Cultura y sociedad

Rafael Alberti en Guadarrama

Fuente: Biblioteca Nueva,  1968

   

 

     Cuenta Robert Marrast, hispanista estudioso de Rafael Alberti, que el portuense comenzó a escribir poesía en marzo de 1920, tras la muerte de su padre, en un momento donde lo fúnebre y lo romántico le influían a la vez. 

     La poesía de León Felipe también es elegida por el enfermo, a quien había escuchado en el Ateneo. 

     Alberti había nacido en 1902:


'tu cuerpo/ 

largo y abultado/ 

como las estatuas del Renacimiento/

 y unas flores mustias/ 

de blancor enfermo'1


      Inicialmente, por invitación de su hermano Vicente, colaborará en el negocio familiar de representación comercial de la bodega Osborne. Una noche, mientras disfrutaba con una amiga de una carrera de caballos, tiene un esputo de sangre que un especialista de pulmón diagnosticó como “Adenopatía hiliar con infiltración en el lóbulo superior del pulmón derecho”, enfermedad a la que dedica unos poemas radiográficos en honor de su pecho vencido. 

     Hay quien dice que fue su pasión desmedida por pintar al raso quien le produjo esta enfermedad pulmonar. Sea pasión femenina o pictórica, se vio abocado al reposo.

      En esos meses de pausa obligada, fraguó su vocación poética junto al afán lector de clásicos y contemporáneos, junto al conocimiento de revistas de vanguardia. Sin pausa, sin prisa.

     De mayo a octubre de 1921 comienza a residir en San Rafael de Guadarrama, acompañando primero a su padre y, luego, como terapia curativa individual. Entre esas cumbres va abandonando la vocación pictórica por la poética. 

    Durante los veranos de 1922 a 1924 reside en San Rafael, mientras perfecciona su poesía, y los poemas de esos veranos alumbran el libro que iba a llamar Mar y tierra, pero que una vez publicado se llamará Marinero en Tierra2, premio nacional de Literatura 1924-25.

      Su vocación poética se forjó durante veranos en el interior, en las montañas de la Sierra de Guadarrama, lejos del mar. Curado de su enfermedad, salió más reflexivo y, tal vez, más melancólico y sosegado. Basaba sus raíces poéticas en recuerdos religiosos con los de El Puerto de Santa María de su niñez. Los poemas de 1920-21 se encuadraban en la corriente ultraísta que, poco a poco, abandona para ir incorporando la huella del neopopularismo que se extendía por los jóvenes poetas del círculo madrileño, que, como Federico García Lorca, publicó en 1928 Romancero Gitano:


'Antonio Torres Heredia/ 

Camborio de dura crin,/ 

moreno de verde luna/ 

voz de clavel varonil3'.


      Durante su estancia en San Rafael de Guadarrama había leído el Libro de Poemas de García Lorca, de los que le impresiona las composiciones de corte simple, popular y musicables. Leerá también al poeta del Siglo de Oro, Gil Vicente:


'La caza de amor/ 

es de altanería:/ 

trabajos de día, / 

de noche dolor.'4


      Poeta que le recomienda un nuevo amigo, Dámaso Alonso, junto al Cancionero musical del siglo XV y XVI de Barbieri5.

      Si se lee Marinero en tierra se aprecian esas apelaciones a la infancia


'Nadie sabe Geografía, /

 mejor que la hermana mía/ 

-La anguila azul del canal/

 enlaza las dos bahías6',


      o, a la vida marinera y la visión del mar, que no la inmersión en él:


'El mar. La mar./ 

El mar, ¡Sólo la mar!/.

 ¿por qué me trajiste, padre, a la ciudad?7',


      y la religión popular que impregna el poemario con tintes neopopularistas y presencia de las vanguardias de la época


'¡Contigo, Rafael Arcángel, /

 Patrón de los caminantes!/ 

Chinita blanca del río,/

 Se me ha perdido mi amante.8'


      Son poemas de falso optimismo, en los que el pesimismo late y se evoca como un tiempo perdido, nostálgico y desolado. 

