Puede que se haya producido, anterior a este relato, algún momento más importante en la historia del planeta o en el largo camino hacia la humanidad. Pudo ocurrir cuando se acostumbró un primate a bajar del árbol y aprendió la marcha bípeda y erguida, o cuando fue desarrollando el aparato fonador para comunicarse o, tal vez, cuando los primeros homínidos dominaron el fuego. No. No es la intención.
Aquí, se contará desde el instante que los
humanos empiezan a elaborar sociedades más complejas que las reuniones en las
entradas de las cuevas o al abrigo de las inclemencias climáticas. Es la convivencia en sociedad. Y no se
utilizará una terminología distinta a la clásica al utilizar el término ‘revolución’.
Por manido, apreciado o desprestigiado que esté.
En la historia de la humanidad han
influido tres revoluciones socioeconómicas de forma determinante: La revolución
neolítica, la revolución industrial y la revolución tecnológica e informática. En
el marco temporal, la revolución neolítica es un proceso de milenios, la
revolución industrial atañe a los tres últimos siglos, con matizaciones, y la
revolución tecnológica e informática es un proceso que se gesta en los últimos
cuarenta años.
La Revolución Neolítica parece definida
por formas de vida campesina, que tiene como base económica principal la
producción de alimentos vegetales y animales mediante la domesticación. Supuso
un cambio en el medio geográfico con el reagrupamiento en poblados o aldeas. Se
dejó de utilizar el desplazamiento y/o nomadismo de forma habitual, siendo la
caza y recolección un complemento. Las razones de este modo de vida son varias.
El cambio de las condiciones climáticas con el Holoceno, el aumento demográfico
y el proceso cultural. El holoceno es el período interglaciar actual que
abarcaría los últimos diez mil años. El aumento, que no presión, demográfico
comportaría un incremento de las necesidades alimenticias y los avances
culturales habrían creado sistemas complejos de sociedades que llevarían al
hombre previo al Neolítico a adoptar métodos más eficaces que la recolección y
la caza como medio de supervivencia. Parece asentada la idea del foco inicial
en el Próximo Oriente desde donde, de forma lenta y paulatina, se iría
difundiendo, en tiempos cronológicos de historia antigua, mediante relaciones
tanto amistosas como de rivalidad, y que explicarían las diferencias
cronológicas entre los distintos procesos de neolitización[1]. Como se ha mencionado, no se prescinde de
actividades de caza y recolección, y la existencia de cerámica no se produjo
desde el principio de este proceso. Los primeros yacimientos, aproximadamente
antes del VI milenio a. C., se encuentran a los pies del Tauro y del
Mediterráneo: Catal Hüyuk, Jericó y Muraybet. Se vieron favorecidos por
precipitaciones anuales superiores a 250 mm que coadyuvó una agricultura sin
irrigación artificial[2].
La Revolución Industrial tuvo su origen en
Inglaterra. Este proceso llevaba consigo una necesaria transformación agraria.
Se produjo una especialización regional a escala nacional, entre zonas de
agricultura rica y especializada, que producen para mercados exteriores e
interiores, y zonas de suelo menos fértil, orientadas a la industria. La nueva
agricultura retuvo mano de obra con un sueldo que impedía la emigración en
zonas que se convirtieron en buenas compradoras de manufacturas, favoreciendo
el mercado interior.
Los mayores beneficios obtenidos a través
de la especialización favorecieron la inversión en otras actividades como la
industria y la mejora de las explotaciones.
Los cambios fueron rápidos y profundos, a
la vez que novedosos. Son transformaciones regionales. Donde se produce la
pervivencia inicial de los gremios tradicionales que se encontraban en fase de
decadencia.
Se produce un desarrollo de la industria capitalista con el proceso
de la protoindustrialización donde el empresario dirige la operación y da
unidad a las fases de financiación, reparto de trabajo, acabado y
comercialización.
En las dos últimas décadas del siglo XVII
y durante el siglo XVIII, se llevó a cabo este proceso en Inglaterra. Las fuertes transformaciones industriales
dependieron de factores previos como la existencia de compradores,
comerciantes, empresarios y obreros, agricultura productiva, flujos
financieros, etc. Inglaterra se veía favorecida por una mejor definición de los
derechos industriales y comerciales, una mentalidad más abierta a la actividad
industrial, un mercado interno sin barreras que se extendería al imperio colonial,
y el comercio marítimo inglés. Se orientaba a crear una actividad libre, fuera
de monopolios y restricciones. Los países del continente, con matices,
orientaban su economía a actividades relacionadas con el prototipo del
propietario rentista y la inversión en deuda pública. Después de esta inicial
fase, vendrá una segunda dominada por la mecanización y transformación de las
estructuras productivas, enlazando unos procesos con otros, retroalimentándose
mutuamente. La aceleración del proceso, y de ahí el término revolución, se
produce en el último tercio del siglo XVIII, sacando casi una ventaja de un
siglo Inglaterra a Francia[3].
