Cultura y sociedad

El entredós abandonado

    

¡Bloom! La puerta se cerró y el aire fue ocupando todas las paredes, todos los espacios, como nuevos residentes. Todos se habían marchado. En el piso quedaba algo de mobiliario de cocina y baño. Mobiliario que los mismos muebles motejaban de vulgar, sin la clase de los relojes de pared, las mesas de nobles maderas africanas, o las vajillas de plata y las copas de cristal más delicado. Todos los demás muebles desaparecieron, cambiaron de casa o recibieron un dignísimo despido. La vivienda, desnuda, tenía un sonido distinto, un reflejo acústico del nuevo espacio, el ruido de la vacuidad, del territorio ocupado en un lugar reducido.

     ¿Todo? No. Se habían olvidado del viejo entredós, auténtico notario de la historia familiar durante los últimos cien años. Con sus maderas oscurecidas para asemejarse al ébano más admirable, resistiendo el paso del tiempo y el peso de la tabla de mármol que soportaba desde tiempos de la guerra tan cruel, que, de vez en cuando, reaparecía por sus juntas, por sus cierres, por los bordes del mármol, incansable. Allí, en la última habitación, dormitorio o saloncillo, despersonalizado sin los demás muebles. Abandonado. Olvidado.

      El entredós tomó conciencia de la situación en su misma desolación, en su soledad, en su desesperanza, se decía, ¿Dónde están todos? ¿Me han dejado sin nadie que me acompañe? ¡Soy el entredós!. ¿No hay un respeto a mi edad? Soporto el peso en mi cabeza de la losa de mármol antes de morir, sin haber perecido. Eso debería ser un grado. Como la corona de laurel de los emperadores romanos, como el peso aquilatado de la sabiduría. Sí, ya sé que eso no se respeta. Que dirán que soy un armario más de madera, que tengo una altura, creo que suficiente, que siempre fui colocado en un lugar llamativo, como el lienzo de una pared y originalmente entre dos balcones o vanos, en las zonas más nobles de una residencia. ¡Respetadme! Si no es por lo que soy, hacedlo por lo que he vivido, por lo que he visto o por lo que he aguantado.

      Nadie contestó. Las luces se habían apagado, los grifos no goteaban, las persianas habían cerrado el paso de todas las luces como ojos cegados a realidad, imposibilitando todo ruido originado en la calle. Los vecinos se oían en la distancia, se percibía algún leve efluvio o leve olor a caldo de pollo de una cocina lejana que el entredós no entendía. Incluso añoraba a esos insectos que una vez intentaron ocuparle y que los dueños de la casa habían eliminado con la sabiduría necesaria.

      El entredós empezó a tener un terrible dolor de cabeza por el peso del mármol. No pesaba mucho, pero siempre estaba allí, oprimiendo con la fuerza de la gravedad, acrecentada por los años. Sus medidas marmóreas habían quedado grabadas y posadas en la sede de su razón, 104x43, como la marca del condenado o como la corona de espinas de alguien del que hablaban en las reuniones de la casa. Un tal Jesús. Apelaba a su dignidad que se reflejaba en su condición de armario pasado, presente y futuro de sus dueños. ¿Sería su peso, serían sus medidas? No era un mueble gordo. Tal vez para los cánones al uso era algo gordote y su estética no era innovadora. La última persona que vino estuvo midiendo su tamaño, abrió sus cajones, las puertas inferiores, comprobó su profundidad, la conservación de su frontal, su trasera y las vistas laterales. Su remate superior tenía forma de rectángulo con tres patas cortas o M. Sí, se había cuidado, porque había pasado el confinamiento sin excesos, sin abusos, pero acompañado de los demás muebles, de la loza, de los vasos, de los papeles y cartones, de un recuerdo de vida, de un hálito emocionado. Había mantenido la línea desde siempre. Sus medidas no habían cambiado. Su altura era 111 centímetros, su anchura 103, y su la profundidad de sus cajones y compartimentos, 41 centímetros. Estuvieron tomando nota de su decoración vegetal que ofrendaban acantos a las jóvenes visitas, de los adornos de sus cerraduras, de los motivos de sus puertas, de las columnas laterales que asemejaban a las extremidades humanas, impregnadas, por el roce de los cuerpos a través de los años, de aromas y sentimientos. Marmóleo y trasunto de ébano.

