"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Yo quise tener un hoyuelo en el mentón

    
#mentón #KirkDouglas #NedLand #Vincent #DocHoliday #Einar #Espartaco
      Decía Melvillle en Moby Dick que los mortales eramos unos ilusos porque creíamos que el diluvio universal de Noé había acabado y no apreciabamos que las aguas cubrían la tierra en sus dos terceras partes.
      Hoy recordaba esa frase mientras mi mano buscaba hacer un hoyuelo en el mentón para volver a parecerme a Kirk Douglas, como hacía cuando era niño tras haber visto Veinte mil leguas de viaje submarino. Richard Fleischer dirigía una versión de la factoría Disney de la novela de Julio Verne.

      Me pasaba la tarde apretando mi barbilla con el dedo índice, ayudado por el dedo pulgar y corazón. Quería que el hoyuelo se formara por presión. Le dotaba de poder especial; de ese hoyuelo emergía un magnetismo poderoso, ignoto, fecundo. Luego me dirigía a un espejo para mirar el efecto de la presión. Si conseguía, al menos, que mi mentón estuviese partido, el efecto sobre otras personas podría darme poderes especiales.
      Al mismo tiempo, pensaba, tras ver la película, cómo buscar un hierro que se pareciese a un arpón, y cuerda, mucha cuerda, para elaborar una buena estacha que atar al hierro. Iría a la cordelería de la calle del obispo … para comprar todas sus existencias. Necesitaría un sitio donde guardarlo todo y tendría que pensar cómo entrar de grumete en un barco pesquero con Ned Land o con otro que había visto que se llamaba Ismael y que también tenía hoyuelo.
      Pensé que todos los marineros tendrían hoyuelo, salvo los que tenían barba, los lobos de mar barbados, que carecían de la marca en el mentón. Como el río estaba secó, canté “que llueva, que llueva la virgen de la cueva” de forma desafinada y estruendosa. Tuve poco éxito. La sequía era pertinaz. Aunque Melville tuviera razón, estaba lejos de las dos terceras partes de agua; la estacha de cuerda terminó deformada por el calor y el hierro, que semejaba a un arpón, se herrumbró de óxido.
      Más tarde quise pintar girasoles porque Kirk, el del hoyuelo, se llamaba Vicente y se cortaba una oreja. ¡No, no quise cortarme la oreja! Volví a intentar conseguir un hoyuelo. Él tenía un amigo, que se llamaba Gaugin y se iba a unas islas del Pacífico llamadas Tahiti, y Vicente, Kirk, hacía muy bien de pintor desequilibrado. En esta película Vicente era un nombre popular porque el director, de apellido Minnelli, el que dirigía a toda la gente, también se llamaba Vicente. Era El loco del pelo rojo.

      Al poco tiempo, ví Duelo de Titanes de John Sturges, sobre el tiroteo en OK Corral y el actor del hoyuelo ya no era marinero, ni pintor. Era doctor, jugador y alcohólico. Estaba viendo la película con mi papá y le dije que yo quería ser alcohólico, jugador y médico como Doc Holiday. Mi padre me dijo que me conformara con ser doctor, que los otros oficios eran caros y enfermizos. Y sobre el deseo que tenía de obtener una pistola, que me conformara con una de agua para que, cuando hiciera más calor, refrescara a la familia. Kirk y Burt eran amigos y estaban en otra película, Siete días de Mayo, donde salían pero no se llevaban tan bien porque Burt, vestido de general, quería rebelarse contra su presidente y Kirk lo descubría.

      Hubo dos películas del actor del hoyuelo que me dejaron pasmado: Los Vikingos y Espartaco.
      En la primera le dirigía otra vez Richard Fleischer y le acompañaban como actores, entre otros, Tony Curtis y Ernest Borgnine, muy creíble como Ragnar al igual que Kirk como su hijo, el  tuerto Einar, y Janet Leigh. La presentación y títulos de crédito con los tapices de Bayeux era impactante. Kirk, el del hoyuelo, ponía pasión y movimiento dentro de un personaje salvaje, que saltaba entre los remos sin caer al agua. ¡Claro, hombre, ya había sido marinero!

      Finalmente, yo también quise ser Espartaco. Y volver a tener hoyuelo. Y luchar con espadas y escudos contra los que oprimían a esclavos y gladiadores romanos. Sentía ternura por él, por la morena tan guapa de la que se enamoraba, Varinia (Jean Simmons), y por su amigo Antonino (Tony Curtis), y cierta repulsión por el poderoso Craso (Laurence Olivier). En la película quedaba desdibujado Julio Cesar, puede que por el actor que lo interpretaba, o por su carácter secundario. Kirk actuaba y luchaba; era el héroe perfecto por la forma de terminar como por ser alguien por quien se podía morir. A mí me gustaba la actuación de los dos mayores: el mercader de esclavos Batiato (Peter Ustinov) y el senador Sempronio Graco (Charles Laughton), auténticos robaplanos en las escenas que interpretaban. El detalle de Kirk, el del hoyuelo en el mentón: defendió la inclusión en los títulos de crédito de Dalton Trumbo, que estaba en la lista negra del macartismo.
     
                       






     (Amable lector/a: espero que le guste. Sígame, si quiere.)                                                                            

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