     Con la enfermedad pierde la infancia, alcanzando la madurez. Y ese tono festivo o infantil de los poemas refleja el tiempo que no volverá.


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1ALBERTI, R.: Marinero en tierra, La amante, El alba del alhelí. Clásicos Castalia. Madrid. 1982. Apéndice 1º, página 263. Edición de Robert Marrast.

2ALBERTI, R.: Obra citada. Páginas 77-144.

3GONZÁLEZ, A. : El grupo poético de 1927. Taurus. Madrid. 1979. Página 216.

4MICÓ, J. M. y SILES, J. : Paraíso cerrado. Poesía en lengua española de los siglos XVI Y XVII. Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores. Barcelona. 2003. Página 29

5CASADO HERNÁNDEZ, M.: Oscuridad y exilio interior en la obra de Rafael Alberti. Tesis doctoral dirigida por Díez Fernández, J. I. Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Filología. 2015. Páginas 37-50.

6ALBERTI, R.: Obra citada. Página 109.

7ALBERTI, R.: Obra citada. Página 118.

8ALBERTI, R.: Obra citada. Página 121.

 

El inicio de la contemporaneidad

       

Las Trece Colonias

     El tres de septiembre de 1783 se firmó en Versalles el tratado que puso fin a la guerra de Independencia de los Estados Unidos que culminaba el proceso de independencia de trece colonias inglesas en América del Norte, el cual se había proclamado el 4 de julio de 1776. Ocho años más tarde, otro tres de septiembre, en 1791, se proclama la primera constitución escrita dentro de los sucesos que conforman la denominada Revolución Francesa.

      Estos hechos históricos están en el inicio de lo que se denomina en la doctrina histórica Edad Contemporánea. Es difícil sentirse identificados con estos acontecimientos siendo como somos ciudadanos europeos del siglo XXI. Los habitantes de las trece colonias o un diputado jacobino en la Francia revolucionaria se rebelaban contra la cultura y sociedad estamental que había conformado su mentalidad y que estaba más cercana a la Baja Edad Media que a la inteligencia artificial. El hecho significativo que inicia un gran cambio fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por la Asamblea Nacional de Francia el 4 de agosto de 1789, más aún que la toma de la Bastilla el 14 de julio, porque en esta declaración se sientan los principios generales de la revolución de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Proclamación de la Constitución de 1791, Francia

      En la constitución francesa de 1791 se garantizaba la libertad económica, se abolían monopolios, los privilegios económicos, y los gremios. Y se intentaba asegurar el establecimiento de la iniciativa empresarial y las relaciones laborales. Administrativamente, fue cuando se dividió el país en departamentos y se permitió que todos los ciudadanos tuvieran acceso a los empleos públicos.

      En cuanto al Tratado de Versalles de 3 de septiembre de 1783, se reconocía la independencia de los Estados Unidos por parte de la Corona británica. Los ciudadanos de las colonias americanas habían recibido el apoyo de Francia y España como parte la pugna de poder entre potencias rivales e impedir la consolidación británica como gran potencia gracias a su poderío naval y al desarrollo de la Revolución Industrial. Y lejos de desear un similar proceso descentralizador en los territorios y posesiones francesas y españolas.

      La contemporaneidad estaría así marcada por la Revolución Industrial en el aspecto económico y por la Revolución Francesa y la independencia de los Estados Unidos de América en el aspecto político. Pero nada sería posible sin los cimientos establecidos por la revolución del conocimiento científico que se produce durante la Edad Moderna con las figuras destacadas de Galileo (1564-1642) y Newton (1642-1727), y con pensadores tan influyentes en las teorías políticas como Locke (1632-1704) y Rousseau (1712-1778)1.