      Y ahora clamaba en el silencio, en la soledad, en su abandono, sin la compañía de nadie, por su historia, por su vida. Era el entredós, la cabeza de una línea de decoración de salones, la imagen de una casa y su estética, de una idea y pensamiento, leal servidor de sus propietarios, origen de una forma de vida y ocupación habitacional, agitada visión de un tiempo y un momento, imperecedero e inolvidable. Tal vez un recuerdo, tal vez un legado. Siempre una emoción.


Bartolomé Frías de Albornoz

    
Fuente: europeana.eu

      Desde hace 60 años, por un decreto presidencial, el 12 de julio se celebra en México el día del abogado. El presidente López Mateos recordaba con esta celebración un evento producido 407 años antes cuando México era parte del imperio español como Virreinato de la Nueva España.

      El 12 de julio de 1553 se establece la primera cátedra de Derecho en la Universidad Real y Pontificia de México, ordenada dos años antes por cédula del emperador Carlos. Habían pasado poco más de 60 años desde la llegada de Colón cuando ya se impartía Cánones y Leyes, dictándose las primeras Ordenanzas de Buen Gobierno.

      En esta universidad recaló en ese mismo año un español nacido en Talavera de la Reina, Bartolomé Frías de Albornoz, del que se cuenta que en ese día leyó la Prima de Leyes que introducía a los fundamentos del Derecho Romano. Frías de Albornoz se cree que nació hacia 1519 en la ciudad de la cerámica, que estudió Derecho en la Universidad de Salamanca y se doctoró en la de Osuna. Políglota y humanista desembarca en México a comienzos de este año donde obtuvo por suficiencia el grado de Maestro en Artes y el bachiller en Cánones por lo que impartió la cátedra de Instituta.

      En México estuvo hasta 1565-66 marchando, después, a la corte para pleitear los derechos de encomienda que había adquirido tras su casamiento con una hija de conquistadores ante el Consejo de Indias. Se desconoce la fecha exacta de su muerte, aunque se sabe que tuvo algunos problemas con el tribunal de la Inquisición residente en México por acusaciones de desviarse en sus obras de las teorías de Fray Bartolomé de las Casas. Su Arte de los Contratos fue considerado como uno de los mejores manuales jurídicos en el siglo XVII, aunque en época de los Borbones engrosó el índice de libros prohibidos sin una justificación detallada, ni la justicia de la inquisición en México le condenó. Era partidario de la conquista y dominación española con el pretexto de una mejor evangelización1.



Libros antiguos. El libro del maestro Galiana (1)

    

 


      -¡Ya viene, ya viene!

      -¡El nuevo! ¡Él nos va a cuidar!

      -¡Chist! ¡Nos va a oír!


      Se sentó ante el ordenador y cogió tres de los libros antiguos que había obtenido en casa de la anterior cuidadora,  observando de manera detenida cada uno de ellos envueltos unos en papel sepia, otros en papel de periódico, con ese olor a añejo, a recuerdo olvidado, a lectura perseguida, a recuerdo anclado.

      Abrió sus páginas y vio una fecha, 1893. El año que Dvórak estrenaba la Sinfonía del Nuevo Mundo. En España se elaboraba el primer mapa metereológico. En Manzanares, Pablo Galiana publicaba la segunda edición de La Escritura al Dictado.

      El libro, el más pequeño, estaba envuelto en hojas de periódico, ABC de 10 de abril de 1970, páginas 59-61, edición de la mañana. Con noticias de economía, que contaban la evolución de los ingresos presupuestarios en España, de cómo Hitler eludió el pago de impuestos durante sus años de canciller. Se publicitaba, entre otros anuncios, un desfile de modelos para novias por la marca VISTEBIEN, en la calle Fuencarral 49. Viena, informaba, era el único mercado de divisas procedente del bloque comunista, se requería por anuncio a una señorita contable para el señor Villalvilla. Una nota señalaba cuáles eran los riesgos para nuestras naranjas en el Mercado Común y comentaban el momento ganadero ante la evolución de los herbáceos de tierras centrales de la península Ibérica por la persistencia de las heladas. Se anunciaba un montacargas de Boetticher y Navarro con carga máxima de 1.500 kg. Las hojas tenían ese color sepia, añoso y sentimental de periódico tras cincuenta años de esencias.

