Cultura y sociedad

El inicio de la contemporaneidad

       

Las Trece Colonias

     El tres de septiembre de 1783 se firmó en Versalles el tratado que puso fin a la guerra de Independencia de los Estados Unidos que culminaba el proceso de independencia de trece colonias inglesas en América del Norte, el cual se había proclamado el 4 de julio de 1776. Ocho años más tarde, otro tres de septiembre, en 1791, se proclama la primera constitución escrita dentro de los sucesos que conforman la denominada Revolución Francesa.

      Estos hechos históricos están en el inicio de lo que se denomina en la doctrina histórica Edad Contemporánea. Es difícil sentirse identificados con estos acontecimientos siendo como somos ciudadanos europeos del siglo XXI. Los habitantes de las trece colonias o un diputado jacobino en la Francia revolucionaria se rebelaban contra la cultura y sociedad estamental que había conformado su mentalidad y que estaba más cercana a la Baja Edad Media que a la inteligencia artificial. El hecho significativo que inicia un gran cambio fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por la Asamblea Nacional de Francia el 4 de agosto de 1789, más aún que la toma de la Bastilla el 14 de julio, porque en esta declaración se sientan los principios generales de la revolución de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Proclamación de la Constitución de 1791, Francia

      En la constitución francesa de 1791 se garantizaba la libertad económica, se abolían monopolios, los privilegios económicos, y los gremios. Y se intentaba asegurar el establecimiento de la iniciativa empresarial y las relaciones laborales. Administrativamente, fue cuando se dividió el país en departamentos y se permitió que todos los ciudadanos tuvieran acceso a los empleos públicos.

      En cuanto al Tratado de Versalles de 3 de septiembre de 1783, se reconocía la independencia de los Estados Unidos por parte de la Corona británica. Los ciudadanos de las colonias americanas habían recibido el apoyo de Francia y España como parte la pugna de poder entre potencias rivales e impedir la consolidación británica como gran potencia gracias a su poderío naval y al desarrollo de la Revolución Industrial. Y lejos de desear un similar proceso descentralizador en los territorios y posesiones francesas y españolas.

      La contemporaneidad estaría así marcada por la Revolución Industrial en el aspecto económico y por la Revolución Francesa y la independencia de los Estados Unidos de América en el aspecto político. Pero nada sería posible sin los cimientos establecidos por la revolución del conocimiento científico que se produce durante la Edad Moderna con las figuras destacadas de Galileo (1564-1642) y Newton (1642-1727), y con pensadores tan influyentes en las teorías políticas como Locke (1632-1704) y Rousseau (1712-1778)1.

      En la historiografía española se considera que la contemporaneidad se produce con el vacío de poder político tras la invasión napoleónica que da lugar a lo que hoy conocemos como Guerra de la Independencia (1808-1814) y que los contemporáneos de la época llamaron Guerra de la Revolución hasta los años treinta del siglo XIX porque eran conscientes de vivir un nuevo tiempo con la ausencia de los detentadores del poder del Antiguo Régimen y con la intervención popular en la defensa de su país y el la gestión de las juntas. Como reflejo, sería, así mismo, el inicio de la descomposición de Imperio Español por esa ausencia de poder en la metrópoli.

      En el mundo anglosajón, es diferente la periodización porque parten de una revolución que fue precursora de las demás y que marca el siglo XVII británico. Los anglosajones distinguen un nuevo período a partir de la Revolución Gloriosa de 1688 que denominan “Modern History”, que llegaría hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y la contemporaneidad que se inicia con este suceso al carecer de una revolución a finales del siglo XVIII y en los principios del siglo XIX. En las últimas décadas se ha matizado esta aparente estabilidad política por la influencia de los aspectos sociales y económicos que se fueron creando a partir de la Revolución Industrial desde mediados del siglo XVIII2.

