Cultura y sociedad

Divertimento y aliteración de Azucena


        
     #Azucena #divertimento #aliteración Publicado 17/2/2020 20:09
 
     Azucena bebía con deleite esencia filtrada, genuino hidromiel, ingenioso jugo, kilométrica liberación medida, ninguna ñoñería opuesta, para que recordara siempre, tanto, ufana, valiente waterpolista, xilofonista, y zalamera.
      Azucena alababa a Arcadio. Amaba, abrazaba, al amigo, al amante. Ante avatar acervo, al acerbo acendrado acudía, al aserto admirado, adonde ásperos ácidos atacaban, azuzaban, airados, alterados.
Arcadio adoptaba actitudes agradables, alejadas ante actos agrios. Actuaba animosamente, agitaba, alegraba a apasionados arranques, aladas admoniciones, aleves arrullos. Adhería amigos, afiliados, asociados. Alma auténtica, atractivo amo. Aleteaba arpegios átonos.
      Ausencia avisada, abandonó Arcadio. Azucena al alma abrió a aptitudes alejadas al aserto. Al agua acudía aminorando accesos; al aire accedía ahogando arena atenazadora al ánimo. Azucena, ante ataurique arbóreo, aturullaba ardides atávicos, acuciantes, adocenados. Ardía ante antepasado alboroto, ante antiguo arrebato. Ajada, aherrojada al ámbar, acudió a Aristarco; accedió al amante alterno. Apasionada.
      ¿Arcadio?:
      Zote, yermo, xerografiado, wolframio vejado, único tonto, simple roedor, quepis paleto, obtuso niño, nada mejorable, lítico, kárstico, jibia indeseada, hombre gilipollas, fenoménico, etéreo, dadivoso, casposa beldad. Abochornado. Arcadio.

Elogio del elefante extinto

    

