MUSEO MANUEL PIÑA_MANZANARES.bmre |
En la web de Planeta, Baltasar Porcel aparece como un reconocido autor, fallecido en 2009, de una vasta obra ensayística, de viajes y novelística, entre la que destacaron títulos como Mediterráneo, Una historia personal, Primaveras y otoños, Lola y los peces muertos, El corazón del jabalí, El emperador o El ojo del ciclón, Olympia a medianoche, y Cada castillo y todas las sombras. En vida, era tenido por uno de los autores clásicos de la literatura catalana, o como uno de los autores hispánicos con mayor proyección internacional. Había recibido, entre otros, los premios Boccaccio (en Italia), Mediterranée (en Francia), Sant Jordi, Ramon Llull, Prudenci Bertrana, Josep Pla, Nacional, de la Crítica, Mariano de Cavia y Godó. Harold Bloom, el del canon occidental, dijo que la obra de Baltasar Porcel «está al mismo nivel que la de Don DeLillo o Philip Roth».
En la retina guardamos la imagen de un dandy balear con perilla y maneras educadas, que heredaba formas literarias de Villalonga, Cela y Pla, pero que aquí nos interesa por un artículo que escribió en ABC, que leímos hace años en el Museo Manuel Piña, y que gracias a la hemeroteca del citado diario recordamos.
Baltasar Porcel_Wikipedia |
Moda y estímulo. 29-9-1985. Porcel comienza mostrando sorpresa porque Nesweek informa que japoneses y alemanes abandonan la moda italiana para comprar la confección en la España de los ochenta. Entiende la moda como ideas y diseño. Porque se han doblado las ventas de prendas españolas, aún cortas ventas, pero prometedoras.
En los ochenta, la industria textil española más pujante se situaba en el arco mediterráneo. Como punta de lanza de ideas y diseño, se celebraba desde dos años antes a la fecha citada el Salón Gaudí, bajo las hábiles manos de Susana Frouchtman, y mostraban en 1985 las ideas de los nuevos diseñadores españoles: De Roser Marce a Manuel Piña, pasando por Purificación García, Adolfo Domínguez, Roberto Verinno o Teresa Ramallal.
Para Porcel, el ritual de la vestimenta estimula, expande belleza. No cree que el hábito haga al monje, pero sin hábito, no hay monje. Un disfraz, en el buen sentido. Puede que un juego o una apariencia. Recordamos aquí lo que decía la actriz María Félix sobre la llegada a las citas. Era mejor llegar tarde que fea. Lo mismo no es cierta.
El estructuralista Barthes empezó a interesarse por la imagen en los años sesenta del pasado siglo a través del cine. Porcel cita al filósofo francés al referirse al carácter funcional del diseño, aseverando que en el vestir hay apariencia, pero, también, trasunto y molde de nuestro ser.
Cosmopolita, mundano o vividor, confiesa que la hermosura o la belleza forma parte de su concepción inteligente.
La moda es efímera y nuevamente renacida. La belleza del Ave Fénix, diríamos, fulgiendo entre las cenizas. Porcel nos dice que la moda es una lucha contra el tiempo y una inmersión en él.
Manifiesta que la industria de la moda, y por extensión de la confección, debe pensar en la economía. Visualizar que la industria europea pierde fuelle ante el nuevo poder de los países ribereños del Pacífico. Vislumbraba un futuro donde nuestra agricultura ecológica y el patrimonio universal mediterráneo no era, no es, suficiente en un mundo globalizado.
Italia y Francia habían ayudado a engrandecer su balanza comercial con el diseño. Pensaba que los creadores españoles tenían una acusada personalidad y sabrían manejar tejidos de máxima calidad. Un reto y un estímulo.
Hoy, en la cercanía de 2025, la industria textil española está deslocalizada en su mayoría, quedando empresas grandes y diversificadas o empresarios artesanales o diseñadores originales, irreductibles como los galos de Axterix