Cultura y sociedad

Conjunciones deslavazadas, trama sin urdir

     Abrumado y mimbrado, como varita salicácea, que crece en las riberas, era fuente de los ríos, de babeles. Sauce llorón, inútil y grande; adorno de pie triste, monólogo insulso, cual piedra, o rayo, quemada, rueda reticular rala, soy, al fin, osado hueso roto.

      Suena Pergolesi al fondo, en calma oía Stabat Mater. Y un ruido lejano se oculta al alma que, si existe, busca y huye, toca y siente, inmortal e incrédulo.

      Y el indómito espíritu abraza empeños, que, lucha o aparta de grandes disputas, ciertas o provocadas, producto fatuo de calambur huído, a la calidad y dinero, disimulo y arreo, que ensilla mula, caballo y asno.

      Equinos somos.

      En el equinoccio, la igualdad consigue, y lo natural crece, sin su aprecio hoy.

      Ni Sol y Luna son asolados seres, lunáticos entes. Conviven. Pero, también, compiten. 

      Escarabajos peloteros, en estiercol bolas, sus huevos depositan. Casi como humanos, con fines racionales, buscando límites.

      Rachmaninov leve, cuando Visperas oí, y cuando escarabajo vivió a su muerte y al duro estiercol, joya preciada es. Amuleto de poder, escarabeo y vida, protección distinguída de los antiguos egipcios. Surgiendo de la materia, el poder de sobrevivir, del estiercol sale hacia la vida eterna. 
       Al fin resilente, su signo y señal, que era/es y significa, prueba adaptable, muestra capaz, vida aceptable. 
#Deslavazado #Conjunción

(Espero que le guste, amable lector. Sígame, si le place.) 

