"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

No te conoce nadie... Alma ausente-Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

 

 


 

 

“No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.

Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.

La madurez insigne de tu conocimiento.

Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.”

(Alma ausente, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Federico García Lorca)

 

     No, nadie nos recordará

     Seremos un vago recuerdo, un pasado, una rémora. Nada, apenas una parte, tan solo un fragmento. 

     Cuando seamos un vaporoso y tenue silencio.

     No, nadie nos recordará.

     Cuando estorbemos, cuando sobremos, cuando seamos olvidados. Nuestras torpezas, nuestras desidias, sin nada apreciable. Nosotros mismos. Sin honor, ni dignidad, sin premio.

     No, nadie pensará en la realidad que fuimos.

     No, nadie nos recordará.

     Ni los tibios surcos de la frente, ni los demacrados ojos, cuévanos visibles de nuestra antigua prestancia, nada valdrán. Acabados los huesos, inflamados, desgastados, nada; como diques, como puertos, con el último desmayo. 

     No, nadie nos recordará.

     Pensará que fuimos ficción, un mito, un desengaño.

     Y las manos, los dedos, las uñas. Agarrotadas como aves de corral. Anilladas, ganchudas, pobres; doloridas gavillas retorcidas. Volverán, crecerán con la coraza monstruosa y maestra del tiempo pasado. Sin dolor, sin pesar, sin memoria. Huesos de monda serán.

    No, nadie nos recordará. 

     Polvo y ceniza aventado; céfiro fútil y fatuo a quien olvidar.

     Podría haber perdido una pierna, podría vivir sin cuidado. Una vida, un reparo. Pero no. No quería muleta, ni apoyo, ni bastón, ni cayado. Un cuerpo entero, un imposible acabado. 

     No, nadie nos recordará.

     La vida será un sinsentido, un desconocimiento, una madurez incompleta. No es vida, era muerte. Y prefirió su sabor a almendras amargas, al regusto de labios torcidos, a lenguas reventadas. 

   Y descansó sobre la piedra blanca; tras los espasmos finales arrebatados. Tras el Gólgota agonístico. Tras el ruedo final.

    No, nadie nos recordará. 

     Solamente el poeta, quien elegante, gime palabras áureas llevadas por los suaves paisajes que flotan al ritmo de los primeros vientos de la humanidad. 



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