"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

El Neolítico, las industrias y las tecnologías. Revoluciones.



     Puede que se haya producido, anterior a este relato,  algún momento más importante en la historia del planeta o en el largo camino hacia la humanidad. Pudo ocurrir cuando se acostumbró un primate a bajar del árbol y aprendió la marcha bípeda y erguida, o cuando fue desarrollando el aparato fonador para comunicarse o, tal vez, cuando los primeros homínidos dominaron el fuego. No. No es la intención.   
     Aquí, se contará desde el instante que los humanos empiezan a elaborar sociedades más complejas que las reuniones en las entradas de las cuevas o al abrigo de las inclemencias climáticas. Es la convivencia en sociedad. Y no se utilizará una terminología distinta a la clásica al utilizar el término ‘revolución’. Por manido, apreciado o desprestigiado que esté.  
     En la historia de la humanidad han influido tres revoluciones socioeconómicas de forma determinante: La revolución neolítica, la revolución industrial y la revolución tecnológica e informática. En el marco temporal, la revolución neolítica es un proceso de milenios, la revolución industrial atañe a los tres últimos siglos, con matizaciones, y la revolución tecnológica e informática es un proceso que se gesta en los últimos cuarenta años.
     La Revolución Neolítica parece definida por formas de vida campesina, que tiene como base económica principal la producción de alimentos vegetales y animales mediante la domesticación. Supuso un cambio en el medio geográfico con el reagrupamiento en poblados o aldeas. Se dejó de utilizar el desplazamiento y/o nomadismo de forma habitual, siendo la caza y recolección un complemento. Las razones de este modo de vida son varias. El cambio de las condiciones climáticas con el Holoceno, el aumento demográfico y el proceso cultural. El holoceno es el período interglaciar actual que abarcaría los últimos diez mil años. El aumento, que no presión, demográfico comportaría un incremento de las necesidades alimenticias y los avances culturales habrían creado sistemas complejos de sociedades que llevarían al hombre previo al Neolítico a adoptar métodos más eficaces que la recolección y la caza como medio de supervivencia. Parece asentada la idea del foco inicial en el Próximo Oriente desde donde, de forma lenta y paulatina, se iría difundiendo, en tiempos cronológicos de historia antigua, mediante relaciones tanto amistosas como de rivalidad, y que explicarían las diferencias cronológicas entre los distintos procesos de neolitización[1].  Como se ha mencionado, no se prescinde de actividades de caza y recolección, y la existencia de cerámica no se produjo desde el principio de este proceso. Los primeros yacimientos, aproximadamente antes del VI milenio a. C., se encuentran a los pies del Tauro y del Mediterráneo: Catal Hüyuk, Jericó y Muraybet. Se vieron favorecidos por precipitaciones anuales superiores a 250 mm que coadyuvó una agricultura sin irrigación artificial[2]. 
     La Revolución Industrial tuvo su origen en Inglaterra. Este proceso llevaba consigo una necesaria transformación agraria. Se produjo una especialización regional a escala nacional, entre zonas de agricultura rica y especializada, que producen para mercados exteriores e interiores, y zonas de suelo menos fértil, orientadas a la industria. La nueva agricultura retuvo mano de obra con un sueldo que impedía la emigración en zonas que se convirtieron en buenas compradoras de manufacturas, favoreciendo el mercado interior.
     Los mayores beneficios obtenidos a través de la especialización favorecieron la inversión en otras actividades como la industria y la mejora de las explotaciones.
     Los cambios fueron rápidos y profundos, a la vez que novedosos. Son transformaciones regionales. Donde se produce la pervivencia inicial de los gremios tradicionales que se encontraban en fase de decadencia. 
     Se produce un desarrollo de la industria capitalista con el proceso de la protoindustrialización donde el empresario dirige la operación y da unidad a las fases de financiación, reparto de trabajo, acabado y comercialización.
     En las dos últimas décadas del siglo XVII y durante el siglo XVIII, se llevó a cabo este proceso en Inglaterra. Las fuertes transformaciones industriales dependieron de factores previos como la existencia de compradores, comerciantes, empresarios y obreros, agricultura productiva, flujos financieros, etc. Inglaterra se veía favorecida por una mejor definición de los derechos industriales y comerciales, una mentalidad más abierta a la actividad industrial, un mercado interno sin barreras que se extendería al imperio colonial, y el comercio marítimo inglés. Se orientaba a crear una actividad libre, fuera de monopolios y restricciones. Los países del continente, con matices, orientaban su economía a actividades relacionadas con el prototipo del propietario rentista y la inversión en deuda pública. Después de esta inicial fase, vendrá una segunda dominada por la mecanización y transformación de las estructuras productivas, enlazando unos procesos con otros, retroalimentándose mutuamente. La aceleración del proceso, y de ahí el término revolución, se produce en el último tercio del siglo XVIII, sacando casi una ventaja de un siglo Inglaterra a Francia[3].  