El viaje del nómada en el tiempo

              #nómada #historia #relación
     — Esta semana estoy viajando a través del tiempo.
      Rai hablaba sin parar. Sara escuchaba, sonreía. Una sonrisa inteligente. Sabía que era el inicio de las divagaciones de Rai. Conocía por donde salía el ovillo pero no la dimensión del carrete. — ¿Y?
      —He estado en un edificio en el que según por donde caminara estaba en el siglo XIII, me trasladaba al siglo XVI, pero entraba por los siglos XIX y XX.
      —¿Queeé?.— Perpleja, Sara miró a Rai. Ya está con esa ironía cargada de cierta presunción que a veces molestaba. Pero vio que hablaba de forma natural, muy expresivo. —Sigue, aclara.
      —Si bajas a la antigua cueva bodega te trasladas a los orígenes de la ciudad, cuando la orden de Calatrava se establece en la zona, pero, en la práctica, se hace conservación preventiva de objetos del siglo XX. La envoltura del edificio es originaria del siglo XIX y se ha reformado durante el siglo XX, como se aprecia en la alineación de balcones y vanos. A través del tiempo ha sido muchas cosas. Ha estado en el mismo sitio, pero ha sido un nómada en el trascurso de su historia. Los restos del patio residencial de entrada mantiene una estructura del seiscientos con los arcos de medio punto y las columnas de piedra de inspiración clásica. No olvides que fue hospedería eclesial.
      —¿Por qué dices nómada?
      Sara estaba intrigada por el uso, abuso de Rai por las palabras y le desconcertaba la impresión que le causaba las disquisiciones y la compañía de su interlocutor. Rai le intrigaba desde siempre, desde la adolescencia, cuando se conocieron. A veces, incluso, se preguntaba por qué siempre mostraba tanto interés por contarle estas historias. Habían llevado vidas muy distintas, pero había una conexión evidente, soterrada, tal vez sexual...
      —Esta es una tierra de paso, de nómadas. Llegaron otros, nómadas también, que se instalaron en el lugar para atender a las personas que iban de un lugar a otro. Un punto de encuentro con acceso al agua, fácilmente defendible y con alguna posibilidad de vertebración económica. Nunca habría mucha gente, pero sería parada obligada o punto de comunicación necesario. Y nómadas a través de la historia, porque cada época marcaría un sesgo que no haría permanente lo establecido. Sería, por tanto y al mismo tiempo, mestizo, híbrido de cultura, y, claro, rico tanto en su expresión como su presentación.
      —¿Pero la ciudad permanece, el edificio permanece?
      —Es el ancla del barco, la cincha que sujeta el caballo, el puesto de avituallamiento…
     —No puedo, no puedo contigo, sé que si llego a decir algo distinto, me hubieras contestado con otra respuesta y que me habrías convencido de la misma manera.
Vías pecuarias La Mancha de Ciudad Real
      Abrió los ojos y sonrió, y Rai se puso nervioso con los ojos grandes y marrones de Sara. Tenía una punzada en el vientre cada vez que hablaba con ella. A veces le enfadaba… Nunca habían sido pareja, pero siempre se había, se habían, cuestionado las parejas del otro. A veces como un hermano mayor, a veces como…
      —No, Sara, no. Pienso que estamos siempre de paso, sin un lugar definido, que no decidimos dónde estamos, ni qué somos. Y que las mismas ciudades y las mismas culturas que las crearon son producto de la transformación. La riqueza cultural reside en ello. Y con los humanos ocurre igual. El mestizaje es la mayor riqueza que ha producido la humanidad. No hay razas idóneas, ni es más adecuada una persona para algo por ser de una raza determinada. Porque es el mérito y la capacidad. Algo que solo se consigue a través del tiempo y el espacio, con la formación, con el movimiento. Nómadas.
      —Vale ya, ¿qué vas a hacer hoy?, preguntó Sara, rápida, con intención.
      —Saldré de una casa del siglo XX, atravesaré una ciudad híbrida y transformada, y cruzando la antigua vía pecuaria de la Cañada Real originada en el siglo XIII con la Mesta y la trashumancia. ¡Nómadas! Entraré en el casco histórico, llegaré a la antigua casa solariega de fachada decimonónica, atravesaré su portal y su cancela. Mi imaginación volará cuando entre en el patio, recordando la antigua hospedería de la iglesia con la familia Merino, y, mirando al techo, a la acristalada montera, me hará viajar al los dos últimos siglos con las voces de estudiantes, músicos o actores que, distintos, ocuparon el lugar bajo la atenta mirada ciega de la señora Díaz Carralero. Luego descendería a las raíces del edificio donde reposan los recuerdos y ropajes que tejía Manueliii custodiados por los recuerdos de los caballeros de la Orden de Calatrava que desde el siglo XIII vertebran este abrevadero de ovejas, punto de observación y descanso de la encomienda de Manzanares. Luego,... estaré disponible y nómada… ¿Si quieres…?
      —Quiero, pero, a cambio, te propongo un viaje. Al siglo XXI y sus costumbres…
      —Sea. Sí, contestó ilusionado, atolondrado, con la cita.
      —Nomadita…

     (Espero que le guste, amable lector/a. Sígame, si quiere.)
_______________________________ 

