"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

Las miradas peligrosas

     

Orfeo y Eurídice. Rubens. Museo del Prado


    

  

      La curiosidad ajena destrozó aquello que unía a dos amantes. Eurídice había muerto por la mordedura de una víbora cuando huía de Aristeo. Su enamorado Orfeo, desconsolado, se arriesgó bajando a los infiernos para suplicar a Hades, rey del inframundo, y su esposa Perséfone su devolución al mundo de los vivos. Con un bello canto logró vencer los obstáculos para el retorno que oponían Hades, Perséfone, Caronte y Cerbero. Hades le impuso la condición de no volver atrás la mirada para ver a su amada durante su vuelta al mundo de los vivos.

      La impaciencia, la curiosidad o el amor le impidió cumplir la condición impuesta. Miró su bello rostro y la perdió de forma definitiva1. Nuevamente desconsolado, siguió cantando incluso después de su muerte en esa ida y vuelta a los infiernos, catábasis, y pasar por un trance tan duro. La influencia de sus dotes cantoras y tranquilizantes de Orfeo fue tal que hoy se denomina orfeón a las sociedades de cantantes en coro sin instrumento. Y denomina Orfidal a un medicamento ansiolítico y relajante. Zeus permitió que su instrumento musical, la lira, fuera colocada por Apolo en el cielo, dando lugar a la constelación Lira2.

      La curiosidad acabó con la vida de la mujer de Lot3. Los ángeles habían avisado que la ciudad en la que vivían sería destruida, que Yahvé quería salvarles, pero dijeron que no debían mirar atrás durante su huida al monte para no perecer. Cuando salieron de la ciudad, Yahvé hizo llover desde el cielo azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra. Debido al estruendo de la destrucción o al espectáculo del fuego, la mujer de Lot volvió la vista para vencer su curiosidad e inmediatamente se convirtió en una estatua de sal. Esa curiosidad pudo matar, aunque es más probable que Yavé no quisiera que los humanos dominasen las distintas formas de destrucción, fuese diluvio o fuego. La sal en dosis adecuadas ha traído suerte y las formas antropomorfas de los bloques de sal en el Mar Muerto recuerdan que no mirar atrás puede ser síntoma de búsqueda de un futuro.

Michael Wolgemut. Lot huyendo de Sodoma

      En el frontón del templo de Artemisa en Corfú hay una enorme gorgona de casi tres metros cuyas espantosas facciones se consideraban eficaces para ahuyentar los espíritus malignos del templo. Esta gorgona era Medusa, cuyo destino fue ser decapitada por Perseo. Cuenta Graves que había sido una mujer hermosa descubierta por Atenea besando a Poseidón en su templo. Tamaña ofensa, aunque sea tan poca cosa a los ojos de hoy, fue castigado con la conversión en gorgona, un alado monstruo de feroz mirada, dientes terribles y serpientes como cabello. Cualquiera que le mirara perecía convertido en piedra. 

     Perseo era hijo de Danae y Zeus, que se había convertido en lluvia dorada. A petición de Polidectes y para que no molestara a su madre, se comprometió a matar a la Medusa. Con una serie de armas prestadas de los dioses, como el escudo pulido de Atenea que podía hacer de espejo curvo por el que podía ver la cara de Medusa de forma indirecta, cortó su cabeza con la afilada hoz prestada por Hermes y guardó su cabeza en el zurrón que obtuvo de las náyades.

     Perseo petrificó con la cabeza de Medusa a Atlas, que amenazaba con dejar de sujetar la bóveda celeste, dando lugar al macizo del mismo nombre, luego derrotó mediante la conversión en piedra al ejército del rey de Tiro y convirtió a Polidectes y su familia en piedra por seguir molestando a Danae4. Por un beso y una mirada todos quedaron petrificados.

Detalle Medusa. Templo Artemisa. Corfú.

 

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1OVIDIO: Metamorfosis. Bruguera libro clásico. Barcelona. 1984. Páginas 299-305.

2GRAVES, R.: Dioses y héroes de la antigua Grecia. Unidad Editorial. Madrid. 1999. Páginas 37-38.

3Libro del Génesis. Capítulo 19, versículos 1-29. Biblia. BAC. Madrid. 1981.

4GRAVES, R.: Obra citada. Páginas 98-101.

 

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