poder que represento
no es flor de un día, sino símbolo del esfuerzo y valor de mis ejércitos. Tome
un caballo, acompáñeme y luche como un cristiano caballero.
Piafaba su caballo, piafaban todos los caballos del museo, los de los
cuadros de Velázquez, Goya, Van Dyck y Rubens. Saludaban las damas de los
cuadros. Desde María de Médicis de
Rubens a la Inmaculada Soult de
Murillo, todas con abanicos improvisados aparecidos por doquier de no se sabe
dónde. Al fondo Caronte en el cuadro El
paso de la laguna Estigia de Patinir, contemplaba la escena, diciendo,
pensando, - me van a dar trabajo-.
Hubo un rumor de golpe, seguido de un coro atronador proveniente de los
soldados con lanzas de La rendición de
Breda y desde el pueblo levantado contra la invasión napoleónica de El 2 de mayo:
- ¡Cesar Carlos, Señor y Rey de las Españas! – dijeron los de Breda- Somos
tus súbditos, somos tus vasallos. ¿Es necesario continuar con tantas batallas? Nuestras
mujeres, nuestros hijos, nuestras tierras nos necesitan. En tus posesiones no
se pone nunca el Sol. Sol que concentrado en un mismo lugar nos abrasaría. Déjenos
disfrutar del verdadero poder de nuestro reino y que será el que quedé para la
posteridad: El arte y la cultura de un pueblo que ha sido conquistado múltiples
veces, crisol de distintas identidades, mestizo de culturas desde su
nacimiento. Vivimos en los cuadros de esta casa, museo y cosmos de nuestra vida,
albergados por el arte de los siglos, para deleite y contemplación de humanos y
divinos.
La carga de los mamelucos se paró. Se quedó de forma estática, Ni
cargaban las tropas francesas, ni acuchillaban los patriotas madrileños. El
arte venció a la guerra y el edificio Villanueva se convirtió en remanso de paz
desde aquel día.
De pronto despertó de su ensoñación, era la hora de la comida. Había quedado
a comer en la Plaza de los Cubos en la calle de la Princesa. A la salida del
museo compró la guía de Onieva, la novísima decimoséptima edición de 1980. Por
la tarde le llevaron a ver a la gran Lola Herrera que interpretaba a la viuda
de Cinco horas con Mario de Delibes. No
contó a nadie su visión con los cuadros del Museo del Prado. Volvió muchas
veces, volvió muchos días, disfrutó con todos los cuadros, solo o en compañía,
pero nunca, jamás, volvió a tener la aventura de los cuadros. Fue la primera
vez. Solo fue eso. Tal vez…
Cesar Carlos |
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