Las ondas foscas de mi pelo

      #rizo #espejo # #reconocimiento #LewisCarroll



      Me desperté de un leve sopor una noche de insomnio, solo liberada por pequeños sueños agitados, prendidos de telaraña y duermevela. Me toqué las ondas foscas de mi pelo, negras y onduladas, presumidas, que cambiaban de sentido conforme crecían. Unas guedejas que podrían competir con la melena de Absalón, Sansón o Jason Momoa.
      Había soñado con vender los largos rizos foscos, ondulados y negros, presumidos, una vez cortados, al Museo del Cabello de Avanos, en Capadocia (Turquía). Un corte de pelo radical, que dejase mi cabeza calva, lisa, descubierta, victima propiciatoria de catarros y estúpidos que la acariciasen. Provocando.
      Una vez cortados, rapados, recogidos en una bolsa, pensé aprovechar el viaje y contactar con una clínica turca que me injertara pelos en las zonas descubiertas. Utilizaría el dinero que me dieran por mis cabellos preciados, negros y ondulados, presumidos.
      Sería un caso único de versatilidad pilosa, capilar y peluquera, digna de entrar en el Museo de Historia de la Peluquería de Barcelona, compitiendo con los útiles que, a través de la historia, se han utilizado para peinar, cortar, rizar, afeitar, alisar y hacer la raya. Con las primeras tijeras, con los primeros espejos, con la primera mirada de los hombres prehistóricos en las aguas tranquilas más cercanas, comprobando como era su aspecto físico, viendo si se reconocían como persona, como animal fieramente humano. Sensible, inocente.
      Me miré en mi nuevo espejo comprado en una subasta de anticuarios. Me aseguraron que perteneció a una reina madrastra de una princesa que había salido al bosque con sus siete amigos pequeños. El espejo me dijo: - Sí, eres tú, idiota. ¿Hablaba él o era yo? Y tú le decías: - ¿Y tú eres el espejo de Blancanieves? ¿Y esos modales? Un espejo de una reina, por muy madrastra que sea, tiene que guardar las formas. Voy a mirar detrás del espejo y comprobar el certificado de garantía y el recibo de compra de la subasta. Tú tienes pinta de espejo abandonado hace tiempo, tras un pasado lujoso, aristocrático y palaciego, y, con el tiempo, como con todas las cosas, has sido abandonado en el templo de los objetos perdidos, con tu poder intacto, mágico o no, pero poder de trasmitir como son los deseos infinitos de ver y mirar de los humanos, con nuestra debilidad más poderosa y atrayente: ver cómo somos y que nos vean. Ese miedo cerval a lo que piensen de nosotros se supera con otro miedo más aparatoso y excesivo. Miedo que sufrimos al reconocernos en el espejo y ver nuestro interior a través de nuestra mirada, de nuestro cuerpo, de nuestra cara. Y ver lo que hay. ¡Ay!
      Miré detrás del espejo y corroboré que no era el de la madrastra de Blancanieves. Ponía Lewis Carroll, diácono, fotógrafo y especialista en espejos. De fabricación inglesa. De cuando lo inglés era apreciado y temido.

      Dudé. ¿Lo devuelvo a la casa de subastas? ¿Lo aseguro en la compañía de objetos raros, inapreciables y desconocidos por el abandono propio, ajeno y múltiple? Me lo quedé porque en el discurrir de mis pensamientos fui cogiendo cariño al espejo y porque, además, descubrí que tenía dedicatoria. Era para una niña a la que había invitado a tomar el té y que había desaparecido durante la merienda, en un momento que Lewis había abandonado el saloncito para buscar unas pastas que ofrecía a sus visitas. Cuando regresó se encontró una nota que, con la caligrafía de una niña que visita a un diácono y fotógrafo, decía:
      - He ido en busca del conejo con estrés.
      En ese instante Lewis tiró la taza de té contra el espejo y observó como no se rompía ni la taza ni el espejo. Lewis, a pesar del fuerte catarro que tenía, se dirigió hacia el espejo y desapareció el catorce de enero de 1898, atravesando el espejo, en busca del conejo y de Alicia, hacia la inmortalidad.

      En ese momento, desperté y fui consciente de mi falta de rizos, y que mi cabello ondulado, negro, fosco, presumido, era resultado del insomnio, insomnio que me había producido un último sopor adicional, reparador y algo tontorrón, y causante de la ilusión con los espejos, con mi antigua cabellera, pérdida ya irreparable, y el sueño de los museos del cabello y la historia de la peluquería en la que ya entraría por méritos propios en la sección de la alopecia galopante.
      Y al mirarme en el espejo me vi, me reconocí, y hasta me sorprendí. Toqué el espejo, pero no lo atravesé. Sonreí, porque todavía podía soñar.