      Nada hubiera sido posible sin la propia crisis del Antiguo Régimen, con un crecimiento demográfico marcado por una natalidad y mortalidad excesivas dependiente de una economía agrícola afectada por malas cosechas, guerras y epidemias, una sociedad que privilegiaba a la aristocracia y el clero, y unas reformas ilustradas que aminoraban los defectos pero impedían el acceso al poder del estado llano. A esta crisis sucedió el concepto de cambio o revolución con un nuevo régimen, el Estado liberal y el inicio del período de los constitucionalismos3.

Plaza del Dos de Mayo, Madrid

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Notas:

1MARTINEZ, J. (coord): Historia Contemporánea. Tirant lo Blanch. Valencia. 2006. Páginas 17-41.

2LARIO, A. (coord): Historia Contemporánea Universal. Del surgimiento del Estado contemporáneo a la Primera Guerra Mundial. Alianza Editorial. Madrid. 2010. Páginas 21-160.

3BULDAÍN JACA, B. (coord): Historia Contemporánea de España (1808-1923). Akal. Madrid. 2011. Páginas 7-8.

 

El samaritano

     



    ¿Catorce días tomando la temperatura? ¿Qué te ha pasado?

     Mi cara de sorpresa aumentó conforme  me contaba que le había sucedido. Seguía con su aspecto habitual, su barba de cuatro días, su incipiente barriga, su prominente calvicie, su aire despreocupado pero pendiente de todo, su aguileña nariz, su sonrisa irónica y su tonto sentimentalismo. Mi amigo el samaritano. Lo envidiaba.

      Nada, que no tenía fiebre, ni unas décimas. Con el mal rato que había pasado hasta que confirmaron el PCR negativo. Esas cuarenta ocho horas, enormes, que parecían cuarenta y ocho años, que duraban cuarenta y ocho siglos, con interminables y largas horas de 60 minutos, compuestas de sesenta segundos, con sus centésimas. Agónicas.  Y pensabas en las carreras de 100 metros olímpicos como la fabulosa de Johnson y Lewis en septiembre de 1988 en Seúl. ¡La mejor carrera del mundo! Siempre contabas que viste ese instante en el Algarve, que fue tan rápida que asombró a todos, que se midieron las centésimas de segundo que bajaron de 10 segundos, que el récord duró tres días porque había consumido un medicamento prohibido el velocista canadiense, que supiste por qué era importante una centésima de segundo y  que aprendiste el placer del café expreso a la portuguesa. Menos rollo... ¡Has vuelto a ayudar a alguien!

      ¡Qué no te lo van a agradecer!

      ¿No será una de tus historietas? ¡Si te hubieras quitado de en medio...! Pero no puedes. 

     Que parecía un perrillo desconsolado en su dolor.

      Y tú te tocabas la frente, te mirabas al espejo, y que seguías igual de ridículo. ¡Un enfermo imaginario! ¡El Licenciado Vidriera!

      Y todo por ayudar a ... Que parecía que le pasaba algo, y te apiadaste, llamaste a emergencias, le ayudaste. Un samaritano. Un tonto samaritano. A veces, sí. En la era del individualismo, o de la solidaridad con asuntos lejanos, tú vas y te comprometes con alguien cercano o conocido tal vez. Sin mérito, ni rédito. Y me decías que no podías remediarlo.

      Que sabías que podía causarte un mal intentando producir un bien. Que eras la rana y el escorpión de la fábula. Al mismo tiempo.

      Que era tu condición, tu peligro y tu destino.

      Me decías que no tenía ni fuerzas para subir a la camilla, que lo único que le faltaba era gemir o llorar de manera lastimosa. Que cojeaba, que estaba con los codos rozados, con heridas. Débil. Frágil.

      El especialista te dijo que habías hecho lo correcto. Tú lo comprendías. Lo hubieras hecho por cualquier persona. Por cualquier humano. Incluso por cualquiera que no fuera humano.

      Pero tu espíritu samaritano sufrió un duro golpe cuando el sanitario de la ambulancia dijo que esa persona débil y frágil tenía fiebre, casi treinta y ocho. Samaritano, ¿Cómo los tenías, samaritano, de corbata o de lazo?

