"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;... por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. (Miguel de Cervantes).

La lucha por la vida

    
      ¡No lo coge! ¿Qué estará haciendo?... ¡No puedo andar! ¡Mis huesos! ¡Cómo he degenerado! Dicen que tengo estenosis del conducto raquídeo. Que es inoperable. Estoy atada a un cuerpo ingobernable.
      Al menos tengo la cabeza despejada. Me han tenido en penumbra, durante meses, hasta controlar los medicamentos; soy dependiente, soy luchadora. En parte es culpa mía. En parte por desidia médica. Contestaban siempre igual: ¿qué espera con su edad? Y con mi enfermedad, y con la de mi esposo... No han sabido regular mi dosis de calmante, ni marcar la pauta de los medicamentos que debía seguir tomando hasta que fui al neurólogo. Estoy inválida, casi me dejan obnubilada o tonta. Desperté cuando se acertó con la dosis de Targin, para soportar los dolores, y ahora me veo postrada en el sillón hasta que llegue una nueva silla de ruedas. Me he quedado inmóvil poco a poco. No sé cómo he aguantado. Esa fuerza de voluntad ante el deterioro continuado que sufre mi cuerpo no sé de dónde viene. Es un calvario solo soportable por los mundos a los que me transporta la lectura.
      No es por presumir, pero soy, era, una mujer muy bien plantada, enérgica, resolutiva. Antes del matrimonio, cuando trabajaba de telefonista, tuve mis inquietudes, me gustaba leer. Ahora me encuentro inmóvil y necesitada. Una mujer fuerte a la que ha doblegado el peso de la vida; una vida salvada por un solo deseo. Por un placer. Leer. Cincuenta años antes no pude. Todo era distinto. Ahora estoy sola. Un trasto inútil y molesto.
      Quiero leer, quiero conversar, aprender. Vivir. El móvil solo es un refugio donde contactar con los que no puedo ver, visitar, para los que no vienen a verme tanto como deseo. ¡Con ochenta años rogando que vengan...!
      Ya contesta. Siempre está ocupado. No quiero molestarlo. ¿Podrá ir a buscarme el libro? Es mi hijo, le gusta la lectura, lo comprenderá... ¿Por qué no? Dice que está terminando y preparando lo de mañana. Que estará de guardia conmigo toda la noche. ¡Soy su madre!¿Y cuándo él era un niño? El libro que me ha dejado tiene la letra muy pequeña; me está gustando, pero me tengo que esforzar mucho. La letra tan chica....puf... ¡Vaya con don Fermín y La Regenta! Madame Bovary me gustó mucho. ¿Irá sobre lo mismo? Compraba libros de bolsillo con sus ahorros. Me pregunta sí me gusta Clarín, ¿cómo no me va a gustar? Conforme me he quedado sin movilidad leo más. No sabe o no se da cuenta que es mi refugio. No quiero morir, quiero libros. Tengo que apuntar los libros que he leído...En mi memoria hay recuerdos de todos, de diferentes personas, de diferentes momentos...Con los libros he ganado nuevas vidas. Soy yo en otro cuerpo, en otras vidas, por las que dejo de ser invalida. Creo, sé, que moriré pronto, pero quiero hacerlo leyendo, aprendiendo, ocupada.
      Que no le diga que me muero, ¡sí es ley de vida! Lo que no soportaría es que muriese uno de ellos antes que yo. Me dice que tengo fuerza de voluntad. ¡Ojalá!¡Una heroína! ¡Ja, ja, ja!. ¡Eso dice!
     Me cambia de tema; siempre lo hace. Quiere saber qué libro me ha gustado más. Una evasión, tal vez una elusión; eso es este placer para mí. Guardo recuerdos de personajes, autores, y situaciones. En mi memoria están los primeros episodios nacionales de Galdós con Gabriel e Inés, el tuerto general Kutuzov de Guerra y Paz, los habitantes del Madrid de La Colmena, Long John Silver de la isla del Tesoro, las sentencias de Sancho Panza, los amores de Sandokan y Mariana, los de Robin y Marian, la hija del capitán de Pushkin, Diego Alatriste y sus andanzas, un Fabrizio despistado en la batalla de la Cartuja de Parma...Y, también, lo que cuesta el amor en los tiempos del cólera, y lo que le ocurre a Urania en la fiesta del chivo...Me interrumpe... ¡Calla un momento! ¿No se da cuenta qué todos me hacen olvidar la realidad, vivir otro mundo, alienar este sufrimiento? ¿Qué si me he dado cuenta que ya no tomo tantos medicamentos? Sí, aunque estoy atada a un potro de tortura en forma de silla.
      Para la ansiedad hubo un tiempo que me recetaron, que recetaban a todo el mundo, orfidal. ¡Ay! Le he tenido que preguntar dos veces por la trama de La Regenta. Divagamos...Le digo que el ambiente social es opresivo en la ciudad. ¡Cuéntamelo! Dice que no me va a revelar el final. ¡Pues ya lo sé! Lo hay. Y que es verdad. Que he acertado, que el ambiente social es protagonista. Me gusta que me de coba. Que qué quiero para cenar. Tostadas de pan con tomate y requesón. Como siempre. No sé por qué pregunta.
       
     Mientras ceno mis tostadas, o sus tostadas, con tomate y requesón, observo la ruina de mi cuerpo. ¿Seré un estorbo? Me agarró a un afán nacido en mi cabeza, que es el único torreón que queda en pie. Quiero luchar por sentirme viva, por aprender lo que antes no pude, por estar pendiente de lo que ocurre a mi alrededor. Hasta el final.

      ¡Me muero! Ya estoy muerta, es cierto. En mi penúltimo ingreso hospitalario terminé agotada. Leí muy poco. Dependía de una máquina de oxígeno, de los calmantes. Cuando me dieron el alta sabía que volvería otra vez, que sería el último viaje. El cuerpo me ha abandonado de forma definitiva y un dulce sopor ha cerrado mis ojos. Estoy velada hasta mi entierro por Gabriel, Inés, Kutuzov, John Silver, La Regenta, Robin y Marian, Fabrizio, Alatriste, Urania, Sancho y Alonso Quijano...Todos ellos lloran mi pérdida. Como la de una #heroína que les quiso leer siempre. Durante muchos años. Hasta el final. 
 

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