- ¿Son ustedes
los padres?
- Si. ¿Qué ocurre?
- ¿Tomaba alguna medicación especial? ¿Saben
sí toma alguna droga?
- No, que va. Hace mucho deporte y se pasa el
día leyendo. ¡Dígame la verdad! ¿Qué está pasando?
- Su hijo tiene convulsiones en la mesa de
operaciones. ¿Hay algún dato que no hayan mencionado?
- Es una operación de hernia en la ingle. Le
dijimos al doctor… que era alérgico a la procaína y…
- ¡La anestesia!
El facultativo se
marchó a toda prisa.
Fue un septiembre
dulzón con olores de vendimia y melones maduros. El calor se había retrasado abochornando las tardes cercanas al equinoccio.
La procaína es un
anestésico local de corta duración de acción. Bloquea tanto la iniciación como
la conducción de los impulsos nerviosos mediante la disminución de la
permeabilidad de la membrana neuronal a los iones sodio y de esta manera la
estabiliza reversiblemente. Dicha acción inhibe la fase de despolarización de
la membrana neuronal, dando lugar a que el potencial de acción se propague de
manera insuficiente y al consiguiente bloqueo de la conducción. Su acción es
rápida y de poca duración.
Las reacciones
adversas que puede producir, en determinados casos, son excitación, agitación,
mareos, tinnitus, visión borrosa, náuseas, vómitos, temblores y convulsiones.
Entumecimiento de la lengua. Somnolencia, depresión respiratoria, coma,
depresión miocárdica, hipotensión, bradicardia, arritmia y parada cardiaca;
reacciones alérgicas[i].
Álvaro convulsionaba
en la mesa de operaciones del quirófano. Cuando despertó de la operación,
notaba como su cuerpo se agitaba sin control. Nunca supo qué determinación tomaron
los anestesistas y cirujanos. El pijama
con el que había entrado a pie en la sala de operaciones estaba manchado de
rojo. En el vientre comenzó a notar, con el paso de las horas, un dolor en la
zona inguinal semejante a una enorme pinza que te presiona cerca de los
testículos. Cuando se intentó incorporar, tuvo mareos y nauseas.
En 1979, tras la
aprobación de la constitución de 1978, había un estado nuevo por reformar. La
necesidad, y la falta, de desarrollo de unos servicios básicos sanitarios hacía
que mucha gente siguiera utilizando los hospitales privados de las
aseguradoras. Sus padres habían informado de la alergia que padecía, pero algo
había fallado entre el aviso dado al cirujano y la posterior actuación del
anestesista. La operación se realizaba en…, en la madrileña calle... Recordaba que
sus padres, después, dijeron que mientras se solucionaba el tránsito de las
convulsiones, los hermanos de su abuela… lloraban en la sala de espera del
hospital de forma desconsolada y nerviosa.
Influido por la
anestesia y los efectos de las convulsiones, recuerda una visión de mujeres muy
bellas en el momento en que comenzó a despertar. Como si hubiera recibido una
droga maravillosa hasta los médicos parecían las mujeres más bellas de la
Tierra. Cuando pasó el efecto, comprobó que era irreal o la belleza había
abandonado el hospital.
Al día siguiente
recibió, rememoraba, la visita de su padrino, el tío …, que era…, aunque él
creía que era el sumo hacedor del mundo. Su poder residía en los decibelios de
sus voces. Nada más pernicioso en un humano que cuando intenta que le
comprendan dando voces. Álvaro estaba todavía algo mareado, con dolores
abdominales naturales a una intervención quirúrgica, con un malestar
generalizado y soportó como pudo esas voces, que se acallaron, cuando entró un
celador y conminó a mantener la discusión en otro tono. Deseo que lo hubieran
echado. Por maleducado. Años más tarde le comentaron el caso de un enfermo de
Alzheimer que los dos últimos años estuvo voceando. Las voces, excepcionalmente,
como efecto de una enfermedad.
Durante la
primavera había comprado con sus ahorros, editado por Austral, el Quijote en la
librería. Se sentaba por las tardes en un balcón donde leía y releía las
páginas con las aventuras de Quijote y Sancho junto a las digresiones o
historias que acompañaban el hilo principal.
Leyó su primer
Quijote con seis años. Sus primeras lecturas fueron un Don Quijote de la Mancha
ilustrado y una Biblia de Nácar Colunga editado en papel que recordaba a un
misal preconciliar. Nunca gustó de cómics ni tebeos.
En la semana que
estuvo en el hospital por las revisiones, para saber el posible efecto adverso
de la operación, recibió la visita de su tía …, casada con su padrino. Se
presentó con dos libros. Era una mujer con una cultura superior a su esposo. Antes
nunca nada recibió y puede que, después, nunca recibiera nada. Al año siguiente
comenzaron a separarse y luego se divorciaron. Fue el día del obsequio
maravilloso. Llevó como regalo El
cardenal de Henry Morton Robinson, un superventas editado por Planeta, y Cuentos de Julio Cortázar, editado por
Alianza Editorial. Cortázar fue un descubrimiento. Le divirtió y le hizo
pensar. Siempre comentaba el relato angustioso del pulóver que se atascaba cuando
se vestía[ii],
cuyo final no revelaba. Los libros hicieron trascurrir la semana en un suspiro,
le hizo vivir otras vidas, crear otros mundos, introducir pensamientos que
hicieran olvidar el mal trago de la anestesia en la operación. Revivió. Fue una
cura especial.
La lectura, con los
años y la costumbre, colaboró en la formación de su pensamiento. Casi todas las
novelas, como los poemas, como las obras de teatro tenían un principio o un
origen. Tenían un desarrollo que podía ser lineal, bifurcarse o tomar forma de
meandros, ir hacia delante o volver atrás, tomar vida, crear posibilidades
infinitas. Cuando llegaban a su fin, podían acabar o quedar abierto su fin. Podían
terminar como un estuario de agua dulce precipitado en el mar o como un delta
en época de lluvias, barroco y cadencioso. Los finales abiertos incitaban a la
continuación, pero también, tal vez, el autor, pretendía que el lector
pergeñara cómo seguir. Las múltiples posibilidades forjaron una mayor amplitud
de miras y Álvaro fue consciente que todo o nada estaba escrito y que todo o
nada podía estar predicho.
Lo leyó en un libro.
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