      Dejado el envoltorio aparte, se encontró con La Escritura al Dictado, método teórico práctico para la enseñanza de la ortografía y prosodia, que seguía las reglas de la Real Academia de la Lengua, obra de Pablo Galiana y Abad, maestro de las escuelas de Manzanares, que ya alcanzaba su segunda edición, corregida y aumentada, en 1893. Impreso por 'La Enseñanza' de Ciudad Real.

      Con una dedicatoria a un hijo malogrado, daba un aviso a los profesores de primera enseñanza entre las hojas que se escapaban del lomo como si ascendieran al firmamento:

      -"Nadie absolutamente niega la importancia de la Ortografía, y sin embargo, todos la desatendemos lastimosamente..."

      Se sentía responsable de esas hojas descompuestas, libres de orden, que pretendían organizar, en los finales del XIX las normas ortográficas de una España rural, utópica en sus deseos y distópica en sus realidades. Ciento sesenta y dos páginas en tamaño verdaderamente de bolsillo que llevó a una niña pequeña a escribir tras leer los preliminares de sus ejercicios y, luego, realizar las prácticas de abecedario y sílabas, con unas notas al pie donde se indicaba que sería conveniente ejercitar a los niños en la escritura de número enteros y decimales. A cada ejercicio, rutinariamente, seguía una práctica, como por ejemplo la 32, con el bello nombre De la admiración (¡!), que se leía con alguna pausa, elevando la voz al principio y bajándola al fin. Recordó, recordaba, a Fernando Fernán Gómez en la película El viaje a ninguna parte impostando la voz en una prueba de teatro a la que se presentaba.

      A partir del la lección 36 encontró una parte especial que comenzaba con la escritura de esquelas y cartas familiares:

      -"Amigo Bartolomé: Siento en el alma no poder acompañaros en la reunión de mañana, porque tengo la necesidad de evacuar una diligencia urgentísima. Hazlo así presente a los amigos, y complacerás al tuyo. Salvador."

     Las lecciones seguían. ¿Cómo comunicar los matrimonios? Con las participaciones de enlaces matrimoniales, donde deseaban la aprobación de los invitados y, al mismo tiempo, le ofrecían su casa. Otra clase de documentos se mostraban como los oficios administrativos, los pagarés bancarios, sin fuste y valor por el paso del tiempo. Y los memoriales y solicitudes de algo cierto, probable o imposible, junto con los tratamientos de cortesía.

      Las abreviaturas, al final, más usuales como C. A. R., católica, apostólica y romana; y F. de T., Fulano de Tal. O las formas de dictado en forma interrogativa, "¿Qué es el metro?-..."; con las medidas del sistema métrico decimal, el dictado de poesías, y el catálogo de palabras más usuales que pueden ofrecer duda al escribirse por tener b, v, h, g, j, x.

      Volvió a guardar el libro entre las páginas del periódico porque habían cobrado sentido en esa apariencia, por la persona que así la había preservado, cincuenta años atrás, de un deterioro más acusado y que había permitido que se legara una forma de conocimiento, ya olvidada o desactualizada, símbolo de ese momento.


Historias de Filadelfia 1940

    


      Tracy Lord (Katharine Hepburm) se casa como quien se va de vacaciones al sitio de moda. Tras un fallido matrimonio con su amado/odiado C. K. Dexter Haven (Cary Grant) con el que se juró amor eterno, y que fue eterno mientras duró y, aun así, a ratos,  decide comprometerse con un anodino y aburrido George Kittredge (John Howard) buscador de ascenso social como los buscadores de la eterna juventud, que es divino tesoro, pero que se va para no volver.

