#Rodrigo #Santacruz
Desde pequeño le
gustó más el agua que la tierra. Era capaz de navegar en aguas turbulentas,
pero continuamente tropezaba con piedras, grandes y pequeñas, y, siempre que
tocaba tierra firme, acababa con una china en el zapato, con polvo del camino
y, en días ventosos, la arena cegaba sus ojos.
No podía ser de
otra manera, era el designio familiar. Todos eran marineros de aguadulce o
salada. Su nombre, su familia le delataba. Su forma de andar, la de los
Santacruz, era también característica.
Palmoteaba al andar. Una forma de andar
que, en un barco, navío o submarino no sería apreciable, en las calles de su
pueblo natal le distinguía: - El chico de los Santacruz, decían sus paisanos.
Necesitaba, en muchas ocasiones, pisar doblemente para estar seguro de donde
estaba.
Su madre contaba
que llevaba el nombre en recuerdo de un antepasado suyo que había acompañado al
almirante don Cristóbal, el genovés, en el primer viaje, pronunciando la frase
de “¡Tierra a la vista!” en la madrugada del duodécimo día del mes décimo de
mil cuatrocientos noventa y dos. No se le reconoció este mérito y cayó en el olvido,
pero en su familia permaneció el recuerdo del marino como el primer pregonero o
vocero de un nuevo mundo para los humanos del viejo.
Teatro romano. Cartagena |
Su padre, al
contrario, callaba. No le gustaba hablar de la familia. Por las noches ahogaba
sus penas bebiendo grog de coñac Peinado, hábito contraído en sus viajes por el
Canal de la Mancha, otra tierra mágica a la de sus orígenes, aunque en esa zona
la base espirituosa era el ron. Había empezado a beber más cuando dejó de
navegar porque sentía dolor en la mitad de su alma, y tal vez la amputación de una
parte de su cuerpo, que ya no podía utilizar. Descendía de un hijo natural de
un fabuloso marino y militar que había servido a su rey en el siglo XVI, que
construyó un hermoso palacio con visos y en viso de ser un legado marino que
flotara o levitara sobre la llanura infinita manchega. Como hijo natural poco
legado recibió, salvo una ayuda económica para ser marino y las rentas de un
terreno de pastos y cereal cerca de la encomienda calatrava de Pilas Bonas, que
unos años crecía y otros años menguaba. Eso sí, le dio un apellido, Santacruz,
que no era el suyo, pero sí hacía referencia a su estirpe familiar. Y todos sus
descendientes mantuvieron el patrimonio familiar que poco a poco se redujo en
las herencias y la pérdida económica del lugar. Casi todos ellos optaron por la
vida de marinero. Era su condición, era su origen.
Rodrigo gozaba de
buena estatura y complexión fuerte al llegar a su mayoría de edad. Había
heredado la nariz de los Santacruz con forma de proa invertida. De ojos verde
agua, grandes y vivos, tenía grandes ojeras por mucha lectura y poco sueño. A
veces parecía taciturno, en otras, parecía excesivamente dicharachero. De
barbilla pronunciada, empezó pronto a lucir bigote o barba, que presumidamente
cuidaba.
Al final de sus
estudios de especialización submarina en Cartagena tuvo la oportunidad de ver
en el Museo de Arqueología Subacuática los restos del “Nuestra Señora de las
Mercedes” con su fabuloso conjunto de monedas. Un pecio evocador que le llevó a
tener un gran interés en la historia y cultura material de la Armada porque
nada de lo humano le era ajeno.
Rodrigo recibió una
carta de la Armada el 1 de enero de 2020 en la que se le notificaba su destino
definitivo. Abrió el sobre y…(continuará)
(Agradable
lector/a, espero que le guste. Si le complace, sígame.)
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