Los Catorce Puntos de Woodrow

    
LOS #CATORCE #PUNTOS DE #WOODROW
WOODROW WILSON

     Durante la noche del siete al ocho de enero de 2020 el ejército de la República Islámica de Irán ha bombardeado bases americanas en Iraki como respuesta al ataque americano que acabó con la vida del general iraní Qasem Soleimani. Durante su entierro se produjo una estámpida que produjo al menos cincuenta muertos entre los condolientes.
     Recordaba estos datos de actualidad mientras repasaba los catorce puntos de Woodrow Wilson y, al instante, me invadía cierta melancolía, pensando que seguía habiendo zonas del mundo donde la paz no encontraba sitio donde alojarse. En lugares donde las civilizaciones urbanas habían surgido, la pugna entre los gendarmes mundiales y los poderes locales era cruel tanto sobre el terreno como en el tablero digital o en las tribunas del derecho internacional al que siempre se apelaba y que muchas veces se incumplía.
     Wilson propuso los catorce puntos para dar fin a la gran guerra de Europa que desde 1914 asolaba el continente. De forma bienintencionada, embargado, y embargados los contendientes posteriormente por el llamado espíritu de Versalles, de corta duración, propuso:
     1, que los acuerdos internacionales fueran públicos.
     2, la libertad de navegación absoluta por todos los mares fuera de las aguas territoriales.
     3, la supresión de las barreras económicas y comerciales.
     4, la reducción de armamentos.
     5, el arreglo libre de las reivindicaciones coloniales.
     6, evaluación y regulación propia de los territoritorios rusos.
     7, evacacuación y restauración de Bélgica.
     8, liberación del territorrio francés incluido Alsacia y Lorena.
     9, reajuste de las fronteras italianas.
     10, desarrollo autónomo de los pueblos de Austria-Hungría.
     11, organización política de los pueblos balcánicos.
     12, organización y autonomía de los pueblos del Imperio Otomano y régimen libre de paso y comercio de los Dardanelos.
     13, independencia de Polonia.
     14, creación de la Sociedad de Naciones.
     La intervención de los americanos fue decisiva para el desarrollo y final de la guerra. Representaban el triunfo de la democracia, su presidente Wilson proponía el fin de las diferencias entre las naciones europeas utilizando la razón en vez de la fuerza. Sus propuestas tenían una alta carga ética que provenía de un país donde la democracia se había ido desarrollando largo tiempo. En una Europa tan variada, tan destruida, tan históricamente enfrentada, estos mensajes fueron díficiles de adaptarii. Aún. Hubo reticencias de las potencias aliadas para aceptar las propuestas de la potencia emergente tras la guerra. En primer lugar de los franceses que deseaban someter, pero a la vez temían, al poder alemán ante fururas agresiones. Los ingleses, al mismo tiempo, temían perder el control del tráfico marítimo, su talasocracia. Y otros países deseaban resarcirse del desastre bélico. E, incluso, los americanos no se sentían obligados por estos mismos acuerdos pues eran los europeos los que debían organizarse.
     Como se vió, los acuerdos tras una guerra los redactan los vencedores sobre los vencidos y estos se consideraron, a su vez, humillados por estos acuerdos redactados por los dueños de la victoria, independientemente del carácter democrático del país que lo redactara. Finalmente, los Estados Unidos no participaron de la Sociedad de Naciones, siendo como era ya la primera potencia económica y militar, por decisión del Senado de su país, y el control de la Sociedad de Naciones fue ejercido por las potencias europeas del conflicto que ya no reflejaban la organización geopolítica mundial que se estaba creando. Fue, eso sí, un paso adelante en la creación de organismos supranacionales.
________________________________________________________________________________
ii DE LA TORRE GÓMEZ, H. (coord.): Historia Contemporánea (1914-1989). Editorial Universitaria Ramón Areces. Madrid. 2010. Páginas 41-60.