      En la historiografía española se considera que la contemporaneidad se produce con el vacío de poder político tras la invasión napoleónica que da lugar a lo que hoy conocemos como Guerra de la Independencia (1808-1814) y que los contemporáneos de la época llamaron Guerra de la Revolución hasta los años treinta del siglo XIX porque eran conscientes de vivir un nuevo tiempo con la ausencia de los detentadores del poder del Antiguo Régimen y con la intervención popular en la defensa de su país y el la gestión de las juntas. Como reflejo, sería, así mismo, el inicio de la descomposición de Imperio Español por esa ausencia de poder en la metrópoli.

      En el mundo anglosajón, es diferente la periodización porque parten de una revolución que fue precursora de las demás y que marca el siglo XVII británico. Los anglosajones distinguen un nuevo período a partir de la Revolución Gloriosa de 1688 que denominan “Modern History”, que llegaría hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y la contemporaneidad que se inicia con este suceso al carecer de una revolución a finales del siglo XVIII y en los principios del siglo XIX. En las últimas décadas se ha matizado esta aparente estabilidad política por la influencia de los aspectos sociales y económicos que se fueron creando a partir de la Revolución Industrial desde mediados del siglo XVIII2.

      Nada hubiera sido posible sin la propia crisis del Antiguo Régimen, con un crecimiento demográfico marcado por una natalidad y mortalidad excesivas dependiente de una economía agrícola afectada por malas cosechas, guerras y epidemias, una sociedad que privilegiaba a la aristocracia y el clero, y unas reformas ilustradas que aminoraban los defectos pero impedían el acceso al poder del estado llano. A esta crisis sucedió el concepto de cambio o revolución con un nuevo régimen, el Estado liberal y el inicio del período de los constitucionalismos3.

Plaza del Dos de Mayo, Madrid

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Notas:

1MARTINEZ, J. (coord): Historia Contemporánea. Tirant lo Blanch. Valencia. 2006. Páginas 17-41.

2LARIO, A. (coord): Historia Contemporánea Universal. Del surgimiento del Estado contemporáneo a la Primera Guerra Mundial. Alianza Editorial. Madrid. 2010. Páginas 21-160.

3BULDAÍN JACA, B. (coord): Historia Contemporánea de España (1808-1923). Akal. Madrid. 2011. Páginas 7-8.

 

El samaritano

     



    ¿Catorce días tomando la temperatura? ¿Qué te ha pasado?

     Mi cara de sorpresa aumentó conforme  me contaba que le había sucedido. Seguía con su aspecto habitual, su barba de cuatro días, su incipiente barriga, su prominente calvicie, su aire despreocupado pero pendiente de todo, su aguileña nariz, su sonrisa irónica y su tonto sentimentalismo. Mi amigo el samaritano. Lo envidiaba.

      Nada, que no tenía fiebre, ni unas décimas. Con el mal rato que había pasado hasta que confirmaron el PCR negativo. Esas cuarenta ocho horas, enormes, que parecían cuarenta y ocho años, que duraban cuarenta y ocho siglos, con interminables y largas horas de 60 minutos, compuestas de sesenta segundos, con sus centésimas. Agónicas.  Y pensabas en las carreras de 100 metros olímpicos como la fabulosa de Johnson y Lewis en septiembre de 1988 en Seúl. ¡La mejor carrera del mundo! Siempre contabas que viste ese instante en el Algarve, que fue tan rápida que asombró a todos, que se midieron las centésimas de segundo que bajaron de 10 segundos, que el récord duró tres días porque había consumido un medicamento prohibido el velocista canadiense, que supiste por qué era importante una centésima de segundo y  que aprendiste el placer del café expreso a la portuguesa. Menos rollo... ¡Has vuelto a ayudar a alguien!

      ¡Qué no te lo van a agradecer!

      ¿No será una de tus historietas? ¡Si te hubieras quitado de en medio...! Pero no puedes. 

     Que parecía un perrillo desconsolado en su dolor.

