Cultura y sociedad

Juan José Domenchina, el secretario de Azaña.

 


     En el momento de la derrota, ¿pensará alguien en mí? Cuando ya no sea nada, cuando no sea apreciado por ningún deseo, ¿pensará alguien en mí? Nadie, nada.

     Nada fui, nada duradero. Un seudónimo literario al que atribuir una biografía o estilo particular. Un pasar. Sí, un pasar. Como secretario del presidente, tal vez. Nada más. Un forastero en mi tierra, un melancólico exiliado en tierra ajena.

      Fue mi seudónimo Gerardo Rivera, aunque todos sabían que era Juan José Domenchina, secretario del presidente Azaña. Mi vida literaria siempre estuvo ligada a mi actividad pública.

     Recibía cartas con peticiones, alabanzas o ruegos donde todo se entremezclaba. Una vez, recibí una carta de Jorge Guillén, mayo de 1933, en la que, con el pretexto de hablar de publicaciones literarias, me daba recuerdos para don Manuel. No me apreciaban, me respetaban por el cargo que ostentaba. Por mi cercanía al poder:

     Mi querido amigo— de tantos años!… ¿Será posible evitar las erratas? ¡Me bastará con mis errores!… Muchos recuerdos— si se acuerda al presidente.[1] [2]

     Todos sabían que mi amistad con Don Manuel se había iniciado en 1923. Me hice asiduo a su tertulia del Café Regina, junto al Casino de Madrid, en Alcalá 19. Algunos conocidos decían que Azaña tenía un trato agradable, que no aburría, que se expresaba bien y que no sacaba el genio de forma habitual. Serio, algo distante, iba acompañado de Cipriano Rivas Cherif. Habitualmente les acompañaba, y compartía inquietudes intelectuales.[3] Desde 1931 me convertí en su secretario. 

     Como político tenía sus seguidores y detractores. En su momento fue la representación del poder. Y yo una de sus extensiones. Mis críticas literarias eran consideradas más desde mi puesto político que desde mi valía intelectual. Tuve esa impresión.

     Recibí otra carta de Guillén en julio de 1933, en la que, para manifestarme su queja ante la crítica que había hecho de Cántico, utilizaba un lenguaje ambiguo de amores y palos. Guillén intentaba justificarse con la búsqueda de la perfección y la senda que pensaba seguir, con la sugerencia suave de pedirme que le dijera dónde había fallado. No supe ver la belleza de Cántico. Me preguntaba, al final, sobre un gran escritor y eminente político del que hablaba en la crítica:

     — “El gran escritor y eminente político” es Azaña, ¿no es eso?

     ¿Quién si no él reúne esas dos personalidades?[4]

     Se despedía tan afectuosamente que parecía no tener conmigo más aprecio que las relaciones que pudiera conseguir por mis responsabilidades. ¿Sabía que yo me daba cuenta? No era querido. Era apreciado por el interés final, solamente.

     Los del 27 nunca me aceptaron plenamente. Incluso, cuando en 1934 Gerardo Diego me incluyó en su Antología, fui más epígono que miembro. Había criticado la inconsistencia lírica de la generación y me pasaron factura por mis palabras. Tampoco me encontraba muy cómodo con el surrealismo que envolvía al grupo, sin reconocer que estaba influenciado, como todos. Fui tachado de pedante, de utilizar demasiados cultismos[5]. No me sentía integrado.

     Tras la guerra, el exilio. Ernestina me acompañó. Más bien fui su acompañante, la parte del matrimonio que no se adaptó. Mi salud, quebradiza muchas veces, no había permitido que continuase de secretario del presidente, sin embargo, en enero de 1938, me incorporé de nuevo como secretario del Gabinete Diplomático de la Presidencia de la República hasta febrero de 1939. Acabada la guerra mantuvimos la relación por carta hasta su muerte (3-11-1940). Emocionalmente, me reconfortaban sus cartas porque no era tanto una correspondencia política, como una relación sobre afinidades intelectuales, y, por tanto, humanas.

