¡No
lo coge! ¿Qué estará haciendo?... ¡No puedo andar! ¡Mis huesos!
¡Cómo he degenerado! Dicen que tengo estenosis del conducto raquídeo.
Que es inoperable. Estoy atada a un cuerpo ingobernable.
Al
menos tengo la cabeza despejada. Me han tenido en penumbra, durante
meses, hasta controlar los medicamentos; soy dependiente, soy luchadora. En
parte es culpa mía. En parte por desidia médica. Contestaban
siempre igual: ¿qué espera con su edad? Y con mi enfermedad, y con
la de mi esposo... No han sabido regular mi dosis de calmante, ni
marcar la pauta de los medicamentos que debía seguir tomando hasta
que fui al neurólogo. Estoy inválida, casi me dejan obnubilada o tonta. Desperté cuando se acertó con la dosis de Targin, para
soportar los dolores, y ahora me veo postrada en el sillón hasta que
llegue una nueva silla de ruedas. Me he quedado inmóvil poco a poco.
No sé cómo he aguantado.
Esa fuerza de voluntad ante el deterioro continuado que sufre mi
cuerpo no sé de dónde viene. Es un calvario solo soportable por los
mundos a los que me transporta la lectura.
No
es por presumir, pero soy, era, una mujer muy bien plantada, enérgica, resolutiva. Antes del matrimonio, cuando trabajaba de telefonista,
tuve mis inquietudes, me gustaba leer. Ahora me encuentro inmóvil y
necesitada. Una mujer fuerte a la que ha doblegado el peso de la
vida; una vida salvada por un solo deseo. Por un placer. Leer.
Cincuenta años antes no pude. Todo era distinto. Ahora estoy sola.
Un trasto inútil y molesto.
Quiero
leer, quiero conversar, aprender. Vivir. El móvil solo es un refugio
donde contactar con los que no puedo ver, visitar, para los que no
vienen a verme tanto como deseo. ¡Con ochenta años rogando que
vengan...!
Ya
contesta. Siempre está ocupado. No quiero molestarlo. ¿Podrá ir a
buscarme el libro? Es mi hijo, le gusta la lectura, lo comprenderá...
¿Por qué no? Dice que está terminando y preparando lo de mañana.
Que estará de guardia conmigo toda la noche. ¡Soy su madre!¿Y
cuándo él era un niño? El libro que me ha dejado tiene la letra muy
pequeña; me está gustando, pero me tengo que esforzar mucho. La
letra tan chica....puf... ¡Vaya con don Fermín y La Regenta!
Madame Bovary me gustó mucho. ¿Irá sobre lo mismo? Compraba libros
de bolsillo con sus ahorros. Me pregunta sí me gusta Clarín, ¿cómo
no me va a gustar? Conforme me he quedado sin movilidad leo más. No
sabe o no se da cuenta que es mi refugio. No quiero morir, quiero
libros. Tengo que apuntar los libros que he leído...En mi memoria
hay recuerdos de todos, de diferentes personas, de diferentes
momentos...Con los libros he ganado nuevas vidas. Soy yo en otro
cuerpo, en otras vidas, por las que dejo de ser invalida. Creo, sé,
que moriré pronto, pero quiero hacerlo leyendo, aprendiendo,
ocupada.
Que
no le diga que me muero, ¡sí es ley de vida! Lo que no soportaría
es que muriese uno de ellos antes que yo. Me dice que tengo fuerza de
voluntad. ¡Ojalá!¡Una heroína! ¡Ja, ja, ja!. ¡Eso dice!
Me
cambia de tema; siempre lo hace. Quiere saber qué libro me ha
gustado más. Una evasión, tal vez una elusión; eso es este placer para mí. Guardo recuerdos de personajes, autores, y situaciones. En mi
memoria están los primeros episodios nacionales de Galdós con
Gabriel e Inés, el tuerto general Kutuzov de Guerra y Paz, los
habitantes del Madrid de La Colmena, Long John Silver de la isla del
Tesoro, las sentencias de Sancho Panza, los amores de Sandokan y
Mariana, los de Robin y Marian, la hija del capitán de Pushkin,
Diego Alatriste y sus andanzas, un Fabrizio despistado en la batalla
de la Cartuja de Parma...Y, también, lo que cuesta el amor en los
tiempos del cólera, y lo que le ocurre a Urania en la fiesta del
chivo...Me interrumpe... ¡Calla un momento! ¿No se da cuenta qué
todos me hacen olvidar la realidad, vivir otro mundo, alienar este
sufrimiento? ¿Qué si me he dado cuenta que ya no tomo tantos
medicamentos? Sí, aunque estoy atada a un potro de tortura en forma
de silla.
Para
la ansiedad hubo un tiempo que me recetaron, que recetaban a todo el
mundo, orfidal. ¡Ay! Le he tenido que preguntar dos veces por la trama de
La Regenta. Divagamos...Le digo que el ambiente social es
opresivo en la ciudad. ¡Cuéntamelo! Dice que no me va a revelar el
final. ¡Pues ya lo sé! Lo hay. Y que es verdad. Que he acertado,
que el ambiente social es protagonista. Me gusta que me de coba. Que
qué quiero para cenar. Tostadas de pan con tomate y requesón. Como
siempre. No sé por qué pregunta.
Mientras
ceno mis tostadas, o sus tostadas, con tomate y requesón, observo la
ruina de mi cuerpo. ¿Seré un estorbo? Me agarró a un afán nacido
en mi cabeza, que es el único torreón que queda en pie. Quiero
luchar por sentirme viva, por aprender lo que antes no pude, por
estar pendiente de lo que ocurre a mi alrededor. Hasta el final.
¡Me
muero! Ya estoy muerta, es cierto. En mi penúltimo ingreso
hospitalario terminé agotada. Leí muy poco. Dependía de una
máquina de oxígeno, de los calmantes. Cuando me dieron el alta
sabía que volvería otra vez, que sería el último viaje. El cuerpo
me ha abandonado de forma definitiva y un dulce sopor ha cerrado mis
ojos. Estoy velada hasta mi entierro por Gabriel, Inés, Kutuzov,
John Silver, La Regenta, Robin y Marian, Fabrizio, Alatriste,
Urania, Sancho y Alonso Quijano...Todos ellos lloran mi pérdida.
Como la de una #heroína que les quiso leer siempre. Durante muchos
años. Hasta el final.
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