    
Aníbal. Púnicos y elefantes.
     “El viaje del elefante”[i], José Saramago, cuenta el traslado de un elefante en época de Juan III de Portugal, 1502-1557, con destino al archiduque Maximiliano de Austria, en Viena. Era un elefante asiático, elephas maximus, que llega a tener 2,90 metros de altura. Con ironía, con parsimonia, el viaje se convierte en el relato de la pompa y circunstancia de dos poderosos y el efecto que produce en los cuidadores y vigilantes del traslado. El nombre del elefante, Salomón, sabio y divisible como la debilidad de los ordenantes, es epítome y trasunto de la trama.
     El elefante africano, Loxodonta africana, tiene mayor envergadura que su pariente asiático, pudiendo alcanzar, sin dificultad, los 3,5 metros de altura. Es el mamífero terrestre de mayor tamaño, habitante de la sabana africana y evocador de “Tarzán el hombre mono”[ii], 1932, dirigida por W. S. Van Dyke y protagonizada por Johnny Weissmuller y Maureen O’Sullivan. Con su peculiar grito, Tarzán llamaba a los elefantes cuando necesitaba su ayuda, la cual era arrolladora y salvífica.
     Otro pariente del africano, tanto por familia como por cercanía, se ubicaba en el Atlas, norteafricano, y que, por desgracia, se encuentra ya extinguido. Era el elefante de los ejércitos de Aníbal. Los elefantes con los que pasó los Pirineos, atravesó el Ródano y cruzó los Alpes hasta llegar a la península Itálica. Los “Loxodonta africana pharaoensis” fueron los compañeros de una gesta que perdura y perdurará por los siglos, por la proeza militar y la hazaña logística. Sin la segunda no hubiera sido posible la primera. Durante el paso por los Apeninos parece que perdió sus elefantes. Se cuenta que Aníbal montaba un elefante asiático, que los cartagineses demostraron una gran habilidad en la domesticación y utilización de los elefantes norteafricanos, y que la primera vez, la primera visión, que soldados europeos, griegos o romanos, percibieron de los elefantes en un campo de batallas, sería sorprendente y puede que terrorífica. Los ejércitos del Egipto helenístico de los Tolomeo ya habían utilizado elefantes de la variedad asiática.
      Estos elefantes, los norteafricanos, eran más pequeños y domesticables que sus parientes de la sabana. Alcanzaban una envergadura media de 2,40-2,50 metros, con orejas de grandes pabellones con lóbulos redondeados, cabeza alta, trompa anillada y largos colmillos. Mostraba, también, una marcada depresión en la espalda entre su punto más alto y la elevación correspondiente de sus miembros posteriores. Sus cuartos traseros eran aplanados, y se distinguían por el pliegue de la piel con forma de faldón que cubría la parte superior de sus patas traseras[iii].
     La estrategia de Aníbal era la única posible por el dominio romano del que sería su "Mare Nostrum" durante muchos siglos y por la posibilidad de buscar aliados entre los pueblos que habían sido sometidos recientemente por su enemigo. Tanto al norte del Ebro como en su paso por las Galias o su entrada en la península Itálica, fue buscando aliados para mantenerse sobre el terreno y lograr aprovisionarse durante años. Se calcula que, tras el paso de los Alpes, Aníbal llegó con un ejército de 20.000 hombres[iv].
Ruta de Aníbal hacia Italia
     Uno se imagina los elefantes norteafricanos solazando su cuerpo en las aguas del Ebro o del Ródano, treinta y siete cruzaron este río, ajenos a los cálculos del estratega cartaginés que piensa la forma de llevar a sus paquidermos a unas aventuras desconocidas, unos ríos lejos de su hábitat vital, de su calor meridional, habituados a la lucha en desiertos o llanuras donde los rigores del clima pondrían en prueba su capacidad y lo que habrían aprendido de sus cuidadores púnicos. Son los representantes finales de un tipo de elefante, que, por sus características y fama, serían capturados para la lucha en los circos.
     Cuando alcanzaron su mayor eficiencia, se empezaron a eliminar. Esquilmados. Pequeños, manejables, hábiles, domesticables. Eliminados. Solo recordados.
     Hay ocasiones donde el aprecio da miedo. Todos necesitamos ese aprecio como un maná caído del cielo, como el agua de la fuente en verano. Es el reconocimiento. El elogio, en sí, parece que debilita, te hace confiable. Los elefantes fueron pereciendo por Italia poco a poco por las necesidades específicas de sus prestaciones, aunque fueron un reclamo y una argucia cartaginesa, que producía miedo y terror entre los invadidos.
     La adulación, el prestigio, la fama puede ser perjudicial. Un animal, un vegetal, un objeto, una persona se hace indispensable, y a fuer de indispensable, se convierte en extinguible. Por necesario, por deseable. Los ignorados se reproducen, se desarrollan, proliferan, mueren, pero son más, y se regeneran mejor.
     Aristóteles catalogaba al elefante en su Historia Natural como el animal más grande y próximo a los sentidos humanos.
Batalla de Trebia

     (Amable lector/a, espero que le guste. Si le place, sígame)

[i] SARAMAGO, J.: El viaje del elefante. Alfaguara. Madrid. 2009. 270 páginas.
[iii] SAN JOSÉ, C.: Los elefantes de Aníbal. ESPACIO TIEMPO Y FORMA. SERIE II. HISTORIA ANTIGUA. 32. 2019. Páginas 75-94.
[iv] MANGAS, J. Historia Universal. Edad Antigua. Roma. Vicens Vives. Barcelona. 2006. Páginas 102-108.