      Aunque en el inicio de la película hay unas instantáneas de lo que hoy no sería aceptable por parte de Dexter, es presentado como el canalla simpático que resuelve las situaciones utilizando la más corta de las líneas entre dos puntos. La línea sinuosa.

     De siempre, es sabido que una mancha de mora con otra mancha se quita, pero sigue quedando una mancha. Me explico, sigue enamorado hasta el tuétano de Tracy. Y para ello utiliza tácticas tan antiguas como meter un caballo de Troya en la celebración y consigue el efecto de unos fuegos artificiales que desarman el inicial statu quo, homeostasis o estabilidad que son tres palabras distintas para decir casi, o sin casi, lo mismo.

      El antiguo enamorado introduce dos periodistas en la casa de la novia. Mike Connor (maravilloso y atolondrado James Stewart) y Liz Imbrie (Ruth Hussey, ideal liberal que espera el despertar de su atolondrado compañero) son los cronistas, pareja en ciernes permanente y secundarios perfectos en la engrasada comedia romántica que Georges Cukor dirigió en 1940.

      Como en toda comedia romántica parece que no pasa nada, pero todo ocurre, los diálogos reseñan la moral de la clase burguesa americana que trata de ocultar sus deslices ante la opinión pública pero no puede prescindir de ella.

      La protagonista no parece querer mucho, más bien nada, a este segundo novio, nada en comparación al recuerdo del primero, parece y no parece aguantar, porque es real, a su familia y a la forma de enfrentarse a los problemas, pero ella no consigue tampoco madurar y enfrentarse a la vida, ni a su anterior marido que le saca de sus casillas pero por el que sigue mostrando una atracción innegable que trata de superar probando en otra puerta o en otro sitio, pues ante todo es una mujer que se siente libre en ese proceso de maduración.   El amor, la guerra de sexos, la superación de las conveniencias, de los intereses creados, de las artimañas para presionar a la familia para permanecer como invitados con el argumento de publicar los deslices del padre con una joven en la revista sensacionalista en la que trabajan los periodistas forma el armazón de la intriga. Todo con finura, con delicadeza, como el bisturí de un cirujano que salva la vida practicando una incisión en el cuerpo, una lesión sanadora. Magistral.

     No es muy apropiado contar el final, aunque sea lo de menos, porque, además, la vuelven a emitir este martes 7 de julio en un canal de RTVE de España. Disfruten del verano en tiempos de pandemia. Y piensen en las pruebas de madurez que la vida nos presenta. Vean que nada es lo que parece, ni siempre es posible ganar, y que la muestra de madurez más grande en esta vida es asumir nuestra humanidad y, por tanto, nuestras limitaciones.

     Los dos protagonistas habían trabajado juntos en otra fabulosa comedia dirigida por Howard Hawks, La fiera de mi niña (Briging up baby) en 1938. Cukor supo sacar provecho de la química actoral de los intérpretes.


