Cultura y sociedad

Sobre el origen de "Musicalia" (y 2).

 


Ortega y Gasset. Alejandro Cañada. Museo de Teruel. Fotógrafo: Jorge Escudero


     

     El 13 de junio de 2025, con motivo de los cien años de La deshumanización del arte de Ortega y Gasset, se celebraron una serie de actos en su memoria que incluyeron la conferencia audición “Escuchar Musicalia” que pretendía leer y escuchar fragmentos musicales citados por Ortega en sus artículos. Se oyeron sus ideas sobre Debussy, las comparaciones con Wagner o Beethoven; lo que pensaba de Bach o Chopin. Y la audición terminó con la interpretación de la Nana de Sevilla, en la versión de Federico García Lorca (1931)[1]. Quien recuerde esta nana no olvidará que la estrenó Encarnación López Argentinita:

     “Ese galapaguito no tiene mare…”




     La repercusión de las teorías orteguianas sobre el arte y la novela transformaron la publicación del libro en un acontecimiento que se extendió a las artes plásticas y la música. Ortega se refería así al arte en general que englobaba a la música nueva, a la nueva pintura, la nueva poesía y el nuevo teatro. Es 1925. Recordemos, el año de la exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos o cuando Guillermo de Torre publica Literaturas europeas de vanguardia.

       Cuando el mes de marzo de 1921 se dirigía hacia su última decena, Ortega retomó en El Sol la segunda parte de su artículo Musicalia, del que reseñamos la primera parte, escrita el 7 de marzo de 1921. 

     Como había mostrado reparos al romanticismo musical, matizaba esta crítica considerando que había superado, a su vez, a lo anterior al someter las pasiones al sentimiento.

     El romanticismo consagró el sentimiento al dotarlo de color y temperatura. Esta fue la labor de Goethe y Chateaubriand. Pero, tras la primera etapa de consagración del sentimiento, debía ser consciente de lo que sentía (comprometerse a sentir). Como manifestábamos con anterioridad, cada derecho debía tener una obligación que haría que este derecho no fuera injusto y estéril.

     La liberación, decía Ortega, en arte o en política, tenía valor como tránsito entre un orden imperfecto y otro más perfecto. Era el estado en el que se encontraba el Estado Liberal: un carácter provisional y no sólido que precisaba avanzar más y crear un nuevo orden; una nueva estructura social, una nueva jerarquía.

      Del mismo modo, la intención del romanticismo radicaba en creer que las emociones constituían una zona del alma humana más profunda que la razón y la voluntad. Al primer romanticismo de la liberación, seguiría un segundo cuyo lema era selección y jerarquía, que actuaría (reobraría dice Ortega) contra la anarquía de los gustos, que había producido el descenso grave del nivel de la sensibilidad europea.

      El arte evolucionaba inexorablemente hacia una progresiva purificación, eliminando cuanto no fuera puramente estético. Las divergencias entre la vieja y la nueva música, especialmente las de orden técnico, se derivaban del estilo en que expresaban los estratos de sentimiento distantes entre sí. Para los románticos, el arte era una bella envoltura que se endosaba a lo vulgar. Para los modernos, según Ortega, el arte era un arisco imperativo de belleza integral. Preferir Mendelssohn y su Marcha nupcial a Debussy y su Iberia es exaltar lo inferior y violar lo superior. 

      Y a la diferencia de estilos se suma también el goce de sus músicas. Pensaba que era necesario plantear una doctrina que compusiera una doctrina de la fruición: una disciplina y técnica del goce. Un arte del arte.

      Nuestra alma, decía, tiene dos actitudes antagónicas cuando se dispone a disfrutar de la música: una concentración hacia dentro y una concentración hacia afuera. La concentración hacia dentro se produce cuando se abre en el fondo de nuestra intimidad recuerdos placenteros que nos cierran al mundo exterior.

     En el caso de que un ruido brusco nos haga despertar de esa intimidad y hubiéramos emergido al exterior, poniendo todos nuestros sentidos en la nueva situación, nos encontraríamos en la concentración hacia afuera. Esta diferencia se establece al oír la romanza en fa de Beethoven porque la escuchamos atendiendo al flujo de emociones que surgen en nosotros. No gozamos de la música, gozamos de nosotros mismos.