Buscando entre la niebla

 
 



     Otros días la niebla había levantado dando permiso a que los rayos de un sol tibio de enero inundara las paredes de la estancia fría y desnuda de temperatura. Esperaba que hoy ocurriera de la misma manera. Sin embargo las brumas y las nieblas parecían cremas espesas difíciles de cortar. El café con leche, muy caliente, estaba acompañado de un trozo de roscón de supermercado. El brasero y el radiador luchaban por calentar con desigual fortuna. El ruido de la calle era perceptible y percibido en la lejanía, acolchando su sordina en la melodiosa Pasión según San Mateo de Bach que se oía a bajo volumen en el portatil.
      Cuando despertó, sus zapatos estaban allí. No los miró con ojos infantiles. Gáspar, sabía, no tenía fecha de llegada para traer su incienso a casa. Había deseado una botella de Oporto o Jerez, o un libro de Comellas sobre la historia de los cambios climáticos, pero se rompieron los radiadores y los braseros y no hubo otra. Se consoló pensando que tenía muchos libros atrasados y quedaba vino de la  tierra.
      Se sentó y se arrebujó en torno a la mesa camilla, tecleando palabras sin sentido, sin orden. Hacía ejercicios que denominaba de estilo o redacción, pero no era siquiera gramática parda. En realidad reflejaban un vacío que le embargaba. Estaba atascado. Como en el quicio de una puerta. Una puerta que se abría y se cerraba en múltiples direcciones y sentidos y que no acababa de dominar pues le recordaba ocasiones que se habían reproducido durante tantos años. Siempre fortuitas. ¿Sería siempre igual? ¿Así sería?
      Sorbió otro poco de café. Miró el horizonte, largo e inabarcable, parecía que flotaba huyendo de la realidad. Pensó en que podía ser su casa la que se elevaba como en los tornados americanos de películas catastrofistas como Twister, o soñadoras como El Mago de Oz. Podía ser su ciudad. Tal vez. Se la imaginaba y veía que trascendía, huyendo, sobrevolando la España abandonada, y se trasladaba hacia la costa o al lado de una ciudad populosa. Sonreía. Estaba tan asentada sobre sus cimientos, sobre sus raíces...que era imposible que se levantara. Ni siquiera un tornado. Dormitaba en la mecedora que pedía y buscaba el viejo Mose Harper de Centauros del desierto, porque todos somos buscadores de algo o de alguien.
      Cada vez, el aire y el viento, cada vez más, corría, corre y correrá, sin barreras, sin obstáculos, moviendo arbustos bajos, plantas rodantes y matorrales, sin destino, sin final, y sumiendo de nieblas, o tinieblas, los anocheceres y madrugadas, temiendo sin temer que tengan temperaturas o témpanos del amanecer que olviden escribir el futuro y el recuerdo de un sitio.
      No quedaba café ni roscón, no. Comenzaba a amanecer, cuando el sol lucha por salir entre las brumas, entre las nieblas. El tibio calor de los primeros rayos de sol hizo volar su imaginación y, al mismo tiempo, le permitió abrir los ojos y mirar. Mirar ese horizonte infinito que se mostraba ante sus ojos, horizonte que era más deseado por su propio pensamiento, en su infinito, en su creación. 

     #niebla #búsqueda #imaginación #horizonte #sol

Don Camilo y el afán de la lectora

     
     #Cela #ElCultural #Zenda #@RGMaldo #PascualDuarte #LaColmena #ViajeALaAlcarria #Lectora
     Hacía tiempo que no leía nada sobre él. Y de pronto me encontré con dos lecturas, dos artículos, casi consecutivos que coincidieron con la fecha de su cumpleaños. Era una lectora voraz. Antes de su último viaje, postrada en una silla y respirando artificialmente, me dijo que había oído que era su año, su centenario, y no había leído nada de él. Me dijo que le buscará algo entre mis libros.     

El primer artículo trataba sobre la correspondencia que mantuvo con miembros de la Generación del 27. Un artículo antiguo, no sé cómo ocurrió que llegase a mis manos, de mayo de 2003, en El Culturali, que contaba el impacto que había causado en Damaso Alonso su Pascual Duarte, la imposibilidad de Aleixandre de hacer un poema al ómnibus, el deseo de una ilustración de Picasso en una edición de lujo de Gerardo Diego, o la intermediación ante Carlos Barral para la publicación de un libro de Cernuda, o una carta de Altolaguirre que le ofrece uno de sus poemas. Jorge Guillen, en otra, le cuenta lo bien que habla de él Américo Castro. Emilio Prados le escribe pidiendo que le escriba y mostrándose lector voraz suyo. Y, finalmente, un carta donde le relata Alberti, desde Roma, los problemas con la censura para publicar en España...