     Y tú, ¡lo que faltaba! ¡Ahora te ríes, cabrón! ¡Ya! Si me has dicho que estuviste sin sentarte en el trono tres días. Del encogimiento de intestinos. Y que no parabas de comer. La noche de autos, un bocata de jamón y luego una ensalada de alubias con sardinas. Y eso que eres muy melindre. Y nada, que no salías.

      Y la espera. Te consumía.

      Sí, la espera en urgencias. Al sol estuviste, al rico bochorno de agosto. A la espera del médico de urgencias, que, siendo un conocido tuyo desde hace años, parecía uno de los que puso- que te ponía- los clavos en la cruz del Gólgota de tu alma, encogida. Que te vio dudando, algo superado, sudando, con la mascarilla empapada. Que dijo lo de no te preocupes, con sus dos mascarillas, y tú, gracias doctor. Y le preguntabas por qué los test rápidos no eran fiables. Que por qué a veces daban falsos positivos o falsos negativos. Que lo dejaban ingresado, que ya tenían tu teléfono, que te conocían, que te aguantaras. Que no te quedaras rondando por las afueras de urgencias. Que en tu casa estabas más guapo. ¡Aire!

      Distancia social, manos limpias, mascarilla. Y te habías lavado las manos nada más llegar al muelle de Urgencias. Dos veces en la pila del desinfectante. Dos veces al pilón, dos veces sanado, dos veces bautizado o renacido. Lo decías con placer...¿Por qué repetimos lo que nos gusta? Me hacías esta pregunta entre divertido, malicioso y filosófico. ¡Sí hubiera salido positivo! No hubieras bromeado tanto.

      Al final, nada. Seguirías haciendo el tonto o, tal vez, esa era tu condición. Pensabas seguir adelante, ayudar a la gente, sin importar a quien. Puede que alguna única vez te lo agradecieran. Con unas pocas palabras. Con una sonrisa, con una charla.

      No era siempre necesario ser desalmados o cruentos.

Fuente: Fotogramas
Máxima Ansiedad (Fuente: Fotogramas)

 


 

Un círculo en línea recta

     


      Cubrí tu olvido con una capa de grava o piedras machacadas, intentando asentar con ella todas las emociones atravesadas, buscando una nueva apariencia o un nuevo suelo sobre el que pisar y pasar. Un pasar con un nuevo acontecer, con una nueva circunstancia, con un nuevo sentimiento. No sabía sí crearía algo, sí tendría poder, sí estaría capacitado. O sentiría.

      Un sentimiento sin mácula. De blancura casi perfecta, cercana la más bella albura, circundando la más pura inocencia. Como pura locura, como una extravagancia.

     Extravagancia producto de la pérdida de la razón, del acceso a la vesania, de la conquista de las locas ideas, de la más pura idea venática. Dejaba correr la imaginación hasta perjudicar todos los sentidos como una cometa de papel, como un frágil papalote.

       Cometa o papalote que carecía de fuste, sentido o significado. Una vez la razón perdida, siendo la más significada o insignificante extravagancia, tanto daba estar perjudicado que provocar un enfrentamiento donde enviase o empujara a romper con todo lo cercano y sustancial. No era yo, ni era ella, ni él, ni todos nosotros. Estábamos compuestos de nuevo, como una aleación. Genuinos en la nueva creación. Aleados.


      Aleados de común y variada composición. Peltre, puede que incierto. Una parte de plomo, una parte de estaño y, para completar, algún otro metal, sin definir, sin acertar, sin preparar. El primero que fuese encontrado de la manera más sencilla. Con la composición armónica mínima. Un armón conducible. O  no conducible.

      Armón o vagoneta que se conducía por cualquier camino, porque todos vamos hacia algún sitio, sin saberlo, o, sabiendo a donde vamos, no sabemos a donde llegaremos. Un círculo en línea recta, un retorno inacabable. Inacabable o no, el ingenio era como la savia venosa de árboles, circulación vital, de caminos variados.