      Y tú te tocabas la frente, te mirabas al espejo, y que seguías igual de ridículo. ¡Un enfermo imaginario! ¡El Licenciado Vidriera!

      Y todo por ayudar a ... Que parecía que le pasaba algo, y te apiadaste, llamaste a emergencias, le ayudaste. Un samaritano. Un tonto samaritano. A veces, sí. En la era del individualismo, o de la solidaridad con asuntos lejanos, tú vas y te comprometes con alguien cercano o conocido tal vez. Sin mérito, ni rédito. Y me decías que no podías remediarlo.

      Que sabías que podía causarte un mal intentando producir un bien. Que eras la rana y el escorpión de la fábula. Al mismo tiempo.

      Que era tu condición, tu peligro y tu destino.

      Me decías que no tenía ni fuerzas para subir a la camilla, que lo único que le faltaba era gemir o llorar de manera lastimosa. Que cojeaba, que estaba con los codos rozados, con heridas. Débil. Frágil.

      El especialista te dijo que habías hecho lo correcto. Tú lo comprendías. Lo hubieras hecho por cualquier persona. Por cualquier humano. Incluso por cualquiera que no fuera humano.

      Pero tu espíritu samaritano sufrió un duro golpe cuando el sanitario de la ambulancia dijo que esa persona débil y frágil tenía fiebre, casi treinta y ocho. Samaritano, ¿Cómo los tenías, samaritano, de corbata o de lazo?

     Y tú, ¡lo que faltaba! ¡Ahora te ríes, cabrón! ¡Ya! Si me has dicho que estuviste sin sentarte en el trono tres días. Del encogimiento de intestinos. Y que no parabas de comer. La noche de autos, un bocata de jamón y luego una ensalada de alubias con sardinas. Y eso que eres muy melindre. Y nada, que no salías.

      Y la espera. Te consumía.

      Sí, la espera en urgencias. Al sol estuviste, al rico bochorno de agosto. A la espera del médico de urgencias, que, siendo un conocido tuyo desde hace años, parecía uno de los que puso- que te ponía- los clavos en la cruz del Gólgota de tu alma, encogida. Que te vio dudando, algo superado, sudando, con la mascarilla empapada. Que dijo lo de no te preocupes, con sus dos mascarillas, y tú, gracias doctor. Y le preguntabas por qué los test rápidos no eran fiables. Que por qué a veces daban falsos positivos o falsos negativos. Que lo dejaban ingresado, que ya tenían tu teléfono, que te conocían, que te aguantaras. Que no te quedaras rondando por las afueras de urgencias. Que en tu casa estabas más guapo. ¡Aire!

      Distancia social, manos limpias, mascarilla. Y te habías lavado las manos nada más llegar al muelle de Urgencias. Dos veces en la pila del desinfectante. Dos veces al pilón, dos veces sanado, dos veces bautizado o renacido. Lo decías con placer...¿Por qué repetimos lo que nos gusta? Me hacías esta pregunta entre divertido, malicioso y filosófico. ¡Sí hubiera salido positivo! No hubieras bromeado tanto.

      Al final, nada. Seguirías haciendo el tonto o, tal vez, esa era tu condición. Pensabas seguir adelante, ayudar a la gente, sin importar a quien. Puede que alguna única vez te lo agradecieran. Con unas pocas palabras. Con una sonrisa, con una charla.

      No era siempre necesario ser desalmados o cruentos.

Fuente: Fotogramas
Máxima Ansiedad (Fuente: Fotogramas)

 


 

Un círculo en línea recta

     


      Cubrí tu olvido con una capa de grava o piedras machacadas, intentando asentar con ella todas las emociones atravesadas, buscando una nueva apariencia o un nuevo suelo sobre el que pisar y pasar. Un pasar con un nuevo acontecer, con una nueva circunstancia, con un nuevo sentimiento. No sabía sí crearía algo, sí tendría poder, sí estaría capacitado. O sentiría.