Los anuncios más curiosos de internet

     Marta Sanz, de www.blogdeldia.org, me envía, amablemente, un enlace con los anuncios más curiosos de internet, que son, en sí, auténtico compendio de sociología humana y una forma de entender como somos los seres humanos cuando queremos vender algo, lo convertimos en un producto publicitario, y producimos, o queremos producir, una serie de relaciones públicas. 
     El enlace es el siguiente:
     https://www.tablondeanuncios.com/anuncios-curiosos-publicados.php 
     Aparentemente nos hemos vuelto, por suerte, tan amantes de los animales que les dotamos de comportamientos humanos. ¿Seguro qué los demás animales lo desean? ¿Con esta pregunta caigo en el mismo error?
     Los negocios de feretros, ¡ojo, no usados!, la venta de leche materna, el "tráfico de billetes falsos", los carteles disuasorios de alarmas inexistentes, la venta de iglesias como casas particulares, las réplicas de títulos universitarios, en fin, nos muestran que hemos avanzado mucho en los medios de venta y publicidad pero nuestro cordón umbilical y nuestro ADN nos retrotrae al patio de Monipodio de "Rinconete y Cortadillo", donde la picaresca campa a sus anchas, ahora también en internet, junto al antiguo patio o plaza o la temible navaja albaceteña como método de seguro en la Sevilla del Siglo de Oro de la literatura española.
     Y esa afición que todos tenemos por coleccionar y acumular cosas, que sobran y no se sabe, cuando ya están acumuladas, entonces, qué hacer con ellas y las ponemos en venta de la manera más chusca o, tal vez, original. Desde libros a coches, pasando por cristos mutilados y balas de cañón.
     Luego están los anuncios claramente fraudulentos, engaños, suplantaciones, que son compendio de lo mejor y lo peor de nosotros, de nuestra miseria y nuestra mugre. Pero con cierta ternura como el que se ofrece como heredero.
    Finalmente, como epílogo, el anuncio más compartido, según se dice, en Facebook y Twitter:
    - Buscamos redactores para colaborar sin remuneración.

    Sin comentarios.
     

Yo quise tener un hoyuelo en el mentón

    
#mentón #KirkDouglas #NedLand #Vincent #DocHoliday #Einar #Espartaco
      Decía Melvillle en Moby Dick que los mortales eramos unos ilusos porque creíamos que el diluvio universal de Noé había acabado y no apreciabamos que las aguas cubrían la tierra en sus dos terceras partes.
      Hoy recordaba esa frase mientras mi mano buscaba hacer un hoyuelo en el mentón para volver a parecerme a Kirk Douglas, como hacía cuando era niño tras haber visto Veinte mil leguas de viaje submarino. Richard Fleischer dirigía una versión de la factoría Disney de la novela de Julio Verne.

      Me pasaba la tarde apretando mi barbilla con el dedo índice, ayudado por el dedo pulgar y corazón. Quería que el hoyuelo se formara por presión. Le dotaba de poder especial; de ese hoyuelo emergía un magnetismo poderoso, ignoto, fecundo. Luego me dirigía a un espejo para mirar el efecto de la presión. Si conseguía, al menos, que mi mentón estuviese partido, el efecto sobre otras personas podría darme poderes especiales.
      Al mismo tiempo, pensaba, tras ver la película, cómo buscar un hierro que se pareciese a un arpón, y cuerda, mucha cuerda, para elaborar una buena estacha que atar al hierro. Iría a la cordelería de la calle del obispo … para comprar todas sus existencias. Necesitaría un sitio donde guardarlo todo y tendría que pensar cómo entrar de grumete en un barco pesquero con Ned Land o con otro que había visto que se llamaba Ismael y que también tenía hoyuelo.
      Pensé que todos los marineros tendrían hoyuelo, salvo los que tenían barba, los lobos de mar barbados, que carecían de la marca en el mentón. Como el río estaba secó, canté “que llueva, que llueva la virgen de la cueva” de forma desafinada y estruendosa. Tuve poco éxito. La sequía era pertinaz. Aunque Melville tuviera razón, estaba lejos de las dos terceras partes de agua; la estacha de cuerda terminó deformada por el calor y el hierro, que semejaba a un arpón, se herrumbró de óxido.
      Más tarde quise pintar girasoles porque Kirk, el del hoyuelo, se llamaba Vicente y se cortaba una oreja. ¡No, no quise cortarme la oreja! Volví a intentar conseguir un hoyuelo. Él tenía un amigo, que se llamaba Gaugin y se iba a unas islas del Pacífico llamadas Tahiti, y Vicente, Kirk, hacía muy bien de pintor desequilibrado. En esta película Vicente era un nombre popular porque el director, de apellido Minnelli, el que dirigía a toda la gente, también se llamaba Vicente. Era El loco del pelo rojo.