      Savia o zumo de frutas del árbol de la vida que nutre, anuda o trama, como cazumbre, como cordel, como el tejido que nace del cruce o enlace de hilos de la urdimbre y la trama, que aunque duela o sea artificial llega a tener una ligazón propia de todo enredo de nuestras vidas, de nuestras muertes, porque vivimos desde el alumbramiento, pero empezamos a morir desde ese instante, con previsión o sin ella. Aquí estás, y aquí moras, para disfrutar, para sufrir, para reflexionar. Como un paramento liso que cubre un espacio, un tiempo y tal vez una finalidad.

      Un paramento jaharrado, cubierto por una mano desconocida, por ese albañil universal, que si existe, cubre o trabaja. Insólito juego de azar. Desgarbilado, producto de la naturaleza. Imperfecto. Bello. Un deseado bocado inmarcesible que, al ser degustado o eliminado, se disfruta por su lozanía, y, en su placer, es instantáneo.


 

La distancia y la prudencia para cruzar un puente

 

     -Recuerden que deben mantener la distancia de seguridad...

     La música llegaba a través de la ventana en una noche calurosa de verano. Había gente que no podía prescindir de la música y la comunicación física y visual pese a los contagios del coronavirus. Algo surrealista. Se había pedido lavado de manos, distancia de seguridad, grupos reducidos y la mascarilla, barbijo, embozo o tapabocas sanitario. Instrumento, la mascarilla, que se había convertido en coartada para acercarse más hasta provocar la caída del mismo por el hechizo del deseo, la atracción o la falta de inhibición. Comenzó a desperezarse, busco el pantalón corto, se calzó las zapatillas, aunque quedaba tiempo hasta que llegara la aurora.

      El pinchadiscos avisaba que no se guardaba la distancia. De siempre, en el bolero, la distancia había sido motivo de olvido, ahora era nuestra salvación.

      Después, cuando caminaba al amanecer, se dirigió al campo, a la llana amplitud de su paisaje cercano y tuvo que pedir permiso permiso para atravesar un puente. Ocupado por dos inmortales menores de edad, el puente dominaba el cauce y varios cientos de metros en derredor de la planicie de restos de cereal reseco. Él se acercaba, en medio del desolado terruño, en medio de la nada, y se ajustó su mascarilla como Gary Cooper el cinto de las pistolas en Solo ante al peligro (High Noon). Sí, eran jóvenes, poderosas, dominadoras, pero, al mismo tiempo, se taparon con sus embozos sanitarios. ¡Sólo se oía una chicharra en la distancia!



      -Hola, ¿Puedo atravesar el puente?

      -Sí, claro.

      Retiraron las mantas, se irguieron, apartaron las tarteras y dejaron paso con mirada vigilante al paseante que les respondió, cortés y cauto. La mirada fue corta y profunda, abatida por una caída de párpados similar a la espada de Herodes el día de los Inocentes.

      -Gracias, buenos días.

      Fue un instante, un segundo o un siglo. Pensaba en Dámaso Alonso y sus versos “Si vais por la carrera del arrabal, apartaos, no os inficione mi pestilencia”. Se sintió frágil y vulnerable. Los dioses se encarnaban en pieles tersas, nuevas, poderosas. Un halo de inmortalidad les protegía. Temía ser afectado por la peste que ellos dominaban, transmitían y podían diseminar. Se alejó mirando restos de botellas de bebidas tiradas y esparcidas por el cauce y la ribera seca por estiaje.

     Ese puente había sobrevivido cinco siglos pese a su provisionalidad. Había durado más que el puente sobre el Danubio de Trajano cuando conquistó la Dacia o más que el puente sobre el río Kwai, obra de orgullosa locura.

      Caminó, pensando sobre una superioridad física que le hacía sentir menos. Su paso era rápido, casi atlético, su cabeza dudaba, seguía con dudas sobre el dominio de la fuerza sobre la templanza. Templanza que suele dar la experiencia, no siempre, o sobre el carácter reflexivo que se puede adquirir con los años. Eso que abandonamos o que en muchas ocasiones no cuenta. Esa capacidad de decantar las situaciones. La posibilidad de no entrar al trapo. Pero, ¿qué hubiera pasado si no le permiten pasar un simple puente en medio de un secarral? Se cuestionó de nuevo la situación, algo que antes no hubiese medido, pesado o calculado.

