Era la reunión del G-4. Separados por bloques, aún no habían
llegado al momento de enfrentar su fuerza de forma violenta porque, todos, temían
la ruptura que llevara al caos y desaparición.
Como en la
historia de la humanidad, al principio, habían compartido lo que la naturaleza
les ofrecía. Habían sido carroñeros, cazadores, recolectores. Aprendieron a
vivir en común en un sitio determinado cuando domesticaron animales y plantas.
Con el tiempo establecieron unas sociedades más complejas, con un aparato
burocrático, unos representantes diplomáticos, un sistema defensivo eficiente,
una educación que resaltara los valores propios y que remarcaran más las
diferencias que las semejanzas, y habían establecido unos límites entre los
territorios de cada grupo para que no fueran permeables a los comportamientos
de unos y otros.
Como vivían en
distintos territorios, el sol, el frío y la lluvia fueron moldeando los
distintos habitantes. Y así, unos eran morenos, otros rubios, unos con ojos
verdes y otros con ojos negros. Unos más altos y otros más bajos. Y claro, más gordos
y más flacos. Y no hablemos de la belleza…
Pronto empezaron
las disputas territoriales. El origen fue incierto. Unos dicen que fue por los
límites territoriales, otros aseguran que fueron los derechos de paso, el cruce
del puente o el acceso al mar. En la práctica, cuando buscas un pretexto, lo
encuentras. Porque se busca la preeminencia, la fama, el poder, lo deseado o
envidiado. Razones que, inicialmente, no se
arguyen. Se guardan como la última ficha, con la que se pretende dominar.
El planeta estaba
dividido en cuatro regiones geopolíticas: los caballeros dominaban el Norte;
los escribanos, el Sur; los sacerdotes, el Este; y los gregarios, el Oeste.
Con el fin de
solucionar las divisiones entre ellos, decidieron establecer reuniones en un
terreno neutral. Por acuerdo unánime fue elegido el salón de la Escuela Hípica
del Norte.
Como medio de
relajación se pensó en partidas de dominó entre los principales representantes
de las zonas del mundo. Se enseño el dominó a quien lo desconocía. Se les
dijo que era un juego de mesa con 28 fichas de forma rectangular de color
blanco por la cara y negro por el envés o base, que la cara blanca se dividía
en dos cuadrados con puntuación de cero a seis, que, correlativamente, la más
baja, era el doble cero y la mayor, el sexto doble. Que el jugador que tuviera
doble de sextos comenzaba la partida y, en el juego siguiente, comenzaría el
jugador que estuviese a la derecha del que salió con esa ficha. Que las fichas
sin número se les llama blancas y a las de igual número, dobles. El juego se
podía realizar en solitario, pero, por acuerdo de los representantes
diplomáticos, se consideró acertado jugar por parejas de forma alternativa
mediante un sorteo libre, directo y secreto celebrado ante notario. Que ganaba la
partida la pareja que primero se quedaba sin fichas, ya juegue individual o por
parejas, y que se sumaba la puntuación de las fichas sobrantes a favor de los
vencedores, y se solía dividir entre diez para asignar los puntos.
Gana cada tanto quien
llegaba a 30 o 40 puntos. Y se jugaba al mejor de tres o cinco tantos. En caso de
no poder poner fichas a pesar de quedar en la mesa, el llamado cierre, la ronda
se adjudicaba al que llevaba menos puntos de los jugadores o parejas. En el caso de
igualdad de puntos, sería nulo el juego. En dudas irresolubles, se sometería a los
tribunales internacionales del dominó con sede en el Palacio Judicial del Sur
y, en su defecto, a los oráculos y plegarias de las monjas recluidas en el
cenobio del Este.
Como jugadores de
dominó acompañantes de las delegaciones políticas, los caballeros del Norte
enviaron a su mejor jinete, el que guiaba la caballería. Los sacerdotes
eligieron al contable de su universidad de Teología del Este, que se distinguía
por su fluido verbo y su hábil ingeniería financiera. Del territorio del Sur
enviaron al mejor de sus escribas porque redactaba con bellas letras y gráciles
cálamos. Y los gregarios del oeste no supieron a quién mandar, no tenían
experiencia, porque era el último territorio libre y lo eligieron por votación
por el método de insaculación. Fueron los únicos democráticos y enviaron al
recepcionista del mejor hotel del Oeste.
Desde ese momento,
las delegaciones de los cuatro territorios del planeta iban acompañadas de sus
jugadores de dominó que dedicaban todo su tiempo a ensayar jugadas, planear
posibilidades e inventar variables del juego. Estudiaban a los jugadores de cada
equipo, y pensaban en sus formas de juego.
Siempre que
encallaban las delegaciones políticas, se organizaban torneos de dominó. Se
podía jugar por separado, hacer sorteos y jugar por parejas. Tras apuntar
las victorias o las derrotas, se celebraban fiestas como las antiguas victorias militares en
las guerras que habían asolado el mundo desde los inicios de vida en común. Los
habitantes de las respectivas partes del mundo, cuando ganaban, convocaban triunfos y festejos, y el jolgorio duraba hasta la madrugada.
Por efecto de
estas celebraciones, en los territorios vencedores, hubo un aumento de la
natalidad, especialmente cuando se produjo la crisis del coltán y del petróleo.