      Me propuse buscar las primeras obras que yo leí. Como a casi todos, la lectura del Pascual Duarte en la adolescencia impresiona. Luego encontré La colmena. Quería ver su impresión ante la cantidad de personajes que aparecían. Como iniciación no estaba nada mal.
      Me miró, al llegar con los dos libros, mientras me interrogaba sobre cualquier otra cosa. Su atención se había posado en ellos. No decía nada, pero me interrogaba con los ojos. Le dije que había encontrado estos, que esperaba que le gustara. Se apartó la mascarilla del respirador y dijo algo parecido a ya te lo diré. Enseguida, sin embargo, empezó a leer...
      El segundo artículo lo publicó Rafael García Maldonadoii en Zenda Una defensa de Celaiii. Cuenta como ha disfrutado con la lectura de Madera de Boj. Que el año en que recibió la noticia del premio Nobel de literatura, premio que se había trabajado gracias a su oficio y a su capacidad de resistencia, el español había ganado otro nobel pero perdido a un escritor caricaturizado a ojos de mucha gente. El piensa que no se perdió el escritor, que con la publicación de esta novela en 1999, mostró su valía que vindica y ensalza en momentos de inanidad literaria, según el autor del artículo, y cita las obras que antes se ha mencionado, entre otras, y que marcan el carácter del último gran escritor español por su vasta y magnífica obra y por la innovación formal en cada nuevo desafío con el lenguaje. No elude los temas espinosos de su vida. Termina con una recomendación, “lean a Cela y elévense”. ¡Y dos huevos duros! ¡En tiempos de lectores y lecturas ligeras!
     La primera novela la leyó en una semana. El tiempo se escapaba. Mientra oigo Sweet home Alabama en la película del mismo nombre, recuerdo cuando me dijo lo triste que había sido la vida de Pascual, las atrocidades que vio y la que cometió, en un mundo inestable, y que ya la había acabado y que le diese la siguiente novela, que la primera le había gustado. Me olvidé durante unos días de su afán lector, del placer que le producía, de cómo había volcado sus energías donde solo podía ejercitarlas, en su cabeza, en su memoria, en su deseo de saber. A veces, me asustaba. Devoraba con pasión, como si en un instante fuera a esfumarse, a consumirse. No había tiempo, se escapaba y el carpe diem, memento mori se convertía en algo real, finito.
      Los dos artículos los leí pensando en ella enseguida. Y me vino a la memoria todo el fresco de ese instante como un cuadro fijo y agitado. Recuerdos que eran emocionales y, a la vez, intelectuales, que muchas veces coincidían en el placer de la lectura y en la forma de compartir ese placer con la gente que quieres o aprecias. Se había terminado La colmena. No paraba de hablar de la cantidad de personajes que había, de como se abigarraban en torno a la ciudad, a la colmena, decía ella. Que que pena de vida en la posguerra. Y me contaba la vida de la dueña del café, de los enamorados compartiendo cada uno de los instantes por pobres que fueran, y de...
     Entonces, me dijo: búscame otra. Otra del mismo. Me gusta como escribe. Es algo distinto. Es como disfrutar de un pastel de forma lenta, de forma pensada, con deleite. Es como afrontar todos los sucesos de la vida, y como afrontar la meta que el horizonte ilumina. Con serenidad, aprovechando hasta el último instante, porque es nuevo, y porque está ahí. Una nueva cima, una nueva experiencia.
      El tiempo se agotaba. En el hospital siguió leyendo. La primavera, recuerdo, era de escasas lluvias, de temperaturas altas y de largas noches de espera. Pero no lo dejó. Continuó leyendo, con ansia, como si temiera que pronto perdería las ganas de todo. De leer, de vivir, de disfrutar. Contaba que su madre consideraba que había sido un premio por el día en que había nacido, por el momento turbulento en que llegó y por el deseo de sus padres en tenerla. Todo pasaba por su cabeza como una película vieja, en blanco y negro, llena de escenas fijas movidas a gran velocidad.

