"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Las criaturas de Prometeo: Alterio Sandoval Grana (3)

      #Rocinante #Babieca #Alterio
Alterio
       Recordaba que, en el prólogo del Quijote, había un diálogo entre Rocinante y Babieca:
      “B.- ¿Cómo estás, Rocinante, tan delgado?
      R.- Porque nunca se come, y se trabajai.”
      No sabía si esa era la pretensión de Cervantes, pero él no percibía la subliminal imagen de dos caballos hablando. Intuía la figura del Quijote y del Cid, como reflejo de sus caballos. Rocinante se convertía en el ‘rocín de los de lanza en astillero, adarga antigua, hidalgo flaco y galgo corredorii.’ Babieca, que había sido ofrecido al rey al final del Cantar, era rechazado o desterrado como su dueño, pero por la calidad de caballero: “si a vos le tollies, el caballo no havrie tan buen señor” (si yo os privara de él, el caballo no tendría tan buen jinete)iii. Los caballos identificaban a sus jinetes. A Rocinante por su 'flaqueza'; y a Babieca por su 'nobleza'.
      En la mitología clásica o en la iconografía religiosa se habían dotado de una serie de símbolos identificativos para divinidades y santos. Hermes, el Mercurio romano heraldo de los dioses y guía de los humanos en la vida y la muerte, era representado imberbe, atlético y desnudo, portando casco (pétaso) y sandalias aladas, empuñando el caduceo, que llevaba dos culebras, que hoy se considera símbolo del comercioiv.
Hermes, Mercurio.
      El pez, creía recordar, era símbolo de la pureza, la sabiduría y la resurrección. Los primitivos cristianos extrajeron del “ikhtus” (pez) griego un acróstico místico que los iniciados descifraban como Jesucristo, hijo de Dios. Fue utilizado hasta que el latín sustituyó al griego como idioma oficial de la Iglesia, momento en que se comenzó a utilizar la cruz como símbolo de todos los cristianosv.
      Esta simbología permitía interpretar la cultura clásica y cristiana desde el punto de vista de su creación, que, muchas veces, era alejada a cánones actuales.
      Las representaciones simbólicas contemporáneas de las figuras públicas estaban alejadas de halos míticos o religiosos. Los símbolos que les identificaban eran accesorios comunes, cotidianos, casi vulgares. Pero muy característicos.
      Desde el siglo XX se identificaba a Churchill con el puro habitual con el que fumaba, dando lugar a designar a un tamaño de habano con su nombrevi. Era su marca personal, su identificación.

      La imagen personal estaba por encima de objetos, accesorios y animales. La marca personal se redirigía a las aptitudes humanas, a su potenciación, a su visibilidad.
      Buscaría un objeto, un símbolo, animal o vegetal que fuera seña de identidad, marca. Un nombre y apellido para pasar a la acción. Ser invisible y a la vez ser identificado con otro nombre que resumiera su ser, su sentido. Su aspecto era, así lo había buscado, indefinido; su cara, una más entre un millón, no identificable. Ni su nariz, ni sus orejas, ni siquiera sus ojos, que no llamaban la atención. Ni por grandes, ni por expresivos. Nada. Y todo.
      Prometeo Pérez le había escrito. En un paquete le había enviado instrucciones y un celular con tarjeta desechable. Tenía que buscar un nombre, que, por sus habilidades, sus debilidades, sus fortalezas y sus miedos, obligaba, y lo hacían necesario. Se nombró Alterio. Lo consideró oportuno porque sería su otro yo, un nuevo nombre, aunque se debía comportar como esperaban, tal como era según sus cualidades, que eran apreciadas y buscadas. Estas aptitudes eran como las estrellas del firmamento: destacadas y brillantes. En cuanto al apellido pensó en diferentes posibilidades. Con un apellido como Garrote o Matarile se daba pista de una de sus mejores habilidades: la facilidad para acabar con el contrario. Gómez y García eran evidentes y, al mismo tiempo, anodinos. Al final tuvo dudas; consideró la posibilidad de utilizar el apellido Buentránsito. Si bien indicaba la especialidad, la eliminación, la ejecutaría de forma rápida y silenciosa, casi indolora. Se decidió, al final, por Sandoval Grana, alteración parcial de uno de los más famosos corruptos de la historia, por la facilidad con la que conseguía aflorar y corromper los más bajos instintos de sus allegados y/o contrarios. A Prometeo le informaría de su nuevo nombre. Que fuese su nueva identificación. Lo que hiciese después sería lo habitual, lo que siempre había hecho, lo que sus contratantes apreciaban, lo que pocos conocían, y lo que le había costado la vida a más de uno por averiguarlo.
      Llevaría poco equipaje, nada de maletas de colores. Una mochila color tierra, unas zapatillas cómodas, la navaja multiusos como útil para todo o complemento apropiado y ayuda al remate de operaciones, y sus fazoletos y 'bandanas', para dejar sin aire al ser que no dejara de moverse contra su voluntad, contra su acción. Una leve sonrisa apareció en la comisura de sus labios. Estaba preparado.

      Esperaba la llamada de Prometeo Pérez. Abrió su nuevo teléfono. Tiró el viejo, destrozó la sim. Era de ya de alguien inexistente, que desaparecía. Y él ya era otro: Alterio Sandoval Grana, desconocido...(continuará)
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iCERVANTES SAAVEDRA, M.: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Novela de dos partes con publicación en 1605 y 1615. Espasa Calpe, 1996, Madrid. Introducción de Antonio Muñoz Molina. Referencia al soneto final del prólogo que escribió Cervantes.

iiCERVANTES SAAVEDRA, M.: Obra citada.: Versión libre de “hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.” Capítulo primero.

iiiANÓNIMO.: Cantar del Cid. Austral. Espasa Calpe. Madrid. 1977. Texto antiguo de Ramón Menéndez Pidal y prosificación moderna de Alfonso Reyes. Páginas 320-321.

ivMARTÍNEZ DE LA TORRE, C., GONZÁLEZ VICARIO, M. T. y ALZAGA RUIZ, A.: Mitología Clásica e Iconografía Cristiana. Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid, 2010. Página 78.

vMARTÍNEZ DE LA TORRE, C., GONZÁLEZ VICARIO, M. T. y ALZAGA RUIZ, A.: Obra citada. Página 165.

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