El furor, el distanciamiento y la rendición de Breda

      En la exposición "Reencuentro", el Museo del Prado ha situado en torno a la galería central una sala, la XII, donde ha reunido varias obras de Velázquez ocasionando un festín para los ojos tanto por su belleza como por la excepcionalidad de la muestra.
     “Las Meninas” están acompañadas por “Las Hilanderas, o la fábula de Aracne”, “Los borrachos, o el triunfo de Baco”, “La rendición de Breda a Don Ambrosio de Spínola, o las Lanzas”, junto a cinco retratos de bufones y personajes de la corte dispuestos a semejanza de un retablo. Las Meninas y Las Hilanderas no coincidían desde 1929.
      Las personas que hayan visitado en otras ocasiones el Museo del Prado recordaran en la entrada la escultura con armadura de Carlos V venciendo al furor protestante, obra de León y Pompeo Leoni. En esta ocasión y para deleite de sus seguidores, el Cesar Carlos se muestra sin armadura, algo que ya conocía Ramón Gómez de la Serna en 1921 porque le dedicó un artículo titulado “Yo desnudé a Carlos V”
       Se observa una separación relativa de “Adán” y “Eva” de Durero. Pienso con cierta ironía, si es debido a las medidas de distanciamiento por el Covid19 que nuestros primeros padres bíblicos estén situados a cada lado del paso de la sala XXIV a la XXV de la galería central. No hay ninguna noticia de prensa ni programa de corazón que haya avisado de problemas en el Paraíso tras más de 6.000 años de relación conocida desde el Génesis.
      También se han situado visualmente juntos, en parangón, los cuadros de Saturno devorando a sus hijos de Rubens y Goya para placer de historiadores, caníbales y filicidas.
      La exposición ha comenzado en los días en los que se conmemoraba la famosa batalla de Breda en 1625, obra copiada y reproducida en varias ocasiones. En el mismo Breda su museo municipal exponía una copia, y en el museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Museo de Bellas Artes de Córdoba1, por ejemplo, se pueden admirar otras.
      Volviendo al recuerdo de Breda y a lo que implica una buena administración, en 1625 los enormes costes que acarreaba el pago de las campañas militares de Don Ambrosio en Flandes y del duque de Feria en Milán colocaban a la Monarquía Hispánica en una difícil situación en la que la posible victoria no disminuía, más bien acrecentaba, los graves problemas económicos que había contraído España por los múltiples enemigos a los que se enfrentaba. La victoria de Spínola era esperada por los más beligerantes de la corte como la inercia necesaria para un ataque preventivo contra Francia.
      El rey de España no necesitaba mejorar su reputación porque era el soberano más poderoso del planeta. Olivares hizo ver a Felipe IV que era más famoso un príncipe por su buen gobierno que por las nuevas conquistas. Para convencer a los miembros del Consejo de Estado, Olivares argumentó la cuantía de los gastos que acarrearía un ataque a Francia, que ese sería el momento aprovechado por el resto de las potencias europeas para crear una liga contraria a los intereses españoles donde estarían aliados a los franceses las potencias protestantes del norte de Europa. Guerra que habría que sufragar y que solo para 1626 obligaría a un mínimo presupuesto de dieciséis millones de ducados. Teniendo en cuenta que la plata americana que llegaba en esa época ascendía a dos millones de ducados anuales, dejaría la corona con arcas hipotecadas desde el inicio del año. Manejaba Olivares las cifras que el Consejo de Hacienda le suministraba y las utilizaba para aplacar las ansias guerreras de algunos miembros del Consejo de Estado. El rey se dilató en la decisión con la solicitud de segundos pareceres en un intento de ganar tiempo, bajar la espuma de la victoria de Breda y seguir las advertencias de Olivares sobre el estado de las finanzas. Se llegó a comentar que tras la derrota holandesa en el sitio de Breda, los sitiados de Justino de Nassau tenían mejor aspecto que sus sitiadores españoles. Este estado hacía replantear las campañas en Flandes y reorientar la política exterior y militar hacia el mantenimiento de tácticas defensivas en el terreno y ofensivas en el mar para reducir los costes2.
      Sin aguar el vino de la victoria del Annus Mirabilis de 1625 y contando la situación real de las arcas de Felipe IV, el hecho de Breda pasó a la gloria del arte inmortalizado por Velázquez en el cuadro de La rendición de Breda a Ambrosio Spínola o Las Lanzas, obra que se instaló para causar asombro a sus visitantes en la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro3 4
La rendición de Breda, Velázquez. Fuente: Museo del Prado.
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2 ELLIOT, J. H.: El conde-duque de Olivares. Crítica. Barcelona. 2004. Página 271-274.

¿Envenenar por compasión o dar la puntilla?

