| Ortega y Gasset (42 años). Leandro Oroz. Museo del Romanticismo |
En
la primavera de 1930, el reputado musicólogo y crítico de El Sol, Adolfo
Salazar, viajó a Cuba invitado por la Asociación Hispano Cubana de Cultura y la
Sociedad Pro-Arte, que encabezaba el matrimonio de músicos españoles residentes
en La Habana, Antonio Quevedo y María Muñoz. Ellos editaban la revista Musicalia,
portavoz del movimiento renovador de música cubana, entre cuyos números pudieron recogerse artículos del mayor interés y puntuales reseñas de los libros
publicados por Salazar. Fue un gran acontecimiento la presencia del musicólogo
español en la isla, lo que se tradujo en el lleno absoluto de las salas donde dictó una
serie de conferencias sobre el romanticismo musical, que sustentarían su libro El
siglo romántico (1936), y que dedicaría «a mis amigos de La Habana». Un viaje
a Cuba que le dejó gratos recuerdos; a su regreso a España, en una docena de
artículos en El Sol (verano de 1930), relataría sus impresiones de
viaje. En ellos deja constancia de un acusado interés por la música y los
ritmos afrocubanos que tuvo ocasión de conocer en compañía de García Lorca,
cuya estancia coincidió con la suya. Y, juntos, hicieron el viaje de regreso a
España.
Lorca, recordemos, había estado en Nueva
York. Los contrastes sensoriales de la gran ciudad americana y la estancia en
Cuba impregnaron Poeta en Nueva York (1929-1930); y, hagamos memoria,
fue cuando se hizo compadre de su comadre Argentinita como padrinos en
el bautizo del hijo de Federico de Onís; y, recordemos más, cuando consiguió que Ignacio Sánchez
Mejías diese la conferencia El pase de la muerte en la neoyorquina Universidad
de Columbia.
Salazar ya fue avisado de la hospitalidad de los Quevedo por Alejandro García Caturla[i]. Aquí lo que nos interesa es el origen del nombre de la revista Musicalia. De los Quevedo se ha ocupado Ignacio García-Noblejas[ii] y únicamente nos referiremos parcialmente, sobre todo, en lo referente al carácter amable de estos españoles, manzanareño y coruñesa, en La Habana.
| La Primera Guerra Mundial. "Política exterior" |
Dentro de la Edad de Plata de la cultura
española hay que resaltar que la música tuvo su edad áurea gracias a intelectuales
que promocionan en medios de comunicación sus conocimientos en la crítica
musical. Es el caso de Julio Gómez en El Liberal, Juan José Mantecón en La Voz,
y, sobre todos, Adolfo Salazar en El Sol, periódico en el que colaboraron Gustavo Pittaluga y Rodolfo Halffter, además del alma mater intelectual del diario, José
Ortega y Gasset.
Entre los debates dialécticos que se
suscitaron destaca el que se produce entre los favorables a la música romántica
dominante y la nueva música, contraria a los románticos, que representaban
Debussy, Falla, Stravinsky y Ravel. Había también un trasfondo político inserto
en la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial. Wagner y Strauss,
lo establecido, eran defendidos por los germanófilos, seguidores de austriacos
y alemanes, y los aliadófilos, seguidores de franceses e ingleses, defendían la
nueva música de Ravel y Falla. La importancia de este debate hizo que se
produjera la intervención de José Ortega y Gasset, reconocido aliadófilo[iii].
Y es aquí, en 1921, cuando en dos entregas
escribe Musicalia en El Sol. Musicalia aparecerá posteriormente (1921)
en el tomo III de El Espectador, como elaboración previa de La
deshumanización del arte (1925). El Espectador nació con la intención de
convertirse en una revista unipersonal del filósofo, que debido a sus múltiples
quehaceres se fue convirtiendo en una obra de ocho volúmenes. Mostraba la
curiosidad de Ortega ante cuanto acontecía en el mundo y lo redactaba con una
prosa llena de metáforas, durante sus viajes, y con reflexiones filosóficas. Y una prosa en
la que también ejercía la fina crítica literaria y artística[iv].
En Musicalia[v]
comenzaba señalando que el público de los conciertos seguía aplaudiendo a
Mendelssohn y siseando a Debussy por la poca popularidad de la música francesa.
Cree que el público odiaba lo nuevo por el hecho de serlo. Pero que, lo que algo había valido sobre la tierra, había sido hecho por unos pocos hombres en contra de la ignorancia
y el rencor de las gentes.
Es ese público que ayer silbaba a Wagner y
con la nueva música, silba a Debussy. Ortega se cuestionaba que con Wagner la
gente había cambiado con el tiempo. ¿Ocurriría igual con Debussy? El músico
alemán había dejado de ser novedoso y sus óperas eran un triste tratado de
Geología, y, por ello, era aclamado. Si todo lo nuevo es impopular, hay cosas
que lo siguen siendo incluso llegadas, como, por ejemplo, la vejez, decía Ortega, con fino sentido
del humor.
