"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

El dolor del alma

    
      Tengo un dolor que surge de lo más profundo de mi ser, de mi interior, del abismo de mis entrañas, del fuego más helador de mi conciencia. Me duele el alma inexistente durante años, durante décadas.
      Tal vez estaba aislada en una parte minúscula de mi cabeza, tal vez en mi corazón. Tal vez en lo aprendido en mi cultura, tal vez en la memoria de mis mayores.
      Arde y quema como el hielo más acerbo, como el puñal más artero, como el cristal más afilado cuando rasga y descarna toda nuestra miseria y muestra que no somos nada, que nada valemos.
      Me duele el alma del ruido ensordecedor de panderetas, de medias tintas, de paños calientes, de tapar la sangre arrebatada con tiritas de trapo, de pensar que somos tontos y tratarnos como tales.
      Me duele el alma que creía insensible, que creía infundada, de asimilar los muertos como una simple estadística, como un fila de Excel, como un círculo de tiza, como una mentira vana, y reducirlo todo al ascenso de una curva o a una perorata laxa.
      Me duele el alma por los que nos abandona, a los que apenas puedo mostrar mi duelo ni sé su paradero, a quienes los trasladan y cuidaron, a mis semejantes.
      Me duele el alma tanto que no me deja pensar, que no me deja reír, que no me deja leer, que no me deja evadir mi cuerpo, que clava su dolor en mi corazón.
      Y busco la huida y busco el escape. De la realidad. Pensando en historias sencillas, en acciones pasajeras, en pensamientos fatuos, que, como mínimo, me hagan olvidar a los charlatanes y a los taciturnos.
      Mi alma implora, tal vez reza, que la cuenta pare, que calle el profeta de la curva y hablen los que curan y prediquen los que sanen.
      ¿Dónde están? Los necesito, los llamo, los reclamo desde una sala vacía, desde un hueco de mi vientre, desde lo más profundo de mi memoria como humano aislado, gimiente e insomne.
      Mi alma es un páramo doliente. Ya no hay nieblas, ya no hay sueños, ya no hay quimeras. Todo es triste, inhumano. Un solar desvencijado, una meseta yerma, un dolor de muchos años.
      Aquí estoy, nada celebro, solamente espero, solamente deseo, solamente algo: un resquicio, una salida, una llama iluminando la aurora, un calor en la alborada.
      Me duele el alma esperando. Me duele el mal paralizante, me duele esta ponzoña infrahumana que
destruye y me descarna.

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