      Un sentimiento sin mácula. De blancura casi perfecta, cercana la más bella albura, circundando la más pura inocencia. Como pura locura, como una extravagancia.

     Extravagancia producto de la pérdida de la razón, del acceso a la vesania, de la conquista de las locas ideas, de la más pura idea venática. Dejaba correr la imaginación hasta perjudicar todos los sentidos como una cometa de papel, como un frágil papalote.

       Cometa o papalote que carecía de fuste, sentido o significado. Una vez la razón perdida, siendo la más significada o insignificante extravagancia, tanto daba estar perjudicado que provocar un enfrentamiento donde enviase o empujara a romper con todo lo cercano y sustancial. No era yo, ni era ella, ni él, ni todos nosotros. Estábamos compuestos de nuevo, como una aleación. Genuinos en la nueva creación. Aleados.


      Aleados de común y variada composición. Peltre, puede que incierto. Una parte de plomo, una parte de estaño y, para completar, algún otro metal, sin definir, sin acertar, sin preparar. El primero que fuese encontrado de la manera más sencilla. Con la composición armónica mínima. Un armón conducible. O  no conducible.

      Armón o vagoneta que se conducía por cualquier camino, porque todos vamos hacia algún sitio, sin saberlo, o, sabiendo a donde vamos, no sabemos a donde llegaremos. Un círculo en línea recta, un retorno inacabable. Inacabable o no, el ingenio era como la savia venosa de árboles, circulación vital, de caminos variados.

      Savia o zumo de frutas del árbol de la vida que nutre, anuda o trama, como cazumbre, como cordel, como el tejido que nace del cruce o enlace de hilos de la urdimbre y la trama, que aunque duela o sea artificial llega a tener una ligazón propia de todo enredo de nuestras vidas, de nuestras muertes, porque vivimos desde el alumbramiento, pero empezamos a morir desde ese instante, con previsión o sin ella. Aquí estás, y aquí moras, para disfrutar, para sufrir, para reflexionar. Como un paramento liso que cubre un espacio, un tiempo y tal vez una finalidad.

      Un paramento jaharrado, cubierto por una mano desconocida, por ese albañil universal, que si existe, cubre o trabaja. Insólito juego de azar. Desgarbilado, producto de la naturaleza. Imperfecto. Bello. Un deseado bocado inmarcesible que, al ser degustado o eliminado, se disfruta por su lozanía, y, en su placer, es instantáneo.


 

La distancia y la prudencia para cruzar un puente

 

     -Recuerden que deben mantener la distancia de seguridad...

     La música llegaba a través de la ventana en una noche calurosa de verano. Había gente que no podía prescindir de la música y la comunicación física y visual pese a los contagios del coronavirus. Algo surrealista. Se había pedido lavado de manos, distancia de seguridad, grupos reducidos y la mascarilla, barbijo, embozo o tapabocas sanitario. Instrumento, la mascarilla, que se había convertido en coartada para acercarse más hasta provocar la caída del mismo por el hechizo del deseo, la atracción o la falta de inhibición. Comenzó a desperezarse, busco el pantalón corto, se calzó las zapatillas, aunque quedaba tiempo hasta que llegara la aurora.

      El pinchadiscos avisaba que no se guardaba la distancia. De siempre, en el bolero, la distancia había sido motivo de olvido, ahora era nuestra salvación.

      Después, cuando caminaba al amanecer, se dirigió al campo, a la llana amplitud de su paisaje cercano y tuvo que pedir permiso permiso para atravesar un puente. Ocupado por dos inmortales menores de edad, el puente dominaba el cauce y varios cientos de metros en derredor de la planicie de restos de cereal reseco. Él se acercaba, en medio del desolado terruño, en medio de la nada, y se ajustó su mascarilla como Gary Cooper el cinto de las pistolas en Solo ante al peligro (High Noon). Sí, eran jóvenes, poderosas, dominadoras, pero, al mismo tiempo, se taparon con sus embozos sanitarios. ¡Sólo se oía una chicharra en la distancia!