     La música de Debussy o Stravinski nos invita a una actitud contraria. Hace que nuestros sentidos, nuestro oído, se fijen en los sonidos mismos, en lo que acontece en la orquesta, recogiendo sonoridad tras sonoridad, apreciando su color y forma. Paladeándola. Es una música externa a nosotros, un objeto distante, localizado fuera de nuestro yo, ante el que somos puros contempladores, porque nos interesa.

     Resume su visión diciendo que todo estilo artístico que vive de los efectos mecánicos obtenidos por repercusión y contagio en el alma del espectador es naturalmente una forma inferior de arte. Como el melodrama o el folletín. Tiene una gran capacidad de arrebatar y crear una intensidad de efectos. Aclara Ortega: es un error creer que el valor de una obra se mida por la capacidad de arrebatar a los sujetos. Entonces los géneros superiores serían las cosquillas y el alcohol.

       El Arte, lo escribe con mayúsculas, es contemplación, no empujón. Esto supone una distancia entre lo que ve y lo que no se ve. La belleza, suprema distinción, exige que se guarden las distancias. Sepamos contener nuestro arrebato[2].

Adolfo Salazar. Wikipedia



       De los artículos sobre Musicalia de Ortega se aprecia que la música se había convertido en un tema de interés intelectual que eclosionaría con la generación del 27 de la música (grupo de los ocho) hasta llegar a la Guerra Civil. El debate, además, salió de las páginas de la crítica musical en Espectáculos Varios como síntoma de su vigor. Era cuando Falla estrenaba El Retablo de Maese Pedro, y Adolfo Salazar con Falla tutelaban a los hermanos Halffter, Pittaluga o Salvador Bacarisse. Y cuando la generación del 14 ya había consagrado a Turina, Óscar Esplá o Jesús Guridi[3]. Salazar pudo influir en las ideas musicales de Ortega por su relación en El Sol, siendo ambos europeístas y partidarios de la nueva música. Y Salazar, como el crítico más importante del primer tercio del siglo XX.

     En la primera entrega sobre Musicalia se citaba la visita de Adolfo Salazar a Cuba cuando Alejandro García Caturla hablaba de la hospitalidad que recibiría el crítico musical en La Habana. En otra carta, de 25 de noviembre de 1929, antes de llegar a Cuba, ya le decía a García Caturla que en los preliminares, no en la visita, los Quevedo estaban portándose de un modo que difícilmente podré olvidar.

Alejandro García Caturla. Wikipedia


     Como recuerdo de aquel viaje evocamos a Alejandro García Caturla que utilizó como emisario de una carta a Antonio Quevedo para entregársela a Salazar al no poder coincidir con él. Circunstancia que fue subsanada en la segunda visita de Salazar en 1937, donde los señores Quevedo presentaron a Adolfo Salazar y Alejandro García Caturla[4]. García Caturla fue un músico y abogado cubano de corta pero intensa vida intelectual, que murió asesinado en 1940. En la revista Musicalia encontró una plataforma de difusión de sus ideas musicales.





[2] ORTEGA Y GASSET, J.: Musicalia IIEl Sol. 21 de marzo de 1921.

[3] OLIVER GARCÍA, J. A.: Ortega en el debate entre romanticismo y nueva música. Temas para la educación, Revista digital para profesionales de la enseñanza. Federación de enseñanza de CC. OO. de Andalucía. Núm. 20. Mayo, 2012.

[4] SALAZAR, A.: Epistolario 1912-1958. Edición de Consuelo Carredano. Fundación Scherzo/ publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música. Madrid. 2008. Cartas entre Alejandro García Caturla y Adolfo Salazar antes y después de su viaje a Cuba en 1930. Volvió a visitar la isla de Cuba en 1937. Reseña 6-11-25 Archivo Museo Sánchez Mejías.




27-12-2025 17:52 Actualizado 18:41

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