      Cruzó el bulevar y buscó un paseo que le llevara de nuevo al cauce, y de allí hasta el siguiente puente de cinco ojos que soportaba el paso de trenes por alto y, por bajo, de paseantes y conductores. Tras pasar por el arco de medio punto de la derecha, una música electrónica llegó a sus oídos de forma ruidosa, repetitiva, con mala calidad de los aparatos, a través de un maletero de coche levantado, con cuatro espasmódicos danzantes que acababan el día empezando otro pero que, al mismo tiempo, querían agotar por temor a que no hubiese un mañana. Eran dioses, eran inmortales, pero temían el tiempo, sus circunstancias, sus efectos, y su finitud...

      Siguió caminando hacia el sol que se levantaba con una apariencia algo borrosa producto de la calima del agostamiento, dominando. Al principio era de un amarillo rojizo, tal vez sanguinolento, que rompía en color dominante de yema y oro conforme el día crecía.

      Los problemas de convivencia en el mundo del mundo se repetían, de forma distinta, pero con hilos conductores semejantes. Las nuevas generaciones querían seguir castrando a los mayores que detentaban el poder, aún a sabiendas que podían destruir a otros o a ellos mismos, para conseguirlo. Y los que detentaban el poder querían devorar a sus hijos para mantener su fuerza durante más tiempo hasta asumir que lo perderían o hasta demostrar que su experiencia podría ser de valor.

      ¿Y el tiempo?

      ¡Ay! ¿El tiempo?

      Corría para todos. ¿Y después? A buscar a Virgilio en el infierno. Aunque puede que ocurriera algo parecido a la frase tatuada en el muerto de la novela Tatuaje de Manuel Vázquez Montalbán:

      “He nacido para revolucionar el infierno”.

Contaba Publio Ovidio Nasón que Píramo y Tisbe

     

Contaba Publio Ovidio Nasón que Píramo y Tisbe, para vencer la oposición paterna al amor que se tenían, descubrieron una grieta en el muro que les separaba como vecinos en la antigua ciudad que ciñó de muros Semíramis, Babilonia. Su amor enardecido descubrió la grieta que nadie, durante siglos, había apreciado y las palabras que por el resquicio se decían ahondaron en la solidez de sus requiebros y en el deseo de liberarse de sus mayores1. Y así lo contó siglos después Luis de Góngora y Argote en su Fábula de Píramo y Tisbe:

      "-Esta es, dijo, no dudo;/ésta es, Píramo, la herida/que en aquel sueño importuno/abrió dos veces el mío/cuando una el pecho tuyo."

      El amor, que quiebra muros. (Uno).

      Giovanni Boccaccio contaba en el Decamerón que una mujer cansada de su celoso esposo buscó la manera de reunirse con su apuesto vecino pese al férreo control marital y así aminorar la desdicha que sufría. La suerte favoreció sus deseos porque una grieta en el muro de su casa conectaba con la alcoba del mancebo y con piedrecitas, ramitas, susurros y murmullos placenteros terminó abriendo sus pensamientos y quereres. Filippo, que así se llamaba el mozuelo, le correspondió en sus amores y deseos con el ensanchamiento de la mella en el muro2.

      El deseo amoroso, y el castigo al celoso. (Dos).

      El amor de Píramo y Tisbe influyó en el bardo inglés en dos de sus obras. Es Romeo, el amante de Verona, quien cuestiona su intento ante el muro del jardín de Capuleto, cuando va a saltarlo:

      "-¿Cómo es posible que adelante siga, / si dejo aquí mi corazón clavado?/ Vuelve y tu corazón busca, ¡oh cuerpo inerte! 3"

     

El amor que siente por Julieta se inflama tras saltar el muro y justifica ante su amada el poder adquirido:

      "-Salté la tapia con las leves alas/que me prestó el amor; contra él los muros/de dura roca son reparo inútil, /y a cuanto alcanza, a tanto amor se atreve./Por tanto, no me arredran deudos tuyos4."

      El amor, que da alas, para superar los muros. Tres.

      Alejandro Dumas titulaba 'Píramo y Tisbe' a un capítulo de El Conde de Montecristo. Maximilien Morrel y Valentine de Villefort se amaban por encima del tablado de madera de una altura de hasta seis pies, tablas que no estaban tan bien unidas como para impedir una mirada furtiva entre sus juntas, o que, un poco más allá, una pequeña puerta -otro resquicio- les libre de la mirada de la mayoría ante su interés y deseo de amantes para vencer este obstáculo o el que se presente5.

      El amor que supera obstáculos físicos y sentimentales. (Y cuatro).


      El ansia de libertad, los deseos de conquista, la astucia ante los enemigos motivaron la destrucción de murallas. La astuta introducción del caballo de Troya para su conquista por los aqueos no fue con la destrucción de sus muros lo que produjo la victoria sino, más bien, la travesía o introducción en la fortaleza por la torpeza troyana de creer que sus atacantes desistían6.

      La astucia para atravesar el muro sin dañarlo. (Uno).

      Josué, el acompañante y sucesor bíblico de Moisés, estuvo seis días ordenando que los sacerdotes tocasen la trompeta acompañados del arca de la alianza mientras daban una vuelta a las murallas de Jericó. Al séptimo día ordenó dar otra vuelta a la ciudad tocando las trompetas pero acompañado por los gritos y las voces ensordecedoras de los israelitas y las murallas se derrumbaron7. Con los pobres habitantes cometieron anatema (exterminio bíblico).

      El poder de las trompetas y el ruido atronador derrumban muros. (Dos).

      Abandonando la caída de muros por la fuerza de la poliorcética, se observan muros de origen violento en su construcción pero burlados por la literatura o la oposición política.

      Volviendo a Montecristo, el origen de la fortuna del conde es la mala orientación del abad Faria dentro del la cárcel de If. Error que fue para Dantes un afortunado encuentro con su compañero de prisión. Le llevó y le condujo tanto a la fabulosa fortuna de los Spada como a fabulosos conocimientos que marcarían su conciencia y formación8.

      Una mala orientación excavando muros produce grandes resultados. (Tres).

      Hubo otros muros, otros obstáculos, que se fueron agrietando por la libertad, o su deseo, por la toma de conciencia o por la inercia de los tiempos. El caso más famoso ocurrió hace años con la caída del muro de Berlín. Los vientos del cambio superaron a Egon Krenz y Berlín fue una ciudad libre en 1989. No hicieron falta exterminios, ni trompetas, ni alaridos. El propio muro se derruía ante el deseo de los alemanes orientales. Fue una caída del muro similar al proceso del conocimiento que narra la alegoría de la caverna, adquisición de conocimiento que siempre fue la base del ejercicio del poder o de la libertad.

      La toma de conciencia política, social, histórica rebasa el muro. (Cuatro).

      Platón empieza su séptimo libro de La república o el estado con "Supón a lo largo de este camino un muro, semejante a los tabiques que los charlatanes ponen entre ellos y los espectadores, para ocultarles la combinación y los resortes secretos de las maravillas que hacen.9"

       Como siempre, o casi siempre, los muros que atravesamos sea por amor, poder o necesidad, nos enseñan, ensanchan nuestro conocimiento porque comprobamos la certeza o no de aquello que imaginábamos, preveíamos, deseábamos o queríamos poseer. Y porque, ahondando en las interpretaciones del muro platónico, más allá del muro, las cosas verdaderas simbolizan el verdadero ser y las ideas, el amor o la libertad. La concepción o idea del Bien10.


      Todo había comenzado porque algo sucedía, influía o condicionaba. Dice el historiador Carlos Barros que la historia sin contexto no es historia. La historia, el cuento y nuestra vida particular. Vivimos superando pruebas u obstáculos por nuestro deseo de poder, saber o amar, que es a veces lo mismo o muy diferente.

      Y así fue que comencé a recordar historias de amor, de poder o conocimiento que quebraron muros e imposiciones aunque su resultado final no fuera el deseado. Se intentó, con su claro riesgo, pero, sin él, estaríamos acabados y/o muertos.

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1OVIDIO: Metamorfosis. Traducción de Antonio Ruiz de Elvira. Bruguera libro clásico. Barcelona. 1984. Páginas 103-107.

2BOCCACCIO, G.: El Decamerón. Séptima jornada, novela quinta.

3SHAKESPEARE, W.: Romeo y Julieta. Acto II, escena 1ª

4SHAKESPEARE, W.: Romeo y Julieta. Acto II, escena 2ª

5DUMAS, A.: El Conde de Montecristo. Volumen I. Círculo de Lectores. Barcelona. 1998. Capítulo IX, quinta parte. Píramo y Tisbe. Páginas 614-640.

6El caballo de Troya es citado en distintas partes de La Odisea de Homero. En el canto IV habla de caballo pulido que llevaron muerte y desgracia a los troyanos.

7Josué, 6, 1-20.

8DUMAS, A.: El Conde de Montecristo, obra citada, páginas 156-215.

9PLATÓN.: La república o el estado. Austral, Espasa Calpe. Madrid. 1980. Páginas 205-212.

10REALE, G. Y ANTISERI, D.: Historia del pensamiento filosófico y científico. I Antigüedad y Edad Media. Herder. Barcelona. 2010. Página 154.

El entredós abandonado

    

¡Bloom! La puerta se cerró y el aire fue ocupando todas las paredes, todos los espacios, como nuevos residentes. Todos se habían marchado. En el piso quedaba algo de mobiliario de cocina y baño. Mobiliario que los mismos muebles motejaban de vulgar, sin la clase de los relojes de pared, las mesas de nobles maderas africanas, o las vajillas de plata y las copas de cristal más delicado. Todos los demás muebles desaparecieron, cambiaron de casa o recibieron un dignísimo despido. La vivienda, desnuda, tenía un sonido distinto, un reflejo acústico del nuevo espacio, el ruido de la vacuidad, del territorio ocupado en un lugar reducido.

     ¿Todo? No. Se habían olvidado del viejo entredós, auténtico notario de la historia familiar durante los últimos cien años. Con sus maderas oscurecidas para asemejarse al ébano más admirable, resistiendo el paso del tiempo y el peso de la tabla de mármol que soportaba desde tiempos de la guerra tan cruel, que, de vez en cuando, reaparecía por sus juntas, por sus cierres, por los bordes del mármol, incansable. Allí, en la última habitación, dormitorio o saloncillo, despersonalizado sin los demás muebles. Abandonado. Olvidado.

      El entredós tomó conciencia de la situación en su misma desolación, en su soledad, en su desesperanza, se decía, ¿Dónde están todos? ¿Me han dejado sin nadie que me acompañe? ¡Soy el entredós!. ¿No hay un respeto a mi edad? Soporto el peso en mi cabeza de la losa de mármol antes de morir, sin haber perecido. Eso debería ser un grado. Como la corona de laurel de los emperadores romanos, como el peso aquilatado de la sabiduría. Sí, ya sé que eso no se respeta. Que dirán que soy un armario más de madera, que tengo una altura, creo que suficiente, que siempre fui colocado en un lugar llamativo, como el lienzo de una pared y originalmente entre dos balcones o vanos, en las zonas más nobles de una residencia. ¡Respetadme! Si no es por lo que soy, hacedlo por lo que he vivido, por lo que he visto o por lo que he aguantado.

      Nadie contestó. Las luces se habían apagado, los grifos no goteaban, las persianas habían cerrado el paso de todas las luces como ojos cegados a realidad, imposibilitando todo ruido originado en la calle. Los vecinos se oían en la distancia, se percibía algún leve efluvio o leve olor a caldo de pollo de una cocina lejana que el entredós no entendía. Incluso añoraba a esos insectos que una vez intentaron ocuparle y que los dueños de la casa habían eliminado con la sabiduría necesaria.

      El entredós empezó a tener un terrible dolor de cabeza por el peso del mármol. No pesaba mucho, pero siempre estaba allí, oprimiendo con la fuerza de la gravedad, acrecentada por los años. Sus medidas marmóreas habían quedado grabadas y posadas en la sede de su razón, 104x43, como la marca del condenado o como la corona de espinas de alguien del que hablaban en las reuniones de la casa. Un tal Jesús. Apelaba a su dignidad que se reflejaba en su condición de armario pasado, presente y futuro de sus dueños. ¿Sería su peso, serían sus medidas? No era un mueble gordo. Tal vez para los cánones al uso era algo gordote y su estética no era innovadora. La última persona que vino estuvo midiendo su tamaño, abrió sus cajones, las puertas inferiores, comprobó su profundidad, la conservación de su frontal, su trasera y las vistas laterales. Su remate superior tenía forma de rectángulo con tres patas cortas o M. Sí, se había cuidado, porque había pasado el confinamiento sin excesos, sin abusos, pero acompañado de los demás muebles, de la loza, de los vasos, de los papeles y cartones, de un recuerdo de vida, de un hálito emocionado. Había mantenido la línea desde siempre. Sus medidas no habían cambiado. Su altura era 111 centímetros, su anchura 103, y su la profundidad de sus cajones y compartimentos, 41 centímetros. Estuvieron tomando nota de su decoración vegetal que ofrendaban acantos a las jóvenes visitas, de los adornos de sus cerraduras, de los motivos de sus puertas, de las columnas laterales que asemejaban a las extremidades humanas, impregnadas, por el roce de los cuerpos a través de los años, de aromas y sentimientos. Marmóleo y trasunto de ébano.

      Y ahora clamaba en el silencio, en la soledad, en su abandono, sin la compañía de nadie, por su historia, por su vida. Era el entredós, la cabeza de una línea de decoración de salones, la imagen de una casa y su estética, de una idea y pensamiento, leal servidor de sus propietarios, origen de una forma de vida y ocupación habitacional, agitada visión de un tiempo y un momento, imperecedero e inolvidable. Tal vez un recuerdo, tal vez un legado. Siempre una emoción.


Bartolomé Frías de Albornoz

    
Fuente: europeana.eu

      Desde hace 60 años, por un decreto presidencial, el 12 de julio se celebra en México el día del abogado. El presidente López Mateos recordaba con esta celebración un evento producido 407 años antes cuando México era parte del imperio español como Virreinato de la Nueva España.

      El 12 de julio de 1553 se establece la primera cátedra de Derecho en la Universidad Real y Pontificia de México, ordenada dos años antes por cédula del emperador Carlos. Habían pasado poco más de 60 años desde la llegada de Colón cuando ya se impartía Cánones y Leyes, dictándose las primeras Ordenanzas de Buen Gobierno.

      En esta universidad recaló en ese mismo año un español nacido en Talavera de la Reina, Bartolomé Frías de Albornoz, del que se cuenta que en ese día leyó la Prima de Leyes que introducía a los fundamentos del Derecho Romano. Frías de Albornoz se cree que nació hacia 1519 en la ciudad de la cerámica, que estudió Derecho en la Universidad de Salamanca y se doctoró en la de Osuna. Políglota y humanista desembarca en México a comienzos de este año donde obtuvo por suficiencia el grado de Maestro en Artes y el bachiller en Cánones por lo que impartió la cátedra de Instituta.

      En México estuvo hasta 1565-66 marchando, después, a la corte para pleitear los derechos de encomienda que había adquirido tras su casamiento con una hija de conquistadores ante el Consejo de Indias. Se desconoce la fecha exacta de su muerte, aunque se sabe que tuvo algunos problemas con el tribunal de la Inquisición residente en México por acusaciones de desviarse en sus obras de las teorías de Fray Bartolomé de las Casas. Su Arte de los Contratos fue considerado como uno de los mejores manuales jurídicos en el siglo XVII, aunque en época de los Borbones engrosó el índice de libros prohibidos sin una justificación detallada, ni la justicia de la inquisición en México le condenó. Era partidario de la conquista y dominación española con el pretexto de una mejor evangelización1.



Bodas de sangre

                       NOVIO ¿Quieres algo?                              MADRE Hijo, el almuerzo                               NOVIO Déjalo....