El paralelismo entre Gran Bretaña y el
resto de Europa no se produjo ni en el tiempo ni en el espacio. El carácter
autónomo y completo de proceso británico no se reprodujo en Europa donde
convivió con zonas agrarias y pervivencias sociales antiguas. Incluso en
procesos tan acelerados como el alemán o en países de dimensión reducida como
Bélgica, con el mantenimiento de una economía dual. Si se compara con el resto
del mundo, salvo la excepción de Estados Unidos, Japón o algunas zonas del
continente hindú, Europa fue el área por excelencia del nuevo capitalismo
surgido de la revolución industrial. A pesar de la existencia de economías
atrasadas en el sur y este de Europa, muestran rasgos fundamentales de la economía
moderna en ciertas áreas urbanas e industriales[4].
El cambio fundamental que produjo la
revolución industrial fue la transformación de una sociedad estamental (estatus
por nacimiento) en una sociedad de clases (estatus por bienes materiales) con
la consecuencia fundamental del auge y poder de la burguesía, la aparición y
toma de conciencia del proletariado y la consolidación del capitalismo[5].
El capitalismo que surge de la revolución
industrial no está regulado por los gobiernos y se rige sólo por las leyes del
mercado. El proletariado empleado sufre la lacra del hacinamiento, la
insalubridad y los salarios inadecuados a la carga de trabajo. Con la presión
social y las publicaciones de pensadores sociales y socialistas, los gobiernos
empezarán a tomar medidas. El proletariado se organizará en sindicatos de
oficios, base de los sindicatos de clase. Hasta 1830-1840 no se empiezan a
manifestar de forma coordinada con el ludismo.
Y el capitalismo se desarrolla, se ha desarrollado, con períodos
de crisis. A la crisis de 1847, le sucedió la revolución de 1848 donde se
solicitaban medidas políticas democráticas, pero al mismo tiempo se hacían estudios
sobre el origen de la revolución en la crisis económica y comercial (Marx y
Engels, Manifiesto Comunista). Fue también la gran eclosión de los nacionalismos
con las posteriores unificaciones de Italia y Alemania. En el siglo XX la
crisis bursátil de 1929; en los años setenta, la crisis del petróleo; y, a principios del
siglo XXI, en 2007-2008, la crisis financiera con el estallido de la burbuja
inmobiliaria.
Otros fenómenos adversos de la revolución
industrial son la contaminación y sus efectos en el clima y medio ambiente. Y
las dificultades para reducir las emisiones entre países desarrollados, en vía
de desarrollo o sin controles medioambientales.
Finalmente, nos encontramos en la Revolución Tecnológica e Informática
desde inicios de los ochenta del siglo pasado. Hunde sus raíces en el descubrimiento
del teléfono (Antonio Meucci, 1854, aunque patentado por Graham Bell) y la
televisión (John Logie Baird, 1926), en los desarrollos y sinergias entre estos
dispositivos, generalizando este largo proceso, en concepción contemporánea, el
uso del ordenador personal a partir de 1980.
Fui consciente de la importancia de este
proceso a principio de la década de 1990, tras un accidente de coche. Bajó un
camionero de su vehículo con lo que parecía un zapato pequeño y lo utilizó para
llamar a los servicios de emergencias para una atención rápida a los siniestrados.
Eran los teléfonos móviles. Y su utilidad. Y, después, para los momentos de ocio.
La generalización de internet para
ordenadores personales y, para todo tipo de dispositivos, ha cambiado la forma
de las relaciones sociales. La aparición de las redes sociales ha creado un
mundo nuevo donde posicionamos nuestra marca personal antes que en otro foro o
plaza mayor.
Profesionalmente nos
presentamos en LinkedIn. Socialmente, en multitud de redes sociales, destacando
Facebook, Twitter e Instagram. Utilizamos servicios de mensajería instantánea
como WhatsApp, o semejantes. Hemos creado un mundo virtual donde se crean
nuevos puestos de trabajo. Pero también, desaparecen otros, tradicionales, relacionados
con el trato directo con las personas, con lo que las relaciones sociales
cambian. Estamos conectados con personas de distintas partes del mundo y no
vemos a nuestro vecino o familia en meses. Continuaría con más cambios como en
las formas de comprar o ver el entretenimiento, los viajes o el acceso a la
cultura.Pero acabo con la siguiente recomendación:
Suban a este tren virtual, lo pueden perder
y nadie vendrá a por ustedes.
[1] MUÑOZ
AMILIBIA, A. M. (coord.): Prehistoria
Tomo II. UNED. 2007. Madrid. Páginas 9-19.
[2] PÉREZ
LARGACHA, A.: Historia antigua de Egipto
y del Próximo Oriente. Akal. Madrid. 2007. Páginas 59-69.
[3] GONZÁLEZ
ENCISO, M.: ‘La transformación de la economía’, en la obra coordinada por
RIBOT, L.: Historia del Mundo Moderno.
Actas. Madrid. 2010. Páginas 467-501
[4] KEMP, T.:
La revolución industrial en la Europa del siglo XIX. Martínez Roca. Barcelona.
1987. Páginas 17-50.
[5] MARTÍNEZ,
J. (coord.): Historia Contemporánea. Colección Crónica. Tirant Lo Blanch.
Valencia. 2006. Página 48.
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