"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

El conocimiento a través de la alegoría platónica de la caverna

 


     Imaginemos un grupo de hombres. Por ejemplo, una cuadrilla taurina, encerrados en una plaza de toros ‘especial’ al estar cubierta y sin luz. La única luz que reciben viene por la salida de toriles, cuyo portón de salida a la plaza está cerrado.

     La cuadrilla está situada en el burladero contrario a esta salida. La altura del portón de toriles es similar a la estatura media de los hombres, lo cual hace que sólo les permite vislumbrar la lejanía de la salida de la plaza a través de un túnel. Ven algo parecido a pasos procesionales que son llevados por hombres, tal vez fieles, que no divisan. Conjuntos que no han visto nunca por su novedad y variedad. Figuras que están iluminadas por la luz de un faro cercano similar a un Sol más brillante o la Luna más llena. Además, en un palco permanece atrapada la banda municipal por su terrible armonía interpretativa. Su música se confunde con las rogativas de los orantes invisibles que portan las esculturas o procesiones.

     Los miembros de la cuadrilla ven sombras o reflejos de conjuntos procesionales y devotos. Reciben el eco de sus plegarias. Hace tiempo que no han visto nada parecido, porque nunca habían visto otra cosa, y creen que esta es la única realidad. La verdadera. Y que el eco de las plegarias es el sonido original de las mismas.

    El hombre que dirige la cuadrilla, el más valiente de su escalafón, fabuloso en el par de banderillas, que podría responder al nombre de Sócrates o de Ignacio, salta el burladero tras varios intentos, recorre el ruedo y se dirige hacia la salida de toriles que sobrepasa saltando con una garrocha que había preparado.

     La luz le ciega, le aturde. Sus ojos tardan en acostumbrarse a la nueva realidad. Vería, de esta manera, que las procesiones son llevadas por penitentes, que la luz viene de un faro cercano, que es noche cerrada. Ya ha salido de la plaza. Observa que el mundo no se circunscribe a la plaza de toros, que hay otra realidad y que quiere vivirla. Finalmente, se haría de día y el Sol saldría como la verdadera luz y causa de todo lo visible.

     Una vez convertido en conocedor de la realidad, pretende revelar todo el saber aprendido a sus compañeros de cuadrilla para convencerles de la posibilidad de abandonar el burladero. Perdería así la posibilidad de ver el Sol todos los días, de ver la realidad. De disfrutar de su existencia.

     Cuando vuelve a la plaza, que permanece en la oscuridad, sin tiempo, y con ese único espacio, su vista tardará en percibir por los efectos de la luz del lugar de donde procedía. Había perdido la forma anterior, no estaría habituado a ella. Los miembros de su cuadrilla, los componentes de la banda de música desconfiaran de su vuelta. Puede que no le entiendan, que piensen que está loco. Que lo consideren un enemigo.

         La alegoría de la caverna nos dice que más allá del portón, las cosas que vemos simbolizan el verdadero ser. Que las ideas y el Sol son o nos acercan a la idea de bien.

     El proceso por el que pasa la persona que abandona el recinto cerrado y sólo iluminado en la lejanía son los diversos grados de conocimiento hasta llegar a la realidad. Y que llegar a la realidad y a la luz del Sol permitirá o permitiría descubrir la vida en su dimensión espiritual.

     Según Alberto González Troyano, entre la segunda y tercera década del siglo XX, se dio una plenitud en dos ámbitos diferentes que confluyeron por su calidad en sinergias y atracciones mutuas: Literatura y Toreo.

     Se llegó a aceptar que el torero era también un creador, como lo era el creador literario, añadiendo el matador un componente trágico por definición. Las dos figuras que profundizaron esta senda fueron Juan Belmonte e Ignacio Sánchez Mejías. Rompieron con la ruda figura del taurómaco y compartieron salones con la vanguardia. En el caso de Belmonte, y su maleta de libros, buscaba ideas o respuestas a la razón del mundo en el que estaba metido. Además, quería hablar sobre él. Belmonte murió cuando iba a cumplir setenta años por suicidio.

     Más radical fue el caso de Ignacio Sánchez Mejías que fue recibido por la generación del 27 como igual y sin los resabios del 98 hacia los toreros. Radical porque rompía con las barreras del hombre unidimensional y porque quería conocer otras realidades para ser más completo espiritualmente.

     Sus retiradas y vueltas a los toros pueden ser aparentemente analizados como propio de un temperamento irreflexivo, pero responde tanto a la necesidad emocional o insatisfacción de cada momento como a la superación de los encasillamientos sociales establecidos.

     Cuando volvió a los ruedos en 1934, Juan Ferragut contó que había vuelto al toreo porque no estaba conforme con el torero que había sido antes. Reapareció un 16 de junio y falleció en la mañana del 13 de agosto de 1934 tras la cogida sufrida dos días antes en Manzanares. Federico García Lorca lo inmortalizó en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Cuando se enteró que volvía a los ruedos, según cuenta Marcelle Auclair, dijo: “Ignacio me acaba de anunciar su propia muerte: vuelve a los toros”.[i]

     Sócrates fascinó con su palabra, pero se granjeó grandes enemistades. Murió en el 399 a. C. condenado por impiedad por no creer en los dioses y corromper a los más jóvenes. Sin embargo, a partir de Sócrates, la literatura y, especialmente, la filosofía griega marcó un rumbo irreversible de la mano de Platón y Aristóteles.

 

     Para saber más:

       REALE, G. y ANTISERI, D.: Historia del pensamiento filosófico y científico. Antigüedad y Edad Media. Herder. Barcelona. 1988-2010. Sobre Sócrates, páginas 85-99; sobre Platón, páginas 119-154.

       AMORÓS, A. y FERNÁNDEZ, A.: Ignacio Sánchez Mejías, el hombre de la edad de Plata. Almuzara. Sant Andreu de la Barca. 2011.

       ArchivoMuseo Ignacio Sánchez Mejías. Calle Monjas 12, 13200 Manzanares. 926614056.

       GONZALEZ TROYANO, A: Teatro, vida y deseos en Ignacio Sánchez Mejías. Revista de Estudios Taurinos. Nº 11. Sevilla. 2000. Páginas 145-156. 


 

    



[i] Las referencias a Juan Ferragut y Marcelle Auclair han sido obtenidas en el libro de A. Amorós y A. Fernández Torres Ignacio Sánchez Mejías, el hombre de la Edad de Plata. Edición de bolsillo de Almuzara. Sant Andreu de la Barca. 2011.

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