"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Las criaturas de Prometeo: Lola Plumier (2)

    

     #Lola #Plumier

     Nada estaba decidido, todo era posible. Su vida siempre sería un duro y bello aprendizaje. En su infancia había sido la más predispuesta de sus hermanos. Tal vez la más atrevida ante cualquier reto, ante cualquier situación. Su abuelo contaba que Lola cuando tenía cuatro años ahuyento una alimaña que se había introducido en la finca con una escoba. Ninguno de sus hermanos, mayores que ella, reaccionaron. Ella se dirigió al dormitorio de la casa de sus abuelos y con la escoba atemorizó a la rata, comadreja o vete a saber qué animal, de tal manera, que salió de la casa. Antes había abierto todas las puertas, como indicando el camino por donde podía escapar. Decidida y algo mandona, organizaba los juegos y la lectura de cuentos y novelas con sus amigas. Creció leyendo clásicos de forma voraz, sobre la marcha, sin prisas, sin pausas.


     Su padre no se explicaba el deseo de saber de su hija pequeña. Él apenas había cursado estudios; había trabajado en su pequeña tienda de barrio de toda la vida. A su mujer le gustaba leer cuando tenía tiempo, pero con dos niños revoltosos y Lola, su Lola, no tenía casi tiempo. 
     La madre de Lola había trabajado en la compañía telefónica. Siempre le había quedado el deseo de continuar trabajando cuando hubiesen crecido los niños. Lola era la que más le animaba. Pero se había enamorado de Pepe Plumier, él de Ultramarinos Plumier, del barrio, que le llenaba su vida con sus chanzas y ocurrencias, y al que cuando podía le echaba una mano en el negocio. Compartía lecturas con Lola, tanto los libros que poco a poco compraban como con los libros que sacaban de la biblioteca local. Lola disfrutaba hablando con su madre del aguante de Penélope esperando a Ulises, del ingenio de Mary Shelley para escribir Frankenstein, o de la impresión que les causó Nada de Carmen Laforet o el libro de Ana María Matute, del que les costaba recordar el nombre, Paraíso inhabitado, con un inicio tremendo: “Nací cuando mis padres ya no se querían”.

     Pensaron dar la oportunidad de estudiar o ayudar a conseguir un trabajo a sus hijos en la barriada de la gran ciudad. Había trabajo, sí, pero era complicado entrar en el mercado laboral. A sus hijos les dijeron muy pronto que el negocio familiar no aguantaría otra generación, que debían buscar otras oportunidades, en mejores barrios, en otras capitales.

     Con sus buenas notas, con las becas, Lola estudió Periodismo en la facultad de Ciencias de la Información, en la Universidad Complutense. El edificio, gris y feo, era lo menos atractivo para una carrera que le ilusionaba. Menuda y pizpireta, tenía unos ojos color avellana o de un marrón verdoso, que sonreían en una cara agradable y despierta. Llevaba unos rizos naturales originados en un cabello fosco que gustaba retocar con su mano. Durante los años que curso la carrera comenzó a realizar prácticas en los medios de comunicación. Estaban mal pagadas, se aprovechaban, pero fue cogiendo una experiencia que le permitió conocer todos los entresijos de las redacciones de periódicos, emisoras de radio y medios digitales.


      Un día conoció a Simón Merino, el famoso editor de medios de comunicación autonómicos, que le propuso dirigir un medio digital en la llanura manchega. La gestación del medio digital se haría de forma paulatina. Primero dependería del conjunto de medios, siendo un apéndice como corresponsal, pero, poco a poco, desarrollaría la estructura y sostenibilidad con la obtención de noticias y la consecución de apoyo publicitario, en instituciones privadas y públicas. El digital fue denominado “El balido”, en honor no solo de la oveja manchega, su carnero y cordero, sino también de la rebelde cabra, el ágil gamo y el esbelto ciervo, que habitaban los bosques de montes y dehesas de Castilla-La Mancha.

     Lola hizo crecer “El balido” con exclusivas, buenas noticias, con excelente redacción, con amena información, y, aún mejor, con las relaciones que estableció con todos los estamentos de la sociedad.

    Un día, cuando tomaba descanso tras un período convulso en la actualidad diaria de la zona, decidió descansar en un hotel de las lagunas de Ruidera, y se llevó unos libros de poesía del siglo de Oro. Se acompañó de La niña de Plata de Lope de Vega, y pensaba releer La vida es sueño de Calderón. Siempre le gustaba el inicio con Rosaura clamando “Hipogrifo violento…”.  De pronto, alguien pronunció su nombre, un empleado de Correos, cuando había abierto un libro. Por su nombre. Que tenía un correo certificado. Extrañada, se dirigió al cartero y le preguntó: ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo me ha encontrado?

     El cartero le dijo que la carta había llegado a Ruidera en la valija del día, que la dirección estaba clara y él solo había preguntado en la recepción del hotel donde le habían indicado que era la señora que leía mirando a la laguna. Como se veía poca gente leer libros, fue fácil encontrarla. Firmó y se dispuso a abrir el correo…(continuará)


     (Agradable lector/a, espero que le guste. Sígame, si quiere.)

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