     El paralelismo entre Gran Bretaña y el resto de Europa no se produjo ni en el tiempo ni en el espacio. El carácter autónomo y completo de proceso británico no se reprodujo en Europa donde convivió con zonas agrarias y pervivencias sociales antiguas. Incluso en procesos tan acelerados como el alemán o en países de dimensión reducida como Bélgica, con el mantenimiento de una economía dual. Si se compara con el resto del mundo, salvo la excepción de Estados Unidos, Japón o algunas zonas del continente hindú, Europa fue el área por excelencia del nuevo capitalismo surgido de la revolución industrial. A pesar de la existencia de economías atrasadas en el sur y este de Europa, muestran rasgos fundamentales de la economía moderna en ciertas áreas urbanas e industriales[4].  
     El cambio fundamental que produjo la revolución industrial fue la transformación de una sociedad estamental (estatus por nacimiento) en una sociedad de clases (estatus por bienes materiales) con la consecuencia fundamental del auge y poder de la burguesía, la aparición y toma de conciencia del proletariado y la consolidación del capitalismo[5].
     El capitalismo que surge de la revolución industrial no está regulado por los gobiernos y se rige sólo por las leyes del mercado. El proletariado empleado sufre la lacra del hacinamiento, la insalubridad y los salarios inadecuados a la carga de trabajo. Con la presión social y las publicaciones de pensadores sociales y socialistas, los gobiernos empezarán a tomar medidas. El proletariado se organizará en sindicatos de oficios, base de los sindicatos de clase. Hasta 1830-1840 no se empiezan a manifestar de forma coordinada con el ludismo.
    Y el capitalismo se desarrolla, se ha desarrollado, con períodos de crisis. A la crisis de 1847, le sucedió la revolución de 1848 donde se solicitaban medidas políticas democráticas, pero al mismo tiempo se hacían estudios sobre el origen de la revolución en la crisis económica y comercial (Marx y Engels, Manifiesto Comunista). Fue también la gran eclosión de los nacionalismos con las posteriores unificaciones de Italia y Alemania. En el siglo XX la crisis bursátil de 1929; en los años setenta, la crisis del petróleo; y, a principios del siglo XXI, en 2007-2008, la crisis financiera con el estallido de la burbuja inmobiliaria.
     Otros fenómenos adversos de la revolución industrial son la contaminación y sus efectos en el clima y medio ambiente. Y las dificultades para reducir las emisiones entre países desarrollados, en vía de desarrollo o sin controles medioambientales.
      Finalmente, nos encontramos en la Revolución Tecnológica e Informática desde inicios de los ochenta del siglo pasado. Hunde sus raíces en el descubrimiento del teléfono (Antonio Meucci, 1854, aunque patentado por Graham Bell) y la televisión (John Logie Baird, 1926), en los desarrollos y sinergias entre estos dispositivos, generalizando este largo proceso, en concepción contemporánea, el uso del ordenador personal a partir de 1980.
     Fui consciente de la importancia de este proceso a principio de la década de 1990, tras un accidente de coche. Bajó un camionero de su vehículo con lo que parecía un zapato pequeño y lo utilizó para llamar a los servicios de emergencias para una atención rápida a los siniestrados. Eran los teléfonos móviles. Y su utilidad. Y, después, para los momentos de ocio.  
     La generalización de internet para ordenadores personales y, para todo tipo de dispositivos, ha cambiado la forma de las relaciones sociales. La aparición de las redes sociales ha creado un mundo nuevo donde posicionamos nuestra marca personal antes que en otro foro o plaza mayor.   
     Profesionalmente nos presentamos en LinkedIn. Socialmente, en multitud de redes sociales, destacando Facebook, Twitter e Instagram. Utilizamos servicios de mensajería instantánea como WhatsApp, o semejantes. Hemos creado un mundo virtual donde se crean nuevos puestos de trabajo. Pero también, desaparecen otros, tradicionales, relacionados con el trato directo con las personas, con lo que las relaciones sociales cambian. Estamos conectados con personas de distintas partes del mundo y no vemos a nuestro vecino o familia en meses. Continuaría con más cambios como en las formas de comprar o ver el entretenimiento, los viajes o el acceso a la cultura.Pero acabo con la siguiente recomendación:
    Suban a este tren virtual, lo pueden perder y nadie vendrá a por ustedes.  


[1] MUÑOZ AMILIBIA, A. M. (coord.): Prehistoria Tomo II. UNED. 2007. Madrid. Páginas 9-19.
[2] PÉREZ LARGACHA, A.: Historia antigua de Egipto y del Próximo Oriente. Akal. Madrid. 2007. Páginas 59-69.
[3] GONZÁLEZ ENCISO, M.: ‘La transformación de la economía’, en la obra coordinada por RIBOT, L.: Historia del Mundo Moderno. Actas. Madrid. 2010. Páginas 467-501
[4] KEMP, T.: La revolución industrial en la Europa del siglo XIX. Martínez Roca. Barcelona. 1987. Páginas 17-50.
[5] MARTÍNEZ, J. (coord.): Historia Contemporánea. Colección Crónica. Tirant Lo Blanch. Valencia. 2006. Página 48.

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