      Al poco tiempo, ví Duelo de Titanes de John Sturges, sobre el tiroteo en OK Corral y el actor del hoyuelo ya no era marinero, ni pintor. Era doctor, jugador y alcohólico. Estaba viendo la película con mi papá y le dije que yo quería ser alcohólico, jugador y médico como Doc Holiday. Mi padre me dijo que me conformara con ser doctor, que los otros oficios eran caros y enfermizos. Y sobre el deseo que tenía de obtener una pistola, que me conformara con una de agua para que, cuando hiciera más calor, refrescara a la familia. Kirk y Burt eran amigos y estaban en otra película, Siete días de Mayo, donde salían pero no se llevaban tan bien porque Burt, vestido de general, quería rebelarse contra su presidente y Kirk lo descubría.

      Hubo dos películas del actor del hoyuelo que me dejaron pasmado: Los Vikingos y Espartaco.
      En la primera le dirigía otra vez Richard Fleischer y le acompañaban como actores, entre otros, Tony Curtis y Ernest Borgnine, muy creíble como Ragnar al igual que Kirk como su hijo, el  tuerto Einar, y Janet Leigh. La presentación y títulos de crédito con los tapices de Bayeux era impactante. Kirk, el del hoyuelo, ponía pasión y movimiento dentro de un personaje salvaje, que saltaba entre los remos sin caer al agua. ¡Claro, hombre, ya había sido marinero!

      Finalmente, yo también quise ser Espartaco. Y volver a tener hoyuelo. Y luchar con espadas y escudos contra los que oprimían a esclavos y gladiadores romanos. Sentía ternura por él, por la morena tan guapa de la que se enamoraba, Varinia (Jean Simmons), y por su amigo Antonino (Tony Curtis), y cierta repulsión por el poderoso Craso (Laurence Olivier). En la película quedaba desdibujado Julio Cesar, puede que por el actor que lo interpretaba, o por su carácter secundario. Kirk actuaba y luchaba; era el héroe perfecto por la forma de terminar como por ser alguien por quien se podía morir. A mí me gustaba la actuación de los dos mayores: el mercader de esclavos Batiato (Peter Ustinov) y el senador Sempronio Graco (Charles Laughton), auténticos robaplanos en las escenas que interpretaban. El detalle de Kirk, el del hoyuelo en el mentón: defendió la inclusión en los títulos de crédito de Dalton Trumbo, que estaba en la lista negra del macartismo.
     
                       






     (Amable lector/a: espero que le guste. Sígame, si quiere.)                                                                            

Las criaturas de Prometeo: Lola Plumier (2)

    

     #Lola #Plumier

     Nada estaba decidido, todo era posible. Su vida siempre sería un duro y bello aprendizaje. En su infancia había sido la más predispuesta de sus hermanos. Tal vez la más atrevida ante cualquier reto, ante cualquier situación. Su abuelo contaba que Lola cuando tenía cuatro años ahuyento una alimaña que se había introducido en la finca con una escoba. Ninguno de sus hermanos, mayores que ella, reaccionaron. Ella se dirigió al dormitorio de la casa de sus abuelos y con la escoba atemorizó a la rata, comadreja o vete a saber qué animal, de tal manera, que salió de la casa. Antes había abierto todas las puertas, como indicando el camino por donde podía escapar. Decidida y algo mandona, organizaba los juegos y la lectura de cuentos y novelas con sus amigas. Creció leyendo clásicos de forma voraz, sobre la marcha, sin prisas, sin pausas.