Durante esa crisis,
con las negociaciones rotas por grandes diferencias, en un punto de imposible
avance, se organizó un campeonato de dominó que fue tan disputado que acabó con
el tanto de la partida decisiva, en el momento de empate a veintinueve sobre treinta, y se produjo un
cierre final a sextos. Hubo que contar los puntos dos veces y venció la alianza
entre el Norte y el Sur por un solo punto.
Con la celebración
de esas fiestas, nueve meses más tarde, se produjo un aluvión de nacimientos de
niños sureños, futuros escritores de fina caligrafía, y niñas norteñas, dominadoras de la
doma y salto hípico. Como contraste, en las estadísticas de los institutos
demoscópicos del Oeste y del Este, tras su alianza en la partida de dominó,
no hubo registros de recién nacidos, pero se produjo un repunte del alcoholismo entre los eremitas
del Este y de suicidios entre los gregarios radicales del Oeste.
Una vez terminado
el campeonato, se retomaron las negociaciones del G4. Se llegó a un acuerdo
sobre el coltán y el petróleo para un reparto más justo de la riqueza, una
explotación más acorde con el ambiente y la biodiversidad, y unas mejoras
económicas de los trabajadores de las explotaciones mineras. Se consiguió, en definitiva, armonizar un espacio de respeto
común entre vendedores y usuarios, que facilitó una conciencia mayor del trato entre seres humanos.
Al apreciar que,
en momentos de gran dificultad, se conseguían momentos de distensión con un
juego de mesa llamado dominó, surgió un prospero nicho de mercado al calor de
los juegos de mesa. En todos los territorios del planeta se fomento el arte de las fichas blanquinegras. Era necesario estar preparado para la próxima crisis en las
relaciones del G4. Si fallaban las negociaciones políticas, habría que celebrar
un sorteo para dividir el planeta en dos grupos. No se obligaba a repetir los
equipos, no era necesario mantener las mismas alianzas. Entraba en función
aspectos de convivencia diplomática y relaciones comerciales. Los escribanos
hacían muchos trabajos a los gregarios y los sacerdotes gustaban de montar a
caballo después de aprender en la escuela hípica del Norte. Los caballeros
contrataban a gregarios por su fidelidad y los sacerdotes eran como el buen
pastor para los gregarios.
Pero un día todo
fracasó. No fue el coltán, ni el petróleo, o la deforestación de los bosques del planeta. Tampoco la desidia de unos o la prepotencia de otros.
Fue durante la
crisis nuclear del Este. No se llegaba a un acuerdo de desnuclearización, y, al
mismo tiempo, no se elaboraba una propuesta de planes de desarrollo que permitieran vivir sin
tener que recurrir a energías que causasen un daño irreparable al planeta por
errores de almacenamiento, conservación o uso. En ese momento, el líder
político de los caballeros del Norte, el pelirrojo de la trompeta, propuso un
descanso para madurar las ideas. Y, mientras tanto, un campeonato mundial de
dominó.
A esta propuesta
se avino el líder del Este, que, en el fondo, quería prosperidad en su territorio,
pero le molestaba que los del Norte y los del Sur le dijesen que no podían
contaminar pues ellos lo habían hecho durante tres siglos. Sabía que era malo, pero
sus ciudadanos le exigían tener la misma riqueza que los caballeros, los escribanos y
los sacerdotes habían tenido desde siglos anteriores.
En el sorteo
fueron agrupados los del Norte con los del Oeste. Y los del Sur con los del Este.
Nunca hubo una disputa tan acerba[i].
En una ateridora[ii] noche
de invierno, los jugadores acervaron[iii]
sus fichas, las repartieron y comenzaron a jugar el último juego. Iba
dominando el equipo Sureste contra en Noroeste. El Norte había
pasado dos veces, aunque su compañero del Oeste había salido primero, era líder, en el juego y no
había perdido ninguna oportunidad de colocar sus fichas. Los del Sureste llevaban
un juego seguro que les dirigía a la posible victoria en el
primer momento de debilidad del Oeste.
De pronto, el
jugador del Norte gritó:
- ¡Trampas, tramposos!
Falta una ficha, el Este ha escabullido una ficha. Siempre igual, se da la
libertad a quien no la merece y, nada, libertinaje, ¡tramposos!
El jugador del
Este se levantó, con la mirada puesta en su acusador, el jugador del Norte, y, con
una calma y sangre fría desconcertante, dijo:
- Trampas habéis hecho siempre vosotros. Desde
no compartir el desarrollo con los demás seres humanos a establecer diferencias
humanas cuando todos somos iguales. Queréis que no fabriquemos armas nucleares
y no elimináis las vuestras. Queréis que sigamos siendo como los rebaños de
ovejas. Obedientes y sumisos. Nosotros no hemos hecho trampas. El mundo es un
juego de trampas. Y vosotros, los creadores.
Al día siguiente,
el planeta explotó con varias armas nucleares porque no supo afrontar el penúltimo
juego: la convivencia. Y porque
no supo evitar su razón de ser: la supervivencia.
[i]
Desapacible, cruel. https://dle.rae.es/?id=0NqFOKa
[ii] El filólogo
José María Valverde utilizó esta palabra no registrada por la RAE en la
traducción que hizo del Moby Dick de Melville.
Tras la #RAEconsultas dijo que era posible su uso, pero anecdótico. De aterir.
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