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Gerardo Diego. Wikimedia |
En esta segunda entrega sobre la influencia de los poetas místicos en la edad de Plata de la cultura española, sobre su posible influencia, ponemos el visor en un intelectual de las vanguardias, de la generación del 27 y
creyente católico: Gerardo Diego.
- ¡Niego la mayor! No se puede concebir
tal cual que Teresa de Jesús fuera escritora y santa- El poeta Gerardo Diego desmenuzaba
la calidad y la claridad de la escritura de la santa abulense en La estafeta
literaria el 15 de octubre de 1970.
No escribió nada para un público- decía el poeta-. Escribió
siempre para un privado, un público reducido. Un ámbito reducido que era
ella misma, el espejo de su alma, espejo en el que se reflejaba el amante de
Teresa de Jesús: Jesús de Teresa. Con casi setenta y cinco años, Gerardo Diego
reflexionaba sobre la literatura de la santa de Ávila. Él era uno de los
miembros de la generación del 27 de más profunda religiosidad. Su amigo Rafael
Alberti- se hicieron amigos cuando ambos ganaron el premio Nacional de
Literatura- lo había descrito con un aire de fraile o cura. Entre un congregante
mariano y un frailuco, según La arboleda perdida.
Según Gerardo Diego, santa Teresa escribía
para ponerse en claro, para su conocimiento, para ser mejor, para analizar sus
faltas, sus pecados. Se carteaba. Cartas, únicamente escribía cartas, para sus
más allegados, sus familiares, para los miembros de la congregación. Para ella
misma. Para Dios.
Sí, había escrito libros... Diego reconocía
que había escrito libros. Eran manuscritos. Murió sin verlos en la imprenta. No
por un deseo frustrado, sí por petición propia. No quería su estampación.
Bastaban unas copias para los conventos con la intención de ser un instrumento
útil, provechoso, camino de perfección de las almas necesitadas del amor a Dios
y del amor de Dios. Sus libros eran cartas eternas en esa dirección.
Y el último destinatario de sus obras, de
su epistolario, era su Señor. A solas Teresa con Él. Todo lo que había
alrededor desaparecía. Sin saber cómo. Ella ante el último gran destinatario.
Diego queda sobrecogido con esos paréntesis de diálogo intimísimo, con esos
requiebros y penas, con esos gozos y ansias de su alma hacia su Dios.
Decíamos ayer, que Fray Luis de León había
publicado sus obras tras su muerte. Entre ellas una especie de diario, poscomuniones, que
Fray tituló Exclamaciones o meditaciones del alma a su Dios escritas por la
madre Teresa de Jesús, en diferentes días, conforme al espíritu que le
comunicaba nuestro Señor después de haber comulgado, año de mil y quinientos y
setenta y nueve, donde la prosa es brasa viva según el poeta santanderino:
“¡Oh, verdadero Amador!, ¡con cuánta
piedad, con cuánta suavidad, con cuánto deleite, con cuánto regalo y con cuán
grandísimas muestras de amor curáis estas llagas que con las saetas del mesmo
amor habéis hecho! ¡Oh, Dios mío, y descanso de todas las penas, qué desatinada
estoy! ¿Cómo podía haber medios humanos que curasen los que han enfermado el
fuego divino? ¿Quién ha de saber hasta dónde llega esta herida, ni de qué
procedió, no cómo se puede aplacar tan penoso y deleitoso tormento? Sin
razón sería tan precioso mal poder
aplacarse por cosa tan baja, como es los medios que pueden tomar los mortales.
Con cuanta razón dice la Esposa en los Cantares: ‘Mi amado a mí, y yo a mi
Amado, y mi Amado a mí’, porque semejante amor no es posible comenzarse de cosa
tan baja como el mío [...] Oh, ánima mía, qué batalla tan admirable has tenido
en esta pena, y cuán al pie de la letra pasa ansí! Pues mi amado a mí, y yo a
mi Amado: ¿quién sera´el que se meta a despartir y matar dos fuegos tan
encendidos? Será trabajar en balde, porque ya se ha tornado en uno”.
En ese uno se encontraban la santa y su
Amado. En ese uno se encontraban todas las Teresas que había en Teresa. En
Teresa vivían, inseparables, con sus facetas. Y cada una era todas. Diego cree
que si no entendemos esto, no entendemos nada. De nuestra falta de entendimiento,
de nuestra falta de fe, de nuestra falta de imaginación para plantearlo. Esta
incapacidad producía que muchos de los estudios sobre Teresa de Jesús fueran
irresolubles. Santa Teresa era inconmensurable. No había unidad de medida
aplicable para ella. No nos cuestionamos, si la apreciamos. Nos cuestionamos su
visión ante la enormidad de su persona.
La mística se entregaba al agua o al
fuego de su prosa con deseo de martirio, con ansiedad de martirio; de naufragio
o de combustión. Por el contrario, esa entrega quería ir a por más vida. Sus
palabras rellenaban el papel para ser vistas y para mirar a través de ellas,
como un espejo y como un cristal trasparente. Funde las palabras para que sus
lectores tengan la misma sensación que ella adquiere. Y por medio de estas
palabras, habla. Como hablar solo podía hablar con las personas que tenía
delante, se siente en la necesidad, en la apelación de hablar por escrito.
Así Gerardo Diego la siente, la escucha de
manera evidente, con la más cálida acústica del mejor equipo de sonido. Es más
como escribe como habla, no puede escribir mal. Escribe como es.
En vida de la doctora abulense tuvo
problemas de entendimiento. La miraban y no la veían. Fue Fray Luis
quien ayudó a mejorar su comprensión. Fray Luis de León, al que dedicaron un
especial de Carmen los literatos del 27. Fray Luis, a quien Gerardo Diego
catalogó como el mejor poeta de su siglo, el XVI. Sí, Fray Luis dijo que la
lengua de la madre Teresa era la mesma elegancia.
Y Diego no olvida la fe. Lo primero de
todo. La Fe. Aunque baste una sensibilidad humilde y un deseo de alcanzarla
para entregarse a esas aguas de vida, con el sumo deleite y ganancia espiritual
de dejarse llevar por su corriente, por su caudal.
Aquellos que no comprenden a Teresa de Jesús
tampoco entienden las declaraciones de pocas letras, por su humildad. Quiere
ser lo que es. Una mujer de pueblo que siente respeto por las personas cultas.
No sabía latín, pero podía leer el salterio y los evangelios. Se sabe que leyó
a los escritores espirituales en castellano. Y en sus palabras se perciben
préstamos del Antiguo Testamento.
No. Gerardo pensaba que ella creía de verdad, que no sabía lo que en rigor sabía. Que no sabía escribir cuando, ya adulta, se nos muestra soberanamente dueña de innumerables recursos expresivos. La humildad era la clave de todo y la humildad era la virtud que más difícilmente pueden comprender los artistas, los poetas, los escritores. Pero cuando la humildad no era la razonable y moderada del que vivía en el mundo, sino el aroma más intenso que exhala el alma de un santo, entonces el orgulloso, el vanidoso, y nada digamos el envidioso, no entendían ni jota.
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Santa Teresa de Jesús. Bernini. Wikimedia |
Lo sobrenatural no estaba reñido con lo
natural, sino que lo asumía y lo potenciaba por elevación, dejando intactas y
proporcionadas sus diversas facultades. Esto es lo que sentimos, lo que tocamos
a cada línea que escribe la santa, y el que no lo percibiera era un
desventurado.
Ejemplifiquemos con su Libro de la vida. Elegimos el capítulo XV.
Cuando habla de la oración de la quietud:
“Lo que ha de hacer el alma en
los tiempos de esta quietud, no es mas de con suavidad y sin ruido: llamo ruido
andar con el entendimiento buscando muchas palabras y consideraciones, para dar
gracias de este beneficio, y amontonar pecados suyos y faltas, para ver que no
lo merece. Todo esto se mueve aquí, y representa el entendimiento, y bulle la
memoria, que cierto estas potencias á mí me cansan á ratos, que con tener poca
memoria, no la puedo sojuzgar. La voluntad con sosiego y cordura entienda que
no se negocia bien con Dios á fuerza de brazos; y que estos son unos leños
grandes puestos sin discreción para ahogar esta centella, y conózcalo y con
humildad diga: Señor, ¿qué puedo yo aquí? ¿Qué tiene que ver la sierva con el
Señor, y la tierra con el cielo?”
Si a Santa Teresa de Jesús aplicásemos un
término literario, habría que hablar de sobre naturalismo y sobrenaturalidad.
Siempre guardando el equilibrio necesario para mantenerse a cualquier nivel-
nivel es sinónimo de equilibrio-, siempre siendo sobrenatural a fuerza e
intensidad de ser natural, natura, criatura entregada y ofrecida sin más.
Santa Teresa escribe, no tanto como habla, sino como es. Es escribiendo, lo es en su totalidad y unidad. Y por eso, siendo su obra escrita maravilla incomparable con ninguna otra, no podemos, sin ofenderla, llamarla escritora. Aunque- eso sí, eso es otra cosa- sea Doctora de la Iglesia.[1]
Esta era la tesis de Gerardo Diego cuando Teresa de Jesús fue designada doctora de la iglesia católica el 27 de septiembre de 1970.
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ARCHIVO COMPLEMENTARIO
Remate carmelitano:
Tres años antes del artículo sobre santa Teresa como escritora, Gerardo Diego había introducido la pluma en las entrañas líricas de la orden carmelita. Con el nombre de Poesía carmelitana escribió en el periódico El Alcázar (16-02-1967) sobre la irradiación de la poesía que, de distintas formas, había nacido de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, santos de la iglesia católica.
Volvía en este artículo a recordar a Fray
Luis de León. Era de la orden de los agustinos, faro poético de los inicios del
siglo de Oro junto a Garcilaso de la Vega. El agustino que permitía a su orden
competir con los carmelitas en las justas poéticas.
Las llamas de amor vivas de santa Teresa
de Jesús y, sobre todo, las poesías de san Juan de la Cruz elevaron la poesía
española a uno de sus momentos culminantes.
Tras ellos, floreció una escuela en la que
destacaron algunas monjas, las conocidas como hijas de santa Teresa. Y estas
poetisas fueron precursoras de las mujeres, que rompieron barreras que estaban
destinadas a los hombres.
Destacaron dos hijas de la humanista
Cecilia de Morillas que entraron en la orden carmelita con el nombre de madre
María de san Alberto y madre Cecilia del Nacimiento.
Madre María de san Alberto compuso
líricamente en la mejor tradición de los inicios del teatro bajo medieval y
renacentista con muestras como esta:
Con el aire de la
sierra
Tórnome morena.
Cuando pace mi ganado
Hace un aire tan helado
Que el color
acostumbrado
De perderle tengo pena:
Tórnome morena.
-No tengas pena,
pastora,
Que enamora la morena
Si gracia con ella
mora,
De que tú no estás
ajena.
-Como estoy
acostumbrada
A subir por la majada,
Con la fresca de la
helada
Mi color se me
cubriera:
Tórnome morena.
Madre Cecilia del Nacimiento, su hermana,
bordó letrillas de temas profanos, y al mismo tiempo sonetos de amor y poesía antigua,
que poetas como Diego ahora consideraban moderna:
A los ojos de Jesús
Linces de lo profundo y
escondido,
Balcones de amor,
centros gloriosos,
Alegres palmas,
triunfos victoriosos,
Piedras-toques del oro
más subido.
Espesas selvas donde me
he perdido,
Floridos paraísos
deleitosos,
Pozos de ciencia, senos
misteriosos
Y dulce suspensión de
mi sentido.[1]
Para otro día dejamos a los ángeles literarios. Los de Rafael Alberti, Sobre los ángeles, y los de Gerardo Diego, Ángeles de Compostela, por ejemplo. Más despacio, pues nuestras botas se llenaron caminando por Tudanca entre barro y excremento de vaca para ver el escritorio donde acogió Jose María de Cossío a Rafael Alberti, tras una de sus crisis, cuando había roto su relación con Maruja Mallo y experimentaba otras líneas poéticas que frutificaron en las poesías de los ángeles. Y Diego se fija en las torres angélicas de Compostela.
[1] El
Alcázar, 16-02-1967. Reseña 22 de abril de 2025 en Archivo Museo SánchezMejías de DIEGO, G.: Obras Completas. Prosa. Tomo V. Alfaguara.
Edición e introducción de Francisco Javier Díez de Revenga. Alfaguara. Madrid.
1997.
[1] La Estafeta literaria, 15 de
octubre de 1970. Reseña 22 de abril de 2025 en Archivo Museo Sánchez Mejías
de DIEGO, G.: Obras Completas. Prosa. Tomo V. Alfaguara. Edición e
introducción de Francisco Javier Díez de Revenga. Alfaguara. Madrid. 1997.
22-04-25 22:44 Actualizado 23-03-25 19:25
Hola, Blas, como te comenté ayer, yo sí creo que tenía calidad, quizá una calidad sencilla, pero ¿la calidad está reñida con la sencillez? Pues no, Gerardo Diego era demasiado culto, de ahí sus opiniones.
ResponderEliminarBuen artículo.
Un abrazo. :)
Hola, Merche: Ya Fray Luis apreciaba esa sencillez o claridad que dices. Estoy de acuerdo. Y creo que conseguir que te entiendan es signo de calidad intelectual. La calidad no está reñida con la claridad y la sencillez. Estuve oyendo a un señor hablando sobre un tema con una profundidad y un lenguaje intelectual, sin mirar apenas al público, leyendo, que, al final, no conectó con sus oyentes. No fue entendido. Un abrazo. :)
EliminarEn realidad, creo que a Gerardo Diego le imponía santa Teresa. Como santa y mujer.
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