      -Hola, ¿Puedo atravesar el puente?

      -Sí, claro.

      Retiraron las mantas, se irguieron, apartaron las tarteras y dejaron paso con mirada vigilante al paseante que les respondió, cortés y cauto. La mirada fue corta y profunda, abatida por una caída de párpados similar a la espada de Herodes el día de los Inocentes.

      -Gracias, buenos días.

      Fue un instante, un segundo o un siglo. Pensaba en Dámaso Alonso y sus versos “Si vais por la carrera del arrabal, apartaos, no os inficione mi pestilencia”. Se sintió frágil y vulnerable. Los dioses se encarnaban en pieles tersas, nuevas, poderosas. Un halo de inmortalidad les protegía. Temía ser afectado por la peste que ellos dominaban, transmitían y podían diseminar. Se alejó mirando restos de botellas de bebidas tiradas y esparcidas por el cauce y la ribera seca por estiaje.

     Ese puente había sobrevivido cinco siglos pese a su provisionalidad. Había durado más que el puente sobre el Danubio de Trajano cuando conquistó la Dacia o más que el puente sobre el río Kwai, obra de orgullosa locura.

      Caminó, pensando sobre una superioridad física que le hacía sentir menos. Su paso era rápido, casi atlético, su cabeza dudaba, seguía con dudas sobre el dominio de la fuerza sobre la templanza. Templanza que suele dar la experiencia, no siempre, o sobre el carácter reflexivo que se puede adquirir con los años. Eso que abandonamos o que en muchas ocasiones no cuenta. Esa capacidad de decantar las situaciones. La posibilidad de no entrar al trapo. Pero, ¿qué hubiera pasado si no le permiten pasar un simple puente en medio de un secarral? Se cuestionó de nuevo la situación, algo que antes no hubiese medido, pesado o calculado.

      Cruzó el bulevar y buscó un paseo que le llevara de nuevo al cauce, y de allí hasta el siguiente puente de cinco ojos que soportaba el paso de trenes por alto y, por bajo, de paseantes y conductores. Tras pasar por el arco de medio punto de la derecha, una música electrónica llegó a sus oídos de forma ruidosa, repetitiva, con mala calidad de los aparatos, a través de un maletero de coche levantado, con cuatro espasmódicos danzantes que acababan el día empezando otro pero que, al mismo tiempo, querían agotar por temor a que no hubiese un mañana. Eran dioses, eran inmortales, pero temían el tiempo, sus circunstancias, sus efectos, y su finitud...

      Siguió caminando hacia el sol que se levantaba con una apariencia algo borrosa producto de la calima del agostamiento, dominando. Al principio era de un amarillo rojizo, tal vez sanguinolento, que rompía en color dominante de yema y oro conforme el día crecía.

      Los problemas de convivencia en el mundo del mundo se repetían, de forma distinta, pero con hilos conductores semejantes. Las nuevas generaciones querían seguir castrando a los mayores que detentaban el poder, aún a sabiendas que podían destruir a otros o a ellos mismos, para conseguirlo. Y los que detentaban el poder querían devorar a sus hijos para mantener su fuerza durante más tiempo hasta asumir que lo perderían o hasta demostrar que su experiencia podría ser de valor.

      ¿Y el tiempo?

      ¡Ay! ¿El tiempo?

      Corría para todos. ¿Y después? A buscar a Virgilio en el infierno. Aunque puede que ocurriera algo parecido a la frase tatuada en el muerto de la novela Tatuaje de Manuel Vázquez Montalbán:

      “He nacido para revolucionar el infierno”.

Bodas de sangre

                       NOVIO ¿Quieres algo?                              MADRE Hijo, el almuerzo                               NOVIO Déjalo....