Fuente: Biblioteca virtual Miguel de Cervantes |
Ernestina de Champourcín regresa de vez en cuando a España desde que enviudó. A finales de
los sesenta, en uno de estos viajes, le entregó a Gerardo Diego el libro
póstumo de Domenchina junto con Cartas cerradas, un libro que el santanderino ensalzó. Lo calificó de bello, desnudo y entregado. Eran cartas escritas a
Dios, con el que ella habla o establece la relación. Cuando se acuerda de
Domenchina, su marido, lo afirma en relación con la armonía de cielos y tierra,
en una unidad divina en todo. Para Ernestina y para Diego la poesía era tal cuando tenía misterio. Debía tener gracia- en el sentido religioso-. Tal vez, las dos cosas. Aunar lo humano y lo divino. En la luz y en las sombras.
Veía, intuía, a Ernestina en su periodo religioso más profundo. Percibía a Champourcín llena
de misterio y de Gracia, ahora con mayúsculas. La época final de la vitoriana
estaba marcada, según su antólogo, por la confesión humilde, el abandono del
lucimiento personal, el ascetismo, que no olvidaba el uso de formas y
palabras sensuales. Cosas que no necesitaba ante la verdad de un corazón, ante las
tentaciones que asaltan a los creyentes, a esa relación que establecen con Dios
mediante una carta que se abre para pocos y se entrevé para todos.
Citamos aquí una
poesía que Ernestina escribió a Juan José Domenchina por su muerte,
recordando también aquel ciprés de Silos de Diego:
Y te quise traer un ciprés de Castilla
Que hundiera sus raíces hasta
tocar tus huesos:
Castilla que cantaste y amaste
con locura
Cuando faltó a tus pies su
barbecho fecundo.
Raíces en lo hondo; copa esbelta en el
cielo.
No ese ciprés de Silos que
Gerardo cantara,
Sino un ciprés aún tierno que
creciese a tu vera
Señalando al que pase la ruta
que seguiste.
Así todos verían al levantar los ojos,
Que ya no estás ahí donde tu
nombre queda,
Porque el ciprés, cual índice
de verdor y esperanza,
Guiaría su vista a tu verdad
inmutable.
¡Qué guardia de cipreses en la tarde de
oro!
Y me acordé de ti y de
aquellos poemas;
Y de los que, después,
colmaste de ese Amor
Que te acunó la muerte.
Yo te quise traer un ciprés de
Castilla.
¿Para qué? Me pregunto. ¡Si ya
la tienes toda[1]!
Tanía Balló, cuando empezó a investigar sobre Ernestina de Champourcín, tuvo cierta prevención porque todo le llevaba a que la poeta en sus últimos años había acabado en el Opus Dei. Le costó superar sus prejuicios, reconocer su negatividad, porque debía conocer a la mujer, a la intelectual, la poeta, ante la que debía quitarse el sombrero. Ante una mujer que había vivido una tercera España. Aquellas personas que sufre en el momento de madurez personal, profesional y poéticamente, que se encuentra sin pensar con una guerra en julio de 1936. Con la más odiosa de las guerras, la guerra civil. Desapareció su vida madrileña.
Es también cuando en noviembre de 1936 se casa con Domenchina, colaborador de Azaña. Con su marido se marcha de un Madrid inseguro para ella, señalada en un momento dado por sus orígenes aristocráticos, y termina en el exilio mexicano en 1939. Gracias a su trabajo como traductora pudo viajar. Domenchina acabó con depresión en México, no se adaptó a la dureza del exilio. Ella fue la que organizó allí sus vidas. Viajó a Estados Unidos a reencontrarse con Juan Ramón y Zenobia en varias ocasiones. Y en uno de esos viajes, su vida espiritual se iluminó religiosamente por medio del fraile trapense Thomas Merton, quien tenía un fondo místico elevado y un lenguaje actual, lo que permitió a Ernestina solucionar una crisis mística que le embargaba.
Thomas Mertón. Fuente: Flickr |
Esa fe le
ayudó a volver a escribir: Presencia a oscuras. Y en 1952 esa llamada a
la fe cristiana le lleva al Opus Dei. Y esa búsqueda de Dios se incrementa con
la viudedad y el aumento de la soledad. La literatura y las actividades
sociales llenan su vida. Colabora en la promoción de revistas literarias y asociaciones
de mujeres, que recuerdan a su época del Lyceum Club Femenino[2].
Ernestina de
Champourcín mantuvo correspondencia con José María Escrivá de Balaguer. No le
contestó a Ernestina hasta la octava carta, cuatro dedicatorias y una postal. Recibe cartas a través de personas interpuestas de la orden, en este caso,
mujeres. En una visita a México de Escrivá de Balaguer en mayo junio de 1970 ya
se tiene conocimiento de la obra poética de Ernestina por Escrivá de Balaguer porque confiesa que le
ayuda a rezar. Hacía 1972 se produce otro encuentro cuando ya empieza a volver
a España Ernestina. Fue en el colegio del Opus Dei, Tajamar, durante una tertulia
de su fundador.
Vamos a citar
una de ellas, la última antes del fallecimiento de Escrivá de Balaguer, reflejo
de la religiosidad de la poeta:
Madrid, Navidad de 1974
La Virgen lava pañales;
San José cuida del Niño.
¡Qué corriente de Amor fluye
Desde la casa hasta el río!
Hay un zagal rezagado
En la mitad del camino,
Porque contempla entre sueños
Lo que el ángel ha dicho…
Y la corriente de Amor
Envuelve al mundo dormido…
Al dorso escribe:
Con mis mejores oraciones por su intención y todo mi afecto
Ernestina
de Champourcín les desea UNA FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO NUEVO LLENO DE PAZ Y DE
AMOR
Madrid 1974.[3]
Escrivá de Balaguer. Fuente: Wikimedia. |
Como ha señalado Helena Establier, la corporalidad es un motivo estructurador de la poesía de Champourcín en distintas etapas de su carrera literaria. En su juventud, el cuerpo fue un elemento de transgresión poética, consecuencia de las vanguardias y de la afirmación de su yo femenino. En su madurez de los años treinta se manifiesta de forma explícita en un anhelo de plenitud que busca la transcendencia hacia el mundo externo e interno, con la pasión de la conexión con otro. Tras la guerra y la tristeza del exilio, se matiza por la prevalencia del sentimiento religioso. Un anhelo de espiritualidad. Ya no es tanto el cuerpo, sino su alma. Su cuerpo inmaterial.
[1] DIEGO,
G.: Obras Completas. Tomo VIII. Edición de José Luis Bernal. Alfaguara.
Madrid. 2000. 27/5/2025 Archivo
Museo Sánchez Mejías. La poesía religiosa de Ernestina, publicada en
Panorama Poético Español, 2 de enero de 1969.
[2] BALLÓ,
T.: Las sinsombrero. Sin ellas la historia no está completa. Espasa.
Barcelona. 2016-2017. Páginas 229-250. 27/05/25 a 4/06/25 Archivo Museo Sánchez
Mejías.
[3]
RODRÍGUEZ TOVAR, A.: La correspondencia postal entre Jossemaría Escrivá de
Balaguer y Ernestina de Champourcín, en STUDIA ET DOCUMENTA, RIVISTA
DELL’INSTITUTO STORICO SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, 19-2025. Roma.