     Siempre, tal vez insisto demasiado, me daba recomendaciones sobre algún viaje inconveniente, como el proyectado a París— 16 de febrero de 1939—, por las medidas de seguridad que era necesario tomar. Me dijo, además, que se había creado listas de exiliados para viajar a América y que existía un comité de auxilio a los escritores españoles.

     La desolación comenzó a embargarnos poco a poco debido a que algunos consideraban que Azaña había decepcionado. El presidente intentaba sobreponerse diciendo que eran cacareos. Que eran habladurías. Ya no se sentía obligado a orientar la opinión. En ese momento, 18 de marzo de 1939, ya había escrito La velada de Benicarló e intentaba publicarla. No quería polemizar, ni criticar. Ponía una información para conocer la verdad como él la entendía. Preparaba sus memorias políticas. Sentíamos el dolor de los amigos perdidos; y sentíamos el dolor de personas que ahora guardaban silencio por ser algo inesperado.

     Seguí recibiendo sus cartas cuando Ernestina y yo nos instalamos en México— fue gracias a Azaña—, mientras que él permaneció hasta fallecer en suelo francés.

     El 3 de septiembre de 1939 me escribió. Azaña se daba cuenta la falta de ayuda para su trabajo y que debía hacer todo lo que antes elaboraba con más personas. La guerra se había declarado dos días antes con la invasión y reparto de Polonia. Nadie pensaba que Francia iba a caer tan pronto. El presidente me decía que observaba muy buena moral en las tropas francesas, que esperaba que España no se implicase porque ya estaba muy mal para alimentarse y trabajar. Nosotros habíamos llegado a México y él debía sopesar un cambio de residencia.

     Hasta su muerte se fue convirtiendo en una especie de Cartero Mayor de la dispersión. Él se encontraba en Pyla sur Mer, Gironda. Desde Burdeos, residentes españoles en la zona intentaron visitarlo, pero lo desaconsejó por indiscreto; no quería revuelos. Liberado del poder, mantuvo su actividad intelectual contestando a todo tipo de críticas por su visión de lo ocurrido con la República y la Guerra[6].

     En el largo tiempo del exilio, años más tarde (30-12-1948)[7], pregunté a Vicente Aleixandre sobre la publicación en España de libros de autores de fuera de España. ¿La relajación de la censura era real o no? Aleixandre me dijo que era posible porque habían publicado obra de Alberti. No se prohibía por el nombre, pero se impedía la venta de algún libro que tratara un tema que afectara a la moral imperante, especialmente religiosa, como en el caso de un libro de Cernuda. Quería vender mi antología en España.

     España estaba, seguía en mi memoria. Me indicó que se sometía todos los libros a una censura general antes de publicarlos. Un poco de suerte, dijo.

     Intenté volver a España. Se lo manifesté a Gerardo Diego. La melancolía me embargaba. Solamente una renovada fe me permitía aguantar para seguir recordando mi tierra.

     Nunca lo conseguí. Siempre hacía planes que transmitía a los amigos en el lejano recuerdo. Como a Gerardo Diego, que conocía mi mala salud por Zenobia y Juan Ramón, aunque me seguía enviando ánimos para viajar y volver a vernos[8].

     Descansé, al final, en Ciudad de México el 27 de octubre de 1959.


 



[1] Carta de Jorge Guillén a Juan José Domenchina, 24 de mayo de 1933. Cartas a Juan José Domenchina. Edición de Amelia de Paz. Centro cultural de la generación del 27. Málaga. 1997. Domenchina ha sido estudiado y resaltado en los últimos decenios del siglo XX, especialmente la editora de este libro. Consultado 27-29 octubre 2022 en sala biblioteca Archivo museo Ignacio Sánchez Mejías. En adelante, Obra citada.

[2] Manuel Azaña fue un político y escritor, 1880-1940, que ocupó la presidencia del gobierno provisional y del consejo de ministros entre el 14-10-1931 y el 12-09-1933. Presidente de la República entre el 11-05-1936 y el 3-03-1939.

[3] MARTÍN OTÍN, J. A.: La desesperación del té (27 veces Pepín Bello). Editorial Pre-textos. Valencia. 2008.

[4] Carta de Jorge Guillén a Juan José Domenchina, 9 de julio de 1933. Obra citada.