Arsénico an old lace, 1944, Fuente: Wikipedia
      Cuando Cary Grant y Priscila Lane estrenaron la película “Arsénico por compasión”1, septiembre de 1944, los aliados habían desembarcado en Normandía, los alemanes retrocedían por varios frentes en Europa y los rusos, por el este, engullían a Polonia con los que tenían una mala relación. ¡Pobre Polonia! Durante esta guerra estuvo lejos de Dios y cerca de nazis y soviéticos.
      Las encantadoras tías de Mortimer Brewster, el protagonista de Arsenic an old lace, eran como esas mujeres mayores, con sus viejos encajes, con sus viejos modales, con sus eternos venenos, que daban la última oportunidad en la vida, que asesinaban con cariño, dulcemente, en una copa de vino, en un mundo brutal, a solitarios visitantes, a desheredados de la compañía, buscando un último amigo o un mínimo amor, un último suspiro, y un asegurado último viaje.
      En este momento, que, ingenuamente o no, se ha conseguido reducir las cuentas de las pensiones de nuestros mayores por el método del abandono en sus residencias o en sus casas, sin el cariño de sus familias, vuelvo la vista y el recuerdo hacia esas dulces y viejas envenenadoras de personas, que, utilizando un método agradable, eliminaban a los postulados huéspedes de su morada de forma definitiva en todos los sentidos y en todos los aspectos.
      En otra película, “Justino, un asesino de la tercera edad”2 un puntillero jubilado descubre un entretenimiento agradable, y terrible, afín a sus actitudes, para que no le aparten de la vida social que no quiere olvidar, y, en definitiva, dejar su profesión habitual. Dar el último golpe de gracia de forma fulminante a unos animales que se encuentran en la escala de la evolución animal en su cima, utópica o distópica. Ese animal es el Homo sapiens anatómicamente moderno.
      Sus ideales, sus proyectos de vida son argumentos literarios y artificios cinematográficos que nos entretienen y divierten, pero también hacen meditar sobre el rincón apartado donde se reduce la vida de muchos mayores olvidados, que como los trastos viejos de la buhardilla, se acumulan unos sobre otros.
      Justino y las tías Brewster crean un mundo distinto pero no distante de la realidad social que suele ser cruel con los que estorban, por innecesarios o por haber perdido la apariencia de los cánones ideales humanos. La puntilla y el arsénico se ejecutan con la compasión y el poder de la locura por la falta de respeto y amor de la sociedad. Es irracional, exagerado. Todo por una compasión hacia los solitarios, todo por ir a Benidorm.
      Las ilusiones vanas y las compasiones ilimitadas parecen envoltorios de gran belleza pero de escasa profundidad. Fuego fatuo, artificio instantáneo. Es lo que hay. Algo por lo que vivir, algo por lo que amar, más algo por lo que se puede llegar a matar.
      En la película de Capra las adorables tías son trasladadas al mismo asilo donde llevarán a otro miembro de la familia que cree ser Theodore Rooselvelt, 20º presidente de Estados Unidos. Otra ilusión, otro deseo de emulación. Personajes que han creado su identidad para tener un lugar en la sociedad.
      No podemos confiarnos porque todo recuerda a algo cotidiano y profesional como la búsqueda de nuestra marca personal y un punto donde posicionar nuestra imagen en las redes sociales. Ser alguien o no ser nadie. Y conviviendo, sin darnos cuenta, en sociedad con múltiples y variados puntilleros y damas compasivas dispuestas o dispuestos a una ayuda mortal.
      Los útiles, los instrumentos, son frutos aportados por el desarrollo de la sociedad. Nada es nuevo porque proviene del desarrollo tecnológico y social de nuestra cultura. La puntilla, el vino, los venenos, la compasión mal entendida, la búsqueda de un retiro mejor...
      "Memento mori."
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1Arsenic an Old Lace, Director Frank Capra. Popular comedia con grandes secundarios como Raymond Massey, Peter Lorre, Josephine Hull, Jean Adair y Edward Everett Horton.
21994, dirigida por La Cuadrilla, protagonizada por Saturnino García.

