#Lola
#Plumier
Nada estaba decidido, todo era posible. Su
vida siempre sería un duro y bello aprendizaje. En su infancia había sido la más
predispuesta de sus hermanos. Tal vez la más atrevida ante cualquier reto, ante
cualquier situación. Su abuelo contaba que Lola cuando tenía cuatro años
ahuyento una alimaña que se había introducido en la finca con una escoba.
Ninguno de sus hermanos, mayores que ella, reaccionaron. Ella se dirigió al
dormitorio de la casa de sus abuelos y con la escoba atemorizó a la rata,
comadreja o vete a saber qué animal, de tal manera, que salió de la casa. Antes
había abierto todas las puertas, como indicando el camino por donde podía
escapar. Decidida y algo mandona, organizaba los juegos y la lectura de cuentos
y novelas con sus amigas. Creció leyendo clásicos de forma voraz, sobre la
marcha, sin prisas, sin pausas.
Su padre no se explicaba el deseo de saber
de su hija pequeña. Él apenas había cursado estudios; había trabajado en su
pequeña tienda de barrio de toda la vida. A su mujer le gustaba leer cuando tenía
tiempo, pero con dos niños revoltosos y Lola, su Lola, no tenía casi tiempo.
La madre de Lola había trabajado en la compañía telefónica. Siempre le había quedado el deseo de continuar trabajando cuando hubiesen crecido los niños. Lola era la que más le animaba. Pero se había enamorado de Pepe Plumier, él de Ultramarinos Plumier, del barrio, que le llenaba su vida con sus chanzas y ocurrencias, y al que cuando podía le echaba una mano en el negocio. Compartía lecturas con Lola, tanto los libros que poco a poco compraban como con los libros que sacaban de la biblioteca local. Lola disfrutaba hablando con su madre del aguante de Penélope esperando a Ulises, del ingenio de Mary Shelley para escribir Frankenstein, o de la impresión que les causó Nada de Carmen Laforet o el libro de Ana María Matute, del que les costaba recordar el nombre, Paraíso inhabitado, con un inicio tremendo: “Nací cuando mis padres ya no se querían”.
La madre de Lola había trabajado en la compañía telefónica. Siempre le había quedado el deseo de continuar trabajando cuando hubiesen crecido los niños. Lola era la que más le animaba. Pero se había enamorado de Pepe Plumier, él de Ultramarinos Plumier, del barrio, que le llenaba su vida con sus chanzas y ocurrencias, y al que cuando podía le echaba una mano en el negocio. Compartía lecturas con Lola, tanto los libros que poco a poco compraban como con los libros que sacaban de la biblioteca local. Lola disfrutaba hablando con su madre del aguante de Penélope esperando a Ulises, del ingenio de Mary Shelley para escribir Frankenstein, o de la impresión que les causó Nada de Carmen Laforet o el libro de Ana María Matute, del que les costaba recordar el nombre, Paraíso inhabitado, con un inicio tremendo: “Nací cuando mis padres ya no se querían”.
Pensaron dar la oportunidad de estudiar o ayudar a conseguir un trabajo a sus hijos en la barriada de la gran ciudad. Había
trabajo, sí, pero era complicado entrar en el mercado laboral. A sus hijos les
dijeron muy pronto que el negocio familiar no aguantaría otra generación, que
debían buscar otras oportunidades, en mejores barrios, en otras capitales.
Con sus buenas notas, con las becas, Lola
estudió Periodismo en la facultad de Ciencias de la Información, en la
Universidad Complutense. El edificio, gris y feo, era lo menos atractivo para
una carrera que le ilusionaba. Menuda y pizpireta, tenía unos ojos color
avellana o de un marrón verdoso, que sonreían en una cara agradable y
despierta. Llevaba unos rizos naturales originados en un cabello fosco que
gustaba retocar con su mano. Durante los años que curso la carrera comenzó a
realizar prácticas en los medios de comunicación. Estaban mal pagadas, se aprovechaban,
pero fue cogiendo una experiencia que le permitió conocer todos los entresijos
de las redacciones de periódicos, emisoras de radio y medios digitales.
Un día conoció a Simón Merino, el famoso
editor de medios de comunicación autonómicos, que le propuso dirigir un medio
digital en la llanura manchega. La gestación del medio digital se haría de forma
paulatina. Primero dependería del conjunto de medios, siendo un apéndice como
corresponsal, pero, poco a poco, desarrollaría la estructura y sostenibilidad con la
obtención de noticias y la consecución de apoyo publicitario, en instituciones
privadas y públicas. El digital fue denominado “El balido”, en honor no solo de
la oveja manchega, su carnero y cordero, sino también de la rebelde cabra, el
ágil gamo y el esbelto ciervo, que habitaban los bosques de montes y
dehesas de Castilla-La Mancha.
Lola hizo crecer “El balido” con
exclusivas, buenas noticias, con excelente redacción, con amena información,
y, aún mejor, con las relaciones que estableció con todos los estamentos de la
sociedad.
Un día, cuando tomaba descanso tras un
período convulso en la actualidad diaria de la zona, decidió descansar en un
hotel de las lagunas de Ruidera, y se llevó unos libros de poesía del siglo de
Oro. Se acompañó de La niña de Plata de Lope de Vega, y pensaba releer La
vida es sueño de Calderón. Siempre le gustaba el inicio con Rosaura clamando
“Hipogrifo violento…”. De pronto, alguien pronunció su nombre, un empleado de Correos, cuando había abierto
un libro. Por su nombre. Que tenía un correo certificado. Extrañada, se dirigió
al cartero y le preguntó: ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo me ha encontrado?
El cartero le dijo que la carta había
llegado a Ruidera en la valija del día, que la dirección estaba clara y él solo
había preguntado en la recepción del hotel donde le habían indicado que era la
señora que leía mirando a la laguna. Como se veía poca gente leer libros,
fue fácil encontrarla. Firmó y se dispuso a abrir el correo…(continuará)
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