[5] CALVO CARILLA, J. L.: El concepto español de la poesía de Juan José Domenchina. La razón es Aurora. Homenaje a Aurora Egido. Publicación 3537 de la institución Fernando el Católico de la Diputación de Zaragoza. Zaragoza. 2017.Páginas 503-519.

[6] HERMOSILLA ÁLVAREZ, M. A.: Cartas Inéditas de Manuel Azaña a Juan José Domenchina. Anuario de Estudios Filológicos. Vol. 5. 1982. Páginas 69-79.

[7] Carta de Vicente Aleixandre a Juan José Domenchina, 30-12-1948. Obra citada.

[8] Cartas de Gerardo Diego a Juan José Domenchina, 27-09-1950 y 12-07-1958. Obra citada.

El rey Alfonso de España en el Decamerón

 

Boccaccio. Wikipedia

     En una de las novelas del Decamerón[1]Boccaccio cuenta que el acaudalado micer Ruggeri se fue a España para demostrar que la valía conseguida en la Toscana podía ofrecerla en la corte del rey Alfonso. Rey que tenía fama de tener un valor superior al de cualquier monarca conocido. Micer Ruggeri consiguió demostrar su fama y riqueza, y espero que el rey le correspondiera con títulos o castillos como hacía a otros con menor mérito. Solicitó audiencia al rey para marcharse, y el rey concedió el permiso y le regaló una mula para el viaje. El astuto rey, al mismo tiempo, envió a alguien para que hiciese amistad durante el viaje con micer Ruggeri y le informara de lo que dijese sobre la mula y el rey. Como la mula no estercoló donde debía, fue objeto de escarnio por su dueño que identificó la defecación mular donde no debía con los regalos a quien no debía del rey. Este hecho llegó a oídos del rey por el espía que se había hecho amigo del dueño de la mula. El rey le llamó y le demostró que nada había recibido porque, aunque tenía fama y riqueza, no tenía suerte. Al final, el rey le recompensó con un cofre de joyas reales para que pudiera comentar la magnificencia del rey de España en su tierra, la Toscana italiana, ya que no se iba a convertir en español.

     El Decamerón fue escrito entre 1351 y 1353. Está constituido por cien cuentos y el que se cita hace el número 91. ¿Quién es el rey Alfonso de España? España en la Baja Edad Media se constituía en varios reinos, unos de religión cristiana y, otros, de taifas de religión islámica o imperios temporales de origen norteafricano: almohades y almorávides.

      El rey Alfonso de España parece hacer referencia a los de la Corona de Castilla como reino más activo de la península Ibérica en la plena y baja Edad Media, pero podría ser también algún rey Alfonso de la Corona de Aragón.

     Estableciendo un periodo temporal que no sobrepase los tres siglos, encontramos a estos reyes de nombre Alfonso que superaron las barreras ibéricas y trascendieron dentro del orbe cristiano:

Alfonso VI. Wikipedia.

     Alfonso VI, rey de León y Castilla (1072-1109). ¿Cuáles son las razones por las que se destaca a este rey? Durante su reinado se recupera la ciudad de Toledo, de gran resonancia en la cristiandad, progresando la frontera de los reinos cristianos del Duero al Tajo. Con el botín de la victoria colabora al desarrollo de la Abadía de Cluny en el primer sistema artístico internacional del medievo cristiano: el románico. Y, finalmente, incorpora el rito gregoriano en el culto religioso, sustituyendo al mozárabe, lo que permite a León y Castilla integrarse en el circuito europeo de la cultura. Sin olvidar la aparición de los francos en el Camino de Santiago y los enlaces matrimoniales de sus herederas con nobles franceses. Literariamente, tuvo peor suerte. Es el rey que destierra a Rodrigo Díaz de Vivar en el Poema del Mío Cid.[2]