     Su padre no se explicaba el deseo de saber de su hija pequeña. Él apenas había cursado estudios; había trabajado en su pequeña tienda de barrio de toda la vida. A su mujer le gustaba leer cuando tenía tiempo, pero con dos niños revoltosos y Lola, su Lola, no tenía casi tiempo. 
     La madre de Lola había trabajado en la compañía telefónica. Siempre le había quedado el deseo de continuar trabajando cuando hubiesen crecido los niños. Lola era la que más le animaba. Pero se había enamorado de Pepe Plumier, él de Ultramarinos Plumier, del barrio, que le llenaba su vida con sus chanzas y ocurrencias, y al que cuando podía le echaba una mano en el negocio. Compartía lecturas con Lola, tanto los libros que poco a poco compraban como con los libros que sacaban de la biblioteca local. Lola disfrutaba hablando con su madre del aguante de Penélope esperando a Ulises, del ingenio de Mary Shelley para escribir Frankenstein, o de la impresión que les causó Nada de Carmen Laforet o el libro de Ana María Matute, del que les costaba recordar el nombre, Paraíso inhabitado, con un inicio tremendo: “Nací cuando mis padres ya no se querían”.

     Pensaron dar la oportunidad de estudiar o ayudar a conseguir un trabajo a sus hijos en la barriada de la gran ciudad. Había trabajo, sí, pero era complicado entrar en el mercado laboral. A sus hijos les dijeron muy pronto que el negocio familiar no aguantaría otra generación, que debían buscar otras oportunidades, en mejores barrios, en otras capitales.

     Con sus buenas notas, con las becas, Lola estudió Periodismo en la facultad de Ciencias de la Información, en la Universidad Complutense. El edificio, gris y feo, era lo menos atractivo para una carrera que le ilusionaba. Menuda y pizpireta, tenía unos ojos color avellana o de un marrón verdoso, que sonreían en una cara agradable y despierta. Llevaba unos rizos naturales originados en un cabello fosco que gustaba retocar con su mano. Durante los años que curso la carrera comenzó a realizar prácticas en los medios de comunicación. Estaban mal pagadas, se aprovechaban, pero fue cogiendo una experiencia que le permitió conocer todos los entresijos de las redacciones de periódicos, emisoras de radio y medios digitales.


      Un día conoció a Simón Merino, el famoso editor de medios de comunicación autonómicos, que le propuso dirigir un medio digital en la llanura manchega. La gestación del medio digital se haría de forma paulatina. Primero dependería del conjunto de medios, siendo un apéndice como corresponsal, pero, poco a poco, desarrollaría la estructura y sostenibilidad con la obtención de noticias y la consecución de apoyo publicitario, en instituciones privadas y públicas. El digital fue denominado “El balido”, en honor no solo de la oveja manchega, su carnero y cordero, sino también de la rebelde cabra, el ágil gamo y el esbelto ciervo, que habitaban los bosques de montes y dehesas de Castilla-La Mancha.

     Lola hizo crecer “El balido” con exclusivas, buenas noticias, con excelente redacción, con amena información, y, aún mejor, con las relaciones que estableció con todos los estamentos de la sociedad.

    Un día, cuando tomaba descanso tras un período convulso en la actualidad diaria de la zona, decidió descansar en un hotel de las lagunas de Ruidera, y se llevó unos libros de poesía del siglo de Oro. Se acompañó de La niña de Plata de Lope de Vega, y pensaba releer La vida es sueño de Calderón. Siempre le gustaba el inicio con Rosaura clamando “Hipogrifo violento…”.  De pronto, alguien pronunció su nombre, un empleado de Correos, cuando había abierto un libro. Por su nombre. Que tenía un correo certificado. Extrañada, se dirigió al cartero y le preguntó: ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo me ha encontrado?

     El cartero le dijo que la carta había llegado a Ruidera en la valija del día, que la dirección estaba clara y él solo había preguntado en la recepción del hotel donde le habían indicado que era la señora que leía mirando a la laguna. Como se veía poca gente leer libros, fue fácil encontrarla. Firmó y se dispuso a abrir el correo…(continuará)


     (Agradable lector/a, espero que le guste. Sígame, si quiere.)

Ricardo de Orueta, residente.

  Ricardo de Orueta. Wikipedia       ¿Qué  recuerdo tenían los miembros de la Residencia de Estudiantes del historiador y político Ricardo d...