"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Las criaturas de Prometeo: Rodrigo Santacruz (1)


     #Rodrigo #Santacruz

     Desde pequeño le gustó más el agua que la tierra. Era capaz de navegar en aguas turbulentas, pero continuamente tropezaba con piedras, grandes y pequeñas, y, siempre que tocaba tierra firme, acababa con una china en el zapato, con polvo del camino y, en días ventosos, la arena cegaba sus ojos.

      No podía ser de otra manera, era el designio familiar. Todos eran marineros de aguadulce o salada. Su nombre, su familia le delataba. Su forma de andar, la de los Santacruz, era también característica.
Palmoteaba al andar. Una forma de andar que, en un barco, navío o submarino no sería apreciable, en las calles de su pueblo natal le distinguía: - El chico de los Santacruz, decían sus paisanos. Necesitaba, en muchas ocasiones, pisar doblemente para estar seguro de donde estaba.

      Su madre contaba que llevaba el nombre en recuerdo de un antepasado suyo que había acompañado al almirante don Cristóbal, el genovés, en el primer viaje, pronunciando la frase de “¡Tierra a la vista!” en la madrugada del duodécimo día del mes décimo de mil cuatrocientos noventa y dos. No se le reconoció este mérito y cayó en el olvido, pero en su familia permaneció el recuerdo del marino como el primer pregonero o vocero de un nuevo mundo para los humanos del viejo.
Teatro romano. Cartagena

     Su padre, al contrario, callaba. No le gustaba hablar de la familia. Por las noches ahogaba sus penas bebiendo grog de coñac Peinado, hábito contraído en sus viajes por el Canal de la Mancha, otra tierra mágica a la de sus orígenes, aunque en esa zona la base espirituosa era el ron. Había empezado a beber más cuando dejó de navegar porque sentía dolor en la mitad de su alma, y tal vez la amputación de una parte de su cuerpo, que ya no podía utilizar. Descendía de un hijo natural de un fabuloso marino y militar que había servido a su rey en el siglo XVI, que construyó un hermoso palacio con visos y en viso de ser un legado marino que flotara o levitara sobre la llanura infinita manchega. Como hijo natural poco legado recibió, salvo una ayuda económica para ser marino y las rentas de un terreno de pastos y cereal cerca de la encomienda calatrava de Pilas Bonas, que unos años crecía y otros años menguaba. Eso sí, le dio un apellido, Santacruz, que no era el suyo, pero sí hacía referencia a su estirpe familiar. Y todos sus descendientes mantuvieron el patrimonio familiar que poco a poco se redujo en las herencias y la pérdida económica del lugar. Casi todos ellos optaron por la vida de marinero. Era su condición, era su origen.

     Rodrigo gozaba de buena estatura y complexión fuerte al llegar a su mayoría de edad. Había heredado la nariz de los Santacruz con forma de proa invertida. De ojos verde agua, grandes y vivos, tenía grandes ojeras por mucha lectura y poco sueño. A veces parecía taciturno, en otras, parecía excesivamente dicharachero. De barbilla pronunciada, empezó pronto a lucir bigote o barba, que presumidamente cuidaba.

     Al final de sus estudios de especialización submarina en Cartagena tuvo la oportunidad de ver en el Museo de Arqueología Subacuática los restos del “Nuestra Señora de las Mercedes” con su fabuloso conjunto de monedas. Un pecio evocador que le llevó a tener un gran interés en la historia y cultura material de la Armada porque nada de lo humano le era ajeno.

      Rodrigo recibió una carta de la Armada el 1 de enero de 2020 en la que se le notificaba su destino definitivo. Abrió el sobre y…(continuará)



     (Agradable lector/a, espero que le guste. Si le complace, sígame.)

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