     Alfonso VIII de Castilla (1158-1214). Conocido por El noble, fue el vencedor de las Navas de Tolosa en 1212. Tuvo una minoría de edad conflictiva por los enfrentamientos entre los nobles del linaje de los Castro y el linaje de Lara. Confió a las órdenes militares las tierras al sur del Tajo, fortaleció el poder monárquico, dando importancia a los concejos de realengo frente a la nobleza; incorporó, además, el Duranguesado, Álava y Guipúzcoa al reino, acuñó maravedíes imitando la moneda andalusí y convocó las primeras “Cortes” en 1207. Logró superar las coaliciones contra Castilla de los demás reinos cristianos, o de estos con los almohades. La batalla de las Navas de Tolosa el 14 de julio de 1212 resarció la derrota de Alarcos, dejó sancionado el futuro de lo que conocemos como reconquista y trazó el límite fronterizo entre el mundo islámico y el occidente cristiano. Castilla fue la gran beneficiada al convertirse definitivamente en el príncipe de los reinos peninsulares con el avance sobre las tierras del valle del río Guadalquivir. Alfonso VIII tuvo como esposa a Leonor de Aquitania, hermana de Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra.

Alfonso VIII. Wikipedia.

     Alfonso X el Sabio (1252-1284). Pretendió crear el germen de un verdadero estado superando la primera crisis de crecimiento de Castilla con una gran labor legislativa basada en el derecho romano: Las Siete Partidas, el Fuero Real y el Espéculo. Intentó ser elegido emperador del Sacro Imperio. Para todas estas cosas necesitó incrementar la presión fiscal. Tuvo revueltas nobiliarias, una de ellas protagonizada por su hijo, que oscurecieron el final del reinado, en el que los traductores de Toledo, con el obispo Don Raimundo a la cabeza, difundieron las obras de filosofía griega, en especial Aristóteles, primero del árabe al castellano y, consecutivamente, al latín. El conocimiento de Aristóteles en el mundo cristiano occidental supuso un terremoto intelectual.

Alfonso X El Sabio. Wikipedia.

     Probablemente, Boccaccio haga referencia a Alfonso VIII, el de las Navas de Tolosa, ejemplo de caballero cristiano medieval en el pensamiento bajomedieval. En caso contrario, las pretensiones imperiales de Alfonso X, con su labor legislativa y cultural, serían las cualidades de referencia del rey Alfonso de una España en el imaginario cultural, aunque no político.

     Queda un poco alejado Alfonso II de Aragón (1162-1196), hijo de Petronila de Aragón y de Ramón Berenguer IV de Barcelona, primer rey de la Corona de Aragón, cuya labor principal fue la consolidación de las distintas realidades de los territorios que formaban la corona.

 

     Para saber más. Bibliografía:

          ÁLVAREZ PALENZUELA, V. A. (coord.): Historia de España de la Edad Media. Ariel. Madrid. 2002. 915 páginas.

          DONADO VARA, J y ECHEVARRÍA ARSUAGA, A.: La Edad Media: Siglos V-XII. Editorial Universitaria Ramón Areces. Madrid. 2009. 335 páginas.

          DONADO VARA, J., ECHEVARRÍA ARSUAGA, A. y BARQUERO GOÑÍ, C.: La Edad Media: Siglos XIII-XV. Editorial Universitaria Ramón Areces. Madrid. 2009. 336 páginas.

          MARTÍNEZ RUIZ, E. y OTROS: Atlas Histórico de España I. De los orígenes al S. XIII. Istmo. Madrid. 2000-2003. 247 páginas.

    

 

 



[1] Jornada décima, novela primera.

[2] - ¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor! -

Andrés Fernández de Andrada y la 'Epístola moral a Fabio'

     

Epístola moral a Fabio. Flickr.com

      A finales de octubre de 1612, Andrés Fernández de Andrada, escribió la
Epístola moral a Fabio, poesía mayor en español, que forma parte de todas las antologías1 del Siglo de Oro y que ha influido en autores contemporáneos del siglo XX como María Zambrano, Jorge Guillén y Luis Cernuda. 

     Entronca con la huida de la fama, el rechazo a las riquezas del mundo, y el paso de, y por, la vida, tan presente en poetas como Jorge Manrique (Coplas a la muerte de su padre), Fray Luis de León (Canción de la vida solitaria).Y, también, en el capítulo LXXIV de la 2ª parte de Don Quijote de la Mancha de Cervantes o el pintor Valdés Leal2 ( In ictu oculi).