      Y llegué con el Viaje a la Alcarria, obra de gentes cercanas, de lenguajes conocidos. Un libro de viajes que el autor escribe en tercera persona, lo cual le llamó la atención, y contaba la gracia que le hacía las situaciones por las que pasaba el viajero. De la lectura pensante, inteligente, que le producía.
      La primavera, seca, fue la última. El libro, tal vez, también. Todo se precipitó en pocos meses. Impedida, los problemas respiratorios fueron minando su fortaleza de ánimo. Las complicaciones, los efectos secundarios, hicieron el resto. En su último o penúltimo ingreso le llevé nuevos libros y ya los rechazó. Tal vez solo quería decir adiós. Se hacía pesado abandonar el último placer, el de la lectura. Había luchado por mantener la actividad del músculo más importante, el de la búsqueda de la certeza, el de aprender dónde hallarla. Y el de luchar por mantenerla. La viajera, el viajero, había acabado su odisea.
 ________________________________________________
ii @RGMaldo

Traslado de mobiliario en museo o institución

ASÍ SÍ
                    

     En las instituciones museísticas es necesario, en muchas ocasiones, trasladar el mobiliario existente para una mejor representación expositiva, para un mejor ahorro de espacio y/o para una mayor y efectiva utilidad de los recursos existentes.
     Los traslados pueden ser temporales o permanentes. Los traslados temporales se producen cuando se hace necesaria la movilización para un acto ocasional como una conferencia, presentación o exposición temporal. Los traslados permanentes se producen cuando se moviliza material a un sitio definitivo, se asigna de nuevo a la exposición permanente y/o se guardan en el almacén como instalación sin un fin asignado o conocido.
     En las asignaciones permanentes de mobiliario se debe anotar la ubicación donde se deposite. Se debe colocar de forma que sea fácil el acceso a todos los útiles, con pasillos por donde cualquiera de los trabajadores del museo pueda acceder sin obstáculos con espacio mínimo de un metro libre de paso. Se deberá observar las normas necesarias de seguridad y conservación preventiva, ubicando fuera de humedades y todo tipo de afectaciones ambientales el material recibido para su mantenimiento. A una altura mínima determinada, 10-15 cm, o a una temperatura que no afecté ni luz ni humedad no pequeños insectos que deterioren materiales orgánicos.  
ASÍ NO
    En las ubicaciones temporales se debe localizar un lugar que por el tiempo o el espacio no produzca alteraciones en las exposiciones permanentes y temporales, ni en el concepto museístico del edificio. Se debe anotar todo movimiento de mobiliario, aunque sea ocasional, para evitar errores, confusiones de origen y destino, y manipulación de distintas personas.
     Puede ocurrir que sea necesario guardar en un lugar determinado un conjunto de mobiliario para colocar en otro sitio, cercano o lejano, donde se realizará un acto o evento. Se ubicará en un sitio determinado siempre que no obstaculice el normal funcionamiento y acceso a todas las dependencias del organismo, inmueble o museo. Se deberá dejar constancia del lugar del depósito momentáneo. Y, obligatorio, garantizar la integridad de este, de los técnicos que lleven a cabo la labor y de la institución que lo ampara.
     Una vez acabado el acto, evento y/o presentación motivo del traslado temporal se volverá a trasladar el mobiliario a su sitio original o a otro que sea oportuno para las características de la institución. Se deberá consignar su nueva ubicación sea la anterior o sea nueva.  


ALMACENAJE

Bodas de sangre

                       NOVIO ¿Quieres algo?                              MADRE Hijo, el almuerzo                               NOVIO Déjalo....