Y hay músicas, ideas, actitudes morales
conminadas a conservar ante las muchedumbres una irremediable virginidad. Hay
culturas enteras, decía Ortega, que son impopulares.
Utilizaba comparaciones entre las culturas
asiáticas, donde observaba que no había apenas principios que no fuesen comunes
al erudito y al vulgo, y la cultura europea, donde esa distancia sí era
evidente. Desde sus primeros tiempos; y ponía como ejemplo la homérica Iliada,
únicamente cantada en fiestas cortesanas durante siglos. De ahí nace la
hostilidad imperecedera del vulgo a la minoría creadora.
Dentro de nuestra propia cultura ha
sido distinto el índice de popularidad de las creaciones humanas. En 1921, Ortega manifestaba
que la Matemática y la Física no eran populares por incomprendidas. Ponía el
ejemplo de Einstein, cuyas ideas eran solamente comprendidas por unas docenas
de personas en todo el planeta. Más aún, es difícil lo que no comprendemos, ya que es intrincado o complicado. Pero eso no es dificultad: es que no ha sido
explicado. Y ahí está el quid de la impopularidad de Debussy.
La música de Debussy es pariente del
simbolismo poético y del impresionismo pictórico (Hoy nosotros, tal vez, haríamos alguna
revisión crítica a esta percepción). La música de Debussy ofrecía la
mejor ocasión para indicar en qué consistía. Era menos intrincada que Beethoven
y Wagner, de complicadas arquitecturas y se hacía difícil al vulgo porque no
era conocida. Era impopular.
Ortega creía que el arte era expresión de
sentimientos, emociones. Pero no solo estos dos aspectos. Cuando se habla de
música, cuando se cambia de estilo musical, esta que es sentimental, pasa de
expresar sentimientos de una clase a expresar sentimientos de otra.
Si en la Sexta de Beethoven se expresan los sentimientos de la clase burguesa, La siesta del fauno de Debussy expresaba los sentimientos estéticos del artista, sus emociones. Las de Claude
Debussy. Y de ahí su impopularidad.
Y aquí entra el análisis más político de Ortega
porque señala que la sociedad burguesa, nacida de las revoluciones liberales francesas
y atlánticas que nos trajeron los derechos de los ciudadanos, fracasará en su
ensayo de democracia si no se le agrega una proclamación de obligaciones. De esta
falta de obligaciones acusa a los románticos.
Hacemos aquí un paréntesis en el ensayo
orteguiano de Musicalia, que remataremos en otra entrega, para señalar que para
Ortega las funciones espirituales o de cultura eran también funciones
biológicas. No eran esferas separadas, sino una sola vida natural y reflexiva,
donde lo reflexivo potencia la vida.
Las diferentes formas de cultura tienen
en común, producto de esa reflexión, el acto creador, aquello, dice Ortega, en
el que se extrae el significado de algo que todavía era insignificante. Y lo
que era vida espontánea y natural se convierte en algo objetivo, libre de
arbitrariedad y capricho.
La cultura tenía/tiene como meta suprema un ideal
de claridad, de esclarecimiento de la vida, de esa la realidad radical que se
nos da bajo la forma de vida individual. Y esto resulta casual y falto de
significación. Es preciso extraer su espíritu, su sentido, su conexión y
unidad. Y formar sobre estas una zona de vida ideal[vi]. (continuará).
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| José Ortega y Gasset |
[i] SALAZAR,
A.: Epistolario 1912-1958. Edición de Consuelo Carredano. Fundación
Scherzo/ publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Instituto Nacional de
las Artes Escénicas y la Música. Madrid. 2008. Carta de Alejandro García
Caturla a Adolfo Salazar antes de su viaje a Cuba en 1930. Volvió a visitar la
isla de Cuba en 1937. Reseña 6-11-25 Archivo Museo Sánchez Mejías.
[ii] GARCÍA-NOBLEJAS
SANTA-OLALLA, I.: Antonio Quevedo y Sánchez, un manzanareño en Cuba.
Océano Atlántico. Guadalajara. 2025.
[iii] OLIVER
GARCÍA, J. A.: Ortega en el debate entre romanticismo y nueva música. Temas
para la educación, Revista digital para profesionales de la enseñanza. Federación
de enseñanza de CC.OO. de Andalucía. Núm. 20. Mayo, 2012.
[v] ORTEGA Y
GASSET, J.: Musicalia en El Sol, 8 de marzo de 1921.
[vi] SÁNCHEZ
MECA, D.: Historia de la filosofía moderna y contemporánea. Dykinson.
Madrid. 2010. Páginas 631-672.
23-12-2025 22:52 Actualizado 25-12-25 7:43










