 |
La amargura del triunfo. BMRE |
|
Reseña de “La amargura del triunfo”
de Ignacio Sánchez Mejías. Edición e introducción de Andrés Amorós. Berenice.
Córdoba. 2009.
Entre las
múltiples actividades que Ignacio Sánchez Mejías desarrolló en su vida, y que
quedó como olvidada tras su muerte, fue la redacción de una novela. Esta novela
fue rescatada en 2009 con motivo de los setenta y cinco años de su
fallecimiento tras la cogida en Manzanares y su muerte dos días después en
Madrid en el agosto de 1934.
La novela fue
engarzada por Andrés Amorós, su biógrafo más reconocido. Obtuvo los manuscritos
de la novela en diversos papeles que le facilitó la nieta del diestro, Paloma
Recasens. Unos estaban escritos a lápiz, otros con tinta y algunos capítulos ya
aparecían mecanografiados.
Nos interesa
aquí la gestación de la publicación de la obra tanto como la obra en sí. La
paginación de la obra nos obliga a esta opción porque a primera vista se dedica
setenta y ocho páginas a la introducción y setenta y seis a una novela
inconclusa y en construcción que permaneció durante muchos años en el archivo
familiar.
Amorós razona
las actuaciones que realiza para llevar a cabo la edición. Nos presenta un
índice de su trabajo. En primer lugar, el autor, un hombre legendario y, al
mismo tiempo, real. Mitificado tras su muerte y admirado durante su
polifacética vida. El del “Llanto” y el dominador de las suertes del ruedo y de
la vida. Un encuadre cronológico
de su vida ayuda a entender el personaje, que se profundiza con el año en que hace
una lectura pública en el Ateneo de Valladolid. Ha vuelto a los ruedos antes de
su retirada definitiva, para muchos, de 1927. Ha iniciado la relación con
Encarnación López. Tuvo una tarde triunfal en la plaza de Valladolid. Era el 22
de septiembre y ante un público selecto, socialmente fervoroso, leyó algunos
capítulos de su novela.
Hemos visto las
invitaciones que guarda el Ateneo de Valladolid y que remitió a sus exquisitos
invitados. El acto fue presentado por Federico Santander, prohombre
vallisoletano, que había sido alcalde de la ciudad. Acreditado orador, dejó
abonado el terreno al novelista en ciernes para que el público estuviese
entregado.
 |
Anverso de la invitación al acto público del Ateneo de Valladolid. Copia personal
|
Hubo
posiblemente lecturas anteriores en reuniones de amigos de algunos capítulos.
Miguel Ángel Castañeda cita en su tesis doctoral
sobre el periodista José de Río “Pick” un artículo que escribe este periodista
en “La voz de Cantabria” el 25 de marzo de 1928. Tres años después del acto de
Valladolid. Y que, cuatro años antes, Sánchez Mejías había leído en Gijón, tras
una corrida muy dura, una novela casi terminada a José María de Cossío,
Federico Santander, Pepe Vela, Sebastián Miranda, Gerardo Diego, Benigno Araujo
y José del Río. No cita el día ni la categoría del momento, pero habla del tema
taurino del argumento, que apreciaba tintes autobiográficos con claves que
identificarían a los personajes asociados a la tauromaquia. Para José del Río
era la novela que un año más tarde se leyó en el Ateneo de Valladolid, que no
se había publicado y que los derroteros de Ignacio Sánchez Mejías se habían dirigido
hacia el teatro con los estrenos de Sinrazón y Zaya.
Lo que nos
interesa señalar en este momento es la relación entre esta lectura privada y la
pública de Valladolid. Junto al autor, repite la figura de Federico Santander y
varía el nombre de los Cossío. En la lectura privada participa José María de
Cossío, el intelectual señor de Tudanca, y en Valladolid participa su hermano
Francisco.
 |
Copia personal del reverso de la invitación al acto del Ateneo de Valladolid
|
Era la primera vez que se organizaba un acto
público en una institución ateneísta que disfrutó de la lectura de tres
capítulos de la obra.
Amorós se propuso
una organización del trabajo sobre el manuscrito. ¿Qué tenía en sus manos?
Primero, habría que asegurar que era la letra del autor. Estaban organizadas en
cuartillas dobladas por la mitad, semejando cuadernillos, identificados al
final como novela. Había una versión mecanografiada que no es segura la
utilización de una máquina por Ignacio o por algún familiar suyo.
Algunos capítulos
tenían título, otros no. Y era necesario hacer una limpieza de ortografía— nada
extraño en muchos en esa época— y sintaxis, dejando la utilización de giros
locales de la tierra y el toreo. Amorós lo califica por su complejidad de
ciempiés.
Se imponía una
labor de transcripción, corrección, unificación de palabras, sonidos, nombres y
referencias. Comparar las versiones escritas a mano con la mecanografiada.
Organizar y titular los capítulos, rematando con las notas existentes los menos
desarrollados. Manejar el lenguaje popular andaluz de una forma que Amorós
considerara acertada. En definitiva, el resultado final sería paternidad de Sánchez
Mejías y Amorós.
El título de “La
amargura del triunfo” se respetaría por ser el título de la conferencia del Ateneo,
reproducimos la fotografía de la invitación, y así titulo su artículo El
Norte de Castilla tras el acto. Marujilla, la de las perlas negras había
sido la otra opción porque era el título de uno de los capítulos y por aparecer
el lema en algún otro lugar. Pero si nos atenemos a la importancia en el argumento,
decaería esta posibilidad y La amargura, además de titular, era un argumento
de la vida del protagonista, de la obra y de lo que señala Amorós como gusto
modernista de la época.
El argumento
final es la historia de José Antonio Moreno, más conocido como El Niño de Albento
en el mundo de los toros. Con orígenes humildes, sin madre y un padre de
carácter débil, fue acogido como propio por una marquesa para que acompañara
a un hijo malcriado del que termina distanciándose al huir del colegio donde
estaban internos y labrarse un futuro como torero. Triunfó, pero la realidad de
la vida le impedía llevar una vida social plena con quien quería y sus triunfos eran acechados
por los oportunistas de todo tipo para sacar partido de su prosperidad.
El argumento,
como hemos indicado anteriormente, tuvo rasgos autobiográficos, por un lado, y reprodujo
aspectos de la vida de personas que conoció. Sánchez Mejías también huyó de la
realidad de 1908 y se fugó con El Cuco a Nueva York. El capítulo de
Marilinda refleja la vida y labores en los cortijos taurinos con unos conocimientos
que todos, en su época, adjudicaban a Joselito, cuñado de Sánchez
Mejías. La relación de José Antonio con Manolo y su madre la marquesa recuerda
a arquetipos literarios muy populares en la época. Populares como Ben-Hur
de Lewis Wallace, o románticas como Cumbres Borrascosas de Emily Brontë.
Espeleta y José Antonio recuerdan a Sancho Panza y Don Quijote, como indica
acertadamente Amorós, o a Ciutti y Don Juan, de Zorrilla.
Es una novela
que intenta analizar la interioridad del mundo de los toreros. Del poso que
queda tras el triunfo sin llegar a caracterizar en demasía los personajes. De
ahí su carácter inconcluso y que motivó a su editor a reelaborar.