      La idea de cansancio del imperio asoma desde comienzos del siglo XVII. La idea de crisis fue tomada de los historiadores de los precios por la caída de los indicadores económicos. El flujo de plata se hallaba ligado al comercio americano, que alcanza su máximo hacia 1608-1610, y comienza a tener un serio descenso en la década de 1620. Otro comercio de la época, la trata de esclavos, también tiene un descenso entre 1620-1650, dentro del ascenso continuado de este tráfico hasta 17503.

      La autoría de Fernández de Andrada fue muy debatida hasta 1875, momento en el que Adolfo de Castro encontró el manuscrito S, que permitió atribuir a este autor casi desconocido una obra excepcional. Su obra es reducida, su vida poco conocida, representación de la huida de la fama y las riquezas que el texto presenta. De los catorce manuscritos existentes, cinco lo atribuyen al capitán Andrés Fernández de Andrada, tres a Bartolomé Leonardo de Argensola, uno a Lupercio Leonardo de Argensola y otro, por nota marginal, a Francisco de Medrano. Otros cuatro no designan autor. Se sigue aquí al magnífico estudio de Dámaso Alonso. Las autorías, la firmas de autor, que deciden, estaban antes de las ramificaciones. O bien, como segunda posibilidad, se ha producido independientemente en textos distintos. Y para un autor casi desconocido. Para Dámaso Alonso, la atribución a Fernández de Andrada no podía enriquecer a nadie. Y que él sabe que lo que si existen son falsas atribuciones a Góngora4. Habla, obviamente, con conocimiento, por su estudio (Góngora y la literatura contemporánea, 1926, premio nacional de literatura) y su tesis doctoral sobre Góngora.

Dámaso Alonso. Flickr.com

      La epístola está escrita en setenta y siete tercetos que rematan, según la costumbre, en un cuarteto final (205 versos) para evitar el rompimiento final de la cadena de rimas:

Ya, dulce amigo, huyo y me retiro

de cuanto simple amé: rompí los lazos;

ven y sabrás al alto fin que aspiro

antes que el tiempo muera en nuestros brazos.


     Para María Zambrano, es un pequeño tratado filosófico en el que la moral se hace poética, tratado filosófico nutrido por la filosofía de Séneca, donde, además, hay un reproche al Imperio contra sus afanes de mantenimiento perpetuo. La idea de tiempo, su aprovechamiento, y la muerte, que llegará, están muy presentes. Para ella, esta composición es una meditación, una guía, un tratado, una confesión y un poema. Una justificación.5 6


      El autor, sevillano y militar, tuvo gran amistad con el veinticuatro Alonso Tello de Guzmán (se piensa que es Fabio), nombrado hacia 1612 corregidor en México y casado con María de Mendoza. Siguió a su amigo a Nueva España, ocupando cargos menores en la Administración, llevando una vida tranquila, en pueblos pequeños, haciendo actos piadosos, y manteniendo los deseos de la epístola. Falleció hacia 16487.


                                      



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Notas:

1MICÓ, J.M. y SILES, J.: Paraíso Cerrado. Poesía en lengua española de los siglos XVI Y XVII. Nueva Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores. Barcelona.2003. Páginas 469-476.

2En la primavera de 2022 hubo una antológica de Valdés Leal en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

3PALOP RAMOS, J. M.: La crisis del siglo XVII en Historia del Mundo Moderno, coordinada por RIBOT, L. Actas. Madrid.1992. 1ª reimpresión, 2010. Páginas 317-342.

4FERNÁNDEZ DE ANDRADA, A.: Epístola moral a Fabio y otros escritos. Edición, estudio y notas de Dámaso Alonso. Real Academia Española. Madrid. 2014.

5MUÑOZ COVARRUBIAS, P.: Dos lecturas de la Epístola moral a Fabio después del exilio de 1939. Revista de El Colegio de San Luis. Nueva Época. Año IX, número 18. México. Enero a abril, 2019. Páginas 259-281.

6SÁNCHEZ MECA, D.: Historia de la filosofía moderna y contemporánea. Dykinson. Madrid. 2010. Páginas 665-668

 

Bodas de sangre

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