El destino de Guido de Anastagi

      Cerró el libro como quien cierra un antiguo mamotreto. La lectura era una actividad tediosa, sin utilidad. Él era un hombre de acción. Había leído el relato de Nastagio y la joven Traversari por ella, porque no podía resistir las peticiones que le hacía. Temía el día en que le pidiera que saltara porque saltaría. ¡Carajo!- decía- es que me gusta.
Fuente: Wikipedia

      Antes, por ella, había ido de visita al Museo del Prado cuando él quería ir de fin de semana de acampada, comer unas chuletas con vino tinto y dormir bajo las estrellas. Pero ella, y no había sabido oponerse, le había dicho, guapo, ven conmigo al Prado que quiero que veas un Botticelli. ¡Lo mismo que la acampada!
      Menos mal que ella estaba en todo. Entradas por la web. Y gente haciendo cola. ¿Para ver cuadros? Estaba perplejo.
      Ella no paraba de hablar. Le divertía y le subyugaba. Le dijo que el origen de la pinacoteca del Prado eran las colecciones reales vinculadas a la historia de España, que abarcaba pinturas desde el siglo XIII al XIX, que a ella le gustaba aprovechar un ratito de vez en cuando y ver durante ese instante uno o dos cuadros, mirarlos como una serendipia, como si fuera un hallazgo inesperado, como una cita a ciegas.
      Él se turbaba cuando le hablaba de la cita a ciegas. Sentía celos. Quedará con otro. Pensaba. Sintió celos de Botticelli, de Nastagio...y del Boccaccio que le había dicho que debía leer.
      Ella seguía hablando y comentaba que tras la colección de pintura española, la de pintura italiana era la más extensa del Prado. Que había algunas lagunas en los períodos anteriores al siglo XVI por la predilección por la pintura flamenca de reyes hispanos como Isabel la Católica, que todo cambió a partir de la llegada de Tiziano en época del primer Austria, Carlos de Gante, y que, aunque el Trecento y el Quattrocento estaban poco representados, había joyas de esa época como tres de las cuatro tablas de la historia de Nastagio degli Onesti de Botticelli. Que, más tarde, quería que leyese la novela octava de la quinta jornada del “Il Decameron”, que quería saber su impresión, que...
      Cuando llegaron al Botticelli, ella le explicaba que originalmente había pintado una cuarta tabla que pertenecía a una colección particular. Que las tablas de esta pintura decoraban las paredes de una estancia florentina. En el primer panel se apreciaba como un joven se despedía de sus amigos, se internaba en una zona boscosa para reflexionar por el desdén de su amada y remataba con la escena de mayor tamaño en la que una joven desnuda imploraba ayuda mientras era perseguida por los perros de su amante que iba a caballo. Nastagio no reaccionaba, anonadado ante la escena. A él, embelesado tanto en ella como en la pintura, le contaba como eran tan bellos los colores, pero él solo veía, únicamente, la belleza de ella.
      La segunda tabla o cuadro mostraba el terror de Nastagio al observar como el amante destripaba el corazón del cuerpo rajado por la espalda, con su caballo expectante, y los perros, a continuación, devoraban el corazón eviscerado, finalizando, y en relación con el primer pasaje, con la perpetua persecución de la mujer resucitada.
     La tercera tabla plasmaba un banquete interrumpido por el amante perseguidor y la amada perseguida, momento que era aprovechado por el enamorado Nastagio para explicar el sentido de la terrible escena. Finalizaba la tabla con la escena del avenimiento de la amante de Nastagio a sus pretensiones. En la tabla que faltaba y pertenecía a una colección privada se representaba, según creía o sabía ella, una escena nupcial.
      Esta obra de Botticelli había sido pintada para la estancia florentina de Lucrecia Bini tras su enlace con un miembro de los Pucci de Firenze, hacia 1483, actuando como mediador del enlace Lorenzo de Médicis, de la familia de banqueros que en la práctica controlaban la política de la república florentina en su máximo momento de esplendor. Las tablas habían llegado al Museo del Prado dentro del legado Cambó en 194112.
      Él salió del museo con una idea dando vueltas en su cabeza. La escena le resultaba familiar por varios motivos, ya que ella, hacía años, cuando eran adolescentes, se la había relatado en el último curso de bachillerato al estudiar historia del arte, pero, además, enlazaba con otras historias y otros protagonistas, productos de sus lecturas, charlas y vidas.
      Más tarde, cuando leyeron la novela, en medio de un humeante café negro, de “Il Decameron” de Giovanni Boccaccio contada, relatada, por Filomena, una de las jóvenes florentinas que se había retirado al campo huyendo de la peste bubónica de 1348 que asolaba Europa proveniente de la provincia china de Hubei, se dieron cuenta de que las noticias que llegaban en este 2020 tenían una resonancia antigua en la reciente denominada pandemia de coronavirus.
      Para él, los protagonistas, realmente, eran los condenados eternamente, los que se veían obligados a repetir la escena. Guido de los Anastagi y su amante. Guido como suicida y ella como mujer reacia a su amante. Desde un punto de vista actual sería imposible concebir un castigo a una mujer que decidiera por su cuenta. Obviamente el final de la novela es moralizante y acorde con la costumbre en un momento de zozobra singular como fue la epidemia de peste bubónica de mediados del siglo XIV.
      Ella había tirado del hilo conductor que le proponía para considerar como los protagonistas de Boccaccio eran obligados a repetir continuamente el castigo cruel de su amor frustrado que recordaba los castigos divinos de los dioses antiguos, de Prometeo y Sísifo, llevados al amor cortés bajomedieval.
      Por una parte la amante de Guido era desgarrada en su espalda para eviscerar su corazón que entregaban a los perros, aunque, a continuación, volvía a resucitar provocando la macabra persecución de nuevo, similar al águila que devoraba las entrañas de Prometeo, titán inmortal, por lo que se regeneraba continuamente en un proceso sin fin.
      Por otra parte, Guido se veía obligado a repetir la persecución de forma continua como cuando Sísifo subía la roca a la cima de la montaña con el pleno conocimiento de que una vez en la cima la roca volvería a caer a la base de la montaña. Un absurdo castigo, una cruel condena. 
      Recogía también, la estela de la historia de Ifis y Anaxárate en “Metamorfosis” de Ovidio3, donde ante la fría respuesta de la mujer, Ifis se quita la vida, y Anaxárate se convierte en piedra como un castigo divino por la dureza de su respuesta al amado, que no es satisfecha en vida. La conversión de Anaxárate recuerda a la mujer de Lot cuando abandona Sodoma, y, también, a la vuelta al Hades de Eurídice. Los dos casos por mirar donde no corresponde.
      La diferencia, comentaba ella y asentía él, estribaba en el origen de la lucha. Tanto Prometeo como Sísifo se habían enfrentado a los dioses o querían aminorar su poder. Su deseo era ser como Dios, algo que en los tiempos contemporáneos reflejaron las novelas románticas como Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley. La cruel historia de Guido y su amada, pintada magistralmente por Botticelli, aceptaba los castigos divinos con un afán moralizante en un período posterior a la crisis provocada por la peste bubónica, como algo contra lo que no se podía luchar porque los condenados ya habían muerto para impedirlo. Eran mortales, humanos. Y recogía la influencia de la obra de Dante en la ejemplaridad del castigo.
      Ella o él, los dos, con la diferencia de años o de siglos, llegaron a la conclusión que habrían de luchar por cambiar su destino, ahora en igualdad, admirando lo conseguido por todos los Guidos, Prometeo o Anaxárete, que en soledad o pareja luchaban contra la enormidad del futuro o contra los muros del presente.
      Finalmente, todo se transformaba, por nosotros o por los demás, o por todo lo que nos rodeaba. Nada sería igual. Ya lo decía García Lorca en la Casida VIII:
La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba”
(Casida de la muchacha dorada, Diván del Tamarit, Federico García Lorca).
      Y él se dio cuenta de que ella le quería. A su manera.
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1ONIEVA, A. J. Nueva Guía Completa del Museo del Prado. Artes Gráficas Grijelmo. Bilbao. 1979. Páginas 22-24.
3OVIDIO, Metamorfosis. Libro XIV. Versión de Antonio Ruiz de Elvira. Bruguera Clásico. Barcelona. 1984. Páginas 444-446.

Irene Polo, Hollywood en España, 1930

      Irene Polo y Buster Keaton. Archivo Nacional de Cataluña. Licencia Creative Commons        